martes, 29 de julio de 2014

Botitas a lunares






Me cuentan que fui a vivir allí al año de nacido. Un barrio, bien barrio. Clase media, como siempre fuimos, como nunca dejaremos de ser.
Enfrente de casa, la escuela. Blanca, blanquísima. Me quedaba tan cerca que en algunos recreos me escapaba a saludar a mi vieja y volvía.
En la esquina , el almacén de Don Fulco, de paredes amarillas gastadas, la entrada en la ochava, un cartel de chapa ,despintado, de un infaltable vermú. Una mata de pelos , movediza y ladrante, llamada “Batuque”, oficiaba de guardián.
Mi casa quedaba a mitad de cuadra. Digo quedaba no porque no exista, sino porque desde hace rato ya no es “mi” casa. En la esquina, cruzando, justo frente a lo de Don Fulco, era la suya.
Nos conocimos desde cuando pudimos hacerlo. Nunca compartimos ni jardín de infantes, ni colegio. Él fue toda su vida a los curas de Don Orione. Yo, incursioné por un colegio de doble escolaridad inglesa, luego vino el Rodrigazo y aterricé en la escuela enfrente de casa,  seguí la secundaria en la contra del Don Orione, el Don Bosco y , para dar fin a tan rutilante carrera, finalicé en el paquetísimo  San Alberto.
Jugamos todos los juegos de la era pre internet: Bolita (en un pedazo de tierra que había, aun, en la vereda del colegio, hoy tapado por baldosas asesinas.) Agarrabamos un palito y hacíamos el opi. Levantábamos la mano: mangueta. Tirabamos. Creíamos ser infalibles. Íbamos con una lata llena de “Norte” y “lecheras”. Todo bien hasta que venía el Negro y se pudría todo. El Negro no entendía de derrotas. Y nosotros le teníamos un miedo de espanto.
Había época de “payanas” ( el mármol era un bien preciado. Hacíamos guardia en la marmolería de la calle Olazabal rogando por un recorte. Y después a moldearlas: Horas y horas gastándolas contra el cordón de la vereda.)
Época de autitos. Nuestros diseños variaban entre una cuchara en el frente a una varilla repleta de arandelas. Todo ello balanceado a la perfección con plastilina o masilla.
Y la pelota, claro. “Pierde, cuelga, pincha, paga”. Hasta cualquier hora. Yo creí jugar mucho mejor que el . Y el que yo. Viéndolo de lejos, creo que siempre fuimos unos troncos. Pero era una época de sueños. La imaginación era una costurera que confeccionaba cualquier sueño. Hoy está más complicado: A los sueños te los venden hechos. Televisión, Internet, nada de libros… Imaginación: a dormir.
Antes no era que no había tele, eh. Había. En blanco y negro y con dos canales. El ocho y el diez. Cuando empezaron algunas series, suspendíamos el futbol, la escondida o lo que estuviésemos haciendo y nos juntábamos a verlas: Kung Fu, El Hombre Nuclear, a la noche. Y a la tarde, Bonanza (que era más vieja que la mierda pero nosotros creíamos que eran capítulos estreno), El Gran Chaparral, Viaje a las estrellas...
Tampoco coincidimos con los deportes: Él, básquet, Yo, natación. Aunque si coincidimos en el Club: El Kimberley, a unas cinco cuadras de casa.
Él , River,Yo, Boca. Él, rubio, Yo, negro. Él ,creyente, Yo, incrédulo. Él es bastante mayor que yo: Él es de Agosto, yo de Septiembre.
Para ese entonces ya teníamos unos doce años, más o menos.
Y fue por esos años comenzamos a coincidir en salidas. Las salidas de aquellas épocas consistían en ir al centro, caminar desde San Luis hasta la Costa, volver por Rivadavia y así hasta que nos cansábamos. No había guita ni para café ni para Coca. Pero no nos importaba.
Y vinieron las mujeres. Cultivamos la casual precaución de no pretender a las mismas. Nos enamoramos. Pretendimos, siempre, y fuimos pretendidos, las menos. Recuerdo a algunas de sus novias, como seguramente él recuerda  a algún amor inolvidado por mí.
Nos hicimos inseparables. Íbamos a bailar y volvíamos caminando a cualquier hora, con cualquier temperatura, decenas de cuadras. ¡Como olvidar la vez en que fuimos a bailar a a Saquarema,en el parque San Martín , la noche en que él estrenaba unas increíbles botitas de De Leonardis, de impecable gamuza. Fue la noche de la reinauguración de ese sótano infame. Habían pintado el techo de azul Francia. Y el calor de la gente siempre mucha lo derritió. Y llovió sobre nosotros. Y las  botitas quedaron a lunares!  
Antes de llegar a casa pasábamos por la Churreria (Una estación de servicio se ocupó de ella) y esperábamos a que nos rellenen los churros con dulce de leche. Luego, en su casa, siempre en la cocina de Helve y Alberto, tomábamos mas pavas de las debidas.
Nos peleamos mil veces. Nos arreglamos mil una. Recuerdo una en la que estuvimos meses sin hablarnos porque yo consideraba que él no había hecho lo correcto, siendo yo, ya, un temprano intolerante. (Hoy creo ser uno con todas las letras). Yo volvía del club y él iba hacia el. Por la misma vereda. A la altura de lo de Vicente nos cruzamos. Nos miramos. Creo que nos abrazamos (el beso era de maricas) y ya no nos peleamos mas.
Casi coincidimos en la facultad, pero ella se encargó de nosotros rápidamente. Afuera.
Nos casamos. Coincidimos en tener, cada uno, una pareja de cachorros por la que desvivimos.
La vida, ese albur, nos lleva y nos trae. A veces pasamos meses sin vernos. Otras, nos lleva a compartir algunas tristezas de hiel. Hace muy poco, una hermosa alegría.


