sábado, 28 de abril de 2018

Pañuelos de papel








Comencé a cruzar la plaza a las 11 en punto. Crucé la avenida arbolada y me quedé unos segundos a la sombra. No recordé exactamente la palabra de mi cita de las once y treinta: no sabía si era “cita” o “turno”. La había pactado por teléfono después de estar casi veinte minutos pasando por el conmutador del Ministerio y se me había olvidado.
Es lunes por la mañana –en la Capital, las once es aun una hora temprana- y la gente se conducía apuradamente pero con cara de no poder hacerlo: ojos casi entornados, rostros serios, pasos prontos…muy a las perdidas una sonrisa. De fondo, las bocinas lo tapaban todo, incluso el piar de los gorriones y los tordos que eran, lo sabía bien, miles.
No dejaba de llamarme la atención cómo todo transcurría normalmente pese a yo sentirme tan mal. Eso me irritaba. Pero, a la vez, me decía: ¿Y porque ellos habrían de saber lo que me pasa? ¿Cuántas veces habré pasado junto a alguien que esté como yo ahora y lo ignoré? ¿Cuántas habré estado compartiendo momentos junto a algún compañero de trabajo, incluso algún amigo y no me di cuenta de su pesar? ¿Cuántas?
El monumento al Líder estaba en medio de la Plaza. Construido en cemento, de color gris, sin ninguna pintura que lo recubra, debía medir unos treinta metros. Estaba parado mirando hacia abajo y no importaba  donde uno estuviese  parecía que fijaba sus ojos en aquel que lo mirara. Recuerdo que se inauguró cuando yo era muy pequeño , con desfile militar y fuegos artificiales de por medio. Nunca se hablaba ni de la salud ni de la edad del Líder y desde hacía varios años solo se escuchaba su voz por los parlantes de cada casa en ocasión de su cumpleaños y del aniversario de la Gesta.
El Ministerio era uno de los diez que rodeaban la plaza y el más grande. Tenía diez pisos y ocupaba una manzana entera , como un gran cubo. Estaba revestido de mármol color bordó, lo que lo hacía resaltar del resto. Miré mi reloj: once y veinte.
Entré al gran hall y fui directo a la mesa de informes.
- “Tengo un turno para las once treinta”, le dije al joven de Informes.
 - “Cita. La Ministro no da turnos, da citas. ¿Su apellido?”
-“Perdón, cita. Tengo una cita a las once y treinta, mi apellido es Gates. Juan Gates”
- “Quinto piso, oficina 540. El ascensor no funciona”
-“Gracias”
Me alegré de mi puntualidad y de los diez minutos que faltaban. Ahora siete. Me alcanzarían para subir los cinco pisos sin problemas.
Llegué y me senté, pero al hacerlo escuché: ¡Gates! . El tono de la señorita me sobresaltó. No era un tono imperativo pero si lo suficientemente fuerte para no tener que salir de la oficina en la que estaba. Entré y dije:
-“Soy Juan Gates”
La recepcionista de voz potente me dijo:
-“Pase, la licenciada lo está esperando”
- “Gracias”. Había entrado hacia menos de diez minutos al Ministerio y ya había dicho dos veces “Gracias” sin que aun hubiese solucionado el problema que me  había traído allí.
La oficina era inmensa y estaba toda revestida en madera lustrosa, incluso las paredes. La Licenciada estaba mirando hacia afuera por el amplio ventanal que daba a la plaza y al escucharme entrar se acercó hacia a mi, extendió su mano y me dijo:
- “Iris Schwartz, siéntese por favor”
Tendría unos cincuenta años y una belleza impactante. Alta, erguida, su pelo prolijamente recogido, casi sin maquillaje y ninguna joya. Vestía una chaqueta ceñida y tacos que la estilizaban aun mas. Su rostro, sin embargo, tenía una seriedad extraña, un rictus aquerenciado.
Ella rodeó el escritorio –también inmenso y con sólo una carpeta cerrada sobre él- y se sentó. Yo hice lo mismo en una silla amplia y tapizada , con apoyabrazos de madera,  casi un sillón. Apoyé mi libreta de identificación sobre el escritorio.
-“Dígame en que puedo ayudarlo, Sr Gates”.
- “Voy a ser directo, Licenciada: No sueño mas”
- “¿No sueñas más? Bien. Le voy a pedir que me aclare un poco. ¿A qué se refiere al decir que no sueña mas?”
- “Bueno, justamente eso. No me refiero a los sueños que uno tiene cuando está despierto, no. A esos tipo de sueño yo lo relacionaría con las metas…o los planes que uno puede - o no – tener. Pero yo me refiero a otra cosa, me refiero a aquello que uno sueña cuando duerme…”
- “Entiendo. Ahora dígame. ¿Cómo sabe que ya no sueña más?”
