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(1) Judith es un nombre de origen
hebreo cuyo significado es “judía” o “la
alabada”. Es también un libro de los que componen el antiguo testamento, aunque
no está reconocido por el judaísmo – que lo considera apócrifo - y si por la Iglesia Católica. En él se refiere
la historia de una mujer judía, viuda y acaudalada, de gran belleza y
apasionada patriota. En ocasión de la guerra de Israel contra el Imperio Babilónico,
un general se enamora de ella y es entonces cuando Judith concurre a su tienda y,
fingiendo amor por él, lo emborracha para luego decapitarlo e iniciar de este
modo la victoria sobre el invasor.
Estos atributos parecen haber
sido transferidos fielmente con el nombre a nuestra protagonista: ¿Quién puede
dudar de su belleza impar, su carácter avasallador, su valentía? ¿Serán estos
atributos elementos inevitables para todo hombre que la conociese, quienes sucumben,
irremediablemente a sus encantos? ¿Serán todos y cada uno de los hombres que se
le acerquen, victimas , como Holofernes –tal el nombre del atribulado General Babilónico-
de ellos?
Quienes la conocen en un grado de
cercanía que nos permita darle algún viso de seriedad, -su amiga Anita, su
hermana Ágata, algún otro conocido que prefirió el anonimato - cuentan que, en
realidad, Judith es víctima y nunca victimaria, de poseer tanta belleza,
semejante poder sobre los hombres. “Ella –dice Anita, su mejor amiga- no lo
puede dominar: Los hombres mueren por ella. Sobre todo aquellos por los que
ella no siente el mas mínimo…cariño”.
Anita buscó imperceptibles segundos una palabra que no fuese amor. Estaba
claro. “a ella se le acercan, la persiguen, la llaman…aun cuando ella jamás les
responde un llamado ni les presta atención”, continuó Anita.
Sin dudas poseer un poder sobre
los demás tan inocultable debe ser incomodo. ¿Cómo ocultar la belleza? ¿Cómo
esconder el tono inconfundible de su
voz?
“Llegó a estar semanas sin salir.
A ningún lado. Y, cuando salía, lo hacía con ropas que yo ni loca me hubiese
puesto –señala su hermana Ágata- …y con los pelos hechos unas chuzas. De perfume,
ni hablar”
En alguna ocasión, Judith supo
estar enamorada. Fue un noviazgo intenso aunque breve. El joven (2) en cuestión
no pudo (tampoco) dominar la situación: cuando concurrían a alguna velada en el pueblo,
el muchacho pasaba más tiempo escudriñando a quienes la miraban y como lo
hacían que a disfrutar de su amada. El tiempo en el que no estaban juntos, él
elucubraba cuanta historia de engaños se pudiesen imaginar, sin tener en cuenta
que, además de todos los encantos antes detallados, Judith era poseedora de
otra virtud: su fidelidad. No obstante ello, el joven, martirizado, decidió
terminar con la relación.
Aquella situación marcó a Judith:
no podía tener a quien quería y podía tener a todos aquellos por quienes nada
sentía.
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(2) Algunos testigos dicen que su
nombre era Carlos, aunque otros manifiestan que su nombre era Charles y que de
allí vendría el apelativo por el que todos lo llamaban : Charlie.
Era el hijo menor del dueño del
establecimiento agrícola más importante de la región: “La Aurora”.
Había estudiado en la capital y se había recibido, casi como un mandato,
de ingeniero agrónomo. Alto, de tez blanca y pelo casi blanco, hacia honor a
sus ancestros europeos.
Había vuelto al pueblo para
quedarse hacia ya cinco años y fue en ese momento cuando conoció a Judith. Lo
de conocer es una forma de decir ya que ellos se conocían desde chicos: habían compartido
colegios y muchas tardes de juegos. Sus amigos , los amigos de Charles/Charlie,
arriesgan que ya desde aquellos años él estaba enamorado de Judith.
