sábado, 25 de mayo de 2013

¿Viva la Patria?

Ay, Cris.
¿Qué necesidad había de transformar el 25 de Mayo en el cumpleaños de los diez años de Néstor y Cristina?
¿Es que ya ni vos ni nadie en tu gobierno tiene límites?
Repasando rápidamente los nombres que componen el grupo de gente que debería asesorarte, un escalofrío recorre mi espalda:
Un hombre que casi funde su ferretería es hoy el encargado principal de nuestra economía. De su brillante cabeza surgieron ideas como la del cepo cambiario, la prohibición a las principales cadenas de supermercados de publicar sus precios en los diarios (los mismos precios que vos misma, Cris, mandaste a controlar por voluntariosos militantes, pero que nadie conoce), la transformación del Indec en una usina de índices por nadie creídos, y tantas otras que seguramente serán copiadas por los principales países, ávidos de cerebros  heterodoxos. Todo ello, aderezado con los más brutales modales. El Sr Moreno no se anda con chiquitas: entra a Clarín rodeado de cámaras y a los gritos increpa a todo el Directorio, acompañado de otro de los cerebros de tu gobierno, Cris: el no menos brillante joven estrella de la economía argentina: Axel Kicillof. A  este joven -gurú económico de La Cámpora, ante la desaparición del también joven tu muy "cercano" Ivan Heyn, muerto mientras investigaba como alcanzar el paroxismo en solitario en una suite uruguaya. 
A Axel le debemos varias ideas brillantes: estuvo a cargo de la transformación exitosísima de Aerolíneas Argentinas  en lo que es hoy: una empresa que solo pierde u$s 600 millones por año (en esta tarea no estuvo solo: otro joven cuadro de La Cámpora, Mariano Recalde , es su mano derecha y Director de la rentable empresa), la re estatización de YPF ( Al parecer Vaca Muerta tiene muy bien puesto el nombre: no pueden convencer a nadie para que invierta allí) y en los últimos días nos sorprendió nuevamente siendo el más activo defensor del nuevo "blanqueo" propuesto por tu gobierno,incluso por encima de su jefe, el escapista profesional  ,Hernán Lorenzino, el ministro de economía que muy suelto de cuerpo dijo el otro día que "se reía de la suba del dolar blue". A decir verdad, si yo  tuviese un Panerai Luminor de u$s 10.000 en la muñeca, también me reiría un poco de todo...
Abal Medina, Garré, De Vido, Timerman,Alicita...Ufffff! ¡Ahora entiendo porque en diez años nunca hiciste una reunión de Gabinete, Cris!
¿Cómo esperar que alguno de ellos te de algún consejo razonable, no?
¡Ahora entiendo el porqué del anuncio con tanta bambolla de los nuevos topes de asignaciones familiares!: Anunciaste con toda la furia que el gobierno aumentaba las asignaciones un 35 %, total ¿Quien iba a pensar que ese porcentaje es el que se había comido la inflación que según Moreno es del  10%, no? ¿A quién se le va a ocurrir pensar que, aun con el aumento que diste el otro día, se gasta menos en asignaciones familiares que hace dos años atrás, porque no subiste el tope de los salarios de acuerdo a los aumentos de los mismos y, por lo tanto, muchísimos trabajadores no cobran asignación alguna?
