viernes, 24 de marzo de 2017

Entraña

Arrodillado en la arena.
A mis espaldas, el mar, ese murmullo.
    Invisible en la noche.

En el día que pasó, 
no estuviste
En ninguno de sus incontables momentos,
sus agotadores, extenuantemente iguales minutos.
No estuviste.
Ni al despertarme, cuando tu ausencia lo es todo.
Ni al conducir mi auto por la ruta gris,
Entre el ignorado sonido de la radio y el puntual dorado en el horizonte.  
Ni en la fatigosa rutina, en ninguno
De sus implacables segundos.
Ni en el paseo por los lugares donde solías estar.
No estuviste 
cuando tomé el café, ni en ninguna de las páginas del diario que leí.
Te busqué entre las gotas de la ducha, en el espejo empañado.
Creí encontrarte entre el vapor del perfume que  usé, esta tarde,
antes de subir auto y tomar la ruta siempre gris, una vez mas
Para venir a la playa, bajar a la arena,
Arrodillarme, con el mar a mis espaldas (x)
Y volver a pensar si nunca estuviste (ni estarás)
O si serás  siempre este
 Omnipresente

Como ahora, que te pienso.

























(x) Plan b para un final obvio:

Y volver a pensar si nunca estuviste (ni estarás)
O si estuviste siempre
Siempre en mi
Siempre pensándote














martes, 21 de marzo de 2017

Lasagnas









Fuimos a vivir a la casona de la calle Junín a principios de los ochenta , cuando a papá le dieron el ascenso en el banco.
La casona, en realidad, era una casa, amplia y con parque que quedaba a pocas cuadras del centro transformada en un bastión verde que no se dejaba doblegar por las torres grises que la rodeaban. Había pertenecido a un amigo de un tío por parte de mamá y eso había hecho que le llegase la novedad de su venta a papá pocos meses antes de su traslado. Yo creo que el término “Casona” debió haber sido acuñado por mi abuela Flora, la mamá de papá. Ella adoraba bautizar cosas, animales e incluso personas, con nombres o apodos que –según ella misma- eran “originalísimos”. Así fue como surgió el nombre de “Carbón” para el labrador negro que llegó a casa un año después. Llamó “Sutíl” a la gata de mi prima quien, a escondidas , la llamaba “Titi”. Y ella fue la primera en llamar “yegua” a mi abuela Beatriz, aunque esto, claro, siempre a espaldas de mamá.

La casona estaba construida en mitad de la cuadra y tenía dos parques : uno delantero pequeño, que rodeaba al  porche y la trotadora y uno mas grande en el fondo, gobernado  por un añoso nogal  del cual colgaba una hamaca. 
La casa tenía dos plantas . En el primer piso estaban las habitaciones, un baño y otra habitación que enseguida ocupo papá con sus libros y su escritorio.
En la planta baja había una enorme sala con una chimenea de maderas y piedra. Se veía hacia afuera, hacia la calle, a través de  los pequeños vidrios cuadrados con un fino bisel que tenían las ventanas. “Estas ventanas no se hacen más” dijo Flora. El  resto de las dependencias eran iguales de espaciosas y cómodas. Recuerdo habernos reído al ver el baño: “es como nuestro departamentito de Zarate, dijo Papá”. 
Al fondo del pasillo una puerta llevaba al sótano.




Los primeros años en la Capital resultaron de una obligada y penosa adaptación: Adaptarme a un nuevo colegio, casi terminando la secundaria, fue tan duro como triste. Me parecía extrañar todo. Mis compañeros, a los que conocía desde el jardín de infantes, mi colegio, el barrio. Extrañe cosas que me parecían odiosas cuando las tenía a mi alcance, como el incomodo pupitre de madera con el que me golpeaba cada mañana al sentarme.
A mamá tampoco le fue fácil. Había acompañado a papá en toda su carrera en el banco. Se había acomodado a todo: había sido esposa abnegada y mamá a tiempo completo. Había postergado sus sueños en pos de concretar su sueño mayor: construir una familia. Los últimos años había comenzado a coser –había hecho unos cursos de modista y se había transformado en una de las mejores- pero la mudanza la dejó sin clientela y casi sin ganas de comenzar nuevamente.
A Papá, en cambio,  todo le resultó más fácil: ocupaba sus días en largas jornadas en el banco y volvía por la tarde, a eso de las siete. Al llegar desajustaba su corbata, se sacaba los zapatos, se servía un whisky y se sentaba en su sillón.








