lunes, 13 de julio de 2015

Águilas y Elefantes.











El águila calva  o de cabeza blanca es un ave magnífica, solitaria y excepcional cazadora. Forman parejas que solo se disuelven por  la muerte de uno de los integrantes o porque ambos no pueden reproducir juntos. Se aparean una vez al año y tienen a sus crías en formidables nidos de hasta cuatro metros de diámetro. Ambos padres cuidan a los polluelos de  las gaviotas,  mapaches y osos negros,  hasta que cerca de las trece semanas abandonan el nido.















El elefante africano es el mamífero terrestre más grande. Pesa casi seis toneladas y vive cerca de cincuenta años.  Mueren a raíz de que el desgaste de sus dientes les impide comer. Tiene un cerebro de casi seis kilos que le permite una potente memoria y sentimientos como la adopción y el respeto a los muertos.
La hembra gesta a su cría durante veintidós meses y su crianza puede durar entre cuatro cuatro y cinco años. Al día siguiente de parir a su cría,  la hembra reanuda la marcha con su cachorro siguiéndola,  inseparable.  
















Ser padre humano es diferente.
Nuestros cachorros nacen y deben ser alimentados, vestidos y cuidados por un periodo algo más extenso. Algunos cachorros se mantienen en el nido más allá de los veinte años.
Los primeros años de las vidas de nuestros cachorros la preocupación por los depredadores casi no existe, ya que ellos se encuentran pegados a sus madres , como el cachorro elefante que continuamente roza a su madre con su trompa, como tanteando su cercanía.
  
Más tarde, en la selva en que vivimos, dejar salir a nuestros hijos supone un gran riesgo. A diferencia de otras especies, los depredadores de nuestros hijos,  son otros humanos. Los golpean,  les roban, los violan, los matan.
Sin embargo, el abrir las puertas de las jaulas doradas de nuestras casas nido, es necesario para que ellos puedan salir y volar, como las águilas , por la vida.
De allí en adelante, la única  opción que tenemos los padres es tratar de pensar en otra cosa, hacer que nos dormimos y esperar ansiosamente el indispensable :" llegué bien, Pá".

Y allí vamos, de aquí para allá. Llevándolos allí, adonde tengan que ir. Esperándolos. Yendo de vuelta a buscarlos. Acompañándolos. Alegrándonos en exámenes aprobados y sufriendo en diciembre y marzo.


Educarlos en nuestro mundo no es fácil: no es fácil hacerles ver lo esencial.  Muchas veces,  casi siempre,  nuestros cachorros viven disfrutando placeres por los que nos desvivimos para,  más tarde, volver a desvivirnos, pero, esta vez, para explicarles que todas esas cosas no son realmente importantes.  
Que las cosas importantes son otras. 
Importante es pedir permiso, dar las gracias,  sonreír, trabajar,  ser cariñoso,  disfrutar de una caricia cuando la dan. Y cuando la reciben.  Importante es que los cachorros machos cuiden a las hembras.  Que les abran las puertas de sus coches y de sus casas. Que las ayuden a colocarse sus abrigos. 
Los machos serán machos sólo cuando entiendan que no hay nada más sublime que una hembra. 
Deberá aprender que las flores fueron creadas para regalárselas  a ellas. Y que un bombón por algo se llama así y no, por ejemplo, "llave inglesa”.

Sin embargo en la velocidad de nuestra selva, vemos que nuestros cachorros se sumergen en cuestiones que están en la superficie de las cosas. En su cáscara. Y se preocupan por un teléfono sabor manzana,  o por pantalones de valor en quilates.  Y habitan en pantallas y escriben en ellas,  increíblemente,  pudiendo hablar...y tienen amigos invisibles con los que nunca tomarán ningún café. Se recluyen en habitaciones mientras el sol entibia afuera y viven en redes , enredados.  
Y allí vamos los padres humanos,  cuidando a cachorros más altos que nosotros mismos, con sus voces roncas o turgentes siluetas, intentando desesperadamente saciar sus  necesidades y nos entrampamos creyendo que si no les damos lo que ellos necesitan no seremos buenos padres. 
Y pedimos préstamos que tardaremos en pagar dos  años para celebrar fiestas que durarán algunas  horas,  o para pagar viajes de un egreso tan costoso como soñado.  