Casi lo mismo que cuando el sabueso Etchegaray dice, fresquísimo, que "se alcanzó un nuevo record en la recaudación impositiva".... ¿Quien se va a dar cuenta de que el 80 % de la recaudación de nuestro país está basada en IVA y Ganancias, dos tributos que se recaudan calculando sobre los precios de los productos vendidos, de modo que al "record" si le restamos los aumentos de precios es tan trucho como Lázaro. 
Pero de Lázaro mejor ni hablar ¿no? ¡Qué injusta la Argentina, Cris! No tolera el éxito del otro. Acaso ¿qué tiene de raro que un ex empleado bancario amase en diez años una fortuna personal de u$s 5ooo millones?¿Es que no le puede ir bien a la gente? El bueno de Lázaro solo tuvo la buena idea de licitar obra pública en Santa Cruz y la suerte de ganar siempre. Y si de suerte hablamos, ¡ a Lázaro le sobra! Eso de comprar miles y miles de hectáreas a precio de baratija y que justo ahí al gobierno de tu provincia se le ocurra hacer una represa e inundar los campos...claro que antes hubo que expropiárselos a Lázaro aun precio diez veces mayor. ¡Si eso no es suerte!
Volviendo a lo del  25, debo decirte algo, Cris: debo reconocer que ver a esos miles y miles de jóvenes, trasladándose desde lugares lejanos, portando también, miles y miles de banderas (a propósito: ¿cuánto sale una bandera como las que se veían tantas de La Cámpora?¿Cuanto salen miles y miles de banderas?¿Quien paga las banderas?) resultaba emocionante. Aunque las  malísimas lenguas dicen que rodeando la plaza había cientos y cientos de colectivos, yo de  ninguna manera voy a creer que fue gente trasladada -¿voluntariamente?- a presenciar tu acto. Esas son prácticas del más antiguo y despreciable sindicalismo, ese tal Moyano, por ejemplo. No, señor: La gente fue solita y sola a presenciar una verdadera fiesta, con cantantes populares que gratuitamente ofrecieron su arte, en un ambiente de verdadera y sentida algarabía.
La misma gente que va a tener la posibilidad de pasar un hermoso domingo en familia sin que se entrometa el futbol. El futbol, así lo dispuso tu gobierno, va bien tarde a las nueve y media. Y termina once y media…, quiere decir que, con suerte, la gente va a estar en su casa a las doce, doce treinta, una de la mañana… ¡Decí que ahora vienen los calores de junio y salir de la cancha a esa hora, caminando , en cole o en tren va a estar genial! Un programa ideal para ir con los chicos que seguramente no van a tener problemas para levantarse para estudiar ¿no? Ni la gente para trabajar ¿no?
Un programa ideal que nos salva del embole de los domingos a la noche: ver a Lanata.

