jueves, 24 de abril de 2014

El Hombre que llora




Trascendió cuando la joven periodista lo publicó. Hasta entonces sólo era conocido por los habitúes de “El Mercurio”. Ella tituló: “El Hombre que llora”
Pero todo había comenzado bastante antes. Año, año y medio antes.
Vayamos,entonces, por partes: “El Mercurio” es un viejo bar del centro de la Capital. Por pocas cuadras había quedado fuera de la llamada “city” y , quizás, se puedan encontrar allí las razones de su debacle. “El Mercurio” supo de años de gloria –rumores nunca confirmados dicen que Gardel desayunó allí muchas mañanas casi mediodías. Medialunas con queso, tostadas, aventuran que comía- y luego se vio desbordado por la modernidad, y lo que era un lugar de encuentro  se transformó en un lugar de paso, y los años pasaron y la gente fue mutando velozmente en personas sin tiempo que pasaban por los cristales de sus vidrieras decoradas con fileteados dorados, tal cual los que adornaron los colectivos durante tanto tiempo, sin detenerse. Y “El Mercurio” comenzó a penar, hasta llegar a este presente de paredes añosas, muebles gastados y mozos al filo de la jubilación.
Es  este “El Mercurio” el que comenzó a recibir ,cada tarde,  puntualmente, a las cuatro y media a un señor de unos cuarenta y pocos años. Se sentaba en la segunda mesa del lado derecho (“El Mercurio” tenia sus puertas vaivén, dobles , justo en el centro del frente del local). Esa mesa ,chica, como para dos, estaba sobre la ventana y podía verse desde allí: la esquina, los transeúntes, los autos, algún perro corriendo a otro perro y, mas atrás, los árboles de la plaza.
Vestía impecablemente. Nunca de traje, pero siempre con su ropa combinada, los pantalones planchados y los cuellos de sus chombas en perfecto estado. Se sentaba erguido y , sin nunca emitir palabra, hacia el gesto de “cortadito” al mozo.
Garabateaba cosas en alguna servilleta y , minutos después, comenzaba a llorar. Al  principio despacito, inspirando entrecortado por la nariz, con los ojos apenas llorosos. Pero luego su pecho se desbocaba en sollozos  y sus ojos inundaban su rostro de lágrimas. Las primeras veces , los mozos se consultaban entre si, dudando entre interrumpirlo preguntándole si algo le pasaba o dejarlo en su húmeda intimidad. Nadie nunca lo interrumpió. Luego de unos minutos de llanto inconsolable, el hombre se apaciguaba, su pecho pasaba de trote a caminata, inspiraba hondo, siempre erguido, pedía la cuenta y se iba.
Cerca de un año repitió cada tarde su rutina de tristeza  y de llanto. Durante todo ese tiempo los mozos –que de la compasión habían pasado a un profundo cariño por aquel hombre que nunca les había hablado- se transformaban en sus escuderos que lo defendían de algunos insolentes que se reían de él. Los mozos se acercaban sigilosamente a él o los impertinentes y los invitaban a retirarse:”La casa invita , señores, sírvanse retirarse”. Manuel , el dueño, galleguísimo , mas de una vez quiso trenzarse con algún mocoso que se negaba a la generosa invitación de “El Mercurio”.
Pero todo cambió a partir de la tarde en la que una joven periodista, recién recibida, se sentó a escribir algo en su computadora a dos mesas de la de ( al solo fin de simplificar el relato, llamaremos “Juan” al hombre que llora) Juan.
Unos quince minutos después llegó Juan. Su mesa estaba ocupada. Las pocas veces que había sucedido algo así, los mozos le habían ofrecido otra, pero el negaba con la cabeza , se retiraba a la vereda y se quedaba mirando hacia la mesa, hasta que se desocupaba. Ni bien veía que la gente pedía la cuenta, entraba a paso redoblado y se paraba al lado de la mesa, por mas que las demás estuviesen vacías.
Finalmente se sentó. Cinco minutos después empezaron lo sollozos. La joven levantó su cabeza y lo vio. Miró rápidamente a los mozos, que esquivaron su mirada. Mientras las lagrimas caían por sus mejillas y solo se escuchaban sus suspiros, la joven no dejó de mirarlo un instante.
Juan pidió la cuenta, pagó y se fue.
Sólo en ese momento la joven se acercó a Manuel, quien le explicó con lujos de detalles la rutina infalible de Juan.  
En su blog de internet, que fue replicado por cientos en pocas horas, la joven escribió un articulo que tituló:”El Hombre que llora”
A la semana “El Mercurio” dobló su concurrencia.  Pero sólo entre las cuatro y las cinco y pico de la tarde. Primero fueron silencioso jóvenes que se acercaban y simulaban leer o hablar entres si, pero que , en realidad , estaban allí para verlo llorar. Al mes , una periodista francesa fue sacada carpiendo cuando le dijó al gallego que iba a entrevistar a Juan. “Aquí se toma café, señorita…y servimos las mejores picadas de la ciudad…pero no se entrevista a nadie y mucho menos a Juancito”
El mas joven de los mozos, Fernando, contó en el bar que en Facebook se había formado un grupo de fans de Juan que se juntaban a llorar en diferentes bares del mundo, exactamente a la misma hora que Juan lloraba en “El Mercurio” . Mostró en su celular, fotos de un grupo de hombres de túnica  llorando en  Abu Dhabi, a lo que sería las tres de la mañana o algo así…,en Segovia, España, grupos de jóvenes y no tan jóvenes, hacen un corte en su noche de tapas y cerveza, y lloran sin parar. ( en you tube puede verse un vídeo de un joven español llorando junto a sus amigos), en un pub de Londres, tres jóvenes se abrazan y enjugan sus lágrimas. 