Y en este viaje,  en esta selva, en esta crianza de nuestros cachorros, perdemos de vista ( a veces) que lo verdaderamente importante es ser la baldosa en la que ellos se apoyen. El trampolín en el que salten. El listón que les exija ser mejores.
No debe haber sueño superior para un padre que el que sus cachorros vuelen más alto,  sean más fuertes,  sean mejor que él.
En el cumplimiento de ese sueño se nos va la vida. A veces,  sufriendo mientras nuestros cachorros no advierten nuestros esfuerzos.  En nuestras vidas no hay osos feroces con los que pelear, ni alturas que desafiar. Tampoco tenemos pretensiones de ser héroes ni recibir loas ni aplausos.
Disfrutamos con sus risas, nos inflamos el pecho con sus logros, lloramos con sus tropiezos y caídas.


Y allí vamos, los padres humanos, haciendo nuestra tarea a los tumbos ,como podemos, coleccionando errores, sin ansias de Mufasa, siendo apenas humildes obreros del amor, deseosos de que , sin que nada lo motive, sin que represente devolución a ningún regalo, se acerque nuestro cachorro, nos abrace y nos diga, mirándonos: Gracias, Papi.  























Dádiva:
              Czeslaw Milosz

Qué día tan feliz.
Se disipó la niebla temprano, yo trabajaba en el jardín.
Los colibríes se demoraban sobre las madreselvas.
No había nada en la tierra que deseara poseer.
No conocía a nadie que valiera la pena envidiar.
Cualquier mal que hubiera sufrido, lo olvidé.
No me avergonzaba pensar que era el que ahora soy.
En el cuerpo no sentía ningún dolor.
Al incorporarme, vi el mar azul y unas velas. 











