Trascendió
cuando la joven periodista lo publicó. Hasta entonces sólo era conocido por los
habitúes de “El Mercurio”. Ella tituló: “El Hombre que llora”
Pero todo había comenzado
bastante antes. Año, año y medio antes.
Vayamos,entonces, por
partes: “El Mercurio” es un viejo bar del centro de la Capital. Por pocas
cuadras había quedado fuera de la llamada “city” y , quizás, se puedan
encontrar allí las razones de su debacle. “El Mercurio” supo de años de gloria –rumores
nunca confirmados dicen que Gardel desayunó allí muchas mañanas casi mediodías. Medialunas con queso, tostadas, aventuran que comía- y luego se vio desbordado por la modernidad, y lo que era un lugar de encuentro se transformó en un lugar de paso, y los años
pasaron y la gente fue mutando velozmente en personas sin tiempo que pasaban
por los cristales de sus vidrieras decoradas con fileteados dorados, tal cual
los que adornaron los colectivos durante tanto tiempo, sin detenerse. Y “El
Mercurio” comenzó a penar, hasta llegar a este presente de paredes añosas,
muebles gastados y mozos al filo de la jubilación.
Es este “El Mercurio” el que comenzó a recibir ,cada
tarde, puntualmente, a las cuatro y
media a un señor de unos cuarenta y pocos años. Se sentaba en la segunda mesa
del lado derecho (“El Mercurio” tenia sus puertas vaivén, dobles , justo en el
centro del frente del local). Esa mesa ,chica, como para dos, estaba sobre la
ventana y podía verse desde allí: la esquina, los transeúntes, los autos, algún
perro corriendo a otro perro y, mas atrás, los árboles de la plaza.
Vestía impecablemente. Nunca de traje, pero siempre con su ropa combinada, los
pantalones planchados y los cuellos de sus chombas en perfecto estado. Se
sentaba erguido y , sin nunca emitir palabra, hacia el gesto de “cortadito” al
mozo.
Garabateaba cosas
en alguna servilleta y , minutos después, comenzaba a llorar. Al principio despacito, inspirando entrecortado
por la nariz, con los ojos apenas llorosos. Pero luego su pecho se desbocaba en
sollozos y sus ojos inundaban su rostro
de lágrimas. Las primeras veces , los mozos se consultaban entre si, dudando
entre interrumpirlo preguntándole si algo le pasaba o dejarlo en su húmeda intimidad.
Nadie nunca lo interrumpió. Luego de unos minutos de llanto inconsolable, el
hombre se apaciguaba, su pecho pasaba de trote a caminata, inspiraba hondo,
siempre erguido, pedía la cuenta y se iba.
Cerca de un año repitió
cada tarde su rutina de tristeza y de
llanto. Durante todo ese tiempo los mozos –que de la compasión habían pasado a
un profundo cariño por aquel hombre que nunca les había hablado- se
transformaban en sus escuderos que lo defendían de algunos insolentes que se reían de
él. Los mozos se acercaban sigilosamente a él o los impertinentes y los invitaban
a retirarse:”La casa invita , señores, sírvanse retirarse”. Manuel , el dueño,
galleguísimo , mas de una vez quiso trenzarse con algún mocoso que se negaba
a la generosa invitación de “El Mercurio”.
Pero todo cambió a partir de la tarde en la que una joven periodista, recién recibida, se sentó
a escribir algo en su computadora a dos mesas de la de ( al solo fin de
simplificar el relato, llamaremos “Juan” al hombre que llora) Juan.
Unos quince
minutos después llegó Juan. Su mesa estaba ocupada. Las pocas veces que había sucedido
algo así, los mozos le habían ofrecido otra, pero el negaba con la cabeza , se retiraba a la vereda y se quedaba mirando hacia la mesa, hasta que se desocupaba.
Ni bien veía que la gente pedía la cuenta, entraba a paso redoblado y se paraba
al lado de la mesa, por mas que las demás estuviesen vacías.
Finalmente se
sentó. Cinco minutos después empezaron lo sollozos. La joven levantó su cabeza
y lo vio. Miró rápidamente a los mozos, que esquivaron su mirada. Mientras las
lagrimas caían por sus mejillas y solo se escuchaban sus suspiros, la joven no
dejó de mirarlo un instante.
Juan pidió la
cuenta, pagó y se fue.
Sólo en ese
momento la joven se acercó a Manuel, quien le explicó con lujos de detalles la
rutina infalible de Juan.
