sábado, 22 de diciembre de 2012

Queremos Plasmas

Muriendo despacio ,Tinderstick



¿A quien puede caberle alguna duda de que los mal llamados saqueos fueron instigados?
¿Quién puede creer que hambrientos argentinos prefirieron un carrito con un par de plasmas a un carro repleto de alimentos para su familia?
Situaciones como estas ya fueron lamentablemente vividas en este país.
Rosario fue sufrida testigo de los saqueos de 1989 que forzaron la salida del entonces presidente , Raúl Alfonsín. Vándalos de cara tapada, saquearon ,destruyeron y robaron supermercados de la ciudad que primero vio  a nuestra bandera. 
Defender al gobierno de entonces era una obligación cívica ineludible que el peronísmo todo esquivó en un acto de absoluta mezquindad. Muchos de aquellos políticos carroñeros hoy están en el gobierno, tomando de su propia medicina.
El gobierno pretende hacer creer que sindicalistas seguidores de Hugo Moyano se calzaron sus remeras verdes y fueron a romper Bariloche ,Campana y San Fernando, mostrando su mejor perfil a las cámaras.
A su vez, la CGT opositora mira para otro lado, como si el país entero no supiese que en cualquier balacera, pelea a cuchillazos, trompadas y sillazos, de los últimos cien años, es inevitable encontrar representantes de nuestra alta alcurnia sindical.
Todas estas son verdades de Perogrullo. 
Tuvo que pasar una semana de los saqueos/robos, para que la presidente reconozca públicamente  que los "desestabilizadores" provendrían del peronismo o del sindicalismo.
Chocolate ,Cris.
Como que en nuestro país hay gente con hambre que no tiene ni los seis pesos de Moreno. Gente sin trabajo, que vive de regalos disfrazados de inclusión. 
Verdades como que mientras los docentes de nuestro país pelean por dignificar su vivir, arrasan en su lucha pírrica a la educación nacional , con paros que quitan futuro a nuestros hijos.
Verdad como que nadie cree en la inexistencia de una inflación omnipresente.
Un país que consume forzado por la imposibilidad de ahorrar, es un país que cree que el futuro son los próximos quince minutos.

Esta claro, no hubo saqueos , hubo robos. Sencillamente. Tipificación: Robo en poblado y en banda. De 5  a 15 años, agravado por la participación de menores.
A investigar, Sra Justicia. (Roguemos que no le toque a Oyarbide) . A otra cosa.


Pero el tema , además, puede pasar por otro lado: ¿No será que “el pueblo” tan mentado en cadenas nacionales diarias, el mismo “pueblo” que  el gobierno dice tener como destino principal de su programa  de inclusión, esta cambiando de pretensiones?
¿No será que el “pueblo” ya no se conforma con planes de hambre sino que pretende mas?
El “pueblo” ve como el vicepresidente festeja sus cumpleaños fletando un avión privado para poder bucear con su novia, también ve como la Presidente y su hijo viajan al Calafate , a su propio hotel, mientras el país se incendia.
Es el "pueblo" el que se siente estúpido ante gobernantes que le quieren hacer festejar la recuperación de una fragata que ellos -negligentes hasta el hartazgo- anclaron en puerto hostil. Y mas estúpido aun cuando ve que usan los fondos publicos para expropiar terrenos de enemigos políticos en La Rural, mientras el país vive horas de zozobra.
Es el  “pueblo”  , testigo del despilfarro y la lujuria ,el que va cambiando velozmente sus proclamas, el que pretende seguir con el consumo desvergonzadamente impulsado por el Gobierno, solo que por otras vías.
En sus banderas se lee: “Plasmas para todos”

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Nací en Oslo




Nací en Oslo.

