lunes, 18 de agosto de 2014

La cajita




Podría ser la fragancia del enorme laurel que habitaba los fondos de la casa. O, quizás, el piar de los pájaros por las mañanas. También el ruido de los autos en las calles de granza. Todas ellas y muchas cosas más pueden traer a mi memoria los veranos en Santa Marta. No recuerdo ninguno de mi infancia sin ir a la casona. 
Mi padre la había construido con paredes de piedra y chimeneas que parecían castillos. 








Fueron veranos de juegos y de sueños. Tardes enteras recostado en los médanos esperando al sol irse. Mirando su amarillo, su naranja, los bordes difusos, casi de fuego, de fuego lejano. Y luego, nada. Y más tarde la noche. Volvíamos a la casona cantando canciones y tirando piedras a los tachos. El humo de la fogata que encendía mi padre , presagiando asado, nos recibía , indefectible.
Mi madre acariciaba mi cabeza y me hacía preguntas de rigor: ¿La pasaste bien? ¿No hiciste ningún lío, no?
Mi madre me hablaba en singular, aunque siempre estaba con mi mejor amigo, Agustín. Él vivía a dos cuadras de la casona pero, desde fines de diciembre , en que llegábamos, hasta los primeros días de marzo, en que nos íbamos ante el inicio de las clases, nos hacíamos inseparables.
Recorríamos el poblado de punta a punta, casi siempre caminando, otras, las menos, en bicicleta. Nos conocía todo el mundo, incluso los turistas. Preferíamos caminar por una razón sencilla: no teníamos nada que hacer, de manera que nunca había apuro ninguno en llegar a parte alguna.
Corría mil novecientos setenta y cinco, y yo tenía cinco años. Mi nombre es Julián.



Los veranos en la casona eran famosos en la zona. Mis padres solían realizar fiestas para las cuales venían amigos de la ciudad y se invitaba a vecinos del lugar. El parque era adornado por mi madre y por Fran, la señora que iba a todos lados con nosotros. Colocaban guirnaldas de papel, luces de colores parecidas a las kermeses, algunas velas. El césped, siempre inmaculado oficiaba de alfombra. Se comía y se bebía hasta casi el día. Nosotros, los chicos, jugábamos por allí, hasta quedarnos dormidos en alguna silla.
Ya la última quincena de todos los febreros, me empezaba a sentir mal. Algún dolor de panza. Siempre tos. A veces fiebre.  El médico, en el verano del setenta y siete, fue claro con mamá: ¿Sabe que pasa Sra.? Su hijo no se quiere ir.
Y me pasaba el año entero deseando volver. Programando actividades, escribiéndonos cartas con Agustín.



El verano en el que todo sucedió, yo tenía ocho años. Llegamos unos días antes de las fiestas, los tres. En el viaje, mientras ellos creían que dormía, los escuché discutir. Mamá le preguntaba por un nombre de mujer. Y lloraba. Papá negaba, sin dejar de mirar la ruta. Poco antes de llegar, ella lo insultó. Su maquillaje corrido era una máscara. EL cachetazo la tiró contra la ventanilla.
Ese fue el primero de una serie larga de llantos , de insultos y golpes. Incluso durante la fiesta de enero, luego de Reyes. Yo estaba en el ropero escondido y los vi: Mamá y Richard, el amigo de papá. Me quedé mirándolos por la rendija del ropero un rato largo. Lo vi entrar a Papá y cerré los ojos.


En ese mismo ropero me encontró la abuela, abrazado a mi cajita de madera.
Los cuerpos de Papá y Mamá estaban sobre la cama, bañados en sangre. Los habían destrozado con un cuchillo, según los investigadores, de hoja pequeña, muy filoso.


Varios meses duró la pesquisa. Nunca encontraron al culpable. Richard estaba con su mujer en plena fiesta, brindando, cuando todo sucedió.




La abuela me llevó a vivir con ella a Buenos Aires. El abuelo había muerto hacía tiempo, y fue por eso que formamos una pareja inseparable. Clara, así se llamaba, me acompañaba a todos lados. Al colegio, al club, en donde aprendí a nadar, a los primeros bailes. No sabía manejar, entonces íbamos en taxi y encontraba siempre un café en el que esperarme. Cuando fui creciendo, la abuela comenzó a dejarme salir solo, pero siempre, al llegar, la encontraba en la cocina, mateando, esperándome. Conoció a mis novias y fue compinche de todas pero amiga de ninguna. Guardabosques, le decía yo , a manera de dulce recriminación.
Finalmente me casé con Sol y me fui de su casa. Forme una familia hermosa, con dos niños increíbles, que son los amores de Clara. Medio en broma, medio en serio, le recuerdo mi exclusividad. Y reímos. 

