domingo, 1 de junio de 2014

Marga




Nos sentamos siempre en la misma ubicación. Cuando digo la misma ubicación no me refiero al nada original circulo que formábamos, me refiero al orden en el que rodeábamos a Carlos. Éramos seis. Seis mas Carlos, claro. A su derecha, Marga, la única mujer del grupo. Luego Martín, Pipo, Lucas, Fito y yo. Así no sentamos el primer día, ya hace de ello cuatro años, y así seguimos haciéndolo cada jueves, cuando nos juntamos con el grupo de alcohólicos anónimos en la parroquia de Santa Ana. Llegamos puntuales a las ocho, nos saludamos, charlamos un rato, en la vereda, y esperamos a que llegue Carlos, que siempre llega unos minutos más tarde porque a las ocho sale de su trabajo.
Carlos tiene  unos cincuenta años y es un alcohólico en recuperación. “Nunca nos recuperamos”, nos dijo el primer día, a manera de lema, “Siempre estamos en recuperación”.
La sala que nos cede la parroquia es pequeña pero acogedora. Está revestida en madera, con  unos grandes ventanales que dan a la calle, con cortinas de color bordó, y el techo, también de madera, dejaba ver unos pesados tirantes de madera tallada a mano. El piso en damero  completa lo que es un hermoso lugar. Las monjitas nos dejan preparado unos termos de café , cuyo sabor , único,  siempre me hizo acordar al que tomaba de chico en la cancha con mi viejo.
Antes de sentarnos nos paramos en el medio del círculo que forman las sillas y nos abrazamos, todos, los siete, como se abrazan los jugadores de rugby al formar un scrum. “A no aflojar, casi grita Carlos. A no aflojar”.
Hace unas semanas atras,ni bien nos sentamos, Marga se largó  a llorar. Llorar no es extraño en aquella sala. Fito, un gigante de casi dos metros y voz de trueno, se deshace en llantos cada vez que puede. Martín. Pipo. Todos. Y yo ni hablar. Soy de lágrima barata.
La miramos. Antes de entrar Carlos había encendido la música que sonaba suavemente, pero que ahora parecía muy alta. Martin se paró y la bajó, apenas.
No aguanto más chicos, nos dijo con lágrimas que quedaban en sus parpados sin caer como a un dique a punto de ser desbordado. Su mentón temblaba y se arrugaba. Ya pasé los cuarenta años. Dos hijos que me ignoran. Un ex marido que me abandonó por una minita más joven y más linda que yo. Pipo meneaba la cabeza de lado a lado como desmintiéndola.
Tengo un laburo de mierda, continuó Marga, ya con el maquillaje transformado en una triste mascara. Y un jefe que lo único que quiere es voltearme. ¡Gordo forro! Gritó y golpeó el puño en el pupitre. ¿Me quieren decir Qué soy? Un fracaso total, eso soy. Sus piernas, aun hermosas, temblaban bajo un vestido color café.
Carlos se acercó a Marga con un pocillo de café en su mano y lo apoyó en el pupitre de Marga, quien levantó la mirada. Él tenía un pañuelo en su mano, el que pasó suavemente por sus mejillas. Marga, Marga, le dijo. Sos una hermosa mujer que está en su plenitud, ¿sabés? Tus hijos no te prestan menos atención que cualquier adolescente a cualquier padre. Y tu marido…tu marido es un pelotudo que no sabe lo que se pierde, al que más temprano que tarde la minita con la que está le va a devolver con su misma moneda…o peor.
¡Peor! Aulló Fito. Lo va a dejar en pelotas al gil ese. Sin un mango. Y luego va a querer volver, Marga. Y ahí vamos a estar nosotros, tus amigos, para pegarle tantas patadas en el orto como nunca se imaginó.
Se hizo un silencio. Fito era así. Impulsivo.
Carlos le dijo que quizás, si esa situación se diese, eso no sería lo que Marga querría hacer. Todos la miramos.
Tiene razón Carlos, chicos. Yo nunca dejaría que ustedes le peguen…
Yo misma le voy a pegar tanto, pero tanto, tanto…
Hablamos un rato más con Marga más tranquila, mientras tomábamos el café de rigor. Llamó la atención que Pipo no dijese palabra. Siempre era el centro de la reunión, con sus chistes y su locuacidad extrema. Sin embargo, aquel jueves, ni abrió la boca.
Nos despedimos en la vereda con un abrazo y un “fuerza” en el oído.