Nací en Oslo, Noruega. Tengo treinta y ocho años.
Me decidí a escribir estas líneas, sin saber aún  si serán unas pocas o si se convertirán en una larga y tediosa serie de enumeraciones, pero lo cierto es que siento la necesidad de contar, a quien quiera leerlo, lo que me pasa.
Tengo la certeza de recordar todo, absolutamente todo lo que viví, desde el día en que nací, hasta hoy, en el que comencé a escribir.
Reconozco que puede parecer inverosímil, y, por supuesto, imposible de comprobar, si lo que digo es cierto. ¿ cómo hacer para presentarles a ustedes un recuerdo que sucedió hace treinta y ocho años atrás, y en el que los únicos presentes éramos, por ejemplo, mi madre y yo? ¿Cómo hacer para que me crean que recuerdo, perfectamente y con lujo de detalles, la ropa que traía puesta Beatriz, una amiga de mi madre, una tarde de 1975, cuando vino a visitarnos?, ¿me creen ustedes si  les digo que no necesito cerrar los ojos para volver a sentir el aroma de aquellos árboles de tilo, que invadieron mi nariz en el  paseo que solíamos hacer, tarde tras tarde, con mi madre, en una primavera helada, hace treinta y cinco años?
En fin, seguramente, estas palabras solo servirán para saciar esta sed de desahogo que tengo, y que arrastro.
Pero, bueno, todo  comenzó más o menos así: nací como les dije, en Oslo, Noruega, hace treinta y ocho años. Mentiría si les digo que recuerdo algo de lo que pasó dentro de la panza de mamá. Solo dispongo de recuerdos vagos: oscuridad, temblores, ruidos apagados…y luego sí: Luz. Y Mas ruidos, diferentes, agudos. Y gritos. Mamá transpirando. Sangre en mi cara. Y por donde pudiera ver. Llanto, el mío. Lloré de frío  Si. De frío  Me envolvieron en una toalla. Mientras me llevaban, miré a mi madre. Aún no sabía su nombre. Era rubia, muy rubia, pero esa tarde la transpiración había oscurecido el color de sus cabellos, su cara, roja del esfuerzo, parecía relajada. Una enfermera colocaba un paño mojado en su frente, recibiendo una sonrisa de mi madre.
Me miró, mientras me iba, y cerró sus ojos. Los ojos, los suyos, eran verdes. Oscuros. Jamás  volví  a  ver ese color en los ojos de nadie.
Me llevaron, esos desconocidos  a los que llamaban doctores, a un cuarto luminoso pero sin ventanas, me apoyaron sobre una camilla aun más fría que la nieve que conocería tres años después. Me colocaron unos tubos transparentes y largos por mi nariz y por mi boca. Dejé de llorar. No podía hacerlo. Esperé. Uno de ellos me tomó de las axilas y apoyó mis pies sobre la camilla de nieve. Rió mientras le comentaba a su compañera lo que había hecho la noche anterior. Había sido, según su relato, una noche como tantas en un bar cercano, con más tragos que mujeres. Una ecuación divertida hasta cierto punto. Su compañera le preguntó si no sería momento de revertir esa ecuación, y lo acompaño con una risita nerviosa, en lo que supuse, sería una combinación de chiste e insinuación. El que me tenia de las axilas, sonrió.
¿Es necesario aclarar que no era que yo entendía lo que decían, ya que tenia minutos de vida, sino que años más tarde, recordé y aun recuerdo, todas y cada una de las palabras que se dijeron en ese cuarto, el tono de la risita nerviosa, cada uno de los frascos, los estantes, un poster, en noruego, promoviendo el cuidado dental, una botella de alcohol por la mitad, otra con  un liquido color marrón, llena ; en un estante, que en su borde inferior tenía un  letrero de papel, que decía, escrito  a mano, con una fibra gruesa: “HANDKLE”, había  muchas toallitas chicas y muy blancas, un cenicero (¿Qué haría ,allí, un cenicero?), un teléfono de pared color azul con una cinta adhesiva sobre la cual alguien había   escrito “316”…?
