domingo, 15 de mayo de 2016

Tener o haber tenido: La circunspecta vida del manatí.




“..¿Sabés que es la vida? La vida es una montaña rusa.
Al principio todo transcurre despacio, trac, trac, mientras el carro sube, empinado.
Es allí cuando todos queremos ser lo que no somos. Queremos ser grandes, queremos apurarnos, queremos ver concretarse nuestros sueños.
Hasta que llegamos, al fin, a la cima de la montaña.
Y luego, la bajada. A partir de allí, todo transcurre rápido, muy rápido. Así – hace un sonido con sus dedos como castañuelas- en un tris. Muy rápido. Sin tiempo, siquiera, para arrepentirnos.
Y cuando nos queremos acordar, llegó el fin del paseo.”
(Dicho por un viejo pediatra, una tarde de hace unos veinte años, en su consultorio)




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Estoy durmiendo en mi habitación junto a mi hermana, tengo cinco años. La casa tiene la distribución clásica de aquellos años. Al frente ,la habitación de mis padres, un pequeño pasillo , la puerta del baño y nuestra habitación.
Tras la puerta cerrada escucho gritos. Las discusiones son comunes. No me puedo dormir: Tengo terror de que mis padres se separen.




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Vamos a la playa. No tenemos auto y mi madre nos lleva a mis hermanos, a algunos amigos vecinos y a mi, en colectivo. Hace calor, mucho. Ella no está disfrutando. Bajamos corriendo, ella grita algo que no escuchamos. Encontramos un lugar y mi madre comienza a hacer el pozo donde irá la sombrilla. Nos sacamos la ropa y corremos al mar. Caigo en un pozo y rápidamente, muy rápidamente, me encuentro agarrado a la escollera cubierta de pequeños y filosos caracoles que me raspan. Tengo miedo, no sé nadar. Siento unas manos que me agarran fuerte y enseguida estoy tirado en la arena. No tragué agua, me siento bien. Mi madre se abre paso entre la gente agolpada en torno al “ahogado”. Me grita. Me agarra fuerte. Me sienta junto a ella, debajo de la sombrilla, de donde ya no me moveré.




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Tengo veinte años. Mi madre se fue a España con mi hermana. Quedamos los “varones”.
Unos amigos dicen de ir unos días a Córdoba, consiguieron un hotel barato.
Se lo comento a mi padre. Me dice que tiene que trabajar y que está solo con mi hermano menor. Insisto. Solo pienso en mí. En mi y nadie más. Me voy a Córdoba.
Mi padre se quedó solo con mi hermano. No recuerdo como habrá hecho para cuidarlo.




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Cada vez que mi padre come manzanas, hace mucho ruido. Yo no como manzanas, de manera que no sé si es normal que al comerlas se haga ruido o mi padre es muy ruidoso.
Cada vez que esto pasa, mi madre me mira. Nos miramos en una complicidad silenciosa, de espanto.




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Tengo nueve años. Mi padre dice de ir a cenar a una parrilla, “La Llamarada”, a unas quince cuadras de mi casa. No tenemos auto. Él me sube en sus hombros y caminamos. Mi hermana va tomada de su mano. La noche es cálida, seguramente es verano. Mi madre esta vestida con una camisa anaranjada , lleva en brazos a mi hermano y ríe.




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A mi padre comienza a irle bien económicamente. En la escala social en la que solo se sube pisando escalones de dinero y nunca de merito, subimos.
Construye una casa enorme y hermosa, con parque y parrilla. Ya no tenemos que caminar.
Es común que nos juntemos cada domingo a comer en su casa.
Llevamos a nuestras novias y novios. Es una mesa grande y alegre. En ese momento la política aun no se había sentado a nuestras mesas, destruyendo todo.
Cuando mi padre fallece, ya no hubo más reuniones.
Yo culpo a mi madre por ello.