Sin embargo, aun en la lejanía, con él me pasa que, cuando lo veo, algunas cosas se acomodan. 
Y –pareciese- que el tiempo pasa diferente. No tengo necesidad de hablar. No me incomoda no hacerlo. Parece como si estuviésemos de nuevo en su cocina, en un lugar sin secretos, esperando que se caliente la pava. 
Esperando por unos buenos mates. 




Para E, en su cincuentenario. 
La ventaja de no ser leído por vos, amigo, es que puedo poner aquí lo que me venga en gana.
La ventaja de no ser leído por nadie es que esta pequeña crónica quedará, casi seguramente, desconocida.

martes, 8 de julio de 2014

El amor es mas liviano que el aire.









El perro corrió, por enésima vez, al auto , a cualquiera, al que pasase. Volvía contento, con la lengua afuera, jadeante, orgulloso de haber logrado su extraño cometido. Le silbé. No sabía su nombre pero, también extrañamente, el perro parecía reaccionar con cualquiera que le dijese: Batuque, Negro, Fiera e , incluso, ¡Forro! Cuando casi lo agarra el colectivo por correr a un gato mucho más rápido que él. Se puso a mi lado y caminó junto a mí los casi cincuenta metros que nos separaban de la entrada de “El Imperial”. Miré mi reloj, las siete. Entré como cada tarde, levantando la mano y saludando a Walter, el mozo.
Batuque, o como se llamase, se quedó en la puerta, mirándome, pero por pocos segundos. Enseguida recomenzó su incansable caza de cualquier cosa. La mesa del rincón, la nuestra, estaba vacía, lo que no era nada raro: yo era siempre el primero en llegar. Me senté mirando a la calle, corriendo la silla de costado, para poder cruzarme de piernas. Más tarde no podría hacerlo: en la mesa de siempre nos juntábamos cinco. Carlos, Raúl, El Flaco, Fito y yo y era una mesa redonda chiquita, que habíamos elegido así para poder hablar tranquilos y vernos bien las caras. 
El Flaco y Carlos cayeron juntos. Carlitos realizó su infaltable fichazo al culo de la camarera del sector cercano a la entrada. Y luego, el chiste de siempre: ¿Cuándo nos cambiamos de mesa, chicos? ¡La flaquita esta mil veces más fuerte que Walter! Nos reímos, también, como siempre. Walter, que escuchaba todo, se mordía su labio inferior y agarraba sus manos.
Raúl y Fito llegaron con cinco minutos de diferencia. A las siete y cuarto estábamos todos. La mesa era a las siete y tenía una tolerancia de quince minutos. El, o los, que llegaban tarde no solo se comían una terrible cagada a pedos, sino que, además, debían pagar la mesa. En casi diez años que nos juntábamos hubo muy pocas llegadas tarde.

