jueves, 31 de enero de 2013

Preparativos para mi velorio


Preparativos para mi velorio.



No es cuestión de improvisar. Mientras uno está acá, todo bien. Hasta se le puede adjudicar algún valor no menor a aquel que posee el don de improvisar. Aquel que elige  siempre el camino  correcto en la encrucijada más  difícil. Sin pensarlo demasiado, sin atarse a ningún libreto.
Pero el tema se complica cuando uno no esta aquí para solucionarlo todo. Ya no podremos  dar ordenes ni pareceres. Nadie nos escuchará.
Es por eso que prefiero dejar todo ordenadito.

De mas está decir que no quiero un velorio con llantos y caras largas. (Quizás presumo en suponer que alguien me llorará). Tampoco un velorio con baile y coros religiosos  al estilo mississippi. Quisiera un velorio con buena  música, si. Acompaño estas letras con un par de cedés grabados para la ocasión. No incluí a algunos de mis favoritos -Leonard Cohen, Jeff Buckley- por ser demasiado oscuros para una ocasión en la que –les decía- pretendo lo contrario. (Mientras escribo escucho “History of lovers “ de Iron & Wine y pienso: “Este tema está seguro”) 

El lugar es importante. Les sugiero ( la posibilidad de ordenar me será vedada ) a quienes dispongan de lo que quede de mi, que bajo ninguna circunstancia realicen mi velorio en esas casas mortuorias (dudo de que exista palabra mas fea que “mortuoria”…quizás “escupitajo”,pero hasta “escupitajo”  puede tener una connotación humorística si se quiere, en cambio “mortuoria”  no, imposible) . De ninguna manera. Quisiera que se me despida en un lugar con árboles y sol. Quizás mi casa. Un lugar en el que puedan estar mis perros, si es que me sobrevive alguno. Un lugar en el que se pueda prender fuego. Una simple hoguera con unos leños. Ahí nomás, al aire libre.
Debería haber algo de comer. Solo porque relaciono el comer  con un buen momento. Nadie come con un nudo en el estomago. Y yo espero habérselos desanudado en vida. Nada de sangüchitos (evito el anglicismo)  de miga, espantosos primavera o choclo (¿Alguien encontrará alguna vez al culpable de haber inventado el sangüche  de choclo? Seguramente debió ser un   despreciable ser capaz de diseñar en su perversa mente un objeto condenado al ostracismo, inevitable habitante solitario de platos antes llenos).
Preferiría algo que deba comerse sentado, algo simple,pero sentado. El comer parado da idea de estar siempre por irse, de apuro.
Acompaño estas palabras con un par de recetas para este evento.

Los invitados serán selectos. Evitaran –las personas que se ocupen de ello- los invitados de compromiso. Correrán el riesgo de participar del velorio menos concurrido de la historia, lo sé. Pero todos aquellos que concurran lo harán porque así lo desean. Una persona en la puerta se encargará de impedir el paso de los llorosos y los instruirá de lo arriba descripto. Nada de llantos. Se le dará unos minutos y –si persiste en el lloriqueo- se lo invitará a retirarse.





En un sobre grande papel madera, dejo una foto de mi cara, tamaño natural en la que estoy sonriendo. Me la saque para la ocasión. La misma deberá ser colocada a la altura de mi cara sobre el cajón cerrado. Es  para que me recuerden de la mejor manera. Y para aquellos que nunca me vieron sonreír, que me conozcan en esa faceta tan poco usual.

No se aceptaran flores de ningún tipo. Son costosas y da penas tirarlas. (Descuento que ninguno se llevara flores de mi velorio para adornar su living)

Ha sido contratado por mí el Sr. Roberto Estévez. El Sr. Estévez es un desconocido por todos los presentes. Nos hemos reunido en varias oportunidades en las que le he dado copias de algunas de las anécdotas en las que he participado a lo largo de mí vida, la mayoría de ellas graciosas (y las que en su momento no lo fueron tanto, el paso del tiempo las ha ido adornando de colores y sonidos y ya son, como sucede casi siempre, inofensivas vivencias). He modificado algunas con la finalidad de morigerar, corregir, mejorar mi papel en ellas. Espero sepan entender.
El será el encargado de comenzar a contarlas e intentar que todos pasen un buen momento. Vendría a ser una especie  de animador, que –con la complicidad de todos los invitados- oficiará de ex compañero de la primaria.

Dispuse que se creme mi cuerpo. La idea de ser quemado sobre una plancha caliente y de que mis cenizas se mezclen con la de tantos otros ,no es que me atraiga demasiado. Pero tiene un motivo: que nadie cargue con cuotas de expensas (si se les ocurriese la idea de un cementerio privado, esos a los que solo le falta un jacuzzi) ni con la responsabilidad de ir a reconocer mis huesos, si mi destino final fuese un mas modesto cementerio publico.
Las cenizas serán depositadas en el lugar mas cómodo para aquel que tenga que hacerlo. Me da lo mismo. Un solo pedido: que no sea en el mar. Me da miedo de noche.


En fin. Creo que está todo.



Estas líneas fueron escritas en el mes de febrero de 2013, no se cuanto tiempo antes de morirme.

jueves, 17 de enero de 2013

Morena mía.


