domingo, 26 de enero de 2014

Norton





Sintió el dolor, suave pero agudo, en su brazo, mientras se adormecía en su sillón. El mosquito aún seguía allí, en lo que él suponía era una ardua tarea de succión de sangre. Su sangre. Mil veces y más había intentado matar uno. No era bueno para ello. Mil y mas fracasos con mosquitos que huían lo mas campantes. Dejó inmóvil su brazo. El izquierdo. Movió el derecho lo más despacio que pudo, tanteando, buscando el diario. Lo dobló y lo tomó por un extremo. Tan rápido como pudo se golpeó a sí mismo en su brazo. Buscó con la vista al mosquito fugitivo. Nada. Levantó el diario y allí lo vio. Muerto bien muerto en medio de su sangre. ¿Tendrían sangre los mosquitos? Y repensó: sangre propia, no sangre hurtada. Se sentó mas derecho, apoyó el diario en su regazo y miró más de cerca al mosquito. Raspó con la uña de su dedo mayor, lo despegó del papel y lo levantó, tomándolo entre su pulgar y su índice. Lo miró unos minutos más y luego se lo puso en la boca. Para su sorpresa su gusto no era amargo (vaya a saber porque él pensó que un mosquito sabría amargo).
Ni una arcada, ni un poquito de asco.






El calor era agobiante. Su auto era un horno en el que no eran necesarias las microondas. El volante quemaba, su camisa se pegaba a su cuerpo. Abrió la ventana solo para que entre más aire caliente y se acordó de García Márquez (“¿Para qué abre la gente las ventanas durante el día en el Caribe? ¿Para que entre calor? Son mucho más inteligentes los romanos, que las cierran durante el día y las abren durante la noche, cuando la fresca.”).
Se puso los lentes de sol, sólo para disfrazar tanto bochorno.
Llegó a su casa de malhumor. Se sacó lo más rápido que pudo la camisa y la arrojó al piso.
Abrió la puerta de la heladera y se sirvió un vaso grande de agua helada que bebió con fruición.
Salió al pequeño patio de su casa. En un rincón había armada una pileta de lona pequeña. Se acercó y tocó el agua. Podría hacerse un caldo en ella. Maldijo.
Se sentó en el único metro cuadrado con sombra de su patio, en una vieja y oxidada reposera. Las gotas de sudor  que descendían por su pecho se juntaban en su ombligo. Una paloma bajó a la pileta a beber. Apoyó sus patas rojas en el borde e inclinó su cuerpo en un suave balanceo. Otras veces había visto a las palomas tomar agua en su pileta, pero esta vez era diferente. Las anteriores las palomas bajaban a beber y lo hacían igual que ésta, pero con su elástico cuello girando constantemente, observando el terreno, cuidando que nadie las ataque. Un gato o quien sabe quién. Pero esta no. Bebía tranquilamente.
 Abajo, el pico en el agua, arriba. Abajo, el pico en el agua, arriba. Se paró pensando que, inmediatamente, la paloma se volaría. Pero no. Siguió con su rítmico beber.
Se acercó despacio, paso a paso. Cuando estuvo a menos de un metro detrás de ella, estiró su mano y la tomó del cuello. Se resistió poco. Se ayudó con la otra mano para retorcerle el cuello como había visto que hacían con las gallinas.
La trincheta cortó fácil su cuello y sus patas. Luego, con un cuchillo pequeño, sacó un poco de carne de su pecho. Era de color gris, como las plumas. Comió un poco, cruda, pero le supo dulce, no le gustó y la tiró en una bolsa, junto con el resto.








La tarde era perfecta. Marzo era un buen mes, pensó. ¿No podría ser marzo todo el año? Fue hasta la cochera donde guardaba su moto. Retiró la vieja frazada que usaba de cobertor. Estaba impecable. Su vieja Norton 750  Commando  era su orgullo. Varias veces habían intentado comprársela, incluso a valores difíciles de rechazar, pero él se había hecho de tripas corazón y había dicho: no. Bajó las palancas de pase de nafta y cebador. Pateó una vez, pateó dos veces. Un rugido rítmico y suave pero deliciosamente sonoro lo deleito. Se colocó el casco y salió. Solía hacer esto dos veces por mes, en una mezcla de placer y obligación para mantener en perfecto estado a su moto.





