viernes, 30 de mayo de 2014

Distracciones






En mi vida han habido 
pocas muertes importantes.
Muertes sentidas, indispensables. 
Muertes que hacen tajos en la piel
Y en al alma.

No se porqué me ocurre ahora.
Quizás el hecho físico de haberte enterrado.
La exacta pala,en el incierto barro.
La tierra que no cae suavemente
Golpea.
Mi cuerpo que se cansa, el sudor
Que disfraza lágrimas.

Mientras la noche desciende 
Miro el jardín,  tu tumba.
Imagino la oscuridad, el frío (el tuyo)
La humedad, el ya no más. 
Tu cuerpo que se degrada
Te imagino quieto, cansado.
Te extraño fuerte, presente.

Ya la vida me inocula distracciones. 
Pronto el tiempo me habrá horadado.
Y serás todo
Y serás recuerdo 
Y más tarde nada,
Y olvido.



lunes, 26 de mayo de 2014

Gaunita




                                     









Una tos. Insistente, molesta tos. Fines de noviembre. ¿Quién iba a decirlo?     
Un veterinario de renombre. Antibióticos y a casa.
Menos de un mes después, conjuntivitis. La tos ya había, creíamos, pasado.
Antibióticos y a casa.
Hasta que un día notamos que te costaba hacer pis. No levantabas la pata, te encorvabas. Dolor.
Otra vez: ¡Vamos, Gauna! Salías contento. ¿Adónde creerías que iríamos? Otra vez por un pinchazo. Otra vez por pastillas.
“Tiene inflamada la próstata. Te sugiero operarlo”.
Como no, Doctor.
Anestesia. Más antibióticos. Más pinchazos y mas pastillas.
“Todo salió bien”.
¡Cuánto me alegro!
Si hubiésemos sabido con mi inseparable Guadalupe , mi negra, que nuestro todopoderoso Dogo Argentino ya no volvería a ser aquel que  fue, hubiésemos comenzado allá por febrero a llorarlo.
Nos llamó la atención que no te parases. Y más antibióticos. Y más pinchazos.
Hasta que tu hígado de acero dijo basta para mí.
Y comenzó tu penar. Ya no tenías hambre. O, peor, si lo tenias, no podías comer.
Bajaste de peso hasta quedar reducido a un perro de esos que andan por la calle solitos y su alma revolviendo bolsas por huesos improbables.
Los análisis dijeron que tenias los glóbulos blancos allá lejos, por las nubes que mirabas cuando te acostabas patas para arriba. Y el hígado hecho una piltrafa.

Nos cansamos de que el médico dijese :”Esta todo bien” , pero nosotros veíamos que estaba todo mal.
Buscamos a una eminencia local. Perros de todo el país son traídos por sus dueños para ser atendidos por él.
“Está muy mal, Gustavo, muy mal”, dijo evocando a Perogrullo.   

Pero nos ilusionamos con una tardía ecografía que parecía indicar que todo no estaba tan mal...   


Y empezamos con el suero. Y las vitaminas y esto y lo otro.
Pareció que repuntabas, Gaunita. Al otro día entraste caminando a la vete por una nueva sesión de pinchazos. Supercan.
Pero fue una ilusión. Y de nuevo tu mirada triste y tu “no tengo ganas” cuando te poníamos un trozo de adorado queso.
Aquel mediodía en que llegué y te vi tan mal, fuimos a ver a Andrea. La doctora que te vio nacer y crecer te recibió con todo el amor con el que es capaz.
“Perdida por perdida, le voy a dar con todo lo que tengo”. Y más suero, y glucosa y antibióticos y mas vitaminas y…
Y Lupe acostada a tu Lado dándote albondiguitas de carne . Iñaki invitándote deliciosas tortas fritas. Los gustos del enfermo. Y paquetes de Nestum con jeringa en tu boca. Y deliciosas pechuguitas en pedazos bien chiquitos....
Hasta que ayer a la noche, cuando por enésima vez debí alzar tus todavía pesados cincuenta kilos ya no te podías quedar parado.Y te caias. Y me mirabas con esa cara. Esa cara. Con tu parche de pirata y tú mirada de amor asesino.
Y ya no pudimos más.
Después de meses de ir de acá para allá, de someterte a todo .  A todo y más, notamos que tu portentosa fortaleza era ya un recuerdo. Que esto no era vida para vos.
No más palomas por correr. Ni parrillas por trepar. Ya no vamos a escuchar tu molestísimo ladrido cada vez que el vecino encienda  su camioneta.
Tampoco vendrás a mi encuentro cada navidad a meterte entre mis piernas cuan caniche mientras los festejos estruendosos iluminen el cielo.
Cada tarde, mientras te ponías a mi lado, mi caricia en tu cabeza de titán te agradecía habernos cuidado tanto.
Cada    noche , esas que vienen con ruidos de susto, saberte con nosotros era un pasaporte al sueño.
Y cuando, hace unos años, afuera solo había oscuridad y soledad, me acompañabas con mis mocos.  ¿Cómo olvidarlo?