El jueves siguiente, mientras estacionaba el auto, noté que Pipo no había llegado aun, algo extraño, porque siempre era el primero. Apagué el estéreo y bajé.
Fito venía de jugar un partido de tenis y tenía el pelo aun mojado de una ducha que, según él, había sido “hermosa”.
Marga se había pintado con un suave tono sus mejillas y se había peinado diferente a otras veces. Le quedaba muy bien y marcaba que ella estaba bien aquella tarde. Cuando Marga se arreglaba, Marga estaba bien.
Esperamos a que llegue Carlos y entramos. Mientras lo hacíamos preguntó: ¿Alguien sabe algo de Pipo? Todos le dijimos que no y el agregó: ¡Qué raro!
Nos sentamos, dejamos nuestras cosas y nos volvimos a parar para el abrazo.
Marga comentó que había sido una buena semana para ella. Un hijo la había invitado  a tomar un café para pedirle consejo sobre cómo manejar una relación con una chica que lo traía a corazón partido, lo que a Marga le gustó mucho (no lo relativo al sufrimiento de su hijo, claro, sino al hecho de sentirse tenida en cuenta por él)
Lucas, el más callado del grupo, le dijo: Viste, Marguita, viste… Los chicos son así, parece que no te dan bola, pero cuando las papas queman, allí estamos nosotros, bah, ustedes – Lucas tenia treinta y seis años y no tenía hijos- para ayudarlos. Marga agradeció con una sonrisa. 

Siempre me pareció que cuando alguien hablaba de algo bueno que le había pasado, parecía que el tiempo pasaba más rápido y que esa persona hablaba menos. En cambio, cuando alguien se sentía mal, y lloraba o se quedaba callado, el tiempo se hacía espeso y lento. Varias veces me había propuesto tomar el tiempo para confirmar este parecer, pero  siempre me olvidaba.
Enseguida comenzó a hablar Martín, previo pedirle permiso a Marga para hacerlo.
Me mandé una cagada, chicos, dijo. El lunes me llamó el “Chino”, mi amigo, y me dijo de ir a tomar un café. Me comentó de un problema que tiene en el trabajo, bastante jodido. Y en determinado momento pide una cerveza. “Con dos vasos “, le dice al mozo. Me quedé duro, pobre, no es culpa del “Chino”, el no sabe nada de lo mío. Nunca le conté y, menos que menos, sabe que vengo acá.
Cuando el mozo llegó, el “Chino” sirvió los dos vasos. Y vi las burbujas que subían por el vaso y la espuma, blanca, inmaculada, coronando el vaso. La boca se me inundó de saliva. Y me sentí temblar. Me debo haber quedado callado mucho tiempo, porqué el “Chino” me preguntó: ¿te pasa algo Martín? Le dije que no, pero él me insistió: Estas transpirando, loco… ¿Seguro que no te pasa nada? No, quedáte tranquilo, Chinito. Debo estar incubando algo.
Me disculpé y me fui. Martín se calló.
Miramos a Carlos quien preguntó: ¿Y cuál es la c…-Carlos casi repite “cagada”, pero se frenó a último momento, en que te equivocaste, Martín? ¡Estuviste muy bien!
No, Carlos, no. ¿Sabés cual es la cagada ? Que yo debí decirle al “Chino”, debí contarle. Este tema tiene que dejar de darme vergüenza, ¿Entendés? ¿Entienden? Si el “Chino” hubiese sabido ni loco pide la cerveza…
En eso tenés razón, Martincito, dijo Fito. No entendimos el diminutivo porque ambos tenian casi la misma edad. Tenés que abrirte más. Tenés que contárselo, al menos, a tus íntimos. Y no te tiene que dar vergüenza. Los que venimos acá  - y tantos otros en tantos lugares- somos los valientes que luchamos, capo.
Martín sonrió y dijo, Gracias Chicos. Lo voy a hacer.
Tomamos el café, salvo Carlos que se preparó un té de frutos rojos que le deparó algunas cargadas, y nos fuimos a casa.