Decidió ir al camino viejo, el que bordeaba la ciudad, por las quintas. El aire en forma de brisa le acariciaba el rostro. Por las dudas, se había abrigado con su campera de cuero con la palabra “Norton” bordada en su espalda, pero la llevaba abierta, dejando que el aire la embolse.
Al emprender el retorno, miró a su derecha y vio una vieja camioneta color rojo que se acercaba. Frenó. Sintió la mordida del perro en su pantorrilla izquierda, la que tenia apoyada en el piso. Era un mestizo joven y fuerte, de color marrón. Agitó su pierna y le gritó a la vez, esperando que el perro suelte. Pero no. Siguió con su mordida tenaz. El cayó de su moto. Al caer el perro soltó y se quedó a unos metros, ladrándole. Se miró su pierna. El viejo pantalón de cuero que usaba cada vez que usaba su moto había evitado que la mordedura pase a mayores. No había sangre, solo un golpe. Lamentó que sus pantalones hayan sufrido el daño, agujereándose. Levantó su moto y le colocó el pie. El perro seguía allí. Miró a su alrededor e intentó recordar el lugar. Arrancó su moto y fue hasta la estación de servicio más cercana. Buscó unas galletitas en la góndola y las pagó.
Volvió al lugar donde el perro lo había mordido y  bajó de su moto. Volvió  a colocar el pie y bajó.
Se sacó la campera de cuero y la apoyó en la Norton.
Abrió el paquete de galletitas. Silbó una vez. Comió una: eran de sabor queso. Horribles.
Silbó otra vez. El perro apareció por detrás de un eucaliptus, ya sin ladrar. Se quedó a unos metros, expectante. El se puso en cuclillas con unas galletitas en la mano izquierda y la palanca para desajustar las tuercas en la otra. Silbó una vez más. El perro se acerco, despacio. ¿Habrá el perro recordado que él que ahora le ofrecía galletitas había sido su mordido hacia apenas media hora? Y si lo recordaba, ¿Qué es lo que le hizo suponer que éste lo olvidaría , que éste lo perdonaría?
Tiró las galletitas a menos de un metro de sí.
El perro se acostó a comerlas allí mismo. Fueron varias las veces que debió golpearlo en su cabeza, mientras la sangre lo salpicaba, antes de que deje de moverse. La bolsa que le había pedido a la chica de la estación le sirvió para guardarlo allí, hasta la noche.
La carne de perro tiene un sabor extraño, que él no pudo relacionar con otro sabor que hubiese conocido, pero que le gustó mucho.





Abrió el mail como cada mañana. Entre los tantos, había uno que le llamó la atención, sobre todo por su remitente. Su Jefa Máxima. La que jamás le había mandado un mail en veinte años .Lo abrió. El aire acondicionado estaba encendido, pero sintió, de repente, mucho calor.  Era un mail de agradecimiento. Por sus servicios prestados. Por un comportamiento inmejorable en pos del bien de la compañía y bla y bla y bla. En dos meses debería buscarse trabajo.
Se quedó mirando el monitor varios minutos. Hizo clic  e imprimió el mail. Trabajó la mañana entera, sin parar un minuto, como todas, inmutable. Al ver en su reloj las doce, abrió su cajón y tomo la impresión del mail. Subió las escaleras hacia la oficina de la Jefa. La Jefa Máxima. A las doce solía almorzar, en su oficina. Entró sin golpear. Estaba sentada revolviendo una taza con caldo. Lo miró, sobresaltada. Él le sonrió y ella le devolvió la sonrisa, tranquilizándose.
Hablaron por varios minutos (ella le había ofrecido un café que el rechazo gentilmente) acerca de su despido, su indemnización etc. etc.

El se paró y cerró la puerta. Y mientras tomaba el pesado cenicero de metal, mientras golpeaba sin parar con todas su fuerzas, mientras la cabeza de su jefa se partía contra el escritorio y su sangre, lenta,oscura, lo cubría todo se preguntó: ¿Qué gusto tendrá? 

sábado, 11 de enero de 2014

Resina

No se como empecé.Ni porqué. Pero empecé. Fue en abril. Una tarde después  de llegar del trabajo. Me paré frente al viejo espejo enmarcado en madera  y moví mis brazos. Fue, claro, una solitaria broma. Los agité primero suavemente, realizando una onda, subiendo mis codos, y luego haciendo que mis manos sean las que se eleven. En el equipo de música viejísimo del living, sonaba la radio. Un tema que ya tenia varios años.Rock'n' Roll Fantasy de los Bad Company. Moví mis brazos mas rápido, mientras cerraba los ojos. Me sentí volar. Mas rápido. Mas. Paul Rodgers gritaba. Abrí los ojos. Cerca estuve de que las aspas del ventilador me pegasen en el medio de la frente. Abrí –aun mas- mis ojos espantados. Mis pies estaban a un metro del piso , mientras mis brazos aleteaban  y  no dejaban de aletear.



No le conté a nadie de aquella iniciática tarde de abril… ¿Quién habría de creerme?  Pero , tarde a tarde, seguí , frente al mismo espejo, moviendo mis brazos. Comencé dando pequeñas vueltas a mi habitación. Torpes vueltas. (Una vez pegué mi cabeza contra el borde alto del ropero y casi me desmayo) No podía controlar ni la altura ni la velocidad. Rompí varios posters (nunca nadie se enteró) y me magullé los antebrazos y las rodillas.
Tengo que hacerlo afuera, pensé. Pero…¿Cómo hacerlo sin que me vean?