lunes, 20 de mayo de 2013

Aniceto


Aniceto fue mi abuelo. Utilizar el verbo en pasado es típico del español, no así de otros idiomas y lenguajes que abrevan igualmente del latín pero con mas afinidad con el alemán , como el ingles, que tienen la particularidad de que a algunos cargos, por ejemplo, los presidentes, se refieren siempre en presente (reemplazando nuestro muchas veces ingrato “ex” por el  más amable “former”, que  da la idea de anterior o precedente) e , inclusive, mantienen las normas de protocolo y privilegios como al presidente actualmente en el cargo. Cualquier persona que se cruza con un “ex” presidente lo saludaría con un: Good morning, Mr. President.

Podría decir, entonces, que Aniceto es mi abuelo.

Son muy extraños los recuerdos que tengo de él. Son muchos, pero que no guardan un hilo conductor, ni siquiera cronológico. Aislados, breves, se presentan en mí no como una película, sino como un desordenado y viejo álbum de fotografías.
No estoy en condiciones de realizar una biografía de él. Como mis recuerdos, los datos que tengo de él –me refiero a su pasado no compartido conmigo- son  pocos, relatados por mi madre, de manera que enumerarlos es bastante sencillo. Intentaré hacerlo de manera ordenada.

Con semejante nombre casi esta demás aclarar que Aniceto nació en España. Tengo entendido que en León. Y que después su familia se traslado a Segovia.  Vino a la Argentina con apenas doce años corrido por el hambre que se hacía grito en una  destrozada Europa. Y aquí viene  el primer recuerdo que tengo de él, imborrable: Sus padres lo eligieron entre sus hermanos para venir a la Argentina, donde vivía un lejanísimo tío, ya que ellos no podían darle de comer. Imaginar siquiera aquel momento siempre fue sobrecogedor para mí. El dolor de aquellos padres al tomar aquella decisión. Su dolor al saberse elegido. “Tenían para darle de comer a sus hermanos ¿y no tenían para darle a uno más? ¡Dejáte de joder! Es la opinión casi unánime de todo aquel al que alguna vez le he contado esto. “¡Yo ni loco mando a un hijo solo a los doce años ni a la esquina!, termina más de uno, indignado.
Vaya uno a saber que pasaba por la cabeza de aquellos padres, lo cierto es que así partió Aniceto ,en barco, claro.  Creo que el viaje duró como un mes, imagínense en que camarotes… ¿Cuánto habrá llorado Aniceto en aquel barco? ¿Cuánto? En una foto que nunca vi, Aniceto está sentado, con pantalones cortos, tomándose las rodillas, en un pasillo del barco, con nadie alrededor.



En esta otra foto, Aniceto esta lavándose los pies. Tiene una musculosa blanca y un pantalón gris ,remangado,con un cinto negro, finito. Tenía un gallinero en los fondos de su casa y una pequeña huerta. Un galpón en un costado y dentro de él, una pileta profunda, de cemento. Es una calurosa tarde de verano y yo estoy sentado sobre una pequeña sillita, a la sombra de una parra. Aniceto se acerca a la pileta, levanta una pierna y se lava los pies con jabón blanco, el mismo de lavar la ropa, con vigor. Mientras lo hace silba. Lo hace con los labios cerrados, entre dientes, bien bajito. No recuerdo que silbaba, seguramente un tango.






En una foto en color sepia, con los bordes recortados,como formando un marco, como se usaba entonces, Aniceto está abrazado a dos personas, dos hombres. Son compañeros de trabajo en un mercado del centro de la ciudad. Uno es el verdulero, el otro –creo- un ayudante. Aniceto era el carnicero y vestía un delantal blanco , inmaculado. De fondo, una media res colgaba de un gancho y llegaba a verse una pesada puerta de madera con un gran manija brillante. Era la cámara frigorífica que se encargaba de mantener la carne fresca y se encargaría de destrozarle la salud a Aniceto.
En el lugar en donde estaba ese mercado hoy hay una casa de ropa de hombres.





En una foto, ya en colores, Aniceto, de unos cincuenta años, posa parado delante de un Renault Gordini rojo .Una línea blanca bordeada de una bagueta cromada cruzaba cada uno de sus laterales. Tengo entendido que lo compró cero kilómetro  Y también tengo entendido que lo chocó tantas veces, en tan poco tiempo y de maneras tan insólitas, que Aniceto se dio cuenta que conducir no era para él.






En esta otra foto estoy yo con una radio marca Spica, con una funda de cuero con el frente lleno de agujeritos por los que salía el sonido y una antena retráctil que era toda una novedad. La escuchaba horas y horas mientras lo veía atender el kiosco que había abierto en el garaje de su casa, una vez que la edad y su espalda de huesos cansados de pesadas  medias reses y del frío impiadoso de la cámara frigorífica, le habían impedido seguir con aquel trabajo.

El kiosco tenía una ventanita para atender después de hora y se cerraba con un viejo portón blanco que corría por unas roldanas, empujado por sus todavía fuertes manazas. Aniceto no acompañaba al portón. Lo empujaba desde el fondo del garaje y eso era suficiente para que llegue al otro extremo.
Así fue la tarde en la que yo estaba parado en ese otro extremo, con pequeñísimos dos años, y el portón brutal aplastó mi meñique derecho, cortándomelo. Dicen que debí usar una gasa rellena de algodón, del tamaño del que sería mi dedo, durante varios meses, porque al sacármela lloraba sin parar. Ese llanto no sería nada comparado con el de Aniceto, que lloraba cada vez que recordaba aquella tarde. Inútil fue decirle, una y otra vez, que no pasaba nada, que muy útil el meñique la verdad no era y tantas otras cosas por el  estilo. Aniceto lloraba igual, mientras tomaba mi mano y acariciaba mi dedo.