Y tuvimos que tomar la decisión. La decisión de dejarte descansar. Y fue hoy.
Y en la vete, los tres, mi adorada familia, estuvimos con vos. Y vi como  Lupe te ponía “In my Life “de Los Beatles, al oído, mientras te ibas, e Iñaki, mi hombrecito de quince años, consolaba mis lágrimas baratas  de macho de pacotilla, revirtiendo roles.
Hicimos lo que pudimos Gaunita. Lo sabés. Y aunque sea difícil soportar la injuria de quien nos culpa de no haberte cuidado, sabemos que la vida (y no la justicia) que a veces no decanta hacia le felicidad, pero que siempre lo hace para la verdad, se encargará de poner las cosas en su lugar.

Y ahora a recordarte, campeón. A extrañarte, fiera.




Te amamos.




Emilio Gauna.
10/10/2005-26/05/2014.







En nombre de Gauna, agradezco a :
La Dra Andrea Perrone por su cariño y su profesionalismo sin par.
A Fabián, por el caloventor que le dió calor a Gauna en sus últimos fríos y por quererlo siempre.
A Maria, mi hermana , que me acompañó, como en la vida. 
A mi mamá, a mi tía Coca, y a todos aquellos amigos y familiares que entienden como se sufre por estos bichos.
A mis compañeros de trabajo que acompañaron mi sufrir.
y , por supuesto, a Lupe e Iñaki por ser indescriptiblemente amorosos y buenos.


lunes, 19 de mayo de 2014

Mis grillos. Mi prisión.




No creo en el amor sin condiciones.
No.
Amor incondicional. ¿Qué es eso?
Creo en quien me diga: Te amo…
                                                    con una condición:
Que me ames.
Quiero amar y esperar. 
Quiero dar.
Y devolver.
Quiero extrañar. Desde mi piel.
Y que sufras mi ausencia. Desde la  tuya.
Ya no quiero incondicionales en mi vida.
Quiero que me impongas tu presencia
Con tu boca de miel.
Y  quiero sal rodando por tu cara
Cuando creas que escapo de vos.
Quiero morir en cada adiós.
Y revivir en cada vuelta al redil.
Quiero imponerte mi condición, amor.

Mis grillos. Mi prisión.



viernes, 2 de mayo de 2014

Nuestro Jack









Me preparé un sangüche con un poco de queso que había quedado. Abrí el pan al medio, cuidando de no cortarme y coloqué el queso y un poco de orégano . Lo cerré , lo aplasté , apenas, sobre la mesada y salí de la cocina. Abrí la heladera y tomé una botella de cerveza.     Sobre un estante estaba el destapador con forma de chopp y la leyenda "München" . La tapa cedió a la presión que hice con mi mano izquierda,  dejando escapar un suave silbido. En un vaso la dejé caer de a poco procurando que se forme poca espuma. La bebí apurado dándome cuenta en ese instante -y no antes - de la sed que tenia.

