sábado, 25 de junio de 2016

Sigo





Ya ni siquiera me detengo,
Sigo.
No le encuentro sentido a mi cabeza
Que mira hacia atrás.
Melancolía.
Sigo.‎
El tiempo de sentirse bello
Ya pasó.
Los días que volaban sin costo,
Quemando futuros inasibles,
Fueron alcanzados por
Presentes feroces
Que devoran el tiempo.
El tiempo dilapidado
 persiguiendo a esos farsantes‎, 
los sueños.
Que nos cegaron (y segaron)
el vivir.
Solo nos queda
el pasado que somos y seremos.
Sigo.
Sin saber porqué, ‎
Sigo.
Con alguna sonrisa
Mueca‎,
Mintiéndome que, quizás, 
Tras aquella esquina
Finalmente,
Estés.




sábado, 11 de junio de 2016

El Ciervo





Nos empezábamos a juntar una vez por semana desde enero de cada año. Dejábamos pasar las fiestas y después si, arreglábamos un día determinado  y ya no dejábamos de hacerlo hasta los primeros días de marzo. Éramos los mismos tres de siempre , Javier, Fito y yo. Nos conocíamos desde la secundaria y ya no dejamos de vernos. A veces nos juntábamos con un grupo ampliado, de futbol, éramos unos siete u ocho. Otras veces con los de la facultad, otro tanto. Pero nuestra base éramos nosotros tres. A las salidas de caza no invitábamos a nadie. Más de una vez había querido sumarse alguno,  y el mismo Fito, incluso, nos pidió a Javi y a mí: “Che, hagamos una excepción… ¡Fernando es un amigo de años!  “. Pero no hubo caso. Fito no se enojo, lo terminó entendiendo. Él sabia que la semana que salíamos a cazar era distinta todas.  Aire puro, silencio, nada de celulares ni diarios, y mucha charla.
En las semanas previas, las que nos juntábamos a planear la salida, ordenábamos todo: que armas llevar, a qué lugar ir, cuales serian las provisiones, el equipo, cual era la temporada de caza. Cada uno se ocupaba de algo y en la semana anterior a la salida chequeábamos todos. Hacía diez años que lo hacíamos. En las primeras salidas surgieron algunos olvidos que no volvieron a repetirse. Una linterna, la vez que fuimos al Sur. La pala, la vez que fuimos a Entre Ríos. Esta vez íbamos a Rio Negro, tras el Ciervo Colorado. Sabíamos de un lugar cercano a un arroyo donde solían juntarse a beber y allí iríamos.
La temporada empezaba el quince de marzo y nos quedaba justo con las vacaciones. Fito y Javier no tenían problemas, se las tomaban cuando querían, pero yo tenía que pedirlas con tiempo, de manera que las pedí los primeros días de enero. No hay problema, Santiago, andá nomas. El dueño de la pequeña fábrica de muebles en la que yo hacía todo aquello referido a la administración, las compras, los proveedores, los bancos…es decir todo aquello que no fuera hacer el mueble en sí, nos daba las vacaciones como si fuese una dádiva y no un derecho. Al principio esto me enojaba pero después comprendí que así había sido criado, que eso era lo que había aprendido y, por lo tanto, no podía hacerlo de otra manera, pero que no había maldad en ello.