En esta otra foto esta el gran pino de la casa que estaba justo frente a la de Aniceto. Era un pino gigante que se encontraba en la entrada de una hermosa casa. No era una casa común. Tenía un frente del tamaño de tres casas y en el medio dos columnas sostenían un pesado portón con barrotes que dejaban ver el interior. Al abrirlo se entraba con los autos y se podía dar la vuelta dentro de la misma propiedad, en una pequeña rotonda. La casa era imponente, con puertas y ventanas talladas y una entrada principal a la que se llegaba subiendo una pequeña escalera. Recuerdo haber pasado muchas tardes allí, mirando cada tanto hacia el kiosco de Aniceto.
Al inmenso pino lo recuerdo, también, por otro motivo: las primeras veces que fui a la casa de mis abuelos –una verdadera aventura,mi casa quedaría a unas veinte cuadras- lo hice guiándome por aquel pino. Tendría unos diez años.Caminaba unas cuadras y en cada esquina miraba hacia la derecha y buscaba aquel pino que oficiaba de faro. Al verlo, solo restaba ir hacia él, hacia Aniceto.







Otra foto: toda mi familia en un auto camino a Buenos Aires. Llevábamos a mis abuelos al que sería su primer viaje a España a ver a su familia. Habían pasado cincuenta años y se quedarían seis meses allí.  A pocos kilómetros de llegar mi padre pregunta: ¿Trajo los pasajes, Aniceto? Mi abuelo contestó: Claro, los tiene Elena. Mi abuela lo miró. ¡Los tenés vos, viejo! Mi padre frenó en la banquina. Nadie tenía los pasajes. Y no había tiempo para volver. Combinar que una persona entre al departamento de mis abuelos con las llaves que tenía un vecino, que busque dentro  del tomo cuatro de la enciclopedia “Monitor” y que salga disparada hacia la terminal y se suba al primer colectivo hacia Buenos Aires, no fue fácil, pero así fue.
Una vez en Ezeiza, Aniceto, vestido de traje y con un sobretodo largo, colocaría los pasajes entre el saco y el sobretodo y caerían al piso. En medio de una multitud, alguien grita:”¿De quién son estos pasajes?”
Hicimos que mis abuelos subieran lo más rápido posible al avión que lo los llevaría a España. A su Segovia. A su familia.
Al regresar de España, Aniceto me contó cosas hermosas de aquel viaje.  Me mostró una llave vieja ,enorme, que , según el, encontró en la casa en la cual había nacido,que estaba abandonada pero intacta. Me contó que las llaves estaban siempre puestas del lado de afuera porque ¿quien va a entrar a la casa que no es de él?






Y me contó que extrañó como loco a  “Argentina, mi país”, y me lo dijo en su castellano de Castilla La Vieja, y empezó a silbar bajito.



Una tarde que fui a visitar a mis abuelos –para entonces habían vendido la casa y vivían en un pequeño departamento al final de un largo pasillo- escuché algo que congeló mi sangre. Aniceto lloraba, como un niño. Toqué el timbre de su casa y nadie me atendió. La ventana entreabierta de su dormitorio dejaba ver el espejo de un viejo ropero y poco más. Le pregunté que le pasaba y escuché apenas un balbuceo. Grité por Elena, mi abuela. No existían los celulares y el vecino más cercano se encontraba en su trabajo. Sin saber que hacer estuve unos quince minutos hasta que vi entrar por el pasillo a mi abuela a paso tranquilo, con la bolsa de los mandados. Se sobresaltó al verme. Le dije que el abuelo estaba llorando. Me dijo que no, que habría  escuchado mal. Y agregó: "andá nomas, andá, yo me arreglo…" Miré a mi abuela de una manera que hizo que se calle. Titubeó una mentira: “No encuentro las llaves”. Dejá ,abuela yo las busco, dije, tomando su viejo monedero con flores. Las llaves estaban allí, bien a la vista.
Al entrar vi la foto que no se olvida. Aniceto estaba atado de pies y manos a la cama, llorando. “Y que querés, si no lo ato se escapa…yo ya no doy más…”
En aquellos años aun no se había escuchado demasiado sobre el Alzheimer. Aniceto vivió unos pocos meses más. Jamás volví a hablarle a mi abuela.

