La
mesa de la ventana estaba vacía y hacia ella fui. Desde allí veía la calle y
más allá la plaza. Del lado externo de la amplia vidriera había una fila de
mesas pequeñas, para dos personas, con
un toldo como techo En la mesa que
estaba casi pegada a mí, una pareja de jóvenes ¿novios? acababan de sentarse.
El
mozo se acercó, me ofreció la carta, pero le dije que no era necesario, que
solo quería un café, solo, en pocillo.
En
el ambiente se escuchaba, tenue, agradable, un tema de los años ochenta, que,
aunque lo intenté, no pude
recordar quien lo cantaba.
Dentro
del salón habría unas cuatro mesas ocupadas: dos señoras impecablemente
vestidas tomaban el té con scones. Un poco más allá, un muchacho de lentes leía
en un rincón. Casi en el otro extremo, un grupo de chicos con uniforme, reían.
El
mozo me trajo el café. Su aroma me invadió y sentí que todo lo que viniese
después, desde ese pocillo, estaba de
más: era un perfume intenso y sutil a la vez, que me transportó a muchas otras
tardes y mañanas. Aun no lo había bebido y ese café ya estaba bien pago.
Recordé
haber leído que los olores y los gustos suelen conmovernos porque están
rodeados de un abismo de olvido: hay que oler el mismo olor para
recordarlo, hay que sentir el mismo
gusto para sentirlo, nuevamente. No ocurre lo mismo con las imágenes y los
sonidos que uno puede recordar sin esfuerzo. ¿Quién no tararea una canción? ¿Quién
no recuerda una foto? En cambio, debemos
saborear el dulce de arándanos para recordar al dulce de arándanos.
Mientras
dejaba que el líquido caliente se deslice en mi boca, miré a la parejita a mi lado: ambos tenían en
sus manos sus celulares, los miraban
fijamente y sus pulgares se movían sin parar, frenéticos. Me quedé mirándolos
bastante tiempo. Apoyaban el celular en
la mesa solo para beber un pequeño trago y luego, volvían a agarrarlo y seguían
con su impostergable teclear.
El
sonido de una sirena me sobresaltó. No
era una sirena, era el celular de una de
las impecables señoras de los scones. Una de ellas, de unos sesenta años, buscó en la cartera, mientras el sonido,
agudo, incansable, continuaba. Finalmente, cuando ya casi todos los presentes
nos estábamos por ofrecer para ayudarla a encontrar al autor de ese infierno,
lo encontró. Lo miró. Y luego comenzó a
escribir, un poco más lento que mis
jóvenes vecinos de mesa, pero con igual
fruición. Su amiga se levantó, tomó una
revista y se puso a mirarla, con desgano.
Pensé en Graham Bell. ¿Qué pensaría ese buen hombre si volviese a
vivir? ¿Cómo hacer para explicarle que,
aunque la mayoría de los usuarios de telefonía celular posee planes para
hablar casi gratis con casi todo el mundo, la inmensa mayoría
prefiere...escribir? ¡Escribir! ¡Pudiendo
hablar! ¡Increíble! El bueno de Graham diría: ¡Para esto inventé el teléfono! Y
se reventaría un buen tiro con un revolver que sí cumple con el fin para el que
fue creado: matar.
¿Cómo
puede ser que la gente prefiera NO escucharse?
No
escuchar la voz de alegría de quien te quiere decir algo hermoso.
O
la quebrada voz de quien solo tiene dolor.
¿Cómo
puede ser que la gente se distancie y se enoje por un signo de admiración de
menos, por un frío “ok” que todo lo
dice, que nada dice?
¿Qué
nos habrá pasado para estar en un café con la persona con la que decidimos
venir a tomar un café y, una vez allí,
ponernos a escribirle a otra persona?
¿Sabrán
estas hordas de escribidores el valor de un silencio? ¿O solo conocerán su
precio? No pensar en Wilde, ("¿Qué es un cínico? Aquel que conoce el precio de todo y el valor
de nada. “), es imposible.
