martes, 19 de abril de 2022

Mis perros.

 




Casi sin darme cuenta caí en el lugar común:

¡Se pasó en un abrir y cerrar de ojos!

¡Parece que fue ayer!

¡No puedo creerlo! ¡Que grande estas! ¡Pensar que te conozco de así de chiquito!

Y tantas otras figuras remanidas, alegorías gastadas, estúpidas exclamaciones de sorpresa infundada.

Sorprenderse con el paso del tiempo es casi tan tonto como extrañar al aire debajo del agua.

Sin embargo, es así.

Me encontraba en la edad en la que ya no tengo la certeza de sobrevivir a mis perros.

Los planes van quedando postergados, pero, a diferencia de otras etapas, van siendo colocados en cajones altos, en rincones oscuros, en bohardillas carceleras de los que ya nunca saldrán.

La realidad comienza a ser tan cruel como el futuro.

El suelo queda cada vez mas lejos al agacharme y la agitada respiración ya no es consecuencia de un esfuerzo extraordinario sino de una mínima escalera. 


Mis perros me miran mientras enciendo el fuego.

Las chispas los hacen ladrar.

El olor de la madera al encenderse me transporta al frío de un abril inolvidado, una tarde en la que el piso parecía estar mas cerca , los planes volaban en círculos en torno a mi y al fuego, repletos de futuro.

Mi padre destapaba una botella de un vino que creímos bueno.

Un poco mas alla, mis hijos jugaban en el lago soñado de  la inocencia.

El olor de la piel de esa mujer era el olor de la risa y el amor y que ahora es el mismo olor al de la ausencia.




Viendolo en retrospectiva, quizás tampoco era feliz entonces, pero creía serlo y ello, después de todo, seguramente es lo importante. 

La creencia de serlo .

La impía esperanza.