Salimos el sábado bien temprano, eran casi mil kilómetros hasta el lugar elegido, llamado Pichi Curruhué en el Parque Lalín. La idea era manejar toda la noche  para llegar de día. Teníamos referencia del lugar por un amigo de Fito que había ido hacia unos años. “Es un lugar único, bellísimo. Ciervos a montones…eso si también hay jabalíes… y después nada mas…pero nada de nada eh!
El nada de nada del amigo de Fito quería decir que  tendríamos que llevar más provisiones, pero eso no nos preocupaba en lo mas mínimo. El resto era lo mismo: Las carpas, las herramientas, las armas…toda la lista no variaba mucho.
Nos tocó una madrugada fría pero despejada. Nos turnaríamos para manejar y arrancó Javier. Cambiamos a las  cuatro horas y siguió Fito. Para cuando me tocó a mí ya habíamos hecho casi ochocientos kilómetros. A mí me tocarían menos kilómetros pero los más difíciles, los de campo. A la vuelta cambiaríamos.
La última estación de servicio en la que habíamos planeado parar , según el mapa, era muy diferente a las fotos que habíamos visto: No había cartel que identificase a la marca de combustible que vendía y tres de los cuatro surtidores que había tenían sus mangueras cruzadas  lo que nos preocupó bastante hasta que vimos salir de una habitación lateral –el supuesto café parecía haber sido cerrado hacía mucho tiempo- a un joven con bombachas y boina. Vio la camioneta y levantó su mano en señal de saludo. Bajé el vidrio y le dije: Buen día…¡decime que tenés nafta, por favor!
¡Pero por supuesto, Señor! , nos contestó con un tono firme, casi sin acento .
No, como vimos las mangueras cruzadas…
Ah, no, despreocúpese, el lunes nos vienen a llenar los tanques, pero quédense tranquilos: Este está lleno, dijo, y señaló al único con la manguera sin cruzar.
Perfecto, llenálo, le dije.
Bajamos a estirar las piernas y a revisar el pronóstico del clima, pero los celulares ya no tenían señal.
Ni lo sueñe, Señor, pasando San Martin ya no hay señal…pero si es por el clima, no va a haber lluvia por lo menos hasta el miércoles...y poca.
Mientras le pagábamos, el muchacho nos dijo: Ustedes son los primeros…eso es buena señal… ¡Buena cacería!
Fito se sentó a mi lado y le dije: tenéme el mapa a mano, Fitito. No me quiero perder.
El camino era, aun, de asfalto y estaba en buen estado. Casi pegado al camino había una muralla de pinos y el sol, cuando cruzaba entre ellos, se partía en rayos que semejaban paredes de blanca  transparencia.

