domingo, 28 de junio de 2015

La avenida gris.

La lluvia había sido suave pero había durado casi tres días completos. Al mirar por la ventana, en la aún noche casi mañana del cuarto día, pude ver gran parte del parque de mi casa convertido en una gran piscina. No hacía falta ser muy perspicaz para imaginar el barrial posterior.
Me vestí apurado por el reloj como cada mañana, sin sueño pero con un cansancio al que ya me estaba acostumbrado. El auto arrancó sin problemas, pese a que el frío y la humedad no ayudaban demasiado.
El día de trabajo fue ¿Cómo decirlo? Llamativamente normal. Llamativo porque solía disfrutar la mañana de chistes y bromas, pero esta vez , cada una de ellas me pareció trillada, aburrida. Me recuerdo sonriendo casi en un rictus, como obligado.
Al salir, preferí caminar. La tarde era iluminada por un  sol que hacia todo más amigable.
Una baldosa floja me salpicó al pisarla y ensució mi pantalón. Maldije mientras miraba a mis costados para ver si alguien me había escuchado. Sólo un adolescente giró su cabeza, pero retomó su marcha sin siquiera sonreírme. El viento frío hizo que abroche los botones de mi saco hasta el ultimo. Miré hacia el sol. Maldije otra vez, esta vez en silencio.


La avenida estaba gris. Me gustaba caminar por ella. Una especie de alameda adornada con palmeras cubría el centro de ella, sus veredas estaban casi completamente cubiertas por hermosos cafés, con sus mesas y sillas y coloridos toldos y sombrillas, aun en invierno. Elegantes comercios, alguna joyería en la que solía detenerme a ver sus inalcanzables relojes, la hacían la preferida de mucha gente que caminaba y paseaba por ella. Pero esa tarde estaba gris o, al menos, yo la veía gris.
Miré mi celular por enésima vez. Buscaba un mensaje que, al parecer, no llegaría nunca. 
Al llegar a la esquina , me detuve , antes de cruzar, y me di cuenta que la caricia que extrañaba, esta tarde la extrañaba de manera insoportable. Pestañee, con fuerza, como queriendo cambiar de canal en el televisor de mi vida. Crucé.
Me detuve en la joyería. Pero no miré relojes. Me miré. Reflejado en el vidrio. Estaba distinto a tantas mañanas en el espejo. Tenía la barba cuidada, la camisa impecable, el cabello recién cortado. Sin embargo, esa tarde, en la joyería, me vi por primera vez triste. Y, casi como una perogrullada, entendí, de golpe, todo.
La avenida no estaba gris. Era yo el gris. La baldosa me había salpicado, si. Pero como tantas veces. Sin embargo esta no fue una salpicadura normal. Fue una salpicadura que me enojó, que me puso tenso. Tenso y triste.
El mensaje no llegó a mi celular, si. Pero como tantas veces. ¿O acaso el mundo debía girar en torno a mi? Sin embargo aquella tarde, en la avenida a la que yo veía gris, cada cosa que me pasaba parecía estar confabulada en mi contra.
Y, entonces, aun parado frente a la vidriera de la joyería, entendí.
Desde que me habían dado los análisis la semana anterior algo se había empezado a mover dentro mío, silenciosa, independiente de mi.
Las mañanas empezaron a ser suplicios. El agua caída en mi jardín, barro. Las bromas en mi trabajo, estúpidas. El sol, ya no me entibiaba. Mi avenida preferida , la de las hermosas palmeras y cafés de ensueño, se había transformado en un calvario gris. Y yo , que siempre había pretendido reír por sobre todo, sin que importe otra cosa más que mi sonrisa, sin negociar jamás , me encontraba serio, serio y triste.

Y me di cuenta que era la muerte que me estaba preparando. Era ella la que ¿ gracias a Dios ? me estaba haciendo este mundo insoportable, un lugar opaco  y olvidable, al que, más temprano que tarde, y con mucha suerte, habría de dejar, cansado, harto de estar harto,  para irme, irme y ya.






Siempre.