jueves, 9 de julio de 2015

Mujeres Free




Cuando lo vimos entrar a Raúl por la puerta de “El Imperial” fue como ver a un fantasma. Nos miramos, los supervivientes de la mesa de cada tarde, sin entender demasiado. 
Pero era él. Era Raúl.
Nos paramos casi al unísono, Fito, El Flaco, Carlos y yo y formamos una pequeña fila en la que cada uno esperaba su turno para abrazar  a nuestro amigo pródigo, para establecer un paralelo bíblico con este amigo al que no veíamos desde hacía más de  un año – “exactamente catorce meses y veinte días”, diría un rato después el Flaco, al que le encantaban los números.- y que , de repente, y sin haber dado señales de vida , ni razón alguna de su desaparición, apareció por la puerta de “El Imperial”. 
Y no era porque no lo hubiésemos buscado, no. Lo llamamos, le dejamos mensajes, nos fuimos hasta su departamento…
La vez que fuimos hasta su departamento del tercero efe de la calle Paraguay, -recuerdo que fuimos junto con Carlos, esperando lo peor :”para mi Raulito se quedó seco o se patinó en la ducha o… “, elucubraba en el camino Carlos-  Raúl no nos abrió la puerta, nos dijo que estaba bien y que vayamos tranquilos , que ya nos explicaría…
De eso hacía ya unos diez  meses. No supimos nada hasta hoy.
Después  de la ronda de abrazos y besos, nos sentamos a escuchar a Raúl.
Y oímos de boca de Raúl la historia que nunca pensamos que nos contaría.
Pero antes habría que hacer una pequeña reseña de cuál era la situación de Raúl hace, digamos, un año y medio atrás, más o menos. Raúl había estado casado, tenía una hija adolescente y se había separado en condiciones de guerra nuclear. Había pasado por tribunales una y otra vez, lo que había reducido a cenizas la ya mala relación con su ex. En medio de todo se mezcló la  relación con su hija que tomo decidida parte por su madre y a la que no veía desde hacia un buen tiempo atrás. Todo ello había redundado en un Raúl que se había declarado – y así lo habíamos escuchado en infinidad de tardes en “El Imperial” - : “Mujeres Free”. Como un aceite sin grasas trans , una galletita sin sal o un postre sin azúcar. Cuando Raúl se declaraba “libre de mujeres” , hablaba , claramente, de aquellas mujeres que le supusiesen el menor compromiso sentimental. De modo que en Raúl, el término mujeres se había reducido a un claro y único sentido: el sexual. Y fue así como vimos a un Raúl depredador  -facha no le faltaba- de mujeres. A su facha le sumaba simpatía y a su simpatía un interesante trasfondo cultural que le venía de familia: su padre había sido un eminente cirujano, su  madre era  -Doña Dora, que aún vivía- una maestra ya retirada , pero la persona a la que Raúl consideraba su faro intelectual, sin dudas , era su abuelo Cosme. Él le había franqueado las puertas de una biblioteca inmensa y variada en la que el pequeño Raúl había protagonizado infinitos viajes por selvas peligrosas, mares abismales y amores a pruebas de todo. Raúl creció sentado contra una pared, con un libro sobre sus piernas.
Y ese era el Raúl que conocimos hasta su desaparición: citas incontables con mujeres hermosas con la que construía brevísimas relaciones de las que, invariablemente, escapaba.
Es por eso que nos llamó tanto la atención la historia que nos contó Raúl, el día de su regreso.
Raúl nos contó de una mañana en la que vino a desayunar a “El Imperial”. Él, además de la mesa de las tardes, solía venir alguna mañana a hacer tiempo mientras se le hacia la hora de encontrarse con algún cliente en el centro.
Esa mañana, recuerda Raúl, es inolvidable para él porque era la mañana posterior al día en el que el equipo de sus amores había salido campeón después de treinta años. Estaba en la barra, con el diario en sus manos, leyendo la primera plana, cuando escuchó que Lala (nunca supimos su nombre), la joven que se encargaba por las mañanas de la cafetera, le acercó su pedido y , mientras apoyaba el pocillo sobre el mármol, le dijo: ¿Vos no te das cuenta que me gustás mucho, Raúl?
Si esa pregunta se la hubiesen hecho a cualquier mortal, seguramente se hubiese sorprendido y hubiese comenzado un tortuoso tartamudear o, lo que es peor, una sonora mudez. Pero se la hicieron a Raúl, el depredador, que dejó el diario a un costado, acomodó su mejor sonrisa, la miro, fijo, a los ojos, y le dijo:”Si, claro”.
Y así fue como, sin que Raúl se lo contase a nadie , hasta esta tarde, comenzó la historia de Raúl y Lala.
El hecho de que ella trabajase en “El Imperial” que era el templo de nuestros encuentros, lo decidió a hacer clandestina aquella relación: él no podía permitirse que, por una calentura suya, tuviesen que mudarse en masa a otro café o mantener una situación de tirantez con una ex allí dentro.
Comenzaron a verse como solía hacer Raúl: una vez o a lo sumo dos por semana. Siempre en su departamento. El nunca la llamaba, tal su costumbre con las mujeres que lo llenaban de mensajes y llamadas, e, incluso, dejó de ir a desayunar a “El Imperial”.
Lala, que tenia algunos años menos que él, había comenzado aquella relación prevenida de lo que era Raúl. ¿Quién no conocía de sus hazañas? ¿Quién podía sorprenderse, conociéndolo? Nadie. Pero aquello era teoría. Lala, en la práctica, se enamoró perdidamente de él. Se le volcaba el café. Te hacia un cortado cuando era café solo. Y era inútil pedirle una lágrima. Vivía pensando en él. Esperaba verlo las escasas noches en que se encontraban en su departamento y vivía allí momentos como nunca había vivido. Llegó incluso a correr al baño con cualquier  excusa, a llorar de lo tanto que sentía por aquel hombre. Lala se medía en sus expresiones. No era una niña y no quería golpearse. Pero le resultaba inevitable sentirse en la más fuerte de las fortalezas, allí donde nada malo podía pasarle, cuando él la abrazaba.

 Fue a los dos meses , más o menos, de comenzar aquella relación, cuando  Raúl se encontró una tarde , solo, caminando por la costanera , con un sol que lo entibiaba y el mar que parecía liso como cemento , que sintió algo  que no había esperado sentir, algo de lo que creía haberse curado: extrañaba a Lala. Deseaba estar con ella, besarla, cocinarle, leerle alguno de los libros del viejo Cosme, mientras ella se hacia la dormida en su pecho. Raúl se dio cuenta que lo deseaba mucho. Que ya no quería esperar tres días para volver a verla.
Tomó su celular, lo sostuvo en su mano. Lo volvió a guardar en su abrigo.


En “El Imperial” estábamos absortos. Era un Raúl desconocido. Un Raúl mucho más débil, más sincero, más humano. ¿Dónde había quedado el “Mujeres Free”? ¿Que había sido del impiadoso depredador?
Los cafés se habían enfriado, sin que nadie los haya tocado. Y en el Gancia del Flaco los hielos se habían derretido y también estaba sin tocar. Miramos a Raúl. Siguió.

