sábado, 28 de junio de 2014

la lentitud del pergamino

 A la hora de siempre,  en el mismo lugar,  como cada sábado, me siento,  huelo el café que pasa para otra mesa, pido el mio.
Abro el diario con la ilusión de que al menos una línea perdure en mi.
Mientras espero el café,  los veo. El hijo cincuentón y su madre de piel de pergamino. Entran del brazo, como siempre, el corre su silla y espera a que ella pueda,  finalmente,  sentarse.
El café llega y mientras desarrollo la modesta ceremonia de endulzarlo  , sigo mirándolos. Él le habla y ella lo mira,  sin contestarle, pero con un dulce en su mirada.
Un largo rato están asi. Me pregunto cuanto más cómodo hubiese sido para ese hijo sentarla frente a una ventana, como tantos.
El pide la cuenta, se para,  ayuda a que ella haga lo mismo, con esa lentitud en la que vive, le coloca la bufanda, una, dos vueltas, acomoda sus cabellos, le extiende el brazo para que ella lo tome, salen caminando despacio.
Debo estar entrando en esa edad en la que uno se emociona por estas pequeñeces,  extrañando ser el que era, y volver a preocuparme por las cosas verdaderamente importantes, como cambiar el auto o ver a que lugar podré irme a pasar unos días este verano.