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Necesito dinero. Un juicio con mi ex puede terminar de la peor manera. Mi madre se entera y, pese a haber estado distanciados, me presta el dinero, cuando el agua ya había superado mi cuello.
Vamos al banco a concretar su préstamo. Al salir la noto vieja.
No sé cuál es el velo que a veces obnubila y a veces se corre y deja ver cosas.
Otra vez creo ser el centro de las cosas. Un centro imperfecto y egoísta.
Me quiero correr de ese centro. No me quiero así. Ya no.
La abrazo y me siento romper distancias. Me pregunto ¿Por qué? En silencio, mientras caminamos hacia el auto, me pregunto ¿Por qué?




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Mi madre se cae en una vereda y se golpea. La ayudan y vuelve a su casa. Me entero dos días después.
Se vuelve a caer, dos semanas después. Me entero esa noche. “Me caí, hijo”
Dos días después, mi hija va a visitarla. A la noche, me llama: “¡Que hija divina que tenés! Vino a visitarme, me hizo las compras, me cocinó…un amor!
Me siento orgulloso y triste a la vez. Me dormí tarde, escuchando “Blue moon”, por los Cowboys Junkies.




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Estoy desayunando con un amigo. Es sábado. Mi hija me llama: ¿sabes algo de la abu? No, le digo, la última vez que hable con ella fue el jueves.
Bueno, Voy a llamar a la tía. La tía es mi hermana.
Unos minutos después , mi hermana me llama: No encontramos a mamá. No atiende su teléfono celular, tampoco el fijo. No está en la peluquería. Tampoco en lo de su hermana. Salgo para su casa.
Voy para allá, le digo.
Paso a buscar a mi hijo. En el trayecto, tengo ganas de llorar. Mi hijo me calma. Mi hijo de diecisiete años me calma.
Mamá se cayó en su baño. Hace muchas horas que está tirada allí, con frío. Escuchó el teléfono todas y cada una de las veces pero no pudo levantarse a atenderlo.

Mi hermana se ocupa de lavarla. La ponemos en la cama. Tiene mucho frio y está confundida.
Me pregunto cómo pudo pasar aquello. No la caída, claro. ¿Cómo preverlo? Pero si que no nos hayamos podido coordinar  para llamarla. Me culpo. Me prometo que no va a volver a pasar.
Finalmente, no pude llorar. No sé si está bien. Yendo al médico, para llevarla a un control, pensé en esto , mi mandíbula se entumeció y mis ojos se nublaron. Volví a culparme.




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Tuve una esposa. Tengo una ex esposa. 
Tuve un amor. 
Tengo compañeros de trabajo. 
Tuve dos casi hijas. 
Tengo un perro y tres gatas. Tuve más perros. 
Tengo muchos libros. Tuve ilusiones. Tuve sueños. Tengo sueños. 
Tengo tres relojes. Tengo (creo) una casa. 
Tuve un padre al que veo cada día.
Tengo una madre.
Tuve y tendré hija e hijo, colores de mi paleta que sólo pinta grises.
Finalmente, parece ser, todo se resume a
 tener o haber tenido






























Aclaración vana: Un amigo, dilecto, quien se cuenta entre los poquísimos lectores de este blog, me suele brindar su constructiva critica. Es común recibir la misma: "Sos muy autorreferencial". Podría nombrarle muchas publicaciones en la que creo que esto no pasa. Y también, claro, reconocerle otras en la que si. 
Supongo que , salvo que uno escriba sobre ciencia ficción o sobre la circunspecta vida  del manatí, debe ser muy difícil  desembarazarse de toda una serie de hechos y circunstancias que nos marcaron.
Algunos hechos podrán advertirse como referencias evidentes a la vida del que escribe siempre y cuando uno conozca al autor. 
Supongo que a mi amigo un relato, poema o novela  de algún escritor a quien no conoce puede parecerle dotado de una maravillosa imaginación y brillante prosa, cuando, quizás, en algún lugar de Irlanda, España o dondequiera que resida ese escritor, algún amigo le debe estar diciendo: "¡dejá de escribir de vos mismo, che!"


En este caso, amigo, te digo: Esta es mi terapia, chiquito. No me la cubre OSDE.


















lunes, 9 de mayo de 2016

Listón









Estacionado frente a su puerta estaba su auto, lo que lo tranquilizó: ella estaba allí.
Estacioné el mio unos metros más allá, en la esquina. Miré la hora: las ocho. El otoño  había echado al verano a patadas y a mi me daba lo mismo las ocho que las tres de la madrugada: la noche estaba cerrada y fría.
Bajé del auto, mientras cerraba mi campera y tanteaba la pistola en el bolsillo.