Walter sabia que traernos. Dos café en pocillo, dos cortados, un gancia – con una aceituna -. Fito se acercó el gancia y movió la aceituna con una especie de paragüitas plástico.
El futbol y algún quilombo de actualidad se llevaron los primeros minutos. Habíamos pactado no tratar problemas familiares en la mesa. Si alguno tenía un tema importante que quería compartir, lo decía y nos juntábamos otro día a hablarlo. Solo una urgencia podía quebrar el pacto. Nos pareció saludable la idea de no permitir que en la mesa se filtren temas que atenten contra la esencia de ella: allí solo se hablarían boludeces, temas menores, generalmente divertidos. Para seriedad y cara de ojete estaba el resto del día.
En eso Fito, que ya había comido la aceituna pero que aun daba vueltas y vueltas con el carozo, dijo,serio: El amor es más liviano que el aire.
Nos miramos entre todos. Fito levantó el mentón como diciendo: ¿Qué?
Raúl le dijo: ¿Qué dijiste, Fitito?
Dije que el amor es más liviano que el aire. Si, es asi. Y si no miren aquella parejita que esta allá. Nos señaló a la mesita del fondo, contra las heladeras. Una parejita de adolescentes se besaba sin saber que afuera había un mundo.
¿Ven? Esos pibes están flotando. Es más: yo creo que si no tuviesen ropa, relojes , celulares, llaves …se levantarían y quedarían pegados contra el techo, besándose.

Está loco, dijo Carlos. Dijimos que si con la cabeza.

Sí, claro, sonrió Fito. ¿Acaso ninguno de ustedes estuvo enamorado? ¿Tanto hace que llevan una vida de mierda? Cuando uno está enamorado, parece que todo está bien. Las hojas de los árboles son mas lindas. Los pájaros cantan mejor, El ladrido del perro del vecino a la mañana te importa tres carajos. Uno cuando está enamorado vive en el aire, vive flotando. Uno va con el cuerpo lleno de amor, como inflado. 
Por eso, muchachos, creer o reventar: el amor es más liviano que el aire, sentenció.

Es verdad, tiene razón Fito, dijo el Flaco. Yo me acuerdo que cuando me enamoré de Laureana estaba así, como dice Fito. Flotando. Sonreía todo el día, caminaba en puntitas de pie. Cantaba. Flotaba. Fueron mis mejores años en la facultad, me salian los problemas de taquito. Nunca estaba cansado. Brillaba. 
Tiene razón Fito, muchachos, el amor es más liviano que el aire.

¡Pero dejáte de joder, Flaquito, querido!, casi grité…¡Si Laureana jamás te dio la mas mínima pelota! ¡Te la pasaste rondándola durante años , regalándole flores, bombones…y jamás te dio ni bola! ¡Qué bola…ni media bola te dio!
Si así estabas que flotabas, te la llegabas a voltear y te  teníamos que traer de vuelta con el taxi espacial, flaquito, perdonáme, eh, con onda te lo digo
El Flaco –que era más bueno que el aloe vera- se quedó callado, asintiendo.

Pensándolo bien, fue más lejos  Raúl, no sé si el amor es más liviano que el aire, pero si sé que el amor adelgaza.
¡Ah bueno! Salté. ¿Adelgaza? ¿Qué le pusiste al cortado de Raúl, Walter?
Pará, Pará, dijo Raúl. ¿Me dejan que me explique?  

A todos nos sonó redundate el "me" pero  no dijimos nada.
Hicimos silencio moviendo nuestras cabezas , asintiendo.

¿No les pasó que cuando están enamorados lo único que quieren es estar con ella? Todo el día. Y la noche. Y la vida. Pensás todo el tiempo en que hacer , adonde ir a tomar un cafecito, a que lugar ir, juntos, siempre juntos. Miras una película, abrazados. Caminas por la costanera, mirando el mar, tomados de la mano. La besas. Te besa. Al otro día lo mismo. Y al otro. Y al otro. Y queres que nunca se termine. Y… ¿Cuándo pensás en comer? ¡Nunca! Ergo, el amor adelgaza.
Nos sorprendió que Raúl conozca la palabra “Ergo” pero mas no sorprendió la terrible boludez que acababa de decir.

Sos un pelotudo, Raúl, descerrajó Carlos, sin piedad. Siguiendo tu razonamiento, los gordos son todos infelices…

¡Si! , bramó Raúl. ¡Claro que si! El Gordo es infeliz por naturaleza... Y la Gorda, también. Un tipo o una tipa que se preocupa más por entrarle a una longaniza o a un flan con dulce que a salir con una minita o con un tipo, no puede ser feliz. O está loco. Pero eso es otro tema: "Los Gordos son todos locos", que preferiría dejar para otro día…

Decime que estas jodiendo, le dije, serio, a Raúl.

Me miró, sonrió, pero nunca aclaro nada, ni una mísera guiñadita de ojo…solo nos señaló con el entrecejo como marcando el ancho de espadas, a una mesita cercana: Una pareja de treintañeros, bien gorditos ellos, estaban practicando un asesinato a un sanguche de crudo y queso, él, y a una porción enorme de Lemon Pie, ella.

Van a ver, dijo Raúl. Miren.

