Nunca le dije Olga a Olga. Ni una
vez. Jamás. Mamá. Mami. Má, cuando era más chico.
Cuando era mas chico significa mucho tiempo.
Esos eran los tiempos en los que
Olga me vestía con pantalones cortos, saco y corbata. Lo sé por las fotos. No
digo que siempre me vestía así, claro. Seguramente esas fotos son de algún evento
importante. Algun casamiento, algún cumpleaños. Los acontecimientos en mi
infancia no pasaban de allí.
Olga me vestía bien para ir a casa de los demás.
Es inextricable mi memoria. Por más
que me esfuerce, por más que lo intente no logro recordar la voz de Olga joven.
Joven como cuando me vestía a mí con cortos.
Ella tendría menos de treinta años. Olga era una rubia letal. Pelo rubio y
corto, eternamente corto. Siempre pensé que las minas de pelo corto llevan
pantalones. Y Olga los llevó siempre. Ojos celestes. Erguida. De mano veloz.
Olga utilizó conmigo , el mayor
de tres hermanos, una disciplina feroz:
Un pantalón roto, un lio en el colegio, una contestación inadecuada: sopapo.
Nada de un sutil coscorrón ni un suave cachetazo. No. Sopapo. Fuerte, sonoro.
Mi hermana la sufrió menos y con
el menor Olga ya era una leona herbívora, de reto infinito.
En mi memoria somnolienta siempre
está Olga. Olga vistiéndonos. Olga haciéndonos de comer. Olga cuidándonos. Siempre
Olga.
Cuando enero nos aplastaba con su
calor vergonzante, Olga nos llevaba en colectivo , a nosotros y a algún amiguito
vecino, a la playa. La veo parada en el colectivo y nosotros sentados. Con un
bolso gigante , la heladera de telgopor y la sombrilla. Seria. Olga no era de
dilapidar sonrisas. Bajábamos del colectivo como tropel y la dejábamos atrás.
Pisabamos la arena y dejábamos un tendal de ojotas, ropa, gorritas y pelotas.
Que se arregle Olga.
No había plata para reposeras o,
mejor dicho, no existían las reposeras (al menos no como ahora que son como apéndices
de los playeros). Nos acomodábamos en una lona y Olga nos iba pasando los
sangüches. Comíamos a regañadientes: lo único que queríamos era volver al agua.
A eso de las seis, nos volvíamos. Olga tenía que preparar la cena.
Olga y Papá solían discutir.
Ahora que soy grande y estoy cansado de discutir con todo mundo, esto parece
normal. Pero cuando yo tenía unos diez años y los escuchaba discutir , a mi me parecía
que el mundo se terminaría si no estuviese con alguno de ellos. Si, lo sé: soy
un estúpido. En un mundo en el que el setenta por ciento de los matrimonios se
separa, esto es: el setenta por ciento de los niños aprenden de manera natural
que sus padres ya no se aman. Que uno vive allá y el otro acá. Que ahora mamá
está con este otro señor y papá con esta señorita. Si, si. Lo sé. Pero en los
sesenta, cuando los Beatles rompían todo y en Cuba había misiles , esto no era tan así. Y para mi cada discusión
era el final de todo.
Prometo conversarlo con
mi psicólogo. Cuando tenga psicólogo.
En mi adolescencia, Olga nos
llevaba al club. Nadabamos. Yo nadaba mal, mi hermana bien. Había un profe que
miraba a Olga con muchas ganas. Y más de una vez me pareció que Olga le devolvía
la mirada. De grande se lo pregunté: me rajó una puteada. Olga era una excelsa
puteadora. Igual eso lo tengo claro: si alguna vez Olga tuvo un renuncie alguien, ella nunca me lo diría. Antes muerta. Y yo se lo agradezco.
Olga jamás criticó a mis novias. Nunca. Siempre tuvo palabras amables, aún con aquellas con las que yo sufría. Yo entendí su distancia como respeto. Se encariño con una y me retó cuando rompimos: ¿donde vas a encontrar una chica así?, disparó. Ni idea, le contesté. Olga me tomó la mano y sonrió, dejando claro algo: siempre voy a estar de tu lado.
Olga jamás criticó a mis novias. Nunca. Siempre tuvo palabras amables, aún con aquellas con las que yo sufría. Yo entendí su distancia como respeto. Se encariño con una y me retó cuando rompimos: ¿donde vas a encontrar una chica así?, disparó. Ni idea, le contesté. Olga me tomó la mano y sonrió, dejando claro algo: siempre voy a estar de tu lado.
La imagen de Olga superhéroe comenzó
a cambiar cuando papá se enfermó. Cuando el médico nos llamó para darnos el diagnóstico
, Olga no quiso entrar : Andá vos, hijo.