 Por si no les queda claro: no es que comprendía lo que me decían, o lo que escuchaba, sino que lo comprendo HOY, cuando lo recuerdo, tantos años después.
Cuando me llevaron con mi madre, no sólo escuché su nombre por primera vez, sino que vi a otra persona. Su cara había recuperado su color,  un rosado  suave y terso, su pelo, había sido recogido, en una especie de rodete, y sus ojos, seguían siendo de ese verde. Ese verde.
Mi madre se llamaba Clara. Me tomó en sus brazos y me apoyó en la cama, a su costado, con mi cabeza sobre su cuerpo. Sentí su calor y sentí la paz.  Recuerdo que estábamos solos, mi madre y yo. Me dormí casi al instante.
Podría  enumerar cada día que pasé con ella. Cada uno. Cada caricia, cada cuchara que, de su mano, entraba en mi boca. Innumerables tardes de paseos, en un  cochecito de grandes ruedas. Eran cuatro e iguales en tamaño. Tenía una gran capota de color café. En su interior, mamá guardaba unos juguetes con los que, se suponía, yo debía divertirme. Había uno, de plástico color celeste, que en su interior tenía como un líquido y estrellas que se movían. Ese, al que ella llamaba “chiche”, me gustaba. El resto, ositos de peluche que hacían ruidos extraños y otros diversos, me aburrían espantosamente.  Esos paseos me encantaban.  Mamá me  colocaba acostado, boca arriba, y yo veía pasar pájaros de todo tipo, nubes con formas hermosas y, sobre todo, hojas. Me fascinaba mirar las hojas de los arboles. Y ver como cambiaban de color en las diferentes épocas del año.  Como crecían. Como caían. Había un árbol en particular, un roble, que era mi preferido. Pocos árboles cambiaban su follaje como él. Verde casi azulado, a fines del invierno, anunciando primaveras de verde intenso, y luego, esos ocres, naranjas  y marrones de otoño. Mamá parecía saber  que era mi preferido. Y me dejaba debajo de  él varios minutos. Y me miraba. Me miraba mirar.
Mi padre era un ingeniero que trabajaba para una empresa internacional  y esa era la razón de que estuviéramos allí, en Oslo. El era alto, de pelo castaño y ojos marrones. Se llamaba Eugenio. Estaba muy poco en casa. Recuerdo su mano grande, acariciándome o teniendo mi cabeza apoyada sobre ella. A veces acercaba su nariz a la mía y la hacía chocar, suavemente, haciéndome reír.
Jugábamos mucho el poco tiempo que él estaba. Yo no comprendía porque no estaba más en casa, con mamá y conmigo. Si estábamos tan bien juntos, ¿Por qué no estábamos más tiempos juntos?  Tenía dos años. Yo tenía preguntas para muchas cosas pero respuestas para pocas.
Una noche papá no llego a cenar. Lo volví a ver tres años después. El estaba con una mujer que yo no conocía y ya no acercaba su nariz a la mía. Yo tenía ganas de estar con él. Le llaman extrañar. 
Con mamá viajamos a Argentina. Recuerdo el avión. Plateado. Gigante. Podría recordarles, cada una de las líneas que tenía pintadas en un costado y sobre las alas. Podría, si quisiese, relatarles quienes estaban sentados a nuestro lado, perfectos desconocidos que desde aquel  instante, habitan mi memoria. Y el sonido, agudo, que se instaló en mis oídos y que solo se alejó de mí dos días después de llegar.
Conocí a abuelos y a primos. Conocí casas nuevas y sabores de comidas. Conocí gentes y paisajes. Hasta que un día, paseando con mamá, ya sin el cochecito de las ruedas grandes, vi un roble. Creo no mentir si les digo que era igual. Su altura, su porte, su color. Tomé una hoja, del suelo, y la llevé a casa. La coloqué  en un libro que aún conserva. Recuerdo cada una de sus nervaduras. Una y todas.