Tres semanas después, me tomé el colectivo que llevaba a la ciudad vecina. Me preparé una mochila con un sangüche y una bebida. Le dije al chofer: ”Acá, chofer, en la próxima”. Me bajé en medio del camino, justo en donde un cartel decía las distancias a las ciudades cercanas.Caminé ,creo, un par de kilómetros (¿tanto?)
 y me senté debajo
de un pino azul. Me saqué la mochila y la apoyé contra el tronco, en su base.
Antes de darme vuelta a la experiencia mas importante de mi vida, vi una o dos gotas de resina.
Caminé unos metros y comencé a agitar los brazos. Primero despacio. Nada. Luego mas rápido. Nada.Abrí los ojos. Un extenso campo repleto de esas florcitas que llamábamos panaderos estaba frente a mi. El sol comenzaba a caer y abandonaba el amarillo suavizándose en naranjas. Una bandada de pájaros nadaba en un cielo inmaculadamente celeste. Los miré. Me costó levantarme. Pero no me costó esfuerzo físico, no. Me costó concentración, me costó entender que podía. Superé el pino azul y vi mi mochila chiquita, allí abajo. Mi cuerpo se había colocado horizontal y mis brazos se movían acompasados, suaves. El viento acariciaba mi cara, secándola de algo que me parecieron lagrimas. Me elevé hasta un punto en el que mis oídos se taparon y el silo del campo que estaba debajo mio parecía de juguete. Coloqué mis brazos a los costados  de mi cuerpo y me dejé caer en picada. Mi cara se deformaba por el viento y una inédita sensación se adueño de mi. Me resultaba muy difícil calcular las distancias ,pero, creo, a unos quinientos metros del suelo, separé mis brazos y me frené casi en seco.Mi cuerpo se puso en vertical y vi como el sol ya se había ido por el horizonte y solo se percibía su irse. Busqué el pino azul. No lo encontré. Adiós a mi mochila. Decidí volver a casa volando, temeroso de que alguien me vea. Bajé en la esquina de la avenida y la plaza. Nervioso, miré a todos mis costados. Nadie me vio.
Comencé a salir todas las tardes, primero tímidamente, después libremente. Una tarde volé media hora al lado de una paloma. Observe como batía sus alas, en una acompasada rutina. Miré su ¿cara?. Parecía aburrida. Pensé que extraño era para mi ver como alguien volaba de manera rutinaria,repetida. Y pensé, también, si la paloma no hubiese pensado lo mismo al vernos caminar, comer, besar…
Coloqué mi brazo izquierdo en vertical y ello me hizo girar en 90 grados. Volví a casa.




El 28 de julio –recuerdo la fecha porque la noche anterior estuvimos festejando el cumpleaños de mi tía Herminia-, salí a volar , como todas las tardes. A los pocos minutos, escuché el inconfundible sonido de un helicóptero. Se coloca a mi lado. Yo me dejo planear, abriendo los dedos de mis manos y colocando mis brazos en v. El helicóptero era del ejercito. Me hacen señas. Quieren que baje. Cierro mis manos y me coloco en vertical. Giro. Aleteo (como una vez observé hacían los chimangos) y me alejo. El helicóptero intentó perseguirme, pero el monte me sirvió de refugio. Caminé unos minutos y , cuando no vi a nadie , volví a casa, volando.
Me atraparon un sábado. Parece ser que muchas personas me habían visto volar. Se había enterado, primero la policía, después el ejercito. El hijo del ferretero del pueblo me había visto y me había identificado con vaya a saber que telescopio o aparato similar.
Me llevaron a un edificio gris,sin ningún cartel, que parecía un depósito.
Me sirvieron una gaseosa. Les dije que se la metan en el culo.
Me preguntaron de todo. ¿Quién me había entrenado?¿Con que fines? ¿Era un infiltrado de alguna nación enemiga? ¿Acaso era yo un ser de otro planeta?
Los que me hacían estas preguntas idiotas eran un hombre de unos cuarenta y cinco años y una señorita de unos treinta.
Habremos estado unas dos horas allí. Detrás de un vidrio espejado me pareció escuchar la voz de mi madre.
¿Por qué lo hace? Inquirió la joven. Sus ojos eran de color marrón, estaba enojada y parecía que en cualquier momento fuese a derramar lagrimas casi solidas, de resina , como las del pino azul.
¿Quiere saber porque lo hago?
¿En serio?
¿Es que acaso no se da cuenta?
Lo hago empujado por una fuerza inconmensurable (¿Sabrá esta joven lo que significa? )
Una fuerza que todos poseemos...  Usted también, ¿sabe?
La fuerza que nos da las ganas de soñar,  de ser otros.





