domingo, 20 de junio de 2021

Callo

 




Hoy, me hubiese gustado que me llames.
Si, está bien, es una convención , lo sé, pero bueno, te esperaba.
Cómo en las navidades , o los cumpleaños.
Que sé yo. Te espero.
No dejo de sorprenderme por tu ausencia.
Cada día que pasa sin verte produce ¿Cómo decirlo? Como un callo. Como una dureza, una costra.  Pero no en mí piel,no.
En mí pecho.
Adentro.
Debo ser culpable ,seguramente.
Algo debo haber hecho mal.
Pienso y vuelvo a pensar y no lo sé.
Te juro que no lo sé.
No, no puedo jurar por quién no creo.
Te aseguro, mejor,  que no lo sé.
Jamás me hubiese imaginado vivir así.
Esperándote.
Día tras día. 

Sonriendo para la galería.
Viviendo por otros y para otros.
Pero sin vos.
Los demás parecen no entenderme.
Ya no lloro cuando hablo de vos.
Debe ser por eso , ¿no?
Deben creer que estoy mejor.
Me está agarrando sueño.
Esperé ya casi hasta las doce.
Hoy me hubiese gustado que me llames, ¿sabés?















Debe ser verdad, I.

Mientras dura el remordimiento, dura la culpa.








domingo, 2 de mayo de 2021

Alivio

 




No es tal el miedo ,es alivio.

El sabor del café en la  mañana, la alegría de mí perra al levantarme, el persistente aroma del malvón, la rutina hermosa de recordarte, el sonido del agua en mí ventana, la sonrisa de mí hija, el vértigo de extrañar, la tarde amarilla.

Todo eso desaparecerá , es verdad.

Pero es un alivio pensar que también lo hará el silencio de mí hijo, mí  insoportable opacidad, la certidumbre de saber que ya no hay planes ni metas, el agrio día a día, el lento transcurrir, tu ausencia.

A medida que el tiempo pasa voy dejando que  mis uñas se suelten y ya no se aferren a estos días, voy dejando que el miedo de caer se transforme en ese alivio de saber que ya no hay más.


domingo, 25 de abril de 2021

El Elegido.

 



Esteban Matthias comenzó a fogonear, para sí mismo en un comienzo y luego ampliando a sus familiares y amigos, que tenía una especie de don atribuido por vaya a saber quién, que lo convertía en un afortunado, una persona destinada a evitar las tragedias y accidentes que viven el resto de los mortales.

Fundamentaba su teoría en una serie de hechos , no muchos pero si trascendentales, que solía relatar a aquellos a quienes se la confiaba.




El primero de los hechos sucedió cuando tenía 24 años. Recuerda con claridad la fecha porque aun guarda recortes de los diarios de la época. Fue un 17 de abril de 1992. Ese día salía de la clínica  a la que había ido a retirar unos análisis. Cruzó la calle con cuidado y al llegar al café dudo en sentarse a tomar uno y siguió caminando a su derecha. Cree haber sentido la explosión pero los médicos dudan que así sea. Se despertó quince días después en la clínica de la cual había salido.

Un camión que transportaba garrafas fue chocado por detrás y nadie se explica como, porque no debía suceder, todo voló por los aires. Las cinco personas que estaban en la vidriera del café murieron en el acto y, sumando a los choferes de los vehículos involucrados, personas que había en la vereda y demás , fueron dieciocho los muertos, convirtiéndose en una de las tragedias mas importantes de la historia de la ciudad.

Esteban pasaba por detrás de un transformador de la empresa eléctrica que estaba en la vereda, segundos después de haberse arrepentido de tomar un café. Medio metro detrás suyo una mujer murió literalmente decapitada por una garrafa que le arrancó la cabeza. El transformador salvó su vida y solo sufrió un fuerte golpe en el cráneo al golpear contra la pared que hizo que los médicos tuvieran que mantenerlo en coma mientras disminuía la hinchazón.

 

 

 



El segundo de los hechos sucedió tres años después, en la temporada del 95. Estaba con un grupo de amigos en el balneario del tío de uno de ellos, en las afueras de la ciudad. Disponían de dos de las mejores carpas, una pegada a la otra, con reparo y vista al mar. Él solía ir sólo los fines de semana y estuvo a punto de no ir ese sábado porque había escuchado que habría tormentas eléctricas por la tarde. Al despertarse vio un sol radiante y pensó lo que siempre pensaba: Estos del pronostico no tienen ni la más puta idea.

Llegó cerca de las once y se sentó junto a un amigo, Javier, y su novia quienes siempre  eran de los primeros en llegar.

Más tarde se fueron sumando el resto hasta completar unos diez. Almorzaron, bebieron y se rieron hasta que algunos comenzaron a ir al mar. Esteban se quedó leyendo una novela a la que le faltaban solo algunos capítulos para terminarla.

La tarde transcurrió tranquila . Poco después de las cuatro comenzaron a verse unas nubes oscuras que venían del lado de la ciudad.

A las eso de las cinco , el Polaco, el sobrino del dueño, invitó a todos a dar una vuelta a bordo de una especie de catamarán pequeño que solían alquilar como atractivo turístico.