Podría continuar detallando cada mañana, cada tarde, cada noche. Cada sabor, cada olor, cada sonido del viento al abrir cada ventana. Todos y cada uno de los sonidos que se producían a mí alrededor. Esa fuente de acero que cayó en la cocina aquella tarde de agosto, y me asustó. No recuerdo la caída y el susto. No. Recuerdo, además, cual era la fuente –la verde oscuro de metal, enlozada, con dibujos  en color blanco-, recuerdo las baldosas ,antiguas, con una flor de lis cada una, recuerdo como estaba puesta la mesa, esa tarde. Como entraba la luz por la ventana con cortinas amarillas -una corrida, la otra no-. Recuerdo el vapor que subía de una olla,  el olor, odiado, a brócoli. El almanaque atrasando varios meses. La heladera “Siam” con esa manija que parecía un picaporte. Recuerdo la hora las seis y treinta y cuatro. Recuerdo.
Recuerdo el canto del jardinero, que solo se acallaba cuando percibía que alguien se acercaba. Y cada rama que el cortaba. Y el olor de aquel fuego. Juntaba, el jardinero cantor, las hojas que poblaban el suelo de ocres y marrones y naranjas y pálidos verdes, y encendía un fuego que  formaba lenguas que trepaban en el aire, y mostraban , al que mirase a través de ellas, un mundo distinto,  borroso, inquieto, trepidante en formas y olores.  Con Mamá teníamos mucho cuidado y, sin que se dé cuenta,  escuchábamos su canto de tenor frustrado.
 El goteo de una canilla rota, en una especie de piletón que había en el cuarto de servicio de la que fue mi primera casa en Argentina. Esa gota de agua, repiqueteando en el piletón de metal, incesante. Puedo recordar cada una de esas gotas, verlas en el aire, silenciosas aun, y caer, en esa especie de camino verdoso, que formaba en el metal el agua interminable.
Una tarde de febrero, hace apenas unos años atrás,  estuve una hora recordando la hora que va entre las  16:45 y las 17:45 de otra tarde, la de mi cumpleaños número diez. Recuerdo los manteles que Mamá había comprado para la ocasión, con figuras de superhéroes. Recuerdo que alguien, una señora llamada Ofelia, amiga de mi abuela, se tiró encima una taza entera de té recién servido. Recuerdo el sonido de la taza al caer en el piso y romperse y luego (si, en ese orden), el grito de dolor de la señora. Veo, en esta tarde de febrero, cada uno de los pedazos de lo que ya no era ni un plato ni una taza. Veo, también,  el gesto de dolor de aquella señora, y la cara de preocupación de mamá. Puedo recordar cada detalle. Cada uno. El pañuelo celeste que sobresalía del bolsillo del traje de aquel señor siempre tan bien vestido, que se llamaba Manuel, y que era amigo de papá. El cortinado, de una tela que permitía pasar la luz, de color verde claro, y que, en una de sus puntas, estaba descosido y rozaba el piso, ensuciándose.  Demoré una hora en recordar aquella otra.
Podría describir cada uno de aquellos cuadernos, que mamá forraba con papeles de diferentes colores  para que yo llevase a la escuela. Y los dibujos que hacíamos, ella y yo, en cada comienzo de mes. Caratulas. Y los lápices, que guardaba en sus cajitas originales, más aun aquella lata - ya que era de metal - con cuarenta y ocho lápices hermosos. Recuerdo su marca,”Swano”.