No soy muy bueno para las fechas, pero creo que fue a fines de los ochenta. Me fui dando cuenta de a poco. Y tarde. Yo no podría decir cuál fue la causa. El huevo y la gallina. Tampoco  sé si la situación de papá en el banco fue la causa y a partir allí todo se desmoronó  como cuando caen las piezas acomodadas en fila del dominó. ¡Como no recordar el año!: 1986. Fue el mundial en México. ¿Cómo olvidarlo? ¿Cómo olvidar que mientras en la calle todo era ruido, festejo y alegría, en mi casa encontré a mi padre llorando tras la puerta de su habitación oficina? “¡Este Maradona! ¡Qué genio ¿no?!  Papá quiso disfrazar sus lágrimas de tristeza y vestirlas con el albiceleste de las calles, pero no. No pudo. Bajamos, nos sentamos en el porche y miramos la interminable caravana, durante un rato largo , hasta que sus lagrimas se secaron y las bocinas dejaron de escucharse.



Lo del banco fue un huracán. Cuando supimos que su secretaria lo había denunciado por acoso, la primera reacción, luego del estupor, fue la negación. Tanto Mamá como Papá reaccionaron en un bloque, negando todo. Pero las semanas y los meses fueron resquebrajando ese bloque. Y las novedades que llegaban del juzgado terminaron por hacerlo añicos.
 Las cenas, el único momento del día en el que podíamos estar los tres juntos, eran habitadas por el silencio y muchas  noches sentí la insoportable necesidad de que el   televisor nos rescatase de él. La angustia de necesitar la evasión.


A fines de ese año  a Papá le dijeron que tendrían que ver como seguía lo del juicio, que la Junta Directiva estaba evaluando, quizás, un traslado.”Es para protegerte”, dice que le dijeron.
Fue más o menos por esa época que comenzó a bajar al sótano. Bajaba y estaba unas horas allí. Al bajar se escuchaba que pasaba el cerrojo tras de si.  Mamá me miraba y rápidamente bajaba la vista.









El director de mi colegio me citó en su despacho. Quería felicitarme por mi desempeño y ofrecerme dirigir la revista que comenzaría a salir en unos meses , de tiraje mensual. Estaría inspirada en las revistas de las Universidades Estadounidenses e Inglesas, con publicaciones variadas , todas ellas referidas a la actividad escolar y de la ciudad. Me citó para la semana siguiente con un grupo de estudiantes que formaríamos el staff.
En ese grupo estaba ella.

Nos fuimos conociendo con el correr de las semanas. Aunque nos veíamos solo por la revista, ya que íbamos a cursos distintos, enseguida congeniamos. Teníamos algo en común: ambos habíamos venido del interior. No tardé demasiado en enamorarme , me resultó casi inevitable hacerlo. Como todo aquel que se enamora, yo no le veía defectos . Desde su pelo, pasando por su cuerpo, su voz y hasta su perfume, me resultaban únicos, inmejorables.
Camino a casa , después de haberla acompañado a la suya, me prometia ser menos demostrativo . Tenía miedo de quedar en evidencia cuando ella solo demostraba ser –según sus propias palabras – “…mejores amigos”.
Al otro día, invariablemente, fracasaba.


En la ciudad habíamos comenzado a cerrar con llave la puerta de entrada a la casa, cosa que en el pueblo jamás hacíamos, por eso me llamó la atención encontrarla abierta.
“Mamá”, “Papá”, grité. Eran las seis de la tarde y papá ya debería haber llegado. Miré sobre la mesita del espejo en búsqueda de una nota pero solo encontré las llaves del auto. Recorrí la casa. Todo estaba en perfecto orden.
Entré a la cocina y , mientras ponía la pava para prepararme un té, escuché una puerta. Era la puerta del sótano. Papá y mamá subían sonrientes.




La tarde noche en la que debíamos decidir cual seria la foto de la portada de la revista, yo estaba esperandola apoyado en el farol de la puerta de la escuela, cuando la vi. Venía de la mano de un compañero dos años mayor, el pelirrojo. Hice como que no los veía. El la besó media cuadra antes de llegar a la escuela, se despidieron y ella llegó sola.
“Hola”, me dijo. “Hola”, le contesté.