- “Me resulta extraña su pregunta , Licenciada. Yo siempre supe que soñaba. Y supe qué soñaba. Nunca creí aquello de que uno se olvida de los sueños. Al menos a mí nunca me pasó...o , mejor dicho, nunca me había pasado”
- “¿Usted me quiere decir que recuerda sus sueños?”
- “Si. Completamente. O casi”
- “¿Puede contarme alguno?”
Su pregunta me desconcertó. ¿Esperará que le cuente una intimidad? ¿Debería yo acceder a ello?
- “No estoy seguro de querer hacerlo, discúlpeme”, le dije.
- “No tiene porque disculparse, Sr Gates. Sólo era para corroborar con qué tipo de detalle lo hacía”
- “Recuerdo mis sueños, Licenciada, créame”
Me interrumpió y me pidió que no le diga Licenciada sino que la llame por su nombre.
- “Muchas veces, durante el día, tengo problemas. Todos los tenemos. En oportunidades, problemas menores, corrientes. En otras, problemas graves, dolientes. Y en todas esas oportunidades me tranquilizaba el hecho de saber que por las noches podía soñar.
Ya acostado, habiendo apagado la luz, dejaba los problemas a un lado y preparaba mi sueño: la mayoría de las veces esos sueños eran premeditadamente incumplibles: Yo soy el cantante exitoso, el millonario benefactor, el científico huraño, el escritor irrepetible. En mis sueños soy el que nunca seré. Y soy feliz allí… ¿me entiende?”
- “Claro que lo entiendo, Sr Gates”
La interrumpí y le pedí que me llame por ni nombre.
- “Claro que lo entiendo, Juan. Pero estoy en un problema. Usted vino al lugar correcto. Estamos en el Ministerio de la Felicidad. Y yo soy la ministro. Pero, como comprenderá, debo derivarlo a mi equipo. El problema es que hay dos secretarías que podrían ver su caso. Pero dudo a cual derivarlo..es más ..creo que a ninguna.
El Dr. Alexander Minitti es el subsecretario de Sueños Incumplidos. Y la Dra Erika Rosenfeld es la subsecretaria de Sueños Cumplidos…pero…el problema es que usted no sueña…”
- “Entiendo”, dije.
- “Lo que me confunde aun mas es lo que me acaba de decir: Usted soñaba sueños irrealizables. Por lo tanto no lo puedo derivar con Rosenfeld. Usted nunca los cumplió”.
- “Es verdad”.
- “Por un lado, mejor. Es muy difícil cumplir los sueños, pero lo es más aun cumplirlos y no ser feliz. ¿Le parece que lo derive con Minitti?”
- “Con todo respeto, Iris. Yo tampoco tengo sueños incumplidos. Al menos no los que soñaba por las noches. Esos sueños no eran para ser cumplidos . Eran para volar. Eran para poder hacer lo que  cuando uno está despierto no puede. Hacer lo imposible.
En mis sueños yo volvía a estar con mi padre – el falleció hace muchos años- y en ellos me aconsejaba lo que no pudo hacer en vida. Caminamos por la vereda del sol, despacio. Él ríe. Nos sentamos en una mesa y tomamos su whisky preferido. En mis sueños el hielo del whisky nunca se derrite. Y el vaso nunca se vacía. ¿Sabe qué  hermoso es?
En mis sueños puedo volver a estar con aquella mujer. Escuchar su respirar. Sentir como real el sabor de su boca.
En ellos redacto el poema que el poeta ya escribió. Y ese poema es mío y de nadie más. Y se lo leo a ella. Y ella, la mujer que le decía antes, lo escucha y sabe que fue escrito para describirla…En mis sueños ella no vuelve: nunca se fue.
En ellos no hay cuestionamientos, ni arrepentimientos, ni explicaciones.No hay engaños ni hipocresía, solo verdad.”
- “Es por eso que vine a verla. Desde hace más de seis meses ya no puedo soñar. Por más que lo intento, no puedo. Las noches están vacías. Huecas. Y por la mañana, al despertarme no recuerdo ni el silencio.”

La licenciada se había parado y estaba nuevamente junto al ventanal.
- “Déjeme que lo hable con mi equipo, Juan. Deme unos días. Nosotros nos contactamos con usted”
Dijo esto dándome la espalda y sin darse vuelta me dijo:
“Adios”
La escalera era más veloz al bajar. Al llegar al segundo piso recordé la libreta de identificación sobre el escritorio y me maldije.
Volví sobre mis pasos, la recepcionista no estaba en su escritorio. Golpeé la puerta y entré.
- “Disculpe, Iris, olvidé mi libreta…”
Me acerqué al escritorio y la tomé, fue en ese momento cuando me di cuenta que La licenciada Schwartz , la ministro de Felicidad de la Gesta, tenía los ojos enrojecidos, algo hinchados y sobre el escritorio había , estrujados , algunos pañuelos de papel.










"Todo sucede en la mente y sólo lo que allí sucede es real" (Jorgito Orwell)
"Esta habitación es irreal , ella no la ha visto" (Jorgito Borges)