domingo, 12 de febrero de 2017

Humo





En una mesa de café están sentadas dos mujeres. Una de ellas es obesa, de unos setenta años y come con fruición una porción de torta. Hace calor y viste una amplísimo vestido con flores y  sin mangas. Sus brazos , rechonchos, tiemblan con cada cucharada, como si fuesen hachazos. Come encorvada sobre la mesa, casi sin darse respiro. La crema le queda en sus labios y en sus mejillas.
La otra mujer , ¿su hija? revisa constantemente su celular sin prestar atención a la mujer que devora la torta. Sólo unos minutos mas tarde, apoya el celular sobre la mesa y mira a la mujer. Le alcanza una servilleta, a desgano.
La mujer obesa habla. Lo hace casi a los gritos , con una evidente dificultad, como quien a padecido un accidente cardiovascular o algo por el estilo. La mujer joven mira a sus costados cuando esto sucede. Siente vergüenza.
Una primera lectura, políticamente correcta, diría que la mujer joven está haciendo lo adecuado: cuidar a su madre cuando esta lo necesita.
Una segunda lectura es bien distinta: Ella no quiere estar allí, está incomoda. Preferiría estar en cualquier otro lugar en el mundo, menos en ese. Podría estar, quien sabe, con su novio, disfrutando. Con sus amigas, de paseo. O tirada en su sillón sin hacer nada de nada.
Pero no allí.














En la plaza, a esa hora, casi no hay gente. Es invierno y son las seis de la tarde. El sol ya se retiró y ni siquiera dejo tibieza en el aire. Aun no es de noche. La mujer está sentada en el banco de madera blanca y llora. En sus manos hay un sobre también blanco, abierto. Está embarazada.
El chirriar de los frenos del colectivo la sobresalta. Tiene veintisiete años. Es una avanzada estudiante de Leyes que ya fue tentada por dos de los mas importantes estudios de la ciudad.
En su relación de noviazgo se siente  amada y amando. El ya es abogado y  trabaja en una importante empresa multinacional.
En su mente se presentan sus futuros: Se ve siendo madre. Es un bebé hermoso. Lo tiene en brazos. Ambos ríen. Están sentados en un sillón de color tabaco. Su esposo cocina. Ella dejó de estudiar aunque evalúa volver a hacerlo cuando el bebé se lo permita. Siempre y cuando no quede nuevamente embarazada.
En su otro futuro, tiembla. Tiene terror a ser madre, no lo desea. No quiere postergar su carrera. Cree que aún le quedan muchas cosas por disfrutar. Quiere viajar. Quiere emborracharse. Quiere seguir siendo la que es.
En el  banco, llora. Piensa en abortar.Si decide hacerlo no podrá decírselo a él. Nunca se lo perdonaría. Deberá hacerlo sola. Tiene miedo. ¿Y si me arrepiento? ¿ Y si se entera y me deja? ¿Y si al que pierdo es a él?
Se para y se limpia las lagrimas con un pañuelo empapado. Comienza a caminar por el sendero sin flores. Está decidida aunque sabe que sólo sabrá si se equivocó cuando ya no  habrá tiempo para enmendarse.










Son seis sillas de cada lado. La mesa es enorme y no tiene sillas en las cabeceras. En la sala de reuniones del Banco está la plana mayor. Y él.
Tiene cuarenta y pocos años y desde los veinte trabaja allí. Hizo toda la carrera de manera impecable. Hace cuatro años es gerente regional , el puesto máximo al que siempre aspiró.
Cuando por la puerta de vidrio ingresó el Presidente de la Compañía se quedó helado. Volvió a mirar la cabecera y esperó que alguien le acerque una silla. No fue necesario: se sentó a su lado y lo saludó, en perfecto castellano. ¿Cómo estás? Me hablaron muy bien de ti.
Le ofrecieron la Gerencia para el área Sudamericana con asiento en San Pablo. Un puesto solo reservado para americanos. Hasta ese momento.
Cuando escuchó la oferta del propio Presidente, no pensó en su esposa ni en sus hijos. Tampoco en sus padres, que aun vivían. Mucho menos en que tendría que dejar su casa, que tanto les costó comprarla y luego remodelarla a su gusto.
No. Pensó en él. Pensó en el amor de su vida. Pensó en que él nunca lo acompañaria  a San Pablo. Dudó. Pensó si esto no seria una señal para anunciarlo de una buena vez y dejar de disfrutar en las sombras. Se sintió liberado. Inmediatamente se arrepintió: ¿Pensará él lo mismo? ¿Querrá salir a gritar su amor? ¿Tendrá problemas con sus hijos? ¿Y en su empresa?
El Presidente seguía hablando y sonriendo con dientes perfectos. Mezclaba castellano con inglés.
Pidió disculpas , se paró y salió casi corriendo . Dejó la sala y el banco. Caminó hasta el bar. Lo llamó.
Escuchó como su amor le pedía perdón , pero no iría a San Pablo. Y tampoco diría a nadie de su amor. Estaba bien así. Le dijo que lo amaba. Colgó.
Sus futuros estaban mas claros, aunque siempre hay lecturas para hacer: ¿Es correcto dejar pasar una oportunidad quizás única por un amor que quizás no lo vale? ¿Debería volver corriendo al Banco ya mismo y disculparse, en castellano y en Inglés?
O, en cambio: ¿Va a dejarse tentar por una mejora económica y dejar al amor de su vida? ¿Corresponde que  lo obligue a ir con él? ¿Es correcto que  lo intime a blanquear su amor? ¿Y si él no está preparado? 
Piensa: ¿Voy a irme a San Pablo sin él? ¿Estoy loco?
Se para, corre. Va hacia el banco, aunque aun no sabe a que.



¿Qué es correcto?
¿Quién establece que es lo correcto?
Lo que es correcto para otros, ¿debe serlo para mí?
Vivimos soñando situaciones. A veces, las mas, estas situaciones nunca se concretan.
Otras veces , si. Pero, ¿Qué pasa si no nos damos cuenta?
¿Qué pasa si nos damos cuenta de que la mujer,el hombre que mas amamos en nuestra vida ya estuvo en nuestros brazos? Y ya no lo está.
¿Qué hacer cuando nos damos cuenta tarde de las cosas?
¿Debemos insistir, ir en su búsqueda? 
¿Nos quedamos esperando, en la cima de nuestro orgullo? 
¿Nos dejamos vencer por la nostalgia y la melancolía? 
¿Seguimos camino?

Y es entonces cuando  corremos sin rumbo, agitados, preguntándonos:
¿ Sabemos pedir perdón?
¿Habremos  dicho los suficientes “Te amo”?
¿Nos  habremos  guardado caricias y abrazos?¿Para qué ? ¿Para quién?
¿Donde estará esa mujer, ese hombre?
¿Que habrá sido de aquel ascenso? ¿Que habría sido yo sin ese ascenso? ¿Soy feliz con él?
Lamento no haberte elegido, hijo. Te amo, hijo.
Me parece que lo mejor va a ser que estés aquí, mamá. Vengo a taparte , mami ¿Tenés frío? Te amo.








Mientras tanto, acá estamos, trémulos, entrampados entre lo que  somos y lo que deberíamos ser, tironeados entre lo que soñamos y lo que nunca seremos, entre lo que amamos para siempre y lo que perdimos hasta nunca jamás, creyendo que el tren pasa una sola vez, pero ilusionados con el humo de una locomotora que parece que viene allá, a lo lejos.