Todos accedieron y se encaminaron a la orilla. Esteban se negó, a costa de quedar como un aburrido, siempre pensando en terminar la novela a la que le quedaban ahora una pocas hojas.

Abrió la heladera, se sirvió una cerveza y se sentó en la reposera. Vio como todos sus amigos subían al catamarán y le pareció escuchar las risas de todos aun estando tan lejos.

Mientras leía no se dio cuenta de las nubes. Fue casi al mismo momento que terminó la novela y levantó la vista hacia el mar. Todo estaba cubierto por una nube tan oscura como la noche. Vio como el catamarán se acercaba a la costa, apenas pasando la rompiente.

No saben si fue el mástil del catamarán lo que atrajo al rayo. Esteban estaba mirando en el preciso instante en que la silueta inconfundible del rayo, primero, y luego un sonido ensordecedor, impacto a la embarcación.

Luego los gritos, los llantos. Aun nadie entiende como sobrevivió Silvina, la novia de Javier. Más tarde ella dijo que , como eximia nadadora que era, decidió pasar la rompiente a nado, porque tenía miedo y quería llegar rápido  a la orilla.

EL resto de sus amigos murió.

 

 

 



Poco más de diez años después sucedió el tercero y último de los hechos.

Esteban tenía que viajar a España , enviado por la empresa para la que trabajaba, con escala en San Pablo. Se levantó temprano, tomo un taxi (aunque podía hacerlo , porque el viaje era corto, apenas cinco días,  odiaba dejar su propio auto allí). Hizo el embarque normal y se propuso dormir hasta llegar a San Pablo donde debían estar cuatro horas.

El aterrizaje fue más tranquilo de lo que esperaba, -tenia pésimos antecedentes de Congonhas que debía utilizarse por remodelaciones en Guarulhos- , y a los pocos minutos estaba en el café de la sala de transbordos.

Leyó los diarios sin entender demasiado, su portugués era pésimo, y decidió dar una vuelta por el lugar. Se detuvo en una librería. En la vidriera estaba la última novela de una de sus autoras preferidas, apenas visible en un rincón de la estantería más alta y se quedó mirándola. Escuchó una voz femenina que le decía, en castellano: “Con que sea apenas igual que su anterior libro, será maravillosa…¿leíste “Recorre los campos azules?”

Él se quedó pensando cómo podía ser que alguien conozca a Claire Keegan, como podía ser que esa persona sea una mujer hermosísima y , he aquí lo extraño, como podía ser que ella se le acerque a hablarle de ello.

“Sí , claro”, le contestó.

Fueron a un café –no al que había ido anteriormente que estaba repleto de gente, sino a uno que quedaba en otra explanada, bastante lejos de allí.

Sostuvo la charla más encantadora que jamás imaginó con esa mujer hermosa, hasta que su celular le indicó una alarma. Debía ir a embarcar.

Que él se haya equivocado en la hora del embarque al poner la alarma, que su encuentro lo haya hecho distraer más de la cuenta, que esa mujer se transforme dos años después en su esposa, que él haya perdido su avión y que ese mismo avión, apenas cuatro horas después pierda contacto con tierra y nunca jamás se sepa nada ni de el  ni de las casi trescientas personas que iban a bordo, es el último de los eventos que convencieron a Esteban Matthias de que, evidentemente, era un elegido.



Esteban Matthias entendió que había una sucesión de hechos -el arrepentimiento de tomar el café, el segundo exacto hasta alcanzar el transformador, la novela indispensable en sus últimos capítulos, el ejemplar de Claire Keegan divisado en el estante alto,la alarma equivocada,la charla posterior con esa mujer increible- que no podían responder al azar sino algo más cercano a un designio,a un camino prefijado ,a un  destino feliz.

 

 

 

 

 

 

En pocos meses cumpliría cincuenta años y , aunque nunca fue muy amigo de las celebraciones, consideró que cincuenta era un numero que lo ameritaba.

Pensó en hacer las compras con tiempo y eso hizo. Fue al lugar a donde siempre iba y, a diferencia de otras veces, eligió estacionar su auto en frente, cruzando la avenida, y no en el estacionamiento del subsuelo,  para luego salir más rápido a su casa.

La avenida era ancha y en el medio había un boulevard hermoso al que le habían colocado, ya hacía varios años, unas palmeras que lucían hermosas. Cruzó la primera parte y se detuvo debajo de una de ellas. Al comenzar a cruzar la otra parte, no vio la manguera semi enterrada que habían colocado allí con fines de riego.

Lentamente, Esteban Matthias comenzó a caer sobre la avenida, Al hacerlo vio el Toyota azul que venía velozmente, enseguida supo que no podría frenar y que ello no sería culpa del conductor. En su último vuelo, Matthias solo atinó a espera la caída.

Al golpear contra el asfalto, segundos antes de que la rueda derecha le destroce el cráneo y su cerebro salga desperdigado en mil pedazos, algunas imágenes se le cruzaron velozmente: un perro blanco, su padre sonriente, sus hijos en una hamaca, la mano de su madre acariciándolo, una mujer amándolo.