En el pueblo a nadie sorprendió
su noviazgo, aunque si la ruptura. “Eran –dice Agnes , la tía materna de Charles a quien todos llaman “Chicha” ( a
sus espaldas porque ella odia ese apelativo por excesivamente “pueblerino” ) : la pareja ideal…”
Es realmente extraño, aun para
ojos extraños como nosotros, que un joven exitoso, profesional, bien parecido y
con cuanto elemento a favor uno pueda considerar, no haya podido sobreponerse a
un escollo tan primitivo: los celos.
El propio Charles les contó a sus
amigos en más de una oportunidad que no pudo hacerle frente a la idea de perderla.
“Es por ello que me adelanté: la dejé yo”
Es en ese momento cuando Charlie
decide irse por segunda vez, esta vez con destino incierto (3), en el verano de
1931.
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(3) París: Después de mucho
hurgar –Charlie les había hecho jurar a sus íntimos que a nadie dirían el lugar
al que él iría- pudimos encontrar a Wenceslao.
Wenceslao era uno de un grupo de
cinco amigos íntimos de Charlie. Pero escondía un secreto: lo odiaba
intensamente. Charles era todo aquello que él no era o (al menos) entendía que
nunca podría ser. No tenía ni su encanto, ni su cultura, (no la que se aprende
sino la que se “mama”…), no tenía ni su altura ni su habilidad para los
deportes –Charlie era un excelente jugador de todo aquel deporte que decidiese
practicar: en una ocasión, y solo para cumplir con una apuesta, concurrió a un
certamen provincial de esgrima sin antes haber empuñado un florete…y ¡llegó a
la final! - pero sobre todo, Wenceslao no podía tener ni tendría nunca a Judith.
Es por esa razón que no fue muy
difícil que nos cuente adonde había ido y para qué.
Paris en esos años era el centro
de Europa y del mundo : por sus calles se veían los mejores pintores, en sus
bares se sentaban los mejores escritores y en sus salones se bailaba la mejor
de las músicas.
(Aunque ya hacía varios años atrás que Picasso
había vivido su periodo Azul allí, alrededor de 1900 y pocos, quedaba en claro
que algo había en Paris, algo que sólo los que pintaban, escribían y creaban podían
sentir…)
“Fue a Paris para olvidarla”,
dijo, tajante, Wenceslao. ¿Puede Usted creerlo?, se indigna. ¡Él la deja y se
va a Paris a olvidarla!
Cuando Wenceslao hablaba de
Charles tenía dos formas de hacerlo: en sociedad era el Dr Jekill, en la intimidad era el más cruento Sr Hyde.
Posiblemente ni Wenceslao hubiese
imaginado lo que le depararía el destino (4)
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(4) El destino vino en forma de
crisis mundial. El sistema financiero mundial cayó en el año 30 y Argentina no
pudo aislarse de ello. El país entero y el pueblo en particular sintieron la
crisis. Las fábricas cerraron, los comercios quebraron. La familia de Judith no
fue la excepción: su padre, una de las personas más adineradas de la región, no
pudo mantener en funcionamiento su hilandería. Su educación no le permitió
eludir responsabilidades: malvendió la fábrica para pagarles a sus empleados.
Antes de ahorcarse en los fondos de la fábrica,
le hizo prometer a Judith, su única y adorada hija, que cuidaría de su madre,
su esposa.
La forma que encontró Judith de
hacerlo fue muy usual para la época. Casarse
con una persona con dinero. Y eso hizo.
El casamiento de Judith con
Wenceslao, el hijo del más grande productor pecuario de la provincia, se
realizó en el Palacio Anzoátegui, durante los dos días que fueron del 18 al 20
de julio de 1942. Los invitados rozaron los dos mil quienes, por supuesto, no pudieron ser
hospedados en el pueblo, por lo que viajaron a sus hoteles en la noche del 18,
transportados en autos que recorrieron los casi cincuenta kilómetros hasta la
Capital cientos de veces, debiéndose lamentar el accidente de uno de ellos
afortunadamente sin consecuencias para el conductor, que volvía solo y cansado
hacia el Palacio.