Podría hablarles de mi primera novia. Me río mientras escribo la palabra “novia”, ya que, como tantas veces en este relato, yo tengo la sensación de conocer aquello de lo que hablo, aun antes de conocer la palabra que lo describe. Es así que yo sabía lo que era extrañar, antes de conocer la palabra “extrañar”. Y conocía a mi roble, antes de escuchar la palabra “roble”. Sin embargo no conocía aquello que sentí por primera vez al verla. Mucho tiempo después supe que era amor.
Que haya pasado tanto tiempo y  aun recuerde el olor de su cuello, queda disimulado en este relato entre tantos recuerdos. Me es difícil distinguir aún a mí, cual es la diferencia entre este recuerdo y otros, ya que, como les dije, yo me acuerdo de todo. Sin embargo, con el tiempo, fui dándome cuenta de la diferencia. La diferencia está en las emociones. La mayoría de los recuerdos no originan ninguna emoción y solo son eso, simples enumeraciones, frías, distantes. En cambio, hay recuerdos que erizan la piel. Otros que desprenden lágrimas. Otros que dibujan una sonrisa en mi cara.  Otros que me hacen temblar.
Cada vez que la recuerdo, tiemblo.
Podría enumerarles cada uno de los pliegues que  formaban en su cara de sonrisa eterna. Alrededor de sus ojos, pequeños surcos que adoraba acariciar. Cada una las pestañas enormes que adornaban sus ojos, vive en mi. Sus palabras. El sonido de esa risotada con la que culminaba cada frase. Un pequeño lunar, casi imperceptible, que se escondía tras su oreja, y del cual yo pretendía tener la exclusividad de su conocimiento.  Unos aros dorados,  pequeños, con una piedra roja, que supuse rubí. El aroma del costoso perfume que una tía le había traído de un viaje a Europa, suavemente dulzón, que se me hizo insoportable, cuando el amor se fue, y el aroma quedó, para siempre, en mi memoria.
Recuerdo cada uno de los días en los cuales fui al colegio, cada compañero, cada pupitre. Cada mapa, con sus colores, sus líneas punteadas separando países, el olor a viejo del pesado telón del salón de actos, tras el cual me escondí, en una tarde de travesuras.
Aquel salón enorme con pisos en damero, amarillo y blanco, en el cual pasábamos los recreos, los días de lluvia.
Recuerdo la universidad,  los grupos de amigos. Y de no tan amigos. Recuerdo el  alcohol. Recuerdo haberme confundido más de una vez. Recuerdo a Clara llorar. Llorar por mí. Las lagrimas que corren por sus mejillas y que ella, invariablemente oculta, cuando advierte que la observo, llenan de sal mi boca, una y otra vez, con cada martillar de mi memoria en mi vivir.
Tengo  treinta y ocho años. Acabo de llegar a la casa de mamá. Apenas media hora tardé en llegar, luego de haberla llamado por teléfono y no haberla encontrado.   Tengo la llave de su departamento. Saludo al encargado, y entro.
Al llegar a su piso, recorro el hall con la mirada y veo el periódico sobre el felpudo. Lo agarro, me lo coloco debajo del brazo y abro la puerta.
Digo su nombre y, enseguida, fuerte, ¡Mamá! No me contesta.  Veo la luz encendida de la sala.
Está sentada, con esos mismos ojos de un color verde como nunca vi otros, bien abiertos, veo su piel  del color blanquecino  de aquel día en que nací. En su mano, el frasco vacío de pastillas.
Esas pastillas que decidió usar para escapar. Sobre su regazo,  el viejo libro con aquella hoja de aquel roble.
Me siento  unos instantes, en su sillón bordó,  mirándola. Su mano helada me recordó a la camilla de nieve. Lloro como aquel día no pude, y más.
Tomo una vieja lapicera que ella guardaba en un cajón y unas hojas de un costoso  papel, casi transparente, como el que se usaba en las viejas cartas.
Comienzo  a escribir este relato con la íntima y furiosa ilusión de, una vez concluido, poder, simplemente y para siempre, olvidar.