Mirá ese loco, Santi, me dijo Fito. ¡Se va a morir de frio!
Unos doscientos metros más adelante había un joven haciendo dedo, con una mochila pequeña y un gorro tejido de color naranja.
¿Qué hacemos?, les dije. ¡Levantémoslo! Dijo Javier… ¿saben el frio que hace?
Aun sabiéndome en el medio de la nada, me fijé en el espejo retrovisor y coloqué las balizas antes de frenar. Subió y se sentó junto a Javier. ¡Gracias!, dijo. Me llamo Juan.  Nos quedamos en silencio, esperando más.
Si, ya sé, dijo el joven, se preguntaran que hago acá, solo, haciendo dedo, con este frio. Yo lo miraba por el espejo y Fito lo escuchaba sin mirarlo.
Les voy a explicar, dijo. Abrió su mochila y sacó una pistola que apuntó a Javier, que se quedó blanco y se pegó contra la puerta.
Ando por acá afanando a boludos, dijo.
Cuando dijo eso, Fito se dio vuelta y el joven le pegó un culatazo no muy fuerte en la cabeza, casi como una reconvención. Quédate quieto , gil…¿o querés que los mate a todos?
Arrancá, dale, me dijo. Cuando yo te diga, tranquilito, vas a parar, se van a bajar y no van a tener ningún problema. Yo voy a tomar algunas cosas y les voy a dejar la camioneta en algún pueblito de estos de mierda que hay por acá, sana y salva.
El monte de pinos se había abierto un poco y ahora se veía una meseta casi plana recubierta de arbustos y una larga recta en bajada. Hacia unos minutos que habíamos arrancado y el joven no había vuelto a hablarnos. Su pistola estaba sobre sus piernas apuntando a Javier. Fito me miraba, cada tanto. A Javier yo no llegaba a verlo. Íbamos a unos ochenta kilómetros por hora. Esperé a que Fito me mire y cuando lo hizo le hice un gesto con mis ojos, apuntando a mis pies. Moví, sin tocarlo, mi pie sobre el freno y guiñe el ojo. Aceleré, despacio. Fito me guiño el suyo y sacó sus manos de la campera.
Yendo casi a cien kilómetros por hora, clavé los frenos. Sentí un golpe en mi cabeza, era Javier. El muchacho salió despedido hacia adelante y quedó casi completamente sobre Fito. El chirrido de las ruedas sobre el asfalto y los gritos se confundieron en un solo sonido agudo y seco. La pistola cayó debajo de la butaca de Fito. Solté el volante y tomé al joven del cuello apretando tan fuerte como pude.
Javier se bajó a los tumbos, dio la vuelta, abrió la puerta y comenzó a pegarle en las costillas. El joven no gritaba. Se desmayó, este hijo de puta se desmayó, dije. Agarrá la pistola, Javi, grité, está debajo de la butaca de Fito, ¡dale!
Fito se sacó el cinturón de seguridad, se corrió y empezó a decirle: Te deseo algo , Hijo de remil putas, te deseo que no estés desmayado. Ojalá estés muerto, porque si te despertás te voy a dar tantas piñas…El muchacho no decía nada.
Javier había hecho hace unos años un curso de primeros auxilios. Se acercó y dijo. Déjenme a mí. Tomó su muñeca y esperó unos segundos. Nos miró.
Capotó.
Nos miramos con Fito.
Si, capotó, se murió , cést fini.. Anda a saber qué carajo se quebró. O quizás lo ahorcaste vos, Santi, dijo y se rió, nervioso.
Nos quedamos callados un tiempo que ninguno supo nunca cuanto fue. ¿un minuto?¿diez?¿media hora?
Hasta que Javier se paró y dijo: ¿me ayudan? Vamos a meter a este boludo al baúl.
La camioneta estaba repleta de bolsos y cajas, pasamos algunas para el asiento de atrás y pusimos el cuerpo allí.
¿Adónde vamos?¿Adonde lo llevamos? Dijo Fito.
¿¡Como que adonde lo llevamos!?, gritó Javier, ¡A ningún lado lo llevamos! ¿Vamos a dejar que este pelotudo nos arruine la cacería? A ver, a ver, siguió, ¿Ustedes que piensan? ¿¿¿Lo llevamos a una comisaria, le explicamos al comisario y nos dejan ir las más campantes??? ¿Ustedes están locos? Vamos a tener un quilombo padre, en este lugar, en el culo del mundo, y no nos vamos a perder la cacería solamente, vamos a perder mucho mas, vamos a necesitar abogados, vamos a…
Pará, Javi, lo interrumpí Y vos ¿Qué idea tenés?
Javier pensó un instante que decir. Continuó. Yo digo una cosa: nadie pasó por aquí. Nadie nos vio con el flaco este. El ultimo que nos vio fue el gauchito de la estación de servicio y ¿que vio? Hizo un gesto elevando el mentón , como preguntándonos, pero se contestó el mismo: Vio tres amigos que venían contentos a cazar. Eso vio. Por lo tanto propongo seguir como si nada. Ir a cazar. Y mientras tanto pensar que mierda hacer.
Sonaba razonable. Sin decir más nada, me senté, arranqué la camioneta y le pregunté a Fito: ¿Cuánto falta ?

Llegamos dos horas después, con el sol poniéndose. Nos apuramos a armar la carpa y a bajar las cosas. Abrimos unas latas, que calentamos en la cocinita de Javier, y nos acostamos a dormir.


Salimos con el sol. Teníamos que caminar unos kilómetros y buscar un lugar donde esperar. El ciervo Colorado tiene un olfato y un oído que hace que detecte a su agresor a cientos de metros. Elegimos un árbol caído como apostadero. Fito se ocupaba de controlar la mira. Veía el arroyo que se escurría entre unas piedras y se ocultaba tras un monte. Allí debíamos verlos.


Luego de un rato, Fito nos dijo, en voz bien baja, como para que el ciervo no escuche: Me dejó, chicos, la flaca me dejó.
Javier se acercó, desde atrás y vio como Fito lloraba.
Yo estaba sentado en esos banquitos de tres patas y pensaba en el flaco en el baúl y en la mujer de Fito cogiendo con otro.