Toqué el timbre. No como siempre tocaba. Esta vez toqué un solo timbre , largo. Escuché su voz preguntando quien era y vi  la luz apagarse tras la mirilla.
Soy yo.
Abrió la puerta y sonrió. Sonrió hasta que vio la pistola en mi mano y me escuchó decirle: 

¡Manos arriba! Te amo.

Cerré la puerta tras de mi y apoyé la pistola en su espalda, suavemente.
No estoy sola, me dijo.
Casi inmediatamente apareció Nico su hijo de seis años. Gritó mi nombre, sin darse cuenta de la pistola que ya guardaba en mi bolsillo. Se trepó a mi espalda y comenzó a taparme los ojos, riéndose a carcajadas.
Nicolás era su segundo hijo. La primera era Camila, varios años más grande que el gurrumin que tenia colgado , ambos de un matrimonio que había terminado sin pena y sólo con estas dos glorias hacia ya cuatro años.
Caminaron hasta la cocina.
En la mesa estaba Martha , su madre, sirviendo un café a un hombre .
Me saludó con la acidez con la que siempre lo había hecho, esta vez con un agregado: ¿se conocen? Me señala al hombre y me dice:”El es Matías, el novio de la nena”
La nena estaba a mi lado, con Nicolás de la mano y tan pálida como nunca.
¿Algún problema, nena? Ninguno, Mamá…¿Podrás llevarlo a Nico a la cama? Y Quedáte un poquito con él, ¿sí? Tenemos algo que hablar con Martín.
Martín y Luciana. Un noviazgo que comenzó y terminó en un vértigo de sensaciones y olvidos prometidos y nunca concretados.
 Martín, Luciana y Matías quedaron sentados en torno a la mesa. Los tres. Los tres hasta que Martín sacó la pistola del bolsillo y le dijo: Hacéme un favor, ¿querés?,  Sentáte allá. Y le señalo una silla al lado de la heladera.
Matías vio la Glock 9mm y se puso a tono con la piel de Luciana, se sentó en la silla indicada y colocó sus manos sobre sus rodillas.
¿Qué querés? Le dijo Luciana ¿Estás loco?
Si, le dije. Estoy loco. Pero… pará un poquito. Hoy las preguntas las hago yo ¿sabés?
Pregunta numero uno: ¿Quién es este salamín?
Es mi novio, dijo ella. Y no es ningún salamín. Intentó ponerle énfasis, pero fracasó.
El salamín había comenzado a transpirar de un modo evidente.
¿Los coleccionas? Pregunté. ¿Coleccionas giles?
¿Adonde fue a parar la Luciana inteligente, la que tenía el listón alto, la pretenciosa? ¿Te olvidaste lo que hablamos siempre? ¿Dónde quedaron las promesas?
Miró a Matías y le dijo:¿Sabés lo que nos prometimos?
¡Callate! , dijo ella…por favor…
Por favor, nada, dije…Con Luciana nos prometimos, nos juramentamos, no estar nunca más con alguien que no nos complete, ni siquiera darle la mas mínima bola a aquella persona que consideráramos “inferior”. ¿Te llama la atención, no? Digo… ¿Te llama la atención la palabra “inferior”? ¿Sabés a qué nos referimos? “Inferior” es todo aquel o aquella que  tenga la cultura del montón, aquel o aquella a la que hay que explicarle las cosas .Esas boludas o boludos que se ríen por cualquier pavada. “Inferior” es aquella persona que no entienda nuestros gustos, que no sintonice nuestra misma emisora,que no lea nuestros libros ni escuche nuestra musica, inferior es  el papafritas que empiece a leer el diario por Deportes. La boluda que vive de shopping, el tarado que apenas sabe coger.
En fin. Una tarde – me acuerdo, perfectamente, en el restaurante de la playa, en la terraza- Nos dijimos: 
“Ya nos conocimos : No podemos bajar de acá”.
Y subimos el listón. Juntos.
¡ Eso fue antes, Martín! ¡Ya pasó!
¿Cómo que ya pasó? ¿Qué decís? Dije, mientras golpeaba la pistola contra la mesa y Matías pegaba un salto.