lunes, 10 de diciembre de 2012

Árboles,sol, pájaros y café.

Papá:¿Que es la re-reelección? Pá: ¿Qué es una cautelar? ¿Porque hay varias CGT´s,Pá? 
En la mesa de la vereda del viejo café quedaba una medialuna y un poco de café frío. El sol pasaba entre las hojas en forma de espadas y cientos de pájaros despedían la tarde. Miré hacia una rama y luego a otra, no vi ninguno. 
A ver ,Hijo mio, vení que te explico: La reelección es la posibilidad que se le da a un gobernante a ser reelecto...
Si,Pa, ya sé ,pero yo te pregunté qué es la re-reelección...
Me decía esto casi sin mirarme ,mientras tecleaba vaya a saber que cosa en su smartphone.
Ah ,claro,titubeé,re-reelección.Es cuando un gobernante que ya fue reelecto, quiere ser electo nuevamente...
Pa...pero...¿eso no está prohibido? 
Si, hijo, si...esta expresamente prohibido por las leyes...mas que por las leyes, por LA ley, nuestra Constitución.
¿Entonces? 
Y , bueno, hijo, el tema es que algunas personas que llegan al poder, no se quieren ir, se creen indispensables, se olvidan de lo que dijeron , y quieren modificar la Constitución para poder ser reelectos. 
¿Modificar?¿Sólo porque ellos quieren? 
Lo que pasa ,hijo, es que algunos gobernantes no entienden que a las leyes hay que respetarlas no modificarlas.
¡Tenés razón! Respetarlas, repitió..sin embargo ¿Que raro,no?
¿Que raro, que?, pregunté.
Que el Gobierno quiera que los demás respeten las leyes cuando con la  ley de medios  hizo la vista gorda con la compra de C5N por Cristóbal López, el amigo de  Cris...¿Y ni hablar del manejo de la pauta oficial no,Pa?
En el reflejo de los vidrios del café  me vi con la boca abierta. La cerré rápidamente.
Claro,dije
¿Claro, que ,Pá?
Es como las cautelares, que me preguntaste antes ¿te acordás  -intenté zafar- .Las cautelares son acciones que se interponen en un juzgado para detener una decisión tomada por un juez.
¿Estas seguro, Pá?
Al borde de perder la paciencia le dije ,casi gritando:¿Porqué no usas ese telefonito que tenés y lo buscas,eh?
Bueno, Pa.
Tardó apenas unos minutos y me dijo:"Mirá lo que encontré,Pa, y leyó textual:"las medidas cautelares son providencias mediante las cuales se decide interinamente, en espera de que a través del proceso ordinario se perfeccione la decisión definitiva, una relación controvertida, de la indecisión de la cual, si ésta perdurase hasta la emanación de la providencia definitiva, podrían derivar a una de las partes daños irreparables..., la providencia cautelar consiste precisamente en una decisión anticipada y provisoria del mérito, destinada a durar hasta el momento en que a esta regulación provisoria de la relación controvertida se sobreponga la regulación de carácter estable que se puede conseguir a través del más lento proceso ordinario ...” (CALAMANDREI, Piero, “Introducción ...” op. cit., Edit. “El Foro”, 199...

¡Ah! Como la que el gobierno interpuso en Ghana por la Fragata...¿no? 
Si, hijo...¡Muy bien! Lo alenté.
Y entonces ,Pa,si el gobierno se puso contento porque el juez de Ghana hizo lugar a la cautelar (el lenguaje de mi hijo comenzaba a preocuparme) ¿Porqué se enojó cuando acá el juez extendió la cautelar por la ley de medios?
Se me atragantó la medialuna que había comenzado a comer. Hice silencio con la esperanza de que cambiara de tema.
Mucho no entiendo,Papi. 
Me enterneció el nene. Papi,me dijo.Sonreí.
Bue, después de todo, una cautelar es una decisión judicial menor...¿No es una sentencia ,no,Pá? ¿A las sentencias hay que obedecerlas sin chistar ,no?
Pensé en la sentencia de la Suprema Corte ordenando el pago a los jubilados. Pensé en otra sentencia de la Corte ordenando la reposición en su puesto del procurador de Santa Cruz, pensé en la recusación a Rafecas en la causa Ciccone,pensé -otra vez- en que ojalá cambie de tema. Lo hizo.

¿Y con la CGT,Pa? ¿Y con laS CGTES ,Pá? ¿Hay una buena y una mala?
Y,si...dudé... según el Gobierno , la CGT de Moyano es la CGT mala...
Pero -me interrumpió- ¿Moyano no es ese Sr de camperas carísimas que está en todas las fotos con Néstor ,el que chocaba con los piquetes del campo, cuando fue el problema de la 125?
Miré a mi hijo fijamente,tomé el ultimo -y espantoso- trago de café frío, hice un gesto al mozo para que nos cobre y le dije, mientras me paraba:
Vamos a caminar un poco, hijo, la tarde está hermosa, ¿no querés que hablemos de sexo?