El jueves amaneció con una lluvia suave pero persistente. Una discusión en el  trabajo con un proveedor me puso de malhumor y casi no voy a la reunión, pero me arrepentí a último momento.

No ver a nadie en la vereda me pareció normal, porque en ese momento la lluvia era intensa, pero no ver a Pipo en el pasillo de entrada me llamó la atención. Escuché que Lucas decía: ¿Alguien le mandó un mensajito, algo?
Todos se miraron y nadie dijo nada, o mejor dicho, todos hicieron que “no” con la cabeza.
Cuando llegó Carlos lo hablamos con él y se comprometió a contactarlo y a avisarnos a cada uno.
Comenzó hablando Martín quien comentó que estaba contento porque se había sacado un peso de encima: se lo había contado, no solo al "Chino" sino a su grupo de íntimos. El “Chino” se enojó, buenamente, con él por no habérselo contado antes y se deshizo en disculpas por lo de la cerveza. ¿Qué culpa tenés, Chinito, ¡Por favor!?
Justo cuando iba a pasar la palabra a otro, alguien golpeó la puerta: era Teresa, una de las monjas. Se acercó a Carlos y le dio un sobre  de papel madera a Carlos. Lo había traído recién un mensajero.
Carlos lo miró y leyó algo escrito en un extremo: Para Carlos y el grupo de los Jueves. De: Pipo.
Adentro había un DVD en un sobre blanco, con nada escrito.
A espaldas de Carlos había un televisor y un reproductor que las monjas utilizaban para ver películas. Se paró, lo colocó y dijo: acomódense, vamos a ver que nos mandó Pipo. Apretó play.
Era un video casero. Se veía a Pipo, sin volumen, acomodando la cámara frente  a su sillón y luego sentándose en él, tomando el control y subiendo el volumen.
¡Hola, Chicos! , fue lo primero que escuchamos. Si están escuchando esto es porque hoy es jueves y deben ser cerca de las siete y media.
Miré la hora: 19:35.
Pensé todo meticulosamente, así que debe ser así. Quiero decirles varias cosas:
Que ustedes son algunas de las personas que más quiero en el mundo. Durante los últimos cuatro años –parece mentira, ¡Como pasa el tiempo!- fueron como mi familia. Compartimos alegrías y tristezas, nos dimos fuerzas. Nos levantamos el ánimo mutuamente y nos reímos como locos…les tengo que dar las gracias a todos. A Carlos… ¡sos un ídolo Carlitos! A todos.
Pero les tengo que decir que me di cuenta que ya no puedo seguir. Que voy a dejar el grupo. No le encuentro sentido y, lo que es peor, me siento un tonto aburriéndolos con la misma cantinela cada jueves.
No soporto mi mediocridad. Toda la vida viví creyendo que yo era mucho más de lo que en realidad era. Me sobreestimé ¿saben? Puedo ser muchas de las cosas que la gente cree que soy. Pero siento que soy mucho menos de lo que a mí me hubiese gustado ser.
Me hubiese gustado triunfar. En lo que a mí me gusta. Pero para eso tendría que haberme animado. Y siempre fui un cagón. Por una cosa o por otra, siempre encontré un motivo “valido”  para postergar mi decisión. Me mentí. Les mentí. A todos.
Trabajé en cosas que me disgustaban, solo por dinero. Nunca me atreví a vivir las penurias que fuese en pos de lograr lo que a mi realmente me gustaba.Soy un alto ejecutivo que gana un dineral por mes...¿y?
Ustedes saben que me gusta pintar. Y que lo hago bien. Sin embargo siempre lo hice en un amateurismo berreta que me llevó a regalar mis cuadritos para ser colgados en quinchos. Nunca me animé, chicos, seamos sinceros. Fui, repito, un cagón. Pipo se paró y se sirvió un whisky. Nos miramos espantados.
En mi vida privada siempre sobré las situaciones: quise a las que no me quisieron  e ignoré a las que me amaron con locura. Tuve hijos a los que les dediqué mucho menos tiempo del que se merecían y hoy son gigantones a los que aburro terriblemente.
Vivi una vida para el "afuera". Una vida de mentiritas. Relegando mis verdaderos sentimientos. Mostrándome con relaciones que me daban comodidad, pero sufriendo por amores que juzgaba inconvenientes...¡inconvenientes! ¡Un gil! ¿Hay algo mas "inconveniente" que el arrepentirse de lo perdido , de no haberlo intentado todo, de haber dejado pasar el tren?
Y la vida que va pasando, y me fui cansando. Cansado de esperar. Cansado de esperarme.
Y dije basta.
Les aviso algo: No es necesario que salgan corriendo como locos. Si ahora son cerca de las ocho, ya debo llevar muerto una hora…o más. Me voy a tomar un coctel de pastillas, soy tan cagón que no me animo a pegarme un tiro. Y me voy a dormir, en este sillón. Dejé un juego de llaves al portero (ya tenía uno, pero por las dudas).
Por mis cosas, no se preocupen. Se escuchó un pequeño aullido,contenido: era Marga. La miré y también vi a Lucas tapándose la boca y a  Martin pucherear. Carlos se había parado y se agarraba la cabeza.
Ya ordené todo, siguió un Pipo increíblemente muerto y hablando. Hice una escritura para mis chicos con los departamentos y las transferencias de los autos. Dejo una carta en la mesita del living, esta, dijo, y la levantó con la mano. Que me gustaría que abras, vos, Carlos. Allí explico algunas pavadas.
Me imagino que están todos llorando como marranos, sonrió. A propósito: ¿Alguien sabe que carajo es un marrano?
Su acidez lo acompañó hasta el final, pensé.
No se culpen, chicos. Es un tema mío.