“Lo de tu papá no tiene cura”, me
dijo el medico. Giró el monitor y me mostró el diagnóstico en una página de un
hospital de EEUU. ¿Cuánto puede vivir? Dos años, me dijo.
A partir de allí comencé a vivir
el suplicio de engañar a quienes más quería. Sabía –el médico me lo había dicho-
que vendrían mejorías, pero también sabía que serían pasajeras. La Olga que
todo lo podía, flaqueaba. Suavicé el diagnostico. Dejé abierta una ventana. La
que el médico me cerró. No sé si hice
bien y , quizás, nunca lo sabré. Preferí que Olga tenga esperanzas. Me pareció
que de esa manera estaría más… ¿positiva?
Y que eso ayudaría a papá.
Papá vivió el doble de lo que me había
dicho aquel medico. Con Olga siempre a su lado. Con su humor de mierda, es
cierto. Pero a su lado. Acompañándolo, sosteniéndolo. En realidad, uno nunca sabe quien sostiene a
quien. ¿El que se va al que se queda? ¿Al revés? En esas situaciones en lo que
todo se cae, a veces lo único que resta es arriar velas. Y salir.
Al morir papá conocí a otra Olga.
Papá era un unificador. Nos juntaba a comer, nos llamaba. ¿Nos faltaba algo?:
Papá. ¿Algún problema? Papá.
Olga no tenía esa vocación. Me
enojé con ella, no la entendí. Y tuvieron que pasar muchos años para que pueda hacerlo. Muchos. Muchos más de lo que
hubiese deseado.
Nunca vi a Olga leer un libro, pero era cultísima. Sabía de todo, hablaba bien, tenia una letra hermosa. Sus cosas estaban ordenadas, su ropa limpia, su casa reluciente. Veía televisión y se informaba. Le gustaban los chismes. Usaba perfumes caros: Olía siempre bien. Cuando la vida la fue dejando casi sin pelos, rezongaba por el color de la tintura , por el corto, por el largo. Odiaba que yo nunca me de cuenta de su nuevo color de pelo. Me miraba con su ceja levantada.
Cuando mi matrimonio transformó
mi castillo en naipes, Olga me recibió en su casa.
En su piso todos sus
placards estaban llenos de ropa que nunca usaría. Jamás vació uno para que yo
acomode mi ropa. En esos días comencé a conocerla, a comprenderla. Olga, como
nosotros, como casi todos, vivía una vida que no quería. Ella no quería estar
sola. Lo odiaba. Pero no quería estar con nadie. Ella era así. Se victimizaba
de soledad, pero disfrutaba de ella. Su humor se había transformado en
estiletes, en espadas de filo mortal.
Fueron unos pocos meses juntos. La vida nos había puesto en lugares diferentes: yo le cocinaba, lavaba los platos, hacía mi cama.
Cuando tuve que irme, extrañe dejarla . Y sé que ella también. Pero nunca se lo dije, ni ella a mi, cultores de un orgullo imbécil que luego abandonaríamos.
Un acv la había dejado sin
filtros : Olga era ,al fin, ella. Y yo volví a amarla.
Posiblemente ella nunca
sepa cuanto me gustaba que me tome del brazo porque su paso se había transformado
en tembloroso. Preferí no decírselo. Tenía miedo que nunca más lo haga.
Olga se cayó y se quebró la
cadera. Después de unos días de internación de mala muerte , atestada de
visitas que iban a ver a esa vieja tan cascarrabias como adorable, la operaron
y murió.
La ultima vez que la vi estaba rozagante. La operación iba a salir bien y ella iba a volver a su casa.
Diez minutos después de haber llegado a visitarla me echó. A lo Olga. Me dijo: Quiero ver la novela , hijo. Andá a tu casa ...¿Que carajo te vas a quedar haciendo acá?
Murió con la velocidad de la vida.
De esta vida que nos deja sin respiración. Que nos hace llorar. Que nos
desangra. Esa velocidad que nos lleva a seguir, a preocuparnos de banalidades,
mientras la persona que me vestía con mis mejores ropas, estaba aun allí, tan tibia como lejana.
Nunca le dije Olga a Olga, aunque
me hubiera gustado tener la oportunidad de decirle, aunque sea una vez, Olga,
mamá, te quiero, no te vayas, quedáte un rato mas.
Esto no es un relato, no es nada. Es una necesidad imperiosa,un impulso,una pulsión (Sigmund, ¡Vade retro!)
Hablar de Olga , pensarla, se me hace inevitable por estos días. Escribir algo, como esto, es ,apenas, un buceo en mi memoria a la que descubrí no tan inextricable: simplemente está atiborrada de Olga.