Y Raúl nos contó que había vivido unos meses hermosos junto a Lala. Que se veían todos los días, a toda hora. Que hacían el amor como nunca antes. “¿Sabes que nunca sentí algo así, lo sabes ¿no?? Le había dicho muchas veces ella. Raúl sonreía y decía:”Si, Lala, lo sé”.
Y, entonces, de golpe, Raúl se quedó callado. Y, nos pareció, había quebrado su voz en la última frase que llegó a decir: “Hasta que una tarde , encontré la carta”
Esperamos unos minutos, haciéndonos los giles. Raúl no podía llorar.
Una tarde llegué a casa –el insistía en llamar casa a su departamento- y encontré la carta. En ella Lala me decía que se iba a su ciudad. (Era de San Martín de Los Andes). Que no la busque ni la llame. Que había vivido meses increíbles, pero que se había dado cuenta que yo arrastraba aun miedos que me hacían lejano, infranqueable. En la carta me preguntaba cuantas veces yo le había dicho que la amaba. Ninguna. Y me dijo que ella me lo había dicho cientos, miles de veces. Me dice, en la carta, que ya no quería medirse. Que ya no quería ser cautelosa en el amor. Que quería dar todo y sin medida. Pero que necesitaba estar con alguien igual de inconsciente, igual de expresivo. Me pide disculpas. Me dice que, quizás, mejor dicho que, seguramente nunca vuelva a sentir lo mismo que sintió por mí. Pero que no quiere  sufrir, no quiere estar en la eterna espera de palabras que no llegan. "Se que valiente seria quedarse ", me escribe, " pero me acobarda el dolor".

Raúl estiró el brazo y llamó a Walter que aun no lo había visto… ¡Raúl! ¡Qué hacés, loquito, Tanto tiempo! El mozo largó la bandeja y lo abrazó, mientras una señora enojada intentaba llamarlo, en vano.
Trame lo de siempre, Walterio, le dijo.
Raúl se tomó su whisky con dos hielos, saboreandolo despacio, tranquilo, mientras nosotros desesperábamos.
¿Y? , le dijo Fito.
¿Y? ¿Qué pasó? ¿No me digas que termina ahí?
No, chicos, si hubiese terminado ahí, hubiese venido hace cuatro meses…
Cuando se fue, me di cuenta de cuanta razón tenía. ¿Entienden?  Me di cuenta que todo lo que decía en la carta era verdad. No TODA la verdad, claro. Yo también tengo la mía. Pero también me di cuenta que no importa nada de nada cual es mi verdad. Ella tiene la suya, tiene sus sentimientos, sus cosas hermosas y las no tanto. Tiene su debe y su haber. Y no tiene ningún sentido intentar convencerla de nada. Yo sé lo que hice por ella, por su amor. La ame como a nadie. Deje de hacer cosas que hacía, para estar con ella. Pero no con pesar, sino con placer. Le gustaba mi comida ¿saben? Y yo , un principiante, le cocinaba con pasión. Yo sabía cuando algo no me salía tan bien, y la amaba cuando me decía lo rico que estaba todo, en la más tierna de las mentiras.
Le leí algunas líneas que nunca olvidará. Ni yo. Escuchamos juntos canciones que seguirán doliéndome cuando las escuche. Cada vez. Y creo que a ella. Posiblemente no le haya dado lo que ella esperaba, pero le di todo lo que tenia de mi. Todo.
Y lloré mucho, chicos. Estos últimos cuatro meses lloré más que nunca antes en mi vida.
Carlos puchereaba. El Flaco se hacia el boludo haciéndose él que revolvía hielos  ya derretidos.
Yo le pregunté: “¿¿¿No la llamaste???
No, me dijo. No tiene sentido. No podes convencer a nadie para que te ame.
Sos un pelotudo, Raúl, le dije. Le expliqué que debía llamarla, pelear por ella y todas las convenciones que uno puede imaginar, pero, la verdad, mientras lo decía, sentía que lo que me había dicho Raúl, mi amigo, era absolutamente cierto: No podes convencer a nadie para que te ame.
Y Raúl nos terminó diciendo que, una mañana, en el noticiero, escuchó que se festejaba el aniversario de que su equipo había salido campeón. Y él se dio cuenta que ese seria un día que no podría olvidar nunca, nunca en su vida, por más que quisiese. Nunca podría olvidar el día en que su equipo salió campeón , por una sencilla razón: ¿Cómo hacer para olvidar ese  día, el día en  el que Lala, la mujer que mas habría de amar en su vida, le había dicho: ¿Vos no te das cuenta que me gustás mucho, Raúl??













Candy