En esta otra foto esta Aniceto, muerto. Fue la primera muerte de mi vida. En su cajón de muerte estaba amarillo y vestido con corbata. Fue en  aquel momento en el que decidí que  jamás volvería a  mirar a un ser querido que hubiese muerto. Razoné que preferiría recordar a aquella persona de otra manera, con vida, sonriente, enojada  o como fuese pero no así, no así.
O quizás fuese simplemente cobardía.


Una pileta profunda,una llave vieja, un auto hermoso
Una radio única (para mi), el inmenso pino, unas fotos color sepia
Y otras a color,
                       Aniceto.







* de todas las cosas aquí contadas, alguna, quizás , sea cierta.

jueves, 2 de mayo de 2013

Te digo una cosa





En la ventana  se veían las gotas de la lluvia escurrirse como pequeñas lágrimas. Entrevió un gris oscuro entre las ramas de los árboles y pensó: Va para largo. No tenía frío pero igual buscó casi a tientas la frazada y se tapó. Aunque nunca coincidió con aquel lugar común de: “Que hermoso es dormir con el ruido de la lluvia”, se durmió.

Una sola cosa te digo –le dijo su padre- : Las cosas no son tan fáciles como parecen. Lo dijo serio, como casi siempre, y prosiguió (su padre siempre decía:”Una sola cosa te digo”, pero después decía varias): Para conseguir algunas cosas, como las que hoy disfrutas, hay que romperse el lomo, ¡eh!  ¡Y como!
Vivían en una casa hermosa. La habían estrenado hacia un par de años. Tenía todas las comodidades que podían pretender: Calefacción, refrigeración, televisores, biblioteca, computadoras, electrodomésticos por doquier (algunos jamás utilizados), cómodos sillones, autos. El joven miraba todo aquello mientras escuchaba a su padre. Miraba todo aquello y le resultaba todo muy común: había nacido con todas esas cosas.
¿Sabés lo que pasa?, siguió su padre que pareció leerle el pensamiento: Vos naciste con todo esto , no como nosotros. Dijo nosotros y miró a su esposa que hasta ese momento no había dicho palabra. ¿No es cierto? Decile, dale, decile. Pero no dejó que diga nada. Siguió él. En mi época usábamos pantalón corto hasta que teníamos unos pelos así en las piernas -hizo un gesto con su mano separando pulgar e índice-... y no había televisión. Había ,se corrigió, pero no teníamos. Solo había una en la cuadra: la de Víctor, el dueño de la mueblería. ¿Celulares? ¿Aire acondicionado? ¡Pero no me hagas reír, ¿querés?!
¿Y vos? Veintidós años, nunca laburaste ¿y ahora me salís con que querés dejar de estudiar? ¿Y que pensás hacer, si se puede saber?
Voy a trabajar y en diez años voy a tener una casa mejor que esta, dijo el joven mientras mantenía la mirada de su padre.