¿Qué
habrá pasado en la estructura de pensamiento de estas personas que hace que no
puedan estar sin constantemente revisar sus celulares? ¿Cuántas inseguridad
habrá en cada uno de ellos que hace que dependan de tan pequeño y frágil
aparatito, sin el cual jamás saldrían de sus casas? Infelices constatadores de last seens, (¡entró a tal
hora...entonces lo leyó...y entonces...¿ Porqué no me contestó?!) , feroces
revisadores de Estados y atentísimos
lectores de cuanta estúpida publicación aparezca en Facebú, otro demonio.
¿Que hace que no podamos elegir no cruzar el limite y usar a la tecnología y no dejarnos usar por ella?
Las infinitas ventajas que algunas tecnologías tienen (¿Como estar tranquilo , en estos días, si no recibimos el "mensajito" de nuestros hijos.?¿Cuántas vidas se habrán salvado por una llamada a tiempo, desde uno de estos aparatitos? Inútil enumerar las ventajas de internet y sus derivados...Entonces ¿Porque dejarnos arrasar por la parte no deseada del adelanto tecnológico?¿O será que nuestra cultura (Ay , Argentina) no nos deja discernir, elegir, decir no? Y será por eso , entonces , que todas las publicidades de teléfonos hagan mención a Guasá y a Facebú...
¿
A cuántas personas hemos visto, cada uno de nosotros, en su trabajo, distraídos, rindiendo pésimamente,
ensimismados en su modernismo smartphone?
Smartphone...un teléfono inteligente para gente que quizás no lo es tanto.
Gentes
que seducen a otros, hombres y mujeres, en todas las combinaciones que nuestra
modernidad nos brinda, generalmente comprometidos, en actitudes de abierta
infidelidad...¡¡¡por escrito!!! Dejando el mundo plagado de huellas con la
prueba del delito... ¿Gente inteligente?
Montones
de personitas con la cabecita en cualquier lado, que escribe sus placeres con
su amantes, pero se equivoca y el tanamado Guasá sale disparado hacia el
marido/esposa y...¡¡¡a rogar que nunca tenga dos ticks!!!!
Gente
inteligente.
En
esta modernidad (mundial) de pacotilla, con celulares que sacan fotos con
nosecuántos megapixeles pero con baterías que hacen agua a medio día, en estos
tiempos en los que inventamos herramientas formidables - ¿Quién puede pensar
que Internet no lo es?- pero que usamos
para fines del más precario cavernícola ( spam, pornografia, pedofilia, divulgación de estupideces a montones)
En
tiempos en los que la gente cree tener "amigos" en la Web…¡Mamita!
A propósito: ¿Existe algo mas boludo que ponerle "me gusta" a algo?
"Que feliz se te ve, Martita", pone una boluda que no ve a Martita en la puta vida y montones de monotributistas mentales poniendo pilas de "me gusta". Mai God.
"Que feliz se te ve, Martita", pone una boluda que no ve a Martita en la puta vida y montones de monotributistas mentales poniendo pilas de "me gusta". Mai God.
Me declaró culpable de querer otra cosa para mí.
Culpable
de pretender encontrarme con un amigo y mirarlo a los ojos. Y que me mire.
Y
contarle lo que me pasa. Y escucharlo.
Soy
culpable de soñar con que ya nunca más me escribas (salvo cartas en adorado
papel).
Y
que me llames. Y escucharte decir lo que
quiero escuchar. O no, pero escucharte.
Y
decirte, quizás con algún silencio , lo
que siento.
Soy
-esto es oficial-, un auténtico vintage, un demodé.
Soy
alguien que vive inmerso en un tiempo que (te plagio, Mario Vargas Llosa ) se ha ido, un tiempo que ya no es , ni será.
Pido
la cuenta, pago, me paro y me voy, mirando, por última vez, a los chicos que
siguen escribiendo.
Aclaración: el "mai God" es adrede. Sé perfectamente que se escribe "My God". Lo aprendí en la escuela a la que concurrí. También aprendí "the cat is under the table" y muchas cosas mas.
Aclaración: el "mai God" es adrede. Sé perfectamente que se escribe "My God". Lo aprendí en la escuela a la que concurrí. También aprendí "the cat is under the table" y muchas cosas mas.