Esa noche el comentario fue, más
que alguna importante y famosa presencia, una inocultable ausencia: Charlie.
Nunca quedó claro si fue invitado y, solo mucho tiempo después (5) se supo que
no. El hecho es que la fiesta se desarrolló dentro de los cánones que la vulgar
aristocracia local establecía, plagada de derroches y mal gusto, con una Judith
impecablemente vestida – María Reneé, su mejor amiga, comentó que el vestido había
sido confeccionado por un modisto de Nueva York de apellido francés y que había
costado “más que un automóvil…” (La figura es válida, ya que los automóviles en
1942 tenían un precio al que sólo podían acceder las minorías selectas). Sin
embargo, aquellos que la conocían íntimamente reconocen que solo el brillo de
su belleza podía ocultar lo que ellos sabían que Judith sentía: una enorme tristeza
que solo tenía la finalidad de cumplir la promesa hecha a su padre.
Nunca se sabrá si fue alguna
actitud de Judith o si era, simplemente, la naturaleza de Wenceslao. Ella se negó,
primero con excusas, luego con una fundada decisión (“No te amo, Wenceslao”), a
tener hijos con él. Nunca sabremos, repito, si fue esa decisión de Judith o
Wenceslao lo traía en sus entrañas. Si sabemos, ya con los hechos consumados,
que él comenzó a pegarle. En la intimidad de su alcoba, con la violencia del
secreto. Pero luego, -aleccionado por el alcohol lo justifica algún amigo-, en público.
Es vox populi la sonora cachetada que él le propinase en la cena de fin de año
de 1943, que terminó con Judith vergonzosamente despatarrada en un sillón a la
vista de todos.
¿Puede a alguien extrañarle que
luego haya pasado lo que pasó? Conociendo a Judith…¿alguien pudo dudar algún instante
en que las cosas iban a terminar como terminaron?
Judith, la alabada, el cuatro de
julio de 1944 le pegó un solo tiro en la frente a Wenceslao.
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(5) Charles nunca fue invitado a
la boda y solo se enteró, semanas después, por medio de Pedro Franck , un
capataz de su padre, quien creyendo que Charles ya lo sabía, se lo refirió.
El
propio Franck recuerda que creyó que la conversación
telefónica se había interrumpido, tal el silencio de Charles.
Esta noticia no hizo más que
reafirmar la estancia de Charles en París, la que solo se vería interrumpida
por un hecho, a la postre, definitivo. (6)
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(6) Enterarse de la muerte de Wenceslao, y del
encarcelamiento de Judith hizo que Charles reservase el primer crucero hacia
Argentina (Charles se había juramentado nunca subirse a “esas porquerías que
vuelan”) lo que finalmente hizo a fines de septiembre de 1944.
El resto es historia conocida:
Incluso los diarios locales han hecho
referencia a ella. El infinito peregrinar de Charles por cuanto juzgado lo requiriese. Su intensa presión a cuanto diputado y funcionario fuese
necesario para lograr que se revea lo que, a su entender, era una
evidente injusticia: Judith había sido forzada a hacer lo que hizo. Había testigos
suficientes de la inolvidable cachetada en el Palacio Anzoátegui. El personal
de su casona adoraba a Judith y ya había dado cuenta en tribunales de los
constantes malos tratos del “Sr Wenceslao “ hacia ella. Sin embargo hubo una traba impensada: No fue posible
hacer que Judith declare una sola palabra en contra de Wenceslao.
Vaya a uno a saber si Judith
llevaba consigo la valentía de aquella Judith, la judía, su obcecación sin límites,
su dignidad.
Pero si se sabe que debieron
pasar mas de diez años de visitas entre vidrios, sus manos apoyadas sin poder
entrelazarse, de llantos contenidos, de besos aplacados, hasta que, un 18 de
agosto de 1956, Judith pudiese salir de aquella cárcel, y su belleza pudiese, incontenible,
casi enmudecer a su siempre amado Charles, quien a duras penas, entrecortado,
apenas alcanzó a decir: “Te amo, Judith”