domingo, 6 de abril de 2014

Guasá








La mesa de la ventana estaba vacía y hacia ella fui. Desde allí veía la calle y más allá la plaza. Del lado externo de la amplia vidriera había una fila de mesas pequeñas,  para dos personas, con un toldo como techo  En la mesa que estaba casi pegada a mí, una pareja de jóvenes ¿novios? acababan de sentarse.
El mozo se acercó, me ofreció la carta, pero le dije que no era necesario, que solo quería  un café, solo, en pocillo.
En el ambiente se escuchaba, tenue, agradable,  un tema de los años ochenta,  que,  aunque lo intenté,  no pude recordar quien lo cantaba.
Dentro del salón habría unas cuatro mesas ocupadas: dos señoras impecablemente vestidas tomaban el té con scones. Un poco más allá, un muchacho de lentes leía en un rincón. Casi en el otro extremo, un grupo de chicos con uniforme, reían.

El mozo me trajo el café. Su aroma me invadió y sentí que todo lo que viniese después, desde ese pocillo,  estaba de más: era un perfume intenso y sutil a la vez, que me transportó a muchas otras tardes y mañanas. Aun no lo había bebido y ese café ya estaba bien pago.
Recordé haber leído que los olores y los gustos suelen conmovernos porque están rodeados de un abismo de olvido: hay que oler el mismo olor para recordarlo,  hay que sentir el mismo gusto para sentirlo, nuevamente. No ocurre lo mismo con las imágenes y los sonidos que uno puede recordar sin esfuerzo. ¿Quién no tararea una canción? ¿Quién no recuerda una foto? En cambio,  debemos saborear el dulce de arándanos para recordar al dulce de arándanos.

Mientras dejaba que el líquido caliente se deslice en mi boca,  miré a la parejita a mi lado: ambos tenían en sus manos sus celulares,  los miraban fijamente y sus pulgares se movían sin parar, frenéticos. Me quedé mirándolos bastante tiempo.  Apoyaban el celular en la mesa solo para beber un pequeño trago y luego, volvían a agarrarlo y seguían con su impostergable teclear.
El sonido de una sirena me sobresaltó.  No era una sirena,  era el celular de una de las impecables señoras de los scones. Una de ellas, de unos sesenta años, buscó en la cartera, mientras el sonido, agudo, incansable, continuaba. Finalmente, cuando ya casi todos los presentes nos estábamos por ofrecer para ayudarla a encontrar al autor de ese infierno, lo encontró. Lo miró.  Y luego comenzó a escribir,  un poco más lento que mis jóvenes vecinos  de mesa, pero con igual fruición. Su amiga se levantó,  tomó una revista y se puso a mirarla, con desgano.