Hace ya un mes que falleció Clara. Recuerdo, como una instantánea, cuando me llamaron al trabajo para decirme que la habían internado. Corrí por las calles, la clínica quedaba a cinco cuadras. Llegué agitado y escuché mientras el médico me daba las peores noticias. “Despedite, Julián”
Caminé por el pasillo de paredes celestes. En mi mente pensaba cosas pero no lograba hilvanar un pensamiento que diese lugar a ninguna palabra. Mis pies parecían cada vez más lentos y pesados.  Abrí la puerta. La abuela estaba sentada en la cama, con su mejor sonrisa. Me pidió, con voz de susurro, que me acerque. Me tomó la mano. Me incliné y la besé mientras olia el mismo perfume de jazmines de toda la vida. Cuidáte, Julián, mi amor. 
Si, abu, claro. 
Vas a estar bien, mentí. 
Balanceó su cabeza en un no, mientras sonreía.
Movió su mano y me pidió que me acerque aun más. 
Yo se lo de la cajita de madera, me dijo. Es nuestro secreto. Fijó sus ojos en mí, en su última mirada.
Apretó mi mano y cerró los ojos. Me costó desprenderme de esa mano tibia tan lejana a la frialdad que uno supone.



La llevamos a un cementerio de las afueras. Ubiqué un lugar cercano a un roble joven y hermoso. A unos metros hay un banco de madera en el que algunas tardes leo.

Hoy vine temprano. Traje unas flores –unos crisantemos, como a ella le gustaban- y la cajita. Voy a hacer un pozo y la voy a dejar junto a ella. La tierra es blanda, retiro el césped con cuidado, para volver a tapar el pozo. Antes de enterrar la cajita la abro y la miro por última vez: Unas figuritas, el pañuelo azul con el escudo bordado, una llave, un lápiz de carpintero y el cuchillo pequeño de hoja filosa.

martes, 5 de agosto de 2014

Babel




BABEL




En el 2006 debí dejar de verla. No pude terminarla. Habiendo pasado ya un tiempo , me recuerdo viviendo una situación que moría y que me tenia casi muerto, y debe ser por ello que esta película me sensibilizó tanto. El hecho es que no pude terminar de ver "Babel" en aquel lejano entonces , y  solo pude hacerlo ahora, casi involuntariamente , mientras hacia zapping , pasando de un canal malo a otro peor.

Esta vez ¿destino? la encontré en el exacto punto en el que , hace ocho años la había dejado: La niñera
mexicana se pierde en el desierto y debe salir a buscar ayuda. La encuentra una patrulla y , luego de largos primeros planos de cámara al hombro que reflejan la desesperación de la mujer, el plano se corta y un policía (otro) aparece diciendo: "Fue un milagro que hayamos encontrado con vida a los niños". Fiuuuuu.



Me acomodo en el sillón cómodo por enésima vez y sigo  mirando. Y escuchando. La música de Santaolalla ,de violines descarnados, muestra a Cate Blanchett
 (¿hay algo que haga mal esta Señora?) baleada por unos niños marroquíes que jugaban con un rifle disparándole a los colectivos.


Luego de mucho sufrir , su esposo, Brad Pitt (¿hay algo que haga bien este Sr?) logra hacer que llegue un helicóptero y la traslade a un hospital.
Puchereo con la escena en la que Pitt quiere agradecer al aldeano que lo había ayudado durante la espera y le entrega dinero . El viento de las aspas de helicóptero, los violines y las manos del marroquí negándose a aceptar el dinero, confluyen en la dignidad del que se niega y la impotencia del que quiere agradecer y no sabe cómo. Puchereo mas aun , cuando Pitt habla por teléfono con su hijo desde un pasillo del hospital.      





El rifle con el que hirieron a Blanchett le había sido regalado al padre de los chicos por un cazador japonés.
Los datos del rifle llevan a la policía japonesa a la caz(s)a del cazador. Un joven teniente llega al lujoso departamento. Lo atiende una joven. Ella es ,ademas de joven,hermosa  y sorda.





Tiempo atrás , su madre se había suicidado y ella la había encontrado. Las circunstancias del suicidio real se confunden con el suicidio potencial. Su madre se pegó un tiro, sin embargo, ella le dice al teniente que se había arrojado por el balcón.
Al llegar su padre, la joven está en el balcón. Otra vez me acomodo en el sillón. Otra vez los violines y la cámara lenta de Iñarritu que dice todo. El padre se acerca. Un primerísimo plano de la mano de la joven muestra como la acerca a la de su padre y la toma. Puta madre, ¡ Que bueno es que te tomen la mano cuando necesitas que te tomen la mano!


Me sirvo un amable bourbón; en el vaso , un hielo se tiñe de ocre. Encuentro tan lejano aquel 2006. Si la vida son momentos ,y no años, me parece lógico encontrar tantos momentos aciagos. Y , también,como luces, brillantes, efímeras, nunca suficientes, pero siempre presentes, están esos momentos de alegrías , de sonrisas, momentos dulces, que nos dan ganas de seguir intentando.

Quizás esta demasiado tardía reseña no sirva para que vean "Babel". O quizás ya la vieron. En todo caso, aquí está, para aquel que quiera sufrir un rato.







"A mis hijos, las luces más brillantes en la más oscura noche".