En su blog de
internet, que fue replicado por cientos en pocas horas, la joven escribió un
articulo que tituló:”El Hombre que llora”
A la semana “El
Mercurio” dobló su concurrencia. Pero
sólo entre las cuatro y las cinco y pico de la tarde. Primero fueron silencioso
jóvenes que se acercaban y simulaban leer o hablar entres si, pero que , en
realidad , estaban allí para verlo llorar. Al mes , una periodista francesa fue
sacada carpiendo cuando le dijó al gallego que iba a entrevistar a Juan. “Aquí se
toma café, señorita…y servimos las mejores picadas de la ciudad…pero no se entrevista a
nadie y mucho menos a Juancito”
El mas joven de
los mozos, Fernando, contó en el bar que en Facebook se había formado un grupo
de fans de Juan que se juntaban a llorar en diferentes bares del mundo,
exactamente a la misma hora que Juan lloraba en “El Mercurio” . Mostró en su
celular, fotos de un grupo de hombres de túnica llorando en Abu Dhabi, a lo que sería las tres de la
mañana o algo así…,en Segovia, España, grupos de jóvenes y no tan jóvenes, hacen un corte en su noche de tapas y cerveza, y lloran sin parar. ( en you tube puede verse un vídeo de un joven español llorando junto a sus amigos), en un pub de Londres, tres jóvenes se abrazan y enjugan sus lágrimas.
Hubo que tomar
una decisión: el local de al lado , que estaba vacío, fue alquilado por Manuel
y en pocos días se transformó en “El Mercurio”, pero ampliado. Sus paredes
recobraron el color ocre de antaño. Se renovaron sus luminarias , unas hermosas
lámparas con cristales que colgaban del techo ,
una nueva y reluciente cafetera
se colocó tras la ahora impecable barra de caoba y mármol . Hasta unas plantas en unas enormes macetas , comenzaron a lucir en
la entrada renovada y fresca.
Durante casi
medio año mas , Juan repitió sus tardes de llanto.
El más importante periódico del país, se burló de lo que allí pasaba
, titulando “El bar del Llorón” en un tono despectivo que originó una feroz represalia en twitter, facebook y cuanta red hubiese de los furiosos fans de
Juan .
En un canal de televisión,
un pseudoreportero arriesgó que todo era una mentira urdida por el Gallego como
maniobra marketinera para vender mas cafés y que Juan no era mas que un
impostor. ¡Para qué! Un escrache de miles de seguidores de Juan se agolparon en
las puertas del canal y lloraron a moco tendido durante tres días seguidos. Los
fans se turnaban en su llanto interminable con el afán de castigar al osado canal.
Finalmente el canal debió disculparse con un comunicado hecho publico en la
vereda del canal , mientras los lloradores agitaban sus pañuelos.
La tarde del
segundo día de mayo de hace ya tres años, Juan entró esquivando fans a paso firme, portando una sonrisa de oreja a oreja que desconcertó a todos por igual. Su mesa estaba vacía -¿Quién osaría ocuparla?-, sin embargo giró sobre sus talones y se sentó en el otro
lado del salón. Tamborileaba sus dedos,sobre la mesa recién barnizada que dejaba ver debajo un corazón rasgado en la madera con las iniciales V y C. Se acomodaba el cuello de su camisa
y no dejaba de mirar su reloj. Todo ello con una sonrisa que no dejaba un solo
diente sin mostrar.
Todo el salón lo
miraba, en silencio. Juan levantó su brazo , hizo el gesto de “cortadito” .
Gente agolpada en la vereda conversaba sin entender demasiado lo que pasaba.
Minutos después vieron
como él giraba su cabeza hacia la entrada. Una joven , de pelo castaño, y
vestir tan impecable como Juan, caminó hacia él. Juan se paró, la tomó de sus
manos y se dieron un beso que pareció interminable. El Gallego lloraba . Los
mozos lloraban . “El Mercurio” entero lloraba.
Tomaron , un
cortado él, un apenas cortado, ella. Siempre tomados de la mano, sonriendo, con
un murmullo feliz detrás. Gente en la vereda buscaba a su pareja y la abrazaba.
Otros se besaban. Casi todos seguían llorando, esta vez de alegría.
Un adolescente
se acercó, tímido , a Juan. Se paró a su lado. Juan y la mujer lo miraron, en silencio. Finalmente,el joven se animó:¿Qué pasó?¿Porque dejaste de
llorar?
Juan hizo un
silencio, largo, espeso. Miró a la mujer, sonrieron.Rieron.
Miró al joven y
, en la única vez que escuchamos su voz, dijo: Ella me perdonó.
Pidió la cuenta,
pagó , tomó a la mujer de la mano y salió, entre cientos de incrédulos, de
felices incrédulos.
Juan nunca
volvió a “El Mercurio”
Al año “El
Mercurio “ cerró. Hoy funciona allí un supermercado chino.