Esa fuerza que se acumuló en años de mediocridad y sueños postergados.



Entre ella y yo había una pequeña mesa de color azul. Apoyé mis codos y me acerqué, esperando que  ella hiciese lo mismo.   Cuando estuvo lo suficientemente cerca,le murmuré :

                                 También  lo hago por algo más, señorita, ...-dudé en decírselo-:


 Vuelo para  escapar. 

lunes, 6 de enero de 2014

Bicicleta

Quizás ya sea hora de dejar,de resignar, piensa. En el péndulo que lo lleva a extremos, viaja confundido.
Por la noche se acuesta e intenta cerrar los ojos y lo logra,pero ¿Cómo cerrar su mente a ella? ¿Cómo dejar de pensarla,  de soñarla ? Da vueltas.  La ve,  lejana, inalcanzable. Transpira. Su corazón se acelera, se hace pequeño en el agujero de su pecho. Llora. (Recuerda que en una oportunidad , ella le preguntó :¿LLoraste? Y el recuerda haberse dado cuenta que ella se creía la dueña del dolor, y haberle contestado: Si, solo y bajito.)
Se reta a si mismo. Prende la luz.  Con su sabana testigo de dolor ( y de placeres) se seca.
Lee un libro sin ganas de leerlo. Pobre libro.Lo deja.
Pone música. "it doesn´'t matter to him ". Es un hermoso tema, pero tan,tan triste. No necesito tristeza, para triste estoy yo, se dice. Apaga la música. Y la luz. Se impone una idea optimista. Se duerme.
Se levanta más temprano que lo que hubiese deseado. Lo espera un largo día , eterno. Sale a caminar.  Cree verla venir. No, no es. El celular no suena. El día es más largo de lo que dice el reloj.
Recuerda su última conversación.  Resuenan en sus oídos sus palabras, su música.  Su voz es más dulce que lo normal. 
"¿Querés cortar?" ,le dice ella. "No, no quiero", le contesta él. 
Al rato, "¿Querés cortar? ,le dice él... "No, no quiero", contesta ella. Adolece,adolescente adolescencia.
Cree advertir amor. Indudablemente,  se equivoca. Como tantas veces. Tantas. Tantas.
La ansiedad lo devora. Piensa constantemente en ella. La imagina recorriendo calles que no conoce. Su mente ( la suya ) se  vuelve vulgar. Piensa: yo no soy así. Ni lo seré.  Inútil consuelo. Sabe, desde siempre, no poder amar sin amor.
Está harto de explicar lo que siente. 
Ya no quiere hacerlo más. 
Él sabe lo que pierde. ¿Lo sabrá ella? 
¿Cómo pudo sucedernos  esto? ¿Cómo? Se castiga ,preguntándose a si mismo, ¿Cómo?
Recuerda su temblar...¿Cómo pudo ella no advertir el suyo?,vuelve a enojarse. Él si recuerda su piel vibrar.  Claro que si. Constantemente.  Ahora. Y antes.  Y siempre.  


Quizás ya sea hora de retirarse, piensa. Despacito, silbando bajo. 
Se para en un escalón alto, que le permita ver lo que le queda de vida.Mira.
¿Cuantas veces más podrá coincidir? 
¿Podrá, Aunque más no sea una sola vez mas?


Desea una sola cosa: vivir una vida sin arrepentimientos, sin pensar ¿que hubiera pasado si? 
Y  Olvidar. Su sonrisa y su bondad. Su piel.  Su candor. Rápido. Y para siempre. 
Y,  mañana,  cruzarse con ella como quien se cruza con esa vieja bicicleta. A la que quiso tanto, pero tanto,  tanto y ya no.











Y como si fuera poco, Orbison.

sábado, 4 de enero de 2014

Un brazo pesado, un perro, el sol.



“Antes del anochecer” es la tercera parte de una serie que comenzó en 1995 con “Antes del Amanecer” y siguió en 2004 con “Antes del atardecer”. Todas ellas fueron dirigidas por Richard Linlklater y protagonizadas por Ethan Hawke y Julie Delpy.

En la primera se narra el encuentro casual que mantuvieron en un tren europeo mientras ella iba a ver a su abuela convaleciente y él realizaba un viaje  después de haber sido abandonado por su novia. Él la convence a ella de bajar del tren y pasar una noche juntos. Al día siguiente, cada uno debe volver a su lugar de origen, pero prometen verse seis meses después.