Un trueno lo sobresaltó. Las lagrimas de la ventana ya eran una sola que todo lo cubría. Cerró sus ojos.
La mujer se fue y cerró la puerta tras de sí, en un portazo final, definitivo. Se sentó en un sillón pequeño de descoloridas flores tapizado y comenzó a llorar. Lo de comenzar a llorar, en verdad, no se ajusta demasiado a la realidad. Venia llorándola desde hacía años. Desde que se dio cuenta que vivir juntos era sufrir, pero, a su vez, inimaginando un destino sin ella. Todo lo contrario, concibió su vida en torno a ella. Todos sus planes la tenían como principal protagonista: una casa, tal cual ella hubiese deseado, un viaje al lugar soñado más por ella que por él. La más mínima parcela de su día, la tenía a ella allí, central.
Nunca concibió el más mínimo desgaste en la relación, pese a que ella estaba allí para decírselo. Ocultaba, tapaba todas y cada una de las realidades que hablaban de desamor. Barrió años de basura debajo de la alfombra de la negación.
Visitaba cada vez más seguido el cuartito de las herramientas, donde lloraba tras cada discusión.
La tarde en la que llegó a casa y vio la valija preparada parecía ser una más, como tantas. Pero en esta había valija y portazo. Y más llanto.

Creyó  escuchar un pájaro. Algo así como un chirrido agudo. Pero no. Era una rama del pino que, quebrada, parecía sufrir antes de caerse. La miró un rato largo, hasta que un latigazo de viento  se apiado de ella.
Se restregó los ojos. Miró el reloj. Faltaban tres horas aun para levantarse.
Volvió a taparse con el acolchado color tierra. Movió la cabeza de un lado a otro.
¿Cuántas veces te dije que no hagas eso? Gritaba y miraba al perro con furia. El perro había roto por enésima vez unas plantas que el jardinero había colocado  unos días atrás. ¿Cuántas veces te lo dije, Charlie? ¿Cuantas? El estúpido nombre en inglés había sido idea de su hija menor y, dicho en el medio de su enojo, resultaba más estúpido aun. Tomó al perro del collar y lo arrastró varios metros mientras lo pateaba con todas sus fuerzas.   De repente  el perro gritó: ¡Basta! ¡Basta ya! ¿Hasta cuando creés que voy a aguantar este maltrato? ¡idiota! Me das de comer tus sobras y  no te basta con que mueva mi estúpida cola ¿no es cierto? Me paseas solo para mostrar mi pedigrí y vanagloriarte con la vecina y ¿debo adorarte por ello? Me tenés harto. El perro se paró en dos de sus patas, pero sin apoyarse en él, sólo sobre sus dos patas traseras. Caminó en torno suyo mientras decía: Con dueños como vos, pronto conduciremos autos solo para llenar las carreteras de imbéciles  idénticos a  vos atropellados y pasados por arriba, una y otra vez. 
El perro dio media vuelta, le arrojó la correa en la cara  y se marchó.


Sonó la alarma del despertador . Enseguida la apagó, evitando despertar a su mujer, que dormía a su lado. Corrió su pelo para verla mejor. Lo hacia todas las mañanas, le gustaba verla dormir. Ella dormía con un gesto placido, casi sonriente.
Se puso su bata de seda con el monograma bordado en un bolsillo , bajó las escaleras y pudo oler las tostadas que ya tenía preparada Aurora, su empleada. Sobre la mesa tenía los diarios del día. Una taza de café negro dejaba volar su vapor.
 “Señor –escuchó que le decía Augusto, su mayordomo, lo llamaron de su empresa por el tema de la ampliación…si quiere me ocupo de llevar los chicos al Colegio…”
Si, Augusto, por favor. Gracias.
Miró a través de la ventana el inmenso parque y vio la rama rota.
Charlie, correteaba tras unas hojas.
Miró, despacio, muy despacio, en derredor suyo. Cada cosa, cada objeto. Mientras ,el café se enfriaba y el diario era leído por nadie.

Tomó su abrigo y su maletín y se dirigió a la puerta. La abrió, también despacio, y antes de cerrarla, giró y  dijo, con voz temblorosa: Aurora ¿le puedo hacer una pregunta? ¿Es esta la realidad, no es cierto? ¿No es cierto, Aurora?