martes, 18 de abril de 2017

Las arañas de Babilonia








 El hecho me fue relatado casi al pasar. 
Una persona , a quien yo no conocía, pero que , 
según quien esto me contaba,
 yo debía conocer,
 había fallecido en circunstancias trágicas , 
en un accidente automovilístico. 
Su juventud, apenas pasaba los cuarenta, hacia mas trágico el relato.
¿Cómo que no lo conocés a Pipo?
 (El apodo esconde un nombre que no quiero revelar)
No…creo que no…
Pará, pará que te muestro.
La persona  me relataba , con detalles, 
ubicación de los coches al momento del accidente, 
daños ocasionados y demás truculencias. 
Tomó su teléfono de inteligencia acotada 
– como el dueño- 
y comenzó a buscar.
Y aquí es en donde comienza la parte del relato 
que me puso el humor de perros y la piel de gallina : 
Comenzó a mostrarme fotos. 
Fotos del muerto. 
El muerto sonriente con amigos en alguna cena. 
El muerto abrazando a sus hijos. 
El muerto besando a su novia.
No, no lo conozco, lo interrumpí, alejando su teléfono de mi.
¿Cómo que no? Pará, mirá esta otra.
No lo conozco. 
Esta vez mi tono lo disuadió por completo . 
Guardó su teléfono, giró y se fue, 
mirando a derecha e izquierda , 
buscando otra victima a quien enchastrarle de sangre la mañana.


Soy de la época en la que los muertos se morían.
La familia solía desprenderse 
rápidamente
 de aquellos objetos que podían hacerles recordar 
a sus muertos: 

Rápidamente se vendía su auto 
(¿Quién iba a osar manejarlo, con su birome tras el parasol, 
sus anteojos en la guantera,
sus  estaciones de radio  preferidas grabadas en el estéreo, 
el eco caliente de su silbido atrapado para siempre en el habitáculo,
su perfume?), 
Las viudas que podían 
 vendían sus casas y se mudaban 
(¿Cómo que porqué, hija? ¡Porque lo veo a tu padre , entendés, lo veo a tu padre!), 
Lo que no se regalaba o tiraba se guardaba 
prolijamente
 en cajas que nadie nunca más abriría.
Algunas habitaciones se cerraban intactas. 
Las madres huérfanas de hijos 
las mantenían como si el hijo aun viviese. 
Y en el aseo de cada mañana se torturaban. 
Intentando  atrapar a los recuerdos que escapaban , 
batallando con el tiempo 
que ya no dejaba recordar el tono de su voz 
y  transformaba su risa estridente en  un lejano murmullo.


Los muertos de antes se morían para siempre 
y sólo quedaba el recuerdo 
que cada uno moldeaba a su gusto construyendo 
también prolijamente 
 aquella memoria amable que nos provocaba
indefectibles sonrisas. 
Las personas buenas se transformaban en mas buenas, 
en las personas mas buenas del mundo. 

En cambio aquellos que habían lacerado pieles y corazones 
solían mantenerse indemnes, 
soportando almanaques, 
permaneciendo en las memorias dolientes de sus deudos. 
Estos muertos malditos se escondían 
entre almohadas
 y alborotaban sueños, 
disipándolos.

Pero morían.



Hoy todo es diferente. 
En las  redes en las que todos somos atrapados 
por la araña mayor (*), 
 nuestros muertos  siguen viviendo.
Siguen viviendo en perfiles a los que la gente sigue accediendo, 
visitando álbumes de viajes y placeres, 
comentando sonrisas eternas , 
abrazos infinitos, 
besos siempre húmedos
hasta que algún familiar poseedor 
-vaya a saber como-
 de contraseñas, 
se apiada e  informa lo sucedido.

Si esto no pasa ese perfil ,
  ,paradoja, 
sigue “activo”,
viviendo para siempre, entre clics infernales 
de gente que pasa
 creyendo saberlo todo, sabiendo nada.

Cualquier búsqueda en nuestra Babilonia (**)
nos dirá donde vive, de que trabaja, que estudia tal persona 
todos verbos conjugados en un espantoso 
presente
 para quien ya conjuga solo 
pretéritos.

¿Qué habrá sido del tiempo
 en el que uno podía morirse
 sin preocuparse 
por dejar esa estela interminable
 de vivencias dando vueltas por aquí y por allá?
¿Qué habremos hecho mal
 como para perder 
nuestro único hecho fatalmente inevitable, 
,la muerte,
 para seguir viviendo en redes?

¿Recuperaremos 
,alguna vez,
 la saludable costumbre
de morirnos 
suave y apaciblemente
para luego si
,de manera discreta,
 irnos a habitar recuerdos?

























(*)    Internet
(**)  Google

Ps: el justificado central no tiene pretensiones de poema, aunque no sería de extrañar que algún vanidoso injustificable hable de este mamotreto como "rima libre" o "rima blanca". No es mi caso.









viernes, 14 de abril de 2017

La Santísima Trinidad







Mayo había llegado con su frío inevitable y las personas se habían tornado invisibles debajo de capuchas y bufandas. Los charcos de la lluvia de diez días poblaban las calles, el césped de la plaza y las veredas. 
La gente se transformaba en un enorme y descontrolado pinball , saltando para un lado y para el otro , sin pelota plateada, sin nadie que mueva las paletas.