Habremos estado unos quince minutos en silencio, como unos boludos, mirando a los gorditos comer. Ni una sonrisa, ni una caricia, mucho menos un beso…
¿Vieron? Se agrandó Raúl, ¿Vieron? El Gordo,genéricamente hablando, no es feliz, porque no está enamorado, porque su amor, queridos amigos, es el morfi.

Carlos, que salvo tratarlo de loco a Fito, no había abierto la boca, dijo:

Muchachos, esto se esta desmadrando. Me voy a casita.

Levantó la mano y le hizo el gesto de “la cuenta” a Walter.

Pagamos, en silencio y salimos despacio.

Crucé la calle y le silbé a Batuque (¿o era Fiera?) . Vino corriendo a mi lado. De mi bolsillo saqué una medialuna que había envuelto en una servilleta y se la di, como siempre. Acaricié su cabeza y comencé a caminar a casa. Y fue en ese momento cuando los vi. Eran los gorditos , que salían de “El Imperial”. Iban de la mano, sonriendo. Él la ayudo a acomodarse la capucha de la campera y aprovechó para abrazarla. Ella le devolvió el gesto, con una mirada y un beso. Me quedé parado, mirándolos, mientras caminaban. Pude ver, claramente, como los gorditos iban sin tocar el piso, a unos cuatro o cinco centímetros de él, flotando. Los miré hasta que  doblaron la esquina, dando las gracias de que Raúl se haya equivocado, de que todo haya sido una joda de ese terrible hijo de puta.
Y de que Fito , finalmente, haya tenido razón: El amor es más liviano que el aire.

miércoles, 2 de julio de 2014

El de acá. El de allá.



El otro día, no recuerdo exactamente cual, pero sí que fue la semana pasada, mientras recorría los pocos metros que van desde mi escritorio hasta la puerta del patio, sentí claramente, palpablemente, como casi nunca , que era feliz.
De repente, en una salvaje fugacidad, desaparecieron de mi mente amores, presentes opacos, viejos rencores. 
Y quedé solo. 
Y, mientras en la cámara lenta de mi vida, mi boca se llenaba de dientes de sonrisa, no había lugar para nada que no fuese placer.
Me levanto de mi silla. 
El olor del pasto recién cortado en una tarde de se(p)tiembre. 
La mano  de mi padre que me acaricia , despacio, abierta, en mi mejilla, y , sin decir nada lo dice todo.
La zambullida primigenia en una gigante pileta a oscuras , a fines de los setenta. 
La temblorosa mirada que antecede al beso tembloroso. 
La ruta llena de noche, a Córdoba, un junio de adolescencia. 
Los ojos verdes que quise pero que no me quisieron. 
El examen aprobado con sentir de cumplir. 
La lectura de un verso inolvidable. 
La primera vez que te vi.
Y sigo caminando.
La emoción que provoca silencio al ver mi sangre viva, no una, dos veces. Semillas que me emergen de tanto gris y pintan mi vida. 
Subiendo al colectivo , un enero de bochorno, con mis hermanos y mi madre que nos lleva a una playa inolvidable, con un mar en el que Heráclito nunca se baño.Ni se bañará.
El disco de vinilo comprado con tardes de ahorros y bolsillos ultrajados, que gira mientras sueño.
Mientras camino, recuerdo algo que solo vos y yo sabemos (sigue cayendo).
Alguien que me saluda, levanto mi mano , sigo.
Huelo un perfume que no volveré a oler.
Abro la puerta del patio, salgo. Al sol. A la espera de otro momento, tan fugaz y  tan eterno. 
Me doy vuelta, me miro en el espejo.







¿Soy, este, el de  acá, el mismo que el de hace unos metros, el de allá?

Me tocan el hombro. "Te buscan". Sonrío y digo: Voy.
















Aunque sea difícil coincidir, pero en la saludable opción de no forzar coincidencias, me gustaría pensar que lo que a mi me gusta, te gusta también:



Oh, well I just don't know
How you could go without permission
Cause where (well?) if you're not there
Well I just don't care for this omission

Every moment brings me down when you're not around
But all I'm asking for is come back for just one day

So where did you go
And do you now know how to be happy
Cause here well it's pretty clear
When you're not near me I am unhappy

Every moment brings me down when you're not around
But all I'm asking for is come back for just one day
And make it worth the while just to see your smile
That's all I'm asking for

Oh I've come to know
You had to go without permission
Cause it was how, how I wore you down
And how I dragged you round my sole ambition

Every moment brings me down when you're not around
But all I'm asking for is come back for just one day
And make it worth the while just to see your smile
That's all I'm asking for, my dear



Para C  ó   L. Pero nunca G.