Al llegar a casa abrí la puerta de entrada casi sin hacer ruido. Otra vez no había nadie. Papá estaba sentado en su sillón, con su whisky y mamá cocinaba. Bajé al sótano.
La escalera era angosta y empinada y la luz se encendía tirando de una pequeña cadena. Lo hice. El lugar era enorme. Enmudecí y, casi, grité. No por ver allí, en el sótano, una réplica exacta de la planta baja de mi casa: La sala, la cocina, el largo pasillo, la mesita del espejo, el paraguas colgando del perchero…No. Casi grito porque en el sillón estaba mi papá, el de abajo. A su lado, mi madre, la de abajo, reía. Giraron su cabeza al verme y me dijeron que me acerque. Me dieron un beso cada uno. Olí el perfume de papá. (Hacía tiempo que no recordaba hacerlo) Me dijo: “¡Sentáte, hijo! ¡Mamá iba a preparar unos mates! Desde que vinimos del pueblo que no tomábamos mate. Nos gustaba, pero nunca nos hacíamos del tiempo.
Casi no podía hablarles.
Mamá preparó lasagnas , su plato estrella, y papá descorchó una botella de vino dulce italiano que vaya a saber quien le había regalado. Mientras comimos y reíamos, yo no podía dejar de pensar en que estarían haciendo mamá y papá, los de arriba.



El juicio de papá siguió. Nos fuimos enterando de cosas. La mujer lo acusaba de violación. El silencio en casa paso a ser palpable, denso, insoportable como esas jaleas pegajosas que comen los chicos y que yo tanto odiaba.





Me enteré (la escuché mientras se lo decía a la chica de cuarto año, mientras todos tomábamos un café en un alto que hicimos mientras ya cerrábamos la edición “Julio” de la revista ) que se había peleado con el pelirrojo.
Volví a casa exultante. Casi ni miré a Mamá y a Papá , los de arriba, y bajé al sótano.
Mamá, la de abajo, le decía algo al oído a papá, el de abajo, quien estaba acostado en el sillón con su cabeza apoyada sobre sus piernas. Le acomodaba el pelo mientras le hablaba. Cenamos, otra vez lasagnas y tomamos el vino dulce italiano.
En mi habitación, la de abajo, estuve un largo rato haciendo una lista con los “Diez temas que quiero escuchar con ella”. (x) Me dormí tarde. Esa noche no subí.



Cerré la puerta de entrada y escuché el ruido. Mamá había tirado un plato al piso y lloraba. Papá la quería consolar, ella lo insultaba.
Yo nunca había oído, jamás, a mi madre insultar a nadie.
Había llegado una notificación del juzgado, Papá debía presentarse a conocer el resultado de unas pericias.
Bajé al sótano, nos reímos un rato, cenamos y me fui a acostar. Al otro día tenía un examen.



A la salida del examen de matemáticas, la vi. Me estaba esperando. Me dijo que desde hace varios días me quería decir algo, que yo era el único en el que podía confiar. Me dijo que se había peleado con el pelirrojo, pero me dijo algo más: estaba embarazada.


Volví a casa casi corriendo, con la cabeza ocupada por el dolor y la confusión. Giré en la esquina y vi la ambulancia. Subían a mamá. En la cámara lenta en la que suelen suceder estas cosas, la vecina me decía que estaba bien, que la habían sedado. ¿sedado?, pensé. “Es mejor que no entres”, me dijo.
Los policías me detuvieron en la puerta. “Es el hijo”, dijo, a mis espaldas, otro.
Entré. Papá se había colgado de la viga que estaba sobre la chimenea. Había recuperado la prolijidad que los últimos meses había perdido. Estaba afeitado y perfumado. En su saco encontraron la notificación del juzgado.
Las pericias eran indubitables , su culpabilidad, evidente.
En la sala había un mundo de gente, tomando medidas, anotando cosas, sacando fotos, de aquí para allá.
Había tanta gente que nadie se dio cuenta cuando fui, despacio, hacia el sótano.
Antes de bajar por última vez los escalones miré al pasillo, la puerta con vidrios biselados y, a través de ellos, el nogal aun con nueces.











































(x) “Los diez temas que quiero escuchar con ella”



1) “Such Great Hights” de Iron & Wine
2) “Never my love” de Pete Yorn.
3) “Little Lou, Ugly Jack, Prophet John”  de Belle and Sebastian.
4) “Candy” de Paolo Nutini.
5) “In my secret life”  de Leonard Cohen.
7) "Without permission" de The National.
8) “Over and Over” de Fleetwood Mac
9) “Harvest moon” de Neil Young.
10) “Hide in your Shell” de Supertramp.