En la segunda, filmada nueve años después , los mismos nueve años que transcurren en la historia, él ya es un escritor consagrado, con un matrimonio infeliz y  un hijo y ella una existosa activista en temas humanitarios. Ella tiene un novio, allí, en París.Él vive en E.E.U.U.
Mientras él firma ejemplares de su último libro, ella aparece. La ultima escena , cuando ella le canta su amor y  le dice: “Vas a perder tu vuelo” y él le contesta:”Lo se” seguramente será inolvidable para quien la haya visto.

En esta, la tercera parte, la historia comienza en el aeropuerto de París con Jesse (Hawke) despidiendo a su hijo que volvía a  E.E.U.U. con su madre, después de haber pasado el verano con su padre y su familia Céline  (Delpy) y sus hijas mellizas en Grecia.

Hago un alto: A mis amigos a quienes le gustan los tiros y las persecuciones, las peleas y el sexo…esta no es la película que les recomiendo ver. Esta es quizás (para mi , seguramente) una de las mejores películas del año que pasó. Pero es una película de diálogos. Toda la película esta compuesta de fantásticos, profundos y brillantes diálogos.En el guion están implicados Linklater pero también sus dos actores principales, Hawke y Delpy

Sigo. El tiempo ha pasado. Él tiene  cuarenta y un años  y ella,poco menos.
La vida no parece ser lo que esperaban que fuese. Sobre todo para ella que se balancea entre el orgullo de ser madre, la culpa de no haber sido todo lo buena que quiso ser , sus postergaciones en el plano laboral y personal…



Alguna  escenas son , francamente, imperdibles:

·        *  Un almuerzo en la finca en la que fueron alojados invitados por un colega de Jesse
        La finca, de paredes de piedras marrones y viejas como el tiempo, está enclavada en una      colina con vista a una bahía. El cielo diáfano. Una mesa larga con bromas y brindis .







      La amiga del anfitrión que había enviudado hacia poco relata : “…lo que mas extraño es como se acomodaba a mi lado en las noches. Colocaba su brazo, pesado, sobre mi pecho y me aplastaba…pero yo me sentía segura…” “ Por las mañanas, antes de que salga el sol, creo verlo. Luego, al salir el sol, la realidad entra, y él desaparece. Quizás,después de todo, la vida sea eso: aparecemos y desaparecemos. Podemos ser importantes , claro, pero solo estamos pasando por ella…”

·         *  Caminando, Jesse le dice a Céline: “…cuando era chico solo quería tiempo para  acelerar. Para alejarme de todo. De mis padres. De los problemas. De mi vida…quería ser  adulto. Hoy solo quiero tiempo para frenar, para ir despacio, para disfrutar, para oler,  para reír, para besar…”


·        *  Viendo el atardecer, repitiendo una escena de años atrás, Céline y Jesse miran el sol  que cae , rápidamente, y ella que dice: “Aun sigue ahí. Aun sigue ahí. Aun sigue ahí.”





  
·        *   En la cama del hotel, Céline le dice a Jesse: “Extraño pensar en el pasado y odio pensar    en el mañana”


·        * En el mismo hotel se desencadena una discusión que dura largo rato. Él se levanta y            le dice:”Ahora, en este preciso momento, estamos en el jardín del Edén, y no podemos dejar de pelear…”


·        *   En la misma escena , ella , enojada, le dice: “No eres ningún genio haciendo el amor. Te    gusta hacerlo siempre de la misma manera: “Besito, besito, tetita, tetita, vagina          y rrrrrrrrr(ronquido)”


·         * En la misma , extensa, profunda y maravillosa escena, ella se levanta  , toma su cartera,    se da vuelta y le dice: "¿Sabés que pasa? Es simple: creo que ya no te sigo amando".






     Se va de la habitación. Jesse mira la taza de té que ella no tomó. Su copa de vino. La cama en la que no hicieron el amor. Suena un piano triste.











·       *   El sale del hotel y la va a buscar. La encuentra en un café hermoso, al borde del mar. Es como una terraza iluminada por un cable con bombitas eléctricas colgando que reproducen su brillo en el agua.




       

      Él le hace una broma, quiere salir de la discusión. Ella se mantiene enojada. Él se sienta a su lado y le dice:” Aguanté que me digas que ya no me amas y he vuelto. Si crees que seré como el perro que siempre volverá, estás equivocada. Pero si quieres amor de verdad, aquí estoy. Esta es la vida real y no es perfecta…si no puedes ver mi amor es que estas ciega. Me rindo”




No voy a contar el final, aunque , lo maravilloso de esta serie es , justamente , que no tenga un final, que no se extrañe un final,  sino que se disfrute ese  delicado, precioso, sutil y lento transcurrir.

viernes, 3 de enero de 2014

Fénix




Ulm, Alemania, 1950.



