domingo, 30 de agosto de 2015

Subrayo, tacho, reescribo.




Vení, sentáte. Dejáme que te explique. ¿Por dónde empezar? ¿Cómo hacerlo sin rebajarme al más húmedo de los rincones? ¿Cómo?
Lo voy a intentar:
La primera parte es fácil: solo se trata de sentarse, solo, frente a una mesa conocida, un lápiz y un papel. Yo te recomendaría la mesa del café al que solés ir, en un horario tranquilo, sin demasiada gente. Te pedís algo que no deba beberse apurado: nada caliente, nada de café ni de té. Yo te sugeriría un whisky, pero eso va en gustos, lo sé. Siempre me gustó del whisky, además de su sabor (¡obvio!), su lentitud.
Vos te podés sentar con un whisky (me gusta llamarlo güisqui, así lo haré, en adelante)  y estar un buen rato, pensando, leyendo, escuchando música o haciendo lo que sea, jugando con el vaso, dejando que, de a sorbos, se deslice por tu lengua…en fin. Pero esto no tiene nada de importante.
Te sentás, entonces, frente a una mesa con lápiz y papel y arrancás. No necesariamente con orden alguno. No importa ni el tiempo ni la trascendencia. Como te salga. Y empezás a anotar aquellas cosas que vos creés que hiciste mal. Ya no tiene sentido mentir. Estás solo. Nadie leerá, quizás, aquello que escribas.
Puede ser una mínima página. O un pequeño libro. Depende. Depende de la cantidad de cosas malas que recuerdes. De la cantidad de cosas que consideres malas. Yo, si te sirve de sugerencia, (ya van dos: el güisqui y esta) comencé por aquellas cosas que habían dañado a alguien. Ese es mi concepto de cosa mala.
Aquello que daña a otro. Sobre todo a un ser querido, amado.
Y, entonces, empezás. Te vas a dar cuenta en seguida que te va a costar arrancar. Pero muy rápido, ayudado por el lugar amable, el güisqui y, seguramente , buena música, vas a comenzar a escupir cosas. Y tu lápiz va a ir más lento que tu cabeza.
Te aclaro algo: vas a llorar. Así que andáte provisto de algún pañuelito, esos de papel. Y elegí la mesa del rincón. Por las dudas. A nadie le gusta ver a un hombre llorar. El mundo está preparado para verlas  a ellas llorar. Pero no a nosotros.
Yo tengo acá mi libro. Si, son muchas hojas ¿no? Pero bueno, son hojas pequeñas y mi letras es grande. Y, además, escribí de un solo lado. Si, es un consuelo. Quizás deba agregar esta mentira en lo que escribí.
Te leo algunas. Te recuerdo: no hay orden alguno.
Muchas veces. Muchas. Miré a papá comer manzana y me avergoncé del ruido que hacia. Recuerdo mirarme con mi madre, su cara de odio, casi asco. Recuerdo mi complicidad con ella.
No hay un momento de mi vida en el que no me recuerde celoso. Claro, los años me fueron limando. Y lo que antes era cólera, ahora es tranquila resignación. Muchas veces mentí que algo no me importaba, solo para no aparecer vulnerable. Sin embargo los celos se viven a solas. En tu cuerpo  se siente el terror a perder, la amargura de haber perdido.  Pero celar al fiel es el peor de los pecados. (Me siento extraño al escribir pecado una palabra tan religiosa en alguien tan poco religioso)
Vivo quejándome. De todo. Me excuso diciéndome que esto es mejor que el conformismo, que aquel al que todo le da igual. Pero la verdad es que me odio así. Me gustaría poder estar por encima de lo mediocre (mi enemigo) y hacer como si nada. Creo que se disfrutaría mucho más de la vida. Creo.
Me gustaría aprender de mis errores. Pero yo soy el hombre que tropieza con la misma piedra. Una y mil veces.
Hay una mujer a la que me gustaría olvidar. Creí que iba a morir con ella. Junto a ella. Pero no supe mostrarle mi amor. Todo lo contario, le mostré mi desamor y luego… Luego no existe en el amor.  
Lo anoto, lo subrayo: No dañes a quien te ama. Nunca. Espero haber aprendido.
En mi afán de asceta, me he peleado por dinero.  Subrayo: nunca te pelees con alguien que amas por dinero. Es más: nunca te pelees con nadie por dinero. No vale la pena.
No puse el esfuerzo que algunas cosas exigían. No estudie lo necesario. Si, ya se, laburé toda mi vida, si. Pero eso no es lo malo. Lo malo es no haber hecho todo lo que podía, cuando había que hacerlo.
Hoy, los que antes eran giles que se quedaban estudiando, me saludan  tocando  la bocina de su último modelo mientras espero el colectivo. Subrayo: Yo soy el gil. Vuelvo a subrayar. Tacho gil y pongo GIL.
Cuando no te aman , tenés que irte. De nada sirve luchar por el amor. Es un estúpido cliché. El amor fluye. El amor está o no. Y si en algún momento deja  de estar, solo hay una cosa por hacer: armar los petates e irse a otro lado. Resalto con el lápiz y queda de nada sirve luchar por el amor, como en negrita.
Anoté muchas cosas aquella tarde. Me senté a las cinco , eran las ocho. Afuera una señora con un mate en la mano reia apoyada en un poste de parada de colectivos. Una parejita de adolescentes se besaba , descubriéndose.  Junté las hojas, las ordené. Ordené es un decir, mejor: las apilé. Daba lo mismo empezar por cualquiera.
Volví a leerlas. Tengo una letra espantosa, sobre todo cuando escribo apurado. Y aquella tarde, aunque nadie había que me apurase, sentía mi mano galopar. Y las cosas salían y se desparramaban sobre el papel. Algunas de ellas como si fuesen un vomito espeso. Lento y agrio. Algunas otras como un ligero escozor: ya no se pueden arreglar.
Ya es tarde para decirle a mi padre que  me importa un bledo como coma su manzana. Y decirle que lo amo con locura y que no hay día que no me acuerde de él. Que es mi faro, mi guía. Ya es tarde. Subrayo tarde.
Ya no tengo a esa mujer a mano para decirle cuanto la amo. Decirle que me perdone por haberla hecho sufrir y decirle, también, que me perdone por no haber sido capaz de mostrarle , a tiempo, subrayo a tiempo,  todo lo que la amaba.
Subrayo , tacho, resalto, algunas cosas más.
Vuelvo a apilar las hojas.









Cansado de hablar solo, me pregunto: ¿entendiste? Me miro en el espejo en el que hay pegado un papel que dice: Especialidad de la casa : Medialunas  con J y Q.
Me seco alguna lagrima . Me paro. Paso al lado del mozo y le pago la cuenta. Me pregunta: ¿estás bien? Lo miro y le digo:
Impecable, Lolo, Impecable.











Reescribir.