Una persona , a quien yo no conocía, pero que ,
según quien esto me contaba,
yo debía
conocer,
había fallecido en circunstancias trágicas ,
en un accidente automovilístico.
Su juventud, apenas pasaba los cuarenta, hacia mas trágico el relato.
¿Cómo que no lo conocés a Pipo?
(El apodo esconde un nombre
que no quiero revelar)
No…creo que no…
Pará, pará que te muestro.
La persona me relataba , con detalles,
ubicación de los
coches al momento del accidente,
daños ocasionados y demás truculencias.
Tomó
su teléfono de inteligencia acotada
– como el dueño-
y comenzó a buscar.
Y aquí es en donde comienza la parte del relato
que me puso
el humor de perros y la piel de gallina :
Comenzó a mostrarme fotos.
Fotos del
muerto.
El muerto sonriente con amigos en alguna cena.
El muerto abrazando a
sus hijos.
El muerto besando a su novia.
No, no lo conozco, lo interrumpí, alejando su teléfono de
mi.
¿Cómo que no? Pará, mirá esta otra.
No lo conozco.
Esta vez mi tono lo disuadió por completo .
Guardó su teléfono, giró y se fue,
mirando a derecha e izquierda ,
buscando otra
victima a quien enchastrarle de sangre la mañana.
Soy de la época en la que los muertos se morían.
La familia solía desprenderse
rápidamente
de aquellos
objetos que podían hacerles recordar
a sus muertos:
Rápidamente se vendía su
auto
(¿Quién iba a osar manejarlo, con su birome tras el parasol,
sus anteojos
en la guantera,
sus estaciones de radio preferidas grabadas en el estéreo,
el eco
caliente de su silbido atrapado para siempre en el habitáculo,
su perfume?),
Las viudas que
podían
vendían sus casas y se mudaban
(¿Cómo que porqué, hija? ¡Porque
lo veo a tu padre , entendés, lo veo a tu padre!),
Lo que no se regalaba o
tiraba se guardaba
prolijamente
en cajas que nadie nunca más abriría.
Algunas habitaciones se cerraban intactas.
Las madres huérfanas de hijos
las mantenían como si el hijo aun viviese.
Y en el aseo de cada mañana se torturaban.
Intentando atrapar a los recuerdos que escapaban ,
batallando con el tiempo
que ya no dejaba recordar el tono de su voz
y transformaba su risa estridente en un lejano murmullo.
Los muertos de antes se morían para siempre
y sólo quedaba
el recuerdo
que cada uno moldeaba a su gusto construyendo
también prolijamente
aquella memoria
amable que nos provocaba
indefectibles sonrisas.
Las personas buenas
se transformaban en mas buenas,
en las personas mas buenas del mundo.
En cambio aquellos que habían lacerado pieles y corazones
solían mantenerse indemnes,
soportando almanaques,
permaneciendo en las
memorias dolientes de sus deudos.
Estos muertos malditos se escondían
entre
almohadas
y alborotaban sueños,
disipándolos.
Pero morían.
Hoy todo es diferente.
En las redes en las que
todos somos atrapados
por la araña mayor (*),
nuestros muertos siguen viviendo.
Siguen viviendo en perfiles a los que la gente sigue
accediendo,
visitando álbumes de viajes y placeres,
comentando sonrisas eternas
,
abrazos infinitos,
besos siempre húmedos
hasta que algún familiar poseedor
-vaya a saber como-
de
contraseñas,
se apiada e informa lo sucedido.
Si esto no pasa ese perfil ,
,paradoja,
sigue “activo”,
viviendo para siempre, entre clics
infernales
de gente que pasa
creyendo saberlo todo, sabiendo nada.
Cualquier búsqueda en nuestra Babilonia (**)
nos dirá
donde vive, de que trabaja, que estudia tal persona
todos verbos conjugados en
un espantoso
presente
para quien ya conjuga solo
pretéritos.
¿Qué habrá sido del tiempo
en el que uno podía morirse
sin
preocuparse
por dejar esa estela interminable
de vivencias dando vueltas por aquí
y por allá?
¿Qué habremos hecho mal
como para perder
nuestro único hecho
fatalmente inevitable,
,la muerte,
para seguir viviendo
en redes?
¿Recuperaremos
,alguna vez,
la saludable costumbre
de morirnos
de morirnos
suave y apaciblemente
para luego si
para luego si
,de
manera discreta,
irnos a habitar recuerdos?
(*) Internet
(**) Google
Ps: el justificado central no tiene pretensiones de poema, aunque no sería de extrañar que algún vanidoso injustificable hable de este mamotreto como "rima libre" o "rima blanca". No es mi caso.