sábado, 7 de marzo de 2015

El amor se maneja entre infinitivos.



Cuando la mujer que más había amado en su vida tocó su hombro, aquella tarde en la que su única ocupación era mirar atentamente como dos gotas se deslizaban por su vaso de cerveza, sintió una extraña sensación que, aun hoy, le cuesta definir. Quizás, una sensación nueva, desconocida. Si se tratase de una receta , él  diría que aquella tarde horneó una torta que contenía algunos gramos de alegría, unas cucharadas de sorpresa , una pizca de extrañeza y mucha, mucha melancolía.
En la vereda del café de la avenida, al resguardo de la codiciada sombra de un tilo – el resto se ocultaba debajo de calurosas sombrillas- hablaron durante un largo rato.
Ella aun usaba aquel perfume y en sus ojos se reflejaban las hojas del tilo, su piel  era la misma (siempre le había gustado su piel, casi una tela, suave, imperiosa) y  podría haber asegurado que nada en ella había cambiado salvo un rictus contenido en su sonrisa que él prefirió no desentrañar.
Pensó en el amor que había sentido por aquella mujer. En como se había entregado a él. Con voluntario descontrol, como a él le gustaba. Había aprendido a disfrutar de esa sensación  de ansiado tembladeral. El tiempo entero de su día ocupado en esperarla, en encontrarla, en besarla. Sabía que el amor era eso. Tener o perder. La había tenido, durante mucho tiempo. Se habían tenido. El había entendido, también, que la sensación de tener lleva a lugares oscuros al amor. Cuando uno sabe que tiene, pierde la frescura, se confía, se aburre. Algunas cosas dejan de pasar y lo que era deja de ser, de una manera silenciosa, implacable.
Y luego pierde. Y cuando pierde quiere volver a tener. Y cuando no puede volver a tener siente el desgarro, el arrepentimiento, el dolor y la tristeza. Todos sentimientos vanos que no le importan al amor.

El amor se maneja en infinitivos, pensó: Querer, tener y perder.  Y nada más.

Le pareció extraño estar sentado con la mujer que mas había amado. 
¿Sabría ella que él nunca se había sentido amado como por ella?¿Sabría ella que nunca nadie podría amarla como él la había amado?
Pensó que algunas cosas pasan una vez y no vuelven a pasar. Nunca más.  Pensó en lo malo de ello, en el eterno perseguir, en la comparación infructuosa, en la decepción de no poder.
Y también pensó en lo bueno de ello: en la posibilidad de recordarlo (¿Cuánta gente habrá que nunca conoce el amor?), en la certeza de haberlo sentido.

La camarera le sirvió un café. Ella sonrió.

Él había pensado todo ello mientras las dos gotas de agua se deslizaban y llegaban a la mesa, 





pero no le dijo nada a ella. Sólo hablaron de hijos hermosos, algún viaje, algún libro y alguna que otra nimiedad.

Luego ella se paró, se dieron un abrazo y se fue. Él la miró hasta que dobló la esquina.

Tomó el vaso, bebió el último sorbo,  levantó su mano y dijo: Por favor, la cuenta.