Cuando la mujer que más había amado
en su vida tocó su hombro, aquella tarde en la que su única ocupación era mirar
atentamente como dos gotas se deslizaban por su vaso de cerveza, sintió una
extraña sensación que, aun hoy, le cuesta definir. Quizás, una sensación nueva,
desconocida. Si se tratase de una receta , él diría que aquella tarde
horneó una torta que contenía algunos gramos de alegría, unas cucharadas
de sorpresa , una pizca de extrañeza y mucha, mucha melancolía.
En la vereda del café de la avenida,
al resguardo de la codiciada sombra de un tilo – el resto se ocultaba debajo de
calurosas sombrillas- hablaron durante un largo rato.
Ella aun usaba aquel perfume y en
sus ojos se reflejaban las hojas del tilo, su piel era la misma (siempre le había gustado su
piel, casi una tela, suave, imperiosa) y podría haber asegurado que nada en ella había cambiado
salvo un rictus contenido en su sonrisa que él prefirió no desentrañar.
Pensó en el amor que había sentido
por aquella mujer. En como se había entregado a él. Con voluntario descontrol,
como a él le gustaba. Había aprendido a disfrutar de esa sensación de ansiado tembladeral. El tiempo entero de su
día ocupado en esperarla, en encontrarla, en besarla. Sabía que el amor era
eso. Tener o perder. La había tenido, durante mucho tiempo. Se habían tenido.
El había entendido, también, que la sensación de tener lleva a lugares oscuros
al amor. Cuando uno sabe que tiene, pierde la frescura, se confía, se aburre. Algunas
cosas dejan de pasar y lo que era deja de ser, de una manera silenciosa,
implacable.
Y luego pierde. Y cuando pierde quiere
volver a tener. Y cuando no puede volver a tener siente el desgarro, el
arrepentimiento, el dolor y la tristeza. Todos sentimientos vanos que no le
importan al amor.
El amor se maneja en infinitivos,
pensó: Querer, tener y perder. Y nada más.
Le pareció extraño estar sentado con la mujer que mas había amado.
¿Sabría ella que él nunca se había sentido amado como por ella?¿Sabría ella que nunca nadie podría amarla como él la había amado?
Pensó que algunas cosas pasan una
vez y no vuelven a pasar. Nunca más. Pensó en lo malo de ello, en el eterno perseguir,
en la comparación infructuosa, en la decepción de no poder.
Y también pensó en lo bueno de
ello: en la posibilidad de recordarlo (¿Cuánta gente habrá que nunca conoce el
amor?), en la certeza de haberlo sentido.
La camarera le sirvió un café. Ella
sonrió.
Él había pensado todo ello
mientras las dos gotas de agua se deslizaban y llegaban a la mesa,
pero no le
dijo nada a ella. Sólo hablaron de hijos hermosos, algún viaje, algún libro y
alguna que otra nimiedad.
Luego ella se paró, se dieron un abrazo y se fue. Él
la miró hasta que dobló la esquina.
Tomó el vaso, bebió el último
sorbo, levantó su mano y dijo: Por
favor, la cuenta.