Los quiero.

Vimos como Pipo tomaba el control, se paraba, apuntaba a la tele  y todo se apagaba.
Nos paramos. Al scrum. ¡Fuerza! Gritó Carlos con más ganas que nunca.
Salimos lentamente, sin saber qué hacer. Carlos nos dijo que iba para el departamento de Pipo, que prefería ir solo, que iba a organizar todo y nos llamaba. Fito le dijo que ni lo piense, que él lo acompañaba. 

Marga me dijo: ¿caminamos? Y salimos despacito para la avenida. Ya no llovía. Fuimos en silencio un par de cuadras. Cuando Marga me tomó la mano sentí que me estaba leyendo la mente. Sentí que ella se había dado cuenta de cuanto yo necesitaba que alguien me tome de la mano. Y sentí, también, que ella necesitaba lo mismo. Pensé todo ello mientras caminábamos y  lo único que se escuchaba era el ruido de las cubiertas de los autos en el asfalto mojado y una lejana sirena. 













Según la R.A.E:

Marrano:
1. adj. despect. Se decía del converso que judaizaba ocultamente. U. t. c. s.
2. adj. ant. Se decía de la persona maldita o descomulgada. Era u. t. c. s.
3. m. y f. coloq. Persona sucia y desaseada. U. t. c. adj.
4. m. y f. coloq. Persona grosera, sin modales. U. t. c. adj.
5. m. y f. coloq. Persona que procede o se porta mal o bajamente. U. t. c. adj.
6. m. cerdo (‖ mamífero artiodáctilo).
7. f. cerda (‖ hembra del cerdo).



Salvo que los chanchos lloren  (aunque alguien alguna vez pudo referirse al "llanto" del chancho (marrano) previo a su sacrificio) , estimo que el judío discriminado que debía mantener oculta su religión, debió haber sido el "marrano" de mentas  que dio lugar al dicho.