Morena mía.


















1998 fue un año prodigo en acontecimientos para mí. Algunos tristes, otros hermosos.
Murió Papá, nació  mi hijo.
Abrimos con mucho esfuerzo un negocio, una veterinaria. 
Y apareciste vos.
Te fui a buscar una mañana temprano, a una pequeña empresa de transportes  por la calle Rivadavia. Te tuve que esperar:”La camioneta se retrasó…mucho barro en Ayacucho…por las lluvias, vio”.
Viniste de Ayacucho, si. El cuñado de un amigo te mandó. A vos y a tus ocho hermanos. Cuatro amarillo, un chocolate y otros cuatro como vos, negros. Labradores retrievers.
Cuando abrí la jaula en la que viniste casi no creo en lo que vi. Una maraña de patas y cabezas, y orejas y dientes y ojos que se abrían. Les habían dado, a tus hermanos y a vos, algo para que duerman tranquilos durante el viaje.
Los llevé a la veterinaria y les dimos una buena cepillada.  Eras una mercancía para mi entonces.
El preciado chocolate se fue primero, rápidamente. Luego, uno a uno, los demás. Quedaste vos y una hermana.  Durante esos quince días, mi pequeña hija comenzó a encariñarse con vos. Todos los que te conocíamos comenzamos a hacerlo.
Un llamado a Ayacucho, fue suficiente. Mi  memoria, en la que se fueron perdiendo  tantos recuerdos, guarda, sin embargo, bien fresco el dialogo con quien hasta ese momento era tu dueño:”Quiero quedarme con un de los cachorros, Juan. Una hembra negra. Después decime cuanto te debo”.
Al tiempo vinieron los papeles que acreditaban tu pedigrí. Nunca fueron necesarios para nosotros, siempre fuiste mucho más que ellos. En ellos no se habla de amor, ni de dar sin medida, tampoco hay allí palabras como “compañera” o “fiel”.
En pocos días te habías transformado  de mercancía en Morena. Y comenzó nuestra historia con vos. Con tu cariño impiadoso capaz de soportar retos y gritos para, minutos más tarde, mostrar tu cola inquieta, ausente de rencores.
¡Como me gustaría, negra, aprender algo de vos! Y poder  volver de una discusión sin resquemores ni facturas pendientes. ¡Cuánto debería aprender de vos, negrita! Tenés un Alzheimer envidiable para todo aquello que te hayamos podido hacer mal, pero una memoria invencible para el amor. El peor de los enojos con vos, te tiene a los diez minutos a mi lado, mostrando dientes de sonrisa.
Tu compañía  durante años en la veterinaria, ya convertida en la preferida de los clientes. Llegando juntos por la mañana y yéndonos tarde, bien tarde, también juntos. Conducir por las calles con vos a mi lado, sentada bien erguida, como una persona, hablándote, comentándote noticias, alegrías, problemas.
Una vez, cuando eras chiquita, la primera noche que te dejamos sola, mordiste cada una de las patas del juego de cocina que teníamos. Veintiocho patas en total, con las huellas de tus dientes, definitivos.
No recuerdo otra rotura, otro mínimo destrozo. Aprendiste todo aquellos que te enseñamos. La correa se convirtió en un accesorio inútil. Nunca cruzaste la calle, jamás. Te  sentás en el cordón de la vereda y me mirás, esperando la orden.
Podría enumerar cientos de tardes en las que tu presencia es infaltable e imprescindible.
Estas en todas las fotos que mi memoria guarda de todos estos años.

Verte recostada a mi lado, en tiempos  de soledad, hizo más felices  aquellos días. Y aquellas noches, como las navidades de hace algunos años atrás, que pasamos los tres solos. Y juntos.
Si, los tres, porque  para entonces ya tenias compañía, Gauna, ese Dogo Argentino casi tan bueno como vos pero tan, tan molesto… ¿No es cierto, Negra?
Mientras escribo advierto que algunos verbos están en pasado y otros no, están en presente.
Debe ser por el susto que nos diste ayer, Morena.
Guadalupe e Iñaki se levantaron y te notaron jadear, quieta, muy quieta en un rincón. No quisiste levantarte. Lupe me llamó enseguida llorando mares.
Lo más rápido que pude, te fui a buscar. Quince minutos en los que me fue inevitable pensar lo peor, pensarte en pasado.
Moviste la cola ni bien entré. Hiciste el esfuerzo de incorporarte, pero no pudiste .Te alcé y corrimos al doctor.
Tenías fiebre y te dolían los riñones, por eso  no querías levantarte. Dicen que los colicos son dolorosos, "casi el dolor de un parto", me dijo el doctor. Un par de inyecciones y las recomendaciones de rigor.
Hoy ya estabas mejor, aunque aun muy quietita. A la tarde, el doctor quiere verte, así que vamos a volver, sin falta.
Sé que voy a caer en un lugar común, negra. Debe haber cientos de páginas iguales.Seguramente seré repetitivo, cansador , hasta meloso.
Pero dejáme decirte algo, ahora, que aun estas aquí para disfrutarte.
Dejáme decirte algo, negra mía, dejáme decirte gracias.