Eran un grupo de diez. Ni uno más ni uno menos. Habían sido seleccionados en las mejores universidades y reclutados de una manera un tanto particular: ni la paga ni el reconocimiento posterior eran valores a tener en cuenta: el amor a la patria, Alemania, que se arrastraba, con su pueblo diezmado y enfrentado, sus fabricas destruidas, su moneda inexistente y su orgullo herido. Ese era el motivo por el que todos estaban allí.
 El Plan Marshall americano no era más que sal en la herida: una ayuda sí, pero ¿acaso un pueblo milenario, el germano, debería ser ayudado por los irreverentes triunfadores de una guerra tan salvaje en los campos de batalla como en la aun más salvaje política?
Los diez jóvenes talentos eran especialistas brillantes en diferentes áreas: físicos, químicos, técnicos, matemáticos. Convivían en un viejo taller que había sido reacondicionado como laboratorio. La pequeña Ulm, equidistante de las importantes e impiadosamente destruidas Múnich y Frankfurt, había permanecido casi intacta, impoluta.
Sus calles de aldea medieval, sus casas bajas, rodeadas de jardines y, sobre todo, una pequeña población agrícola, constituían el ambiente ideal para llevar adelante los estudios. Ya en 1930 un grupo de estudiantes había estudiado las conexiones eléctricas del cerebro y su participación en la inteligencia, en las emociones, y , especialmente, en la memoria.
Con el nombre de “Fénix” la plana mayor del gobierno alemán había denominado a la misión que se llevaría a cabo en Ulm. El gobierno había hecho públicos distintos motivos de aquel proyecto: estudios de diversa índole, con nombres extrañísimos. Todos ellos constituían la cascara que cubría al verdadero motivo: “Fénix” estaba a punto de descubrir la materia química que permitiría hacer algo que el pueblo alemán debería hacer si quería volver a nacer: la pastilla que permita olvidar.
Sólo olvidando la masacre del nazismo, la guerra intestina con alemanes asesinos de alemanes, la patria germana resurgiría nuevamente como el ave que daba nombre a la misión.
Estuvieron cinco largos años desarrollando diferentes prototipos: se hicieron pruebas en ratas, primero y en chimpancés , después.
Los estudios es ratas consistían en proporcionar diferentes dosis del medicamento - llamado, en clave, Cv500- a diferentes ejemplares. Previamente a la aplicación de la medicación, las ratas debían recorrer diferentes senderos, cuan si fuese un laberinto,de los cuales uno solo conducía al preciado trozo de queso. Solo después de varios intentos, encontraban el correcto. Pero lo  interesante es que , luego de varios días, las ratas recordaban el camino indicado y  ya no tomaban ningún otro. Con  la aplicación del Cv500 las ratas se comportaban como el primer día y no encontraban la salida.
En chimpancés tuvo resultados similares, esta evolucionada especie trabajaba con ejercicios mas complejos, recordando obstáculos y salvandolos en las diferentes repeticiones. El efecto fue el mismo que en las ratas: luego de proporcionarles Cv500, volvían a repetir errores, olvidando sus aciertos. Algunos de ellos murieron sin causas demasiado evidentes. (Luego las autopsias arrojarían resultados que llevaban a pensar en algún tipo extraño de embolia cerebral)
Por motivos que nunca trascendieron, el laboratorio de Ulm se incendió una tarde de abril de 1954, sin que el gobierno alemán de ninguna explicación al respecto.
Jamás se tuvo noticia alguna de los resultados de “Fénix” ni de ninguno de sus integrantes.  






San Martín de los Andes, Argentina, 1970.