¡Voy hasta el almacén!, grité.  Mis hijos estaban en el piso superior. Escuché una respuesta pero sin entender lo que me habían dicho.
¿Alguno de ustedes necesita algo?
No me contestaron y, en cambio, escuché risas.
Tomé las llaves del auto y la billetera y salí. La tarde de mayo aun no era fría pese a que el sol se había retirado temprano. Pensé en ponerme un abrigo, pero salí sin él.
Al subir al auto, coloque un cd que había grabado un tiempo atrás con temas mezclados. Enseguida sonó “Such Great Hights” de Iron & Wine. Me escuché tarareando la canción y pensé que, seguramente, era uno de los pocos capaces de desafinar tarareando esa canción.
Al llegar al almacén, que quedaba a unas pocas cuadras de mi casa, vi que  había varios autos estacionados. Frené unos metros más adelante, donde el espacio me lo permitió.
Al entrar, saludé al dueño, un corpulento italiano de unos sesenta años del cual solo conocía su apodo: Gino.
Hola, Gino.
Hola, Como va?, me contestó ,sin levantar la vista de una caja en la que guardaba chocolates.
Pasé por detrás de  la góndola, la única,  que estaba ubicada en el  centro de  local y abrí la heladera. Tomé dos sachets de leche. Luego, algunas galletitas, un paquete de pastas, y un envase pequeño de detergente. Leí en la etiqueta: Fragancia Pomelo Rosado y sonreí.
Me coloque en la pequeña fila en la caja, detrás de una señora gorda. 
Chau, Gino.
Chau, me contestó, ahora mirándome a los ojos y sonriéndome. Saludos a los chicos, agregó.
Abrí la puerta del lado del acompañante y acomodé las bolsas sobre el asiento.
Al volver a encender el auto, en la radio pasaban el parte meteorológico: mañana, lluvias intermitentes por la tarde. Me incliné y miré por el parabrisas y sonreí al ver el cielo completamente despejado y lleno de estrellas.
Al girar en la esquina de mi casa vi que nuestro perro estaba en la vereda.
Nunca dejábamos salir al perro. 
Estaciono y lo llamo. “Bioy”, casi grité. El perro, un bóxer, me había sido regalado por una novia que ya no lo era más. Ella le había puesto ese nombre. Me dijo que era el nombre de un escritor que le gustaba. Nunca me interesó la literatura, pero me gustó el nombre. 
“Bioy”, volví a llamarlo, esta vez más despacio, porque el perro se acercaba al trote. 
Mientras esperaba al perro noté que la puerta de entrada estaba abierta.
Lo dejé entrar  y cerré el pequeño portón.
“Chicos”, dije.
“Chicos”, volví a llamar, mientras caminaba hacia la puerta.
La televisión estaba encendida y dejaba escuchar su murmullo.
Algo hizo ruido debajo de mi zapato. Era un trozo de vidrio. Un vaso estaba roto y su liquido volcado un par de metros mas allá.
“Chicos” grité y note que mi voz se aflautaba, nerviosa.
Al trasponer la puerta que separaba la sala del living, lo vi. 
Mi hijo estaba tirado en el piso. De su boca salía sangre y todo él estaba sobre un enorme , oscuro y lento charco de negra sangre. Abrí mi boca y de ella no salió sonido.
Las bolsas cayeron de mis manos. Corrí hacia él, tropecé con un sillón, caí. Mis manos estaban ahora sobre ese charco del cual solo recuerdo un dulce y espantoso olor.
Los ojos de mi hijo miraban hacia el techo, abiertos de par en par. Un cuchillo de cocina estaba clavado en su pecho. Mi cuchillo de cocina. Recuerdo haber gritado, pero no recuerdo que. Me subí a horcajadas de él y tomé el cuchillo con mis manos. De un tirón lo saqué  y lo tiré tan lejos como pude.
Me paré. Corrí. Subí escaleras. Abrí la puerta de su habitación. Ella estaba acostada en su cama. Totalmente vestida. Un hilo delgado de sangre caía por la comisura de sus labios. Parecía sonreír. Mientras sentía que la sangre chorreaba por mis manos, algunas lágrimas, tímidas y pocas, caían de mis ojos.
Todo lo que yo veía, no era. Nada me pasaba a mí. No. Giré mi cabeza como quien quiere relajarse. Escuché el sonido de las vertebras.
Todo era tan lento. La cola de “Bioy” se movía en un parsimonioso ir y venir. El sonido del televisor era como el de aquellos viejos aparatos a cinta que fallaban y el sonido se alargaba, deforme.
Afuera, unos grillos se dejaban escuchar. Algunos autos, una lejana sirena.
Me acerco, le cierro los ojos y le doy un beso en la frente. Bajo las escaleras y me siento en el sillón.
No puedo recordar cuanto tiempo estuve allí.
A mi lado estaba el teléfono. Lo agarro y llamo a la policía. Llegaron poco después.




En el juicio, una joven policía forense detalló la mecánica de los asesinatos. Como me moví. Como lo hice. Usaba unos pizarrones blancos , sobre los que había colocado prolijas laminas. Marcaba todo lo que iba diciendo con un fibrón negro.
Ella explicaba en qué momento tomé el cuchillo, como los maté. Primero a ella. Después a él.
Mis huellas estaban por toda la casa. En el piso, en el cuchillo, en la baranda de la escalera.
Se consideró un agravante que yo me haya sentado en el sillón un tiempo que, ellos confirmaron, fue de dos horas.
Estudios que me realizaron les permitieron afirmar  que yo había comido  y bebido -análisis contundentes arrojaron alcohol en mi sangre- luego de cometer los asesinatos. En uno de ellos precisaban la hora en la que yo había bebido la cerveza. 
Se habló de sangre fría.
Mi vecina, que participó como testigo, recordó un episodio ocurrido dos años antes , en el que discutí con su esposo: "Siempre me pareció un hombre muy violento", dijo.
La prensa habló de “Carnicero” y de “Nuestro Jack”.
Me recuerdo en el juicio, sentado, en silencio, pensando cuan verosímiles parecían todos y cada uno de aquellos relatos . Cada dato, cada estudio, cada testimonio se ajustaban a una verdad ineluctable.

En los noticieros de habló bastante del caso, creo que por casi un mes. Luego, un accidente en la ruta 41, con muchos muertos. y , casi a la vez, la caída de un avión en Japón, hicieron que se deje el tema de lado.


Los jurados fueron coincidentes. Culpable. 
Mi abogado, recuerdo, me abrazó y rompió en llanto. Lo consolé con unas palmadas en la espalda.
Hace ya quince años de todo aquello.
Acá estoy bien, tranquilo. Me destinaron al lavadero. A nadie le pareció buena idea lo de la cocina. Por lo de los cuchillos, creo.
A veces, antes de dormir, pienso si alguien sabrá la verdad, alguna vez.
O si solo seré yo el que la sepa.

Yo, y, claro, usted.