Hubo que tomar una decisión: el local de al lado , que estaba vacío, fue alquilado por Manuel y en pocos días se transformó en “El Mercurio”, pero ampliado. Sus paredes recobraron el color ocre de antaño. Se renovaron sus luminarias , unas hermosas lámparas con cristales que colgaban del techo , 



una nueva y reluciente cafetera se colocó tras la ahora impecable  barra de caoba y mármol . Hasta unas plantas  en unas enormes macetas , comenzaron a lucir en  la entrada renovada y fresca.
Durante casi medio año mas , Juan repitió sus tardes de llanto. 
El más importante  periódico del país, se burló de lo que allí pasaba , titulando “El bar del Llorón” en un tono despectivo que originó una feroz represalia en twitter, facebook y cuanta red hubiese de los furiosos fans de Juan .
En un canal de televisión, un pseudoreportero arriesgó que todo era una mentira urdida por el Gallego como maniobra marketinera para vender mas cafés y que Juan no era mas que un impostor. ¡Para qué! Un escrache de miles de seguidores de Juan se agolparon en las puertas del canal y lloraron a moco tendido durante tres días seguidos. Los fans se turnaban en su llanto interminable con el afán de castigar al osado canal. Finalmente el canal debió disculparse con un comunicado hecho publico en la vereda del canal , mientras los lloradores agitaban sus pañuelos.



La tarde del segundo día de mayo de hace ya tres años, Juan entró esquivando fans a paso firme, portando una sonrisa de oreja a oreja que desconcertó  a todos por igual. Su mesa estaba vacía -¿Quién osaría ocuparla?-, sin embargo giró sobre sus talones y se sentó en el otro lado del salón. Tamborileaba sus dedos,sobre la mesa recién barnizada que dejaba ver debajo un corazón rasgado en la madera  con las iniciales V y C. Se acomodaba el cuello de su camisa y no dejaba de mirar su reloj. Todo ello con una sonrisa que no dejaba un solo diente sin mostrar.
Todo el salón lo miraba, en silencio. Juan levantó su brazo , hizo el gesto de “cortadito” . Gente agolpada en la vereda conversaba sin entender demasiado lo que pasaba.
Minutos después vieron como él giraba su cabeza hacia la entrada. Una joven , de pelo castaño, y vestir tan impecable como Juan, caminó hacia él. Juan se paró, la tomó de sus manos y se dieron un beso que pareció interminable. El Gallego lloraba . Los mozos lloraban . “El Mercurio” entero lloraba.
Tomaron , un cortado él, un apenas cortado, ella. Siempre tomados de la mano, sonriendo, con un murmullo feliz detrás. Gente en la vereda buscaba a su pareja y la abrazaba. Otros se besaban. Casi todos seguían llorando, esta vez de alegría.
Un adolescente se acercó, tímido , a Juan. Se paró a su lado. Juan y la mujer lo miraron, en silencio. Finalmente,el joven se animó:¿Qué pasó?¿Porque dejaste de llorar?
Juan hizo un silencio, largo, espeso. Miró a la mujer, sonrieron.Rieron.
Miró al joven y , en la única vez que escuchamos su voz, dijo: Ella me perdonó.
Pidió la cuenta, pagó , tomó a la mujer de la mano y salió, entre cientos de incrédulos, de felices incrédulos.
Juan nunca volvió a “El Mercurio”
Al año “El Mercurio “ cerró. Hoy funciona allí un supermercado chino.