En la Chocolatería de Gertrudis se reunía la flor y la nata del pequeño poblado alpino de los andes argentinos. Allí sesionaba una especie de consejo ciudadano, cada viernes, con el fin de tratar los temas que interesaban a la gente. Dos largas mesas de madera de pino, dejaban lugar, en medio de ellas, a una más pequeña, ocupada por los más ilustres vecinos. Karl, Jürgen, Frank y Atilio (el único argentino de los “ilustres”) la ocupaban cada viernes. El poblado se mostraba reticente a aceptar las decisiones de las autoridades democráticamente elegidas y era común ver en las reuniones de los viernes al intendente sentado entre los presentes, atento, para luego trasladar lo resuelto allí, a su ámbito de gobierno. De los tres alemanes, la voz cantante la llevaba Jürgen. Este era un alto -1,90- y rubio alemán de unos setenta años. Era, a su vez, dueño de los dos hoteles más importantes del lugar. Su opinión era respetada por todos y era común ver a la gente acercándose en busca de su consejo y  -muchas veces – su ayuda. Jürgen –que había enviudado hacia ya diez años y no tenía hijos, vivía solo en una cabaña contigua a “Los Alces”, uno de sus hoteles.
Fue a fines de octubre cuando se enteró: el dolor en la ingle que lo tenía a maltraer no era una hernia, Era un cáncer galopante que había hecho metástasis allí, en su entrepierna. Consultó a todos los especialistas habidos y por haber, incluso a uno en Alemania, a quien le envió los resultados de sus exámenes.
Todos coincidieron: tres, a lo sumo cuatro meses de vida.
Jürgen mantuvo la compostura y siguió presidiendo las reuniones de los viernes, pese a que su aspecto desmejoraba a pasos agigantados.
Una noche de enero, poco después de acostarse, Jürgen murió, acompañado de Atilio, su amigo de más de veinte años, época en la que  este alemán hosco y trabajador vino a forjarse la vida en este hermoso pueblo.
Se organizó un funeral que tuvo protocolo oficial. Se lo veló en el centro cívico y la bandera estuvo a media asta tres días. Antes de morir, Jürgen ordenó sus empresas las que serian propiedad de una cooperativa presidida por Atilio.
Atilio fue el encargado de vaciar la cabaña de Jürgen la cual sería destinada a un museo de los Pioneros. Llevó una semana trasladar todo aquello que no fuese de utilidad: efectos personales, algún que otro mueble, vajilla, etc.
El motivo de la caída de Atilio –en la caída se quebró la muñeca- fue una tabla que sobresalía en el pasillo que unía el baño con la habitación de Jürgen. Al querer volverla a su lugar y casi sin ver por el dolor, Atilio vislumbró el sobre. Era un sobre grande, doblado para que quepa en aquella cavidad. De color bordó, con una leyenda en letra de molde: “FENIX”, en mayúsculas y sin acento. En su interior, cientos de hojas, muchas de ellas escritas a mano, con cálculos, anotaciones al margen, llamadas…Todo ello en alemán.
Atilio se guardó el sobre y pensó en verlo más detenidamente cuando  su muñeca curase.

Tres meses después, ya recuperado, buscando un viejo álbum de fotografías, Atilio se topó con el sobre. Prefirió no hacerlo ver por nadie del pueblo y lo llevó a Bariloche donde se lo mostró a Walter, un viejo conocido de Jürgen. Se sentaron en unos sillones de cuero marrón claro que daban a un ventanal con vista al lago. La mujer de Walter les sirvió un té con esas típicas macitas con mucha manteca.
Atilio supo que algo importante habría en el sobre cuando advirtió la cara impávida, lívida de Walter al tomarlo en sus manos.
Le explicó, a los tumbos, tartamudeando (Walter no era tartamudo) todo lo referente a “Fénix”, mejor dicho, todo aquello que cualquiera que hubiese vivido en Alemania sabia de “Fénix”, lo que pese a ser poco, dejaba entrever una cuota de misterio y horror. Nunca se supo nada de aquellos jóvenes brillantes ni del incendio del laboratorio.
Decidieron, luego de mucho cavilar, consultarlo a el hijo de Frank, que, además de hablar perfectamente el alemán, era bioquímico.

Al volver a San Martin de los Andes, se reunieron con el joven Matheo. La cara del joven al recorrer las paginas no distó mucho de la Walter, días atrás.
¿Qué pasa, Matheo?¿Que es Fénix? El joven les explicó a los viejos todo lo que allí veía, y, lo más importante, en aquellas anotaciones se dejaba constancia que “Fenix” estaba en su fase seis. Experimentación con humanos. La fase final.








Buenos Aires, Argentina , 1990






En la reunión en el piso 50 de la torre “Allure” terminada de construir apenas tres meses atrás y considerado el edifico más moderno de Latinoamérica, había solo seis personas: cuatro de los más altos directivos de “Baxxune” , el más importante conglomerado de la industria farmacéutica del mundo, una joven traductora , de nombre Helena y Matheo. En la reunión se habló, sin realizar grabación ni escrito, acerca de Cv500, su descubrimiento, su aplicación en ratas y en chimpancés. Se habló, por supuesto, de lo que un invento de esas características supondría en la cultura y en la sociedad de los años que corrían. Todos los medicamentes utilizados en alteraciones de tipo depresivo, desordenes psicológicos etc que hasta el momento solo cumplían –y bastante pobremente- un paliativo a dichos desordenes, serian borrados de un plumazo por Cv500: “tomando los comprimidos de nuestro producto –dijo un americano arrogante de unos cuarenta años- la persona no sufrirá más: basta de llorar por la muerte de un familiar. El despido de un trabajo. Un despecho amoroso. Cv500 haría, lisa y llanamente, olvidar aquel suceso. La persona dejaría de pensar en ello y podría seguir su vida. Sin efectos colaterales, sin largos e inútiles tratamientos. Sin que las personas se sometan a medicaciones que los transformaban en zombies…” El americano hablaba de una manera extrañamente enérgica.
Matheo lo interrumpió: Aun no hemos realizado las pruebas en humanos ¿se olvidan de ello?
“Por supuesto que no, Querido Matheo, -terció George, un pelirrojo apenas mayor pero igual de arrogante que el otro- pero eso es justamente –recalcó-justamente tu tarea ¿no? Nosotros ponemos la capacidad técnica, la logística, el capital…estos detalles te concierne  a ti”, completó en un espantoso castellano neutro.
“Ah, Y apúrate…no nos gustaría que nada malo te pasase…”
Matheo siempre pensó que ,tras la caída de la camioneta en la que iban Walter y Atilio al lago, dos inviernos atrás, había algo de raro. Ahora lo confirmaba.