Hay olor a quemado, dije.
Es el tuco, se me quemó.
¿Cómo que se te quemó? Me paré de un salto y apuntando a Matías le dije, correte , piscui, Sentáte allá. Y le señalé la silla de la que yo me acababa de parar.
A ver, dije. Tomé la cuchara de madera y revolví suavemente la cacerola. No, no se quemó ,por suerte. Habrá sido alguna gotita que se derramó. Tomé un poco de tuco y lo puse sobre sus labios, cuidando de no quemarla.
Riquísimo, le dije. Le falta pimentón. ¿Le ponés?
Si, dijo ella.
Me apoyé en la mesada de mármol y sonreí al ver un regalo que le había hecho  . Un frasco de vidrio con la leyenda:”Ay, Love you”


¿Te gusta leer?, le pregunté a Matías.
La camisa celeste de Matías ya era azul. Torrentes de transpiración bajaban por su cuello.
“Más o menos”, dijo.
¿Cómo carajo es leer “mas o menos”? ¡No te digo!, dijo mirándola: un boludo.
¿Coge bien, al menos?
Sssi , dijo ella titubeando.
Mirando a Matías le dije: No es que está asustada, gil. Ese “Sssi” significa que no la estás cogiendo bien.
Ja,¡ ni eso!.Grité…pero ¡la puta madre!
¿Sabés qué? le grito ella. ¡Me tenés harta! Ya nada es lo que era, ¿entendés? Yo ahora necesito otra cosa…necesito…¿cómo decirlo?…estabilidad. Necesito saber cómo son las cosas, necesito ser la dueña de la situación…Y con vos eso no podía ser , Martín. Sabés lo que pienso de vos, lo sabés. Y eso no va a cambiar. Nunca. Pero yo necesito otra cosa, perdonáme, mi…
Ella se interrumpió cuando todos sabíamos lo que iba a decir.
Se dio vuelta y comenzó a revolver la cacerola, despacio.
Miré su espalda y supe lo que ella sentía. Casi sentí su respirar entrecortado, el inicio del llanto. Sentí la impotencia de lograr lo contrario a lo que siempre buscaba. Amaba su risa y disfrutaba horrores viendo sus dientes resplandecer en una sonrisa provocada por algún chiste mio,alguna ocurrencia.
Sin embargo allí estaban, otra vez. Me  pregunté que había pasado. ¿Porque nunca dejaría de pasar aquello?. ¿Por qué?
Me paré detrás suyo. Recogí, como tantas veces, su pelo y dejé al descubierto su nuca. 
La luz azul de la policía se filtró por la ventana. Esa vieja de mierda, pensé.
Tomé la pistola y les dije que pasen a la habitación.
Se escuchó a un oficial ordenando que salga con las manos en alto.
Abrí la puerta de par en par y me paré debajo del marco, bien a la vista.
Levanté la pistola, apunté al policía y grité:¡bang!










La Glock 9mm quedó a su lado, prisionera de su mano. Resultó ser una buena imitación comprada por internet.
La Glock era una imitación del  miedo, como el amor que se tenían imitaba, quizás, a la felicidad ; como la relación de ella con el piscui imitaba vaya a saber uno que cosa. Todo podía estar imitando a otra cosa y todos ellos estar viviendo un simulacro, entre copias bastardas de originales de ficción.
Mientras el tuco alcanzaba su punto,  todo sucedió como una ráfaga: Los policías entraban, la luz azul seguía girando, incansable, ella corrió hacia él, hacia él y su sangre, y se dejó caer a su lado y lo abrazó y le dijo algo al oído , algo que susurró , bajito, algo que nunca más volvió a repetir. 






