Volvimos al campamento casi sin hablarnos, como dejándolo para después.
¿Cuánto hace? , le pregunté a Fito, mientras Javier cortaba un poco de queso.
Seis meses, dijo Fito.
¿Seis meses?, gritó Javier ¿Y recién nos enteramos ahora?
Si. No supe que hacer, chicos. No supe. Fue en su cumpleaños. Salimos a cenar. Cerca de las doce, comencé a buscar su regalo. Ella se dio cuenta y me dijo. ¿Me querés hacer un regalo? Quiero el divorcio. Me reí, como se ríe un boxeador cuando la esta ligando de lo lindo. Pero ella no se rio. Me pregunto si no me había dado cuenta que estábamos mal. Que hacía rato que no hacíamos el amor. Me dijo si yo no me daba cuenta de todo eso. De las peleas, cada vez mas seguidas, del desamor. Ella uso esa palabra desamor.
Le dije que no. Que para mi estábamos bien. Ella negó con la cabeza.
Para el culo, estamos Rodolfo. Ella cuando se enoja  me dice, me decía, Rodolfo.
Cuando volvíamos para casa le pregunté por las dudas, casi descartando su negativa: ¿Hay otro?
Ella me miró y me dijo: Si.
Fito empezó a pucherear. Javier dijo: Hija de Puta. Yo pensé: ¿Qué costaba mentirle, Florencia, que costaba?
No estoy haciendo dieta, chicos, dijo Fito. Es que no como una mierda. En el laburo, pienso en ella. Llego a casa y pienso en ella. Todo el día pienso en ella. Como en cualquier horario. Poco y mal. Y duermo peor.
Y si no se los dije antes es porque todo este tiempo estuve esperando que vuelva. Todo este tiempo estuve esperando una llamada, todo este tiempo estuve esperando por la puerta que se abre y ella detrás…
Javier, que no era muy demostrativo, se acercó con un trozo de salame y pan. Se lo dio. Fito supo interpretar a su amigo. Se abrazaron, mientras yo no podía dejar de pensar en la mujer de Fito  cogiendo con otro y en el flaco en el baúl.

El cuarto día, después de esperar cuatro horas, escuchamos el tiro. Javier no avisó , solo disparó. Y gritó: Le di.

Fuimos a buscar al ciervo con la camioneta. Lo colocamos sobe el capot y lo atamos. Era enorme. Su cornamenta sobresalía y apenas nos dejaba ver. Dijimos que en el campamento lo acomodaríamos mejor.

Esa  noche , la ultima antes de nuestro regreso, Fito dijo. ¿Qué vamos a hacer con el flaco?
Otra vez Javier tomó la iniciativa. Agarró las llaves de la camioneta y dijo: vengan. En el camino hacia el monte nos explicó el lío que sería ir a una comisaria. No nos creerían lo del robo. ¿sabemos de que murió?¿y si es por asfixia? En el mejor de los casos, tendríamos para varias semanas allí, dando explicaciones, esperando estudios, contratando abogados, perdiendo dinero y tiempo. Fue suficiente.
El pozo nos llevó no más de una hora. Lo tapamos con la misma tierra que habíamos recortado cuidadosamente con la pala al empezar a excavar. Volviendo hacia la camioneta , nos alegramos de haber seguido el consejo de Fito - "No dejemos huellas, dejemos la camioneta lejos"- aunque en ese momento recibió nuestras maldiciones por tener que cargar con el cuerpo.




El ciervo terminó siendo un ejemplar de concurso, al menos así nos dijo el de la comisaria que hacia los controles.
Fito dejó de venir a las cacerías. Se junto con una ex compañera del colegio que lo tiene cortito. (Florencia , su ex, a los pocos meses se peleó con su noviecito y quiso volver,tarde.)

Con Javier vamos a cazar los dos solos. Este año vamos a La Pampa.




                                                         

























Sillón.