Pensé  en Graham Bell.  ¿Qué pensaría ese buen hombre si volviese a vivir? ¿Cómo hacer para explicarle que,  aunque la mayoría de los usuarios de telefonía celular posee planes para hablar casi gratis con casi todo el mundo, la inmensa mayoría prefiere...escribir?  ¡Escribir! ¡Pudiendo hablar! ¡Increíble! El bueno de Graham diría: ¡Para esto inventé el teléfono! Y se reventaría un buen tiro con un revolver que sí cumple con el fin para el que fue creado: matar.
¿Cómo puede ser que la gente prefiera NO escucharse?
No escuchar la voz de alegría de quien te quiere decir algo hermoso. 
O la quebrada voz de quien solo tiene dolor.
¿Cómo puede ser que la gente se distancie y se enoje por un signo de admiración de menos,  por un frío “ok” que todo lo dice,  que nada dice?
¿Qué nos habrá pasado para estar en un café con la persona con la que decidimos venir a tomar un café y,  una vez allí, ponernos  a escribirle a otra persona?
¿Sabrán estas hordas de escribidores el valor de un silencio? ¿O solo conocerán su precio? No pensar en Wilde, ("¿Qué es un cínico?  Aquel que conoce el precio de todo y el valor de nada. “), es  imposible.
¿Qué habrá pasado en la estructura de pensamiento de estas personas que hace que no puedan estar sin constantemente revisar sus celulares? ¿Cuántas inseguridad habrá en cada uno de ellos que hace que dependan de tan pequeño y frágil aparatito, sin el cual jamás saldrían de sus casas? Infelices constatadores de last seens, (¡entró a tal hora...entonces lo leyó...y entonces...¿ Porqué no me contestó?!) , feroces revisadores de Estados y atentísimos lectores de cuanta estúpida publicación aparezca en Facebú, otro demonio.
¿Que hace que no podamos elegir no cruzar el limite y usar a la tecnología y no dejarnos usar por ella? 
Las  infinitas ventajas que algunas tecnologías tienen (¿Como estar tranquilo , en estos días, si no recibimos el "mensajito" de nuestros hijos.?¿Cuántas vidas se habrán salvado por una llamada a tiempo, desde uno de estos aparatitos? Inútil enumerar las ventajas de internet y sus derivados...Entonces ¿Porque dejarnos arrasar por la parte no deseada del adelanto tecnológico?¿O será que nuestra cultura (Ay , Argentina) no nos deja discernir, elegir, decir no? Y será por eso , entonces , que todas las publicidades de teléfonos hagan mención a Guasá y a Facebú...
¿ A cuántas personas hemos visto, cada uno de nosotros,  en su trabajo, distraídos, rindiendo pésimamente, ensimismados en su modernismo smartphone?
Smartphone...un teléfono inteligente para gente que quizás no lo es tanto.
Gentes que seducen a otros, hombres y mujeres, en todas las combinaciones que nuestra modernidad nos brinda, generalmente comprometidos, en actitudes de abierta infidelidad...¡¡¡por escrito!!! Dejando el mundo plagado de huellas con la prueba del delito... ¿Gente inteligente?
Montones de personitas con la cabecita en cualquier lado, que escribe sus placeres con su amantes, pero se equivoca y el tanamado Guasá sale disparado hacia el marido/esposa y...¡¡¡a rogar que nunca tenga dos ticks!!!!
Gente inteligente.
En esta modernidad (mundial) de pacotilla, con celulares que sacan fotos con nosecuántos megapixeles pero con baterías que hacen agua a medio día, en estos tiempos en los que inventamos herramientas formidables - ¿Quién puede pensar que Internet no lo es?- pero  que usamos para fines del más precario cavernícola ( spam, pornografia, pedofilia,  divulgación de estupideces a montones)
En tiempos en los que la gente cree tener "amigos" en la Web…¡Mamita!
A propósito: ¿Existe algo mas boludo que ponerle "me gusta" a algo?





 "Que feliz se te ve, Martita", pone una boluda que no ve a Martita en la puta vida y montones de monotributistas mentales poniendo pilas de "me gusta". Mai God.




En estos tiempos de redes pajarito








llena de pajarones, me declaro un fósil.




Me declaró culpable de querer otra cosa para mí.
Culpable de pretender encontrarme con un amigo y mirarlo a los ojos.  Y que me mire.
Y contarle lo que me pasa. Y escucharlo.
Soy culpable de soñar con que ya nunca más me escribas (salvo cartas en adorado papel).
Y que me llames.  Y escucharte decir lo que quiero escuchar. O no, pero escucharte.
Y decirte,  quizás con algún silencio , lo que siento.
Soy -esto es oficial-, un auténtico vintage, un demodé.
Soy alguien que vive inmerso en un tiempo que (te  plagio, Mario Vargas Llosa  ) se ha ido, un tiempo que ya no es , ni será.



Pido la cuenta, pago, me paro y me voy, mirando, por última vez, a los chicos que siguen escribiendo. 






Aclaración: el "mai God" es adrede. Sé perfectamente que se escribe "My God". Lo aprendí en la escuela a la que concurrí. También aprendí "the cat is under the table" y muchas cosas mas.