Entré a “El Imperial” y resoplé. 
Walter, el mozo, me preguntó: ¿Llueve ácido?  
Lo miré y le contesté: “Chiste viejo”. 
Walter miró a la Señora que se colocaba el sobretodo para irse y sintió la irrefrenable necesidad de terminar su chiste: “ No entiendo a la gente que corre cuando llueve como si lloviese ácido…es solo agua, ¿no?.
La señora le sonrió , tomó su paraguas de tela escocesa , abrió la puerta y se fue.

Era jueves de póquer.  Los jueves ,el Gallego , Dueño y Señor de “El Imperial” , cerraba las puertas a las diez de la noche, puntual, y con la ayuda de todos nosotros, corría las cortinas, dejaba todo ordenado y acomodaba la mesa de siempre , la redonda del rincón, para jugar nuestro póquer.
Yo no sé jugar y me aburre verlo jugar. Pero me gusta cocinar y participar de las charlas de la mesa. Los que jugaban eran el Gallego, Walter, Raúl, Carlos , Fito y el Flaco.
Carlos y el Flaco eran los únicos casados, y pese a ese obstáculo casi invencible, mantenían asistencia perfecta. El resto, el que no era separado divorciado, era soltero o viudo, como el Gallego.
Algunas veces, como esta noche, solía quedarse el Dr Ávila, el director de una de las principales Clínicas de la ciudad y habitué de años de “El Imperial” al que solo le interesaba el plato que yo cocinaba y poco más. Participaba poco, comía más y reía mucho. Para el que no lo conocía era un contraste notorio: El Dr había acuñado durante años una impostura de seriedad que –según él- debía tener todo medico que se precie, pero en la intimidad era un puteador feroz y un eximio contador de chistes, la mayoría de ellos, verdes.

Al rato llegaron en tándem, Raúl, Carlos, Fito y , unos minutos después, el Flaco.
Esperamos a que se fueran los últimos clientes, cerramos las puertas y corrimos las cortinas.

¿Menú? , me preguntó el Dr.
Hoy comemos unas mollejitas al verdeo con unas papas que ni te cuento. De entrada, las empanaditas que trajo el Flaco, las que hace su vecina, con aceitunas y la mar en coche. De postre, tiramisú. Perdón, MI tiramisú.
El Dr., un sibarita,  se frotó su casi imperceptible panza mientras decía “mmmmmmmmm” y ¿de tomar?
Le dije que habían quedado algunas botellas del jueves anterior, dos de Merlot y algunos más que no me acordaba. ¿Por qué no va, Dr., y abre alguna?
No sabemos por qué, pero nadie tuteaba al Dr.

Mientras acomodaba las cosas para cocinar le dije al Gallego: Gaita, andá, sentáte, yo me encargo.
El Gallego me miró y siguió haciendo lo que quiso, sin darme la más mínima bola, aunque yo creo que no me escuchó.
Es Gallego, dejálo, gritó Raúl, que había escuchado el dialogo.

Comimos, como siempre, mucho. Tomamos, aun mas.
Fito y El Flaco juntaron la mesa mientras Carlos lavaba los platos.
El Dr. que no sabía nada de póquer, como yo, ya se corría a un costadito.
El Gallego dijo: hago los cafés y empezamos.
Lo vimos irse , tambaleante, y le dijimos :”¿estás en pedo, Gallego?
¡Si no tomé, nada!, nos gritó.
 Miramos su vaso, por la mitad de su Villavicencio sin gas.

Detrás del vidrio, empapado, nos miraba “Caniche”, el perro del Gallego. “Caniche” era un mestizo enorme, cruza de dogo con vaya a saber que .
 Raúl dice : Gaita, el “Caniche” está afuera hecho sopa.
El Gallego no contestó.
Entrálo, boludo, dijo Fito.
Raúl le abrió la puerta pero no hubo caso, Caniche se quedó afuera bajo la lluvia.
“Má si”, dijo Raúl y cerró la puerta.

Ya estábamos sentados para empezar cuando escuchamos el ruido.
El Gallego se había caído de este lado de la barra. El estruendo mayor lo hizo la bandeja de acero inoxidable que siempre lo acompañaba. Quedo girando como un trompo sin terminar nunca de hacerlo…
“Capotó”, dijo el Dr. sin siquiera pararse.
Todos lo miramos.
“Capotó. Un patatús. No hay nada que hacerle”.
¿Qué dice, Tordo? Le gritó Carlos.
Bueno, una embolia cerebral, si quieren precisiones, muchachos…y agregó: Pobre Gaita.
Nadie se paró.
El Gallego estaba tirado paralelo a la barra. Quedó con los ojos abiertos, celestes, mirando hacia la lámpara de vidrio que el mismo había colgado, orgulloso, meses atrás. Su boca estaba cerrada y, si no fuese por el Dr., ya todos lo hubiésemos mandado a la mierda diciéndole que no se haga el boludo, que no joda con esos temas.
Pero el Gallego estaba muerto y no era joda.