Villa Gesell, Argentina, 2010.





En el pequeño poblado de la costa atlántica se festejaba, cada octubre, la fiesta de la raza. Diversas colectividades ofrecían sus productos y la ciudad explotaba con miles de jóvenes que venían a divertirse, ocupando sus numerosos campings e incluso sus playas.
Eloy tenía 25 años. Estudiaba arquitectura en la Capital y  había llegado allí arrastrado por un grupo de amigos. Hacia un año había cortado una relación con Victoria, una joven compañera de estudios con la que había noviado por casi tres años. El último año de estudios había resultado un camino muy difícil de recorrer para él. No podía mantener la concentración. En el grupo de estudios , primero bromeaban y luego comenzaron a preocuparse con sus distracciones y posterior depresión. Amaba a esa mujer como a nadie nunca y perderla significó una barrera que aun no había podido superar. Para colmo, antes de salir hacia Villa Gesell, una compañera de las que nunca faltan lo anotició de lo peor: Victoria está saliendo con un chico, Eloy.




Fue al segundo día de haber llegado, en la playa: Tino, un compañero de estudios que tenía un hermano estudiando medicina le dijo: “¿Se enteraron?¿Saben que están terminando de desarrollar una pastilla que va a revolucionar la medicina?  ¡ Y la hace Baxxunne…casi nada no!
¿Y para qué es, preguntó Fito?
Es una pastilla para olvidar, Flaco ¿Sabes lo que es eso? ¡una genialidad!
¿Olvidar?, preguntó Eloy ¿Olvidar?
Poco importó que le explicasen que estaban pagando en euros por una prueba de tres días, que era en el mejor hotel de Pinamar, que había numerosos premios, ni muchas cosas más…Eloy no necesitaba que le expliquen nada.


La pastilla era color naranja, apenas más grande que una aspirina.
Eloy hizo una sola pregunta: ¿Cómo saben que solo me voy a olvidar de ella?
Le explicaron que se quede tranquilo, que ya estaba estudiado, que había una relación directa entre los centros del dolor y de la angustia y los recuerdos etc. etc. etc.
Lo acostaron en una camilla cómoda, casi un sillón. Una gran televisión mostraba un paisaje, hermoso, y un salmón que serpenteaba el aire, trepando una cascada, sin volumen.
La tragó y esperó. Se durmió un rato que luego le dijeron había sido una hora.
El salmón seguía serpenteando.
Bajó en el ascensor, solo, previo quedar en volver a la tarde siguiente.
Recordaba cada detalle, sus amigos, la ciudad, el viaje. Sin embargo no recordaba porque estaba en aquél edificio, ni que había hecho allí.
Cenó liviano y se acostó a dormir. Cerró sus ojos. Sintió una brisa suave y tibia . Estaba desnudo en medio de un gran salón, sobre una alfombra mullida. Una fuente con frutas estaba a su lado. Se escuchaba un instrumento que él creyó una citara y se olía a lavandas, aunque él no pudo ver ninguna.
La vio venir, con una túnica blanca que dejaba ver uno de sus hombros y se acomodaba entre  sus piernas al caminar. Su pelo , lacio, caía a ambos lados de su cara . Su piel era tersa y brillante.
La mujer se arrodilló a su lado. Le tomó la cara entre sus manos. Lo besó suavemente en sus labios, primero, en sus mejillas, después. Bordeó sus ojos con su lengua. Le dijo algo al oído. Lo abrazó y se acostó a su lado.
Él, Eloy, mientras tocaba con su dedo índice la comisura de sus labios, le dijo:”Victoria, Amor”.




Encontraron a Eloy muerto en su cama. (Un policía anotó en su pequeña libreta: “el joven fallecido se encontraba en posición fetal, abrazándose a sí mismo, con una extraña sonrisa en sus labios y una foto de mujer estrujada en su mano izquierda)  

En las oficinas de Baxxunne nadie dio ninguna explicación. Ni  de Fénix ni de Cv500.


Matheo apareció ahorcado en la  habitación de su hotel. Entre sus pertenencias encontraron dos bolígrafos, sus documentos, unos anteojos de sol y un sobre bordó.