B.L.

















miércoles, 4 de mayo de 2016

La mujer sola





Se habían cruzado en el trabajo no más de tres o cuatro veces. Trabajaban en distintas áreas y eso hacía que el intercambio fuese escaso y meramente laboral.
Sabía solo su nombre y un par de datos insignificantes más.
Sin embargo cuando esa mañana escuchó que la mujer había sido encontrada muerta en su departamento, un sentimiento extraño lo invadió.
Averiguó donde sería el servicio fúnebre y al salir del trabajo alteró su rutina de acero y pasó por allí.
El lugar era un oscuro local con letras doradas descascaradas en el único vidrio del frente. Una persona vestida con un tan ridículo como ajado traje gris, con unas rayas negras al costado de sus pantalones, zapatos viejos pero bien lustrados y sombrero también negro, oficiaba de puesto de informes. Sala dos, Sala tres eran sus únicas palabras. Sala tres, le dijo.
Al pasar por la sala uno vio el paisaje esperado: coronas florales, grupitos de tres o cuatro personas y un murmullo de fondo. Lo mismo en la sala dos.
En la sala tres, el panorama era otro: No había coronas, tampoco grupitos de personas y el murmullo había sido reemplazado por un sonoro silencio.
Entró a la sala como quién entra al lugar equivocado, caminando despacio, buscando alguna cara conocida, sin esperanzas. Se sentó en el extremo de un sillón de tres cuerpos forrado en una cuerina marrón que hizo un ruido esperadamente molesto para la ocasión. Solo que allí no había nadie que lo escuche. 
En la sala contigua solo estaba el ataúd, cerrado.
Miró su reloj. Eran las cinco de la tarde. Volvió a mirarlo exactamente media hora mas tarde. En esos treinta minutos en el que había estado sentado , solo y en silencio, se dio cuenta de varias cosas: la primera es que no recordaba si alguna vez en su vida había estado treinta minutos sentado , solo y callado en un lugar. Esto le llamó la atención porque, precisamente, no debiera ser tan extraño. Después de todo no se trataba de ningún acto heroico ni extraordinario: solo se trataba de estar sentado , solo y callado en un lugar.
Pensó en la mujer del cajón. Pensó en si las almas existen… ¿Dónde estaría su alma? ¿Allí? ¿Estaría viendo lo mismo que él veía? ¿Estaría viendo la misma soledad? ¿La soledad de la sala sin amigos, sin parientes?


Se paró y fue a la salida. Al pasar al lado del hombre del sombrero, le preguntó si la sala tres era la correcta. Si, le dijo. Y… ¿no vino nadie? No.

Comenzó a caminar por la avenida hacia la parada de colectivo, la tarde se había destemplado y una fina llovizna le ponía sonido a las ruedas de los coches, un silbido apagado y gris.



Caminó por  la vereda roja ,pasó por la vidriera del café de mesas vacías. Tras la barra , se elevó el vapor de la maquina de café. Nadie hacia el café  

Pensó en comprar  unas pocas cosas para prepararse algo para cenar , en el almacén del barrio. Llegó a la esquina en ochava y al abrir la puerta escuchó el tintineo del viejo llamador que colgaba sobre ella. 
Se acercó al mostrador. Sonrió al ver el cartel de chapa abollada en el que aun se leía “Cinzano”. 
Hola, dijo. Nadie contestó.
Aplaudió una, dos, tres veces. Le pareció escuchar un televisor encendido, muy bajo. Pero , no, debió escuchar mal. No había ningún ruido allí, sólo el sonido futuro del viejo llamador que sin dudas sonará cuando abra la puerta para irse.

Llegó a su casa. Vivía en un tercer piso que daba a la esquina. Amaba esa vista.
Abrió la ventana. Corrió la cortina y ,en el balcón, vio el comedero de su gata completo, sin tocar.
Se dio una ducha, se colocó su pijama azul y sus pantuflas. Decidió no cenar.
Se sentó en el borde de la cama no sin antes dar uno o dos saltitos, sentado, sobre el colchón mullido.

Programó el despertador y sintió el presentimiento
Presintió que le costaría mucho dormirse. Que le costaría mucho sacarse de su cabeza la imagen de la mujer muerta en el ataúd cerrado. 
La imagen de la mujer muerta y sola. 
La imagen de la mujer muerta y su enorme , su terrible soledad.










Ya,casi,no.