No sé cuanto tiempo estuvimos allí, sentados, en silencio. Hasta que Fito dijo:
¿Y los cafés?,
Yo los hago, dijo el Flaco.
El Flaco había trabajado con el Gaita hacia como veinte años atrás y sabia usar “La Vaporosa” , tal el nombre que el Gallego le había puesto a la siempre reluciente cafetera exprés.





Para pasar hacia atrás de la barra para  hacer los cafés, el Flaco debió hacerlo por sobre las piernas del Gallego.
Lo miramos.

“A mi córtamelo un poco, Flaquito“, dijo Carlos.
“El mío ¿puede ser doble?” , dijo el Dr.
Raúl estaba callado.
Fito le dice ¿estás bien?
Si, bárbaro, le dice. Salvo porque el Gallego se cagó muriendo y está ahí tirado, todo bien.
En estos momentos me gustaría ser religioso, digo.
¿Por?, dice Fito, mientras abre la canilla de vapor para calentar la leche del cortado de Carlos.
Porque para eso sirve la religión, Fito. Fijáte una cosa, estamos en el 2017 ¿no? Y antes de eso hubo muchos años más ¿no?
Todos asintieron.
Y seguimos con las mismas dudas, los mismos miedos.
¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos cuando nos morimos?
No, pará…dice Raúl…de dónde venimos ya lo sabemos ¿no? De Papá y Mamá y hace un gesto obsceno con su mano derecha…
No, gil, le digo…no de donde viene cada uno de nosotros, si no ¿de dónde venimos cuando no había nada…pero nada de nada? ¿Quién creó el mundo? ¿Dios? ¿Qué Dios? ¿Es el mismo Dios Todopoderoso que después deja que te haga mierda un tsunami o un terremoto…¿te acordás?…ya lo hablamos, Raúl, ya lo hablamos…
Y lo mismo con la muerte…¿adónde vamos? ¿Hay cielo? ¿Hay más allá? ¿Reencarnaremos en algo? ¿en qué carajo reencarnaremos? Nos pasamos toda la vida temiendole...evitándola.. sabiéndola inevitable pero haciéndonos  los giles, esperando que hoy no, hoy  no.

El Flaco acomodó la bandeja en la mesa con los cafés. Lo miramos. Miramos la bandeja. Era la bandeja del Gallego.
¿¡¡¡Agarraste la bandeja de el Gallego!!!?, dijo Carlos.
¿Hay otra? Contestó el Flaco.
Todos nos miramos.
“Pasáme el edulcorante” , le dije a Fito. “Uno solo, gracias”
“Lo bueno es que el Gallego era solo”, dice el Dr.
“Es verdad”, dijo el Flaco. ¿Saben una cosa? El Gallego debe haber soñado esta muerte, acá, en el Imperial que el tanto amaba.
“Coincido”, dije.
“A la mierda que está caliente”, dijo el Dr. mientrs dejaba su café doble en el plato y agitaba su mano.
¿Qué será de “El Imperial”, no? , dije.
Todos miramos a Walter. Había estado callado todo el tiempo estrujando una servilleta, con las piernas bien juntas, apretadas.

Todos nosotros sabíamos lo que el Gallego había dicho tantas veces: “Si alguna vez me pasa algo…yo quiero que “El Imperial” siga. Y quien mejor que Walter para hacerlo. Un buen pibe, me acompaña desde hace años, lo quiero como un hijo…
El Gallego había dicho eso muchas veces, pero nunca frente a Walter.

“Quedáte tranquilo, Walter, dijo Raúl, mañana hablamos con el boga que viene a las diez y arreglamos todo”

Fito se había parado e ido al lado de el Gallego. Se puso en cuclillas y le cerró los ojos.
¿Se dieron cuenta de algo?, dijo. Todos estamos pensando en nosotros, en nuestras cosas, en nuestras conveniencias. Nadie piensa en el Gallego.
Pará, Fito, pará. No es así. Todos pensamos en el Gallego. Todos sabemos lo que el Gallego fue.
Pero la vida es esto. La vida es seguir. Cueste lo que cueste. Tratando de no mirar para atrás.
¿Me entendés ahora cuando te decía porque me gustaría ser religioso?
Ahora podríamos estar diciendo la boludez típica : “El señor se lo llevo a su lado”…”El Gallego fue al cielo, seguro” y pavadas por el estilo…¿me entendés ahora?
Nos abrazamos con Fito y lloramos un poquito, bajito.


El Gallego se había salido con la suya: habíamos salido, por primera vez, de la Santísima Trinidad de las reuniones masculinas: minas, autos y fútbol y nos habíamos dejado llevar por caminos casi metafísicos, sobre la vida y la muerte. 
Habíamos tomado, también por primera vez, un café que no fuese hecho por él.
Habíamos estado un rato largo sin hablar mirando su cuerpo caído paralelo a la barra.





Arreglamos el tema de la ambulancia y el velorio, mientras tras el vidrio a Caniche ,empapado, se le deslizaba una gota de lluvia por su hocico y caía de su labio, lento hacia el piso.
Una gota que , a mí, me pareció una lágrima.