Sinceramente, no.
Me escuché respondiendo estas palabras, sentado en una
confortable silla de madera brillante, tomando una café con canela,
mirando el sol de la tarde que se iba, mientras hablábamos, mi amigo y yo, y él
me preguntaba: ¿Sos feliz?
Carlos, mi amigo, me miró, dejo su pocillo sobre el
plato y comenzó a enumerar situaciones:
Tenés hijos sanos y buenos, vivís en una casa hermosa,
contás con un auto que te lleva adonde quieras, disfrutas de un buen pasar…
Interrumpí su filípica, colocando mi mano sobre la suya.
Carlos ¿Cuántos años hace que nos conocemos? ¿Treinta?
¿alguna vez me viste preocupado por esas cosas que nombraste?
¿Por tus hijos?, me preguntó
No, Carlos, no. Por todo eso otro que me nombras.
¿Alguna vez me viste mal por no tener lo que otros tenían? ¿Alguna vez me viste
sufrir por no poder conocer Paris o Buzios? ¿Cuándo estuvimos mal, Carlitos,
por no tener esto a aquello? ¡Nunca! ¿Te acordás cuando el Pichi se compró ese
autazo y nosotros andábamos a pata? ¿ Que pasó, Carlos?
Nos alegramos por el Pichi, obvio, me contestó Carlos.
¿Y cuando el grupo de Fútbol se fue a Brasil
y nosotros nos quedamos acá porque no teníamos un mango? ¿ Que pasó
nos deprimimos? ¡Ni loco! Al contrario, organizamos todo para la vuelta, ¿te
acordás el lechón que te mandaste?
Carlos sonrió mientras miraba pasar a una flaquita de
pelo cortito.
El tema es otro, Carlos, es otro. El tema es la gente.
La que nos rodea. La que nos pide lo que no podemos dar. Y a la que le pedimos,
muchas veces, lo que no nos puede dar.
¿No te paso, Carlos, de llevarte maravillosamente bien
con alguien y de repente enterarte que no todo es tan maravilloso? Y sino mirá
lo que te pasó con Tina. ¿Cómo carajo ibas a pensar que la mujer a la que tanto
quisiste,la madre de tus hijos, se iba a transformar en tu enemiga numero uno?
Está bien, se terminó el amor ¿y? ¿Es necesario que te mande una legión de
cartas documento mintiendo? Yo sé quien sos, Carlitos. Alguien bien diferente a
lo que dicen esas cartas.
¿Qué quiero decir con esto? Que gran parte de
nuestra felicidad reside en sentirnos bien con aquellos a quien queremos y , si
algo no anda bien, pues entonces , sentarse , hablarlo y a otra cosa…pero , ya
ves, las cosas no son así.
Si, en eso tenés razón, me dijo. Como a vos con
Ricardo ¿o no?
Ricardo había sido mi jefe en el banco hasta hace tres
meses atrás. Habíamos sido como carne y uña. Inseparables. La relación de
superior –subordinado no había interferido en nuestra relación. Compartíamos
salidas, cenas, secretos. Hasta que le llegó la falsa noticia de que yo me
quería quedar con su puesto.
Ese fue Horacio, flor de hijo de puta, dijo Carlos,
mientras agarraba una aceituna.
Nunca vi que pidiese las aceitunas, ni que nadie las
trajiese. Tomé una dudando de la combinación del café con canela y las
aceitunas. La puse en mi boca. Buena combinación.
La gente te desilusiona, Carlos. Y nosotros
desilusionamos, seguramente, a mucha gente también.
Por eso te decía que es tan difícil ser, sentirse,
feliz. ¡Otra que un auto! ¡Otra que una casa!
Para colmo con esas cagadas de las redes sociales,
¡¡¡Que chusmerío, por Dios!!! Le dije
Ah, ahí zafé, flaco, me dijo. Yo no uso esas
porquerías.
Es verdad, zafaste. ¿Viste lo que le paso al Colo, no?
Ni idea
¿Viste que se peleó con la novia, la arquitecta? Bueno. ¿Te acordás lo que decía ella de él, no? Que el Colo era el hombre de su vida, que el Colo esto, que el Colo aquello .Que quería estar para siempre con él. Le presentó a su familia, a sus amistades, viajaron...
¿Y? , preguntó Carlos, por primera vez muy interesado
en el tema.
Y resulta que cortaron. Y la arquitecta empezó a poner
boludeces del Colo. Que la había hecho sufrir mucho, que había soportado cosas
que no debía haber soportado. El Colo se había transformado, de la noche a la
mañana, en un Ogro.
Pero escucháme una cosa, me dijo. ¿A quién le puede
preocupar lo que ponga una mina que hoy dice una cosa y al otro día hace lo
contrario? ¡Dejáte de joder! ¡No vas a dejar de ser feliz por eso ,no?
Y…son cosas que te duelen, Carlitos, te duelen.
Lo miré, mientras trataba de ser elegante pelando el
carozo de la aceituna, y admiré su simpleza.
Carlos ¿Te acordás cuando salías con Dolores?
Carlos levantó la cabeza rápidamente y me miró por
encima de sus lentes de sol.
¡Cómo no me voy a acordar!, ¿sos boludo?
¿Eras feliz?
Era el hombre más feliz del mundo.
Lo miré y me callé. Le iba a preguntar si había vuelto
a sentir lo que sentía por ella. Si se podía ser feliz después de haber sido el
hombre más feliz del mundo y ya no serlo.
Dejé el carozo reluciente sobre un platito.
¡Mirá en lo que terminamos, Carlitos! ¿Te digo una
cosa...no una no, dos cosas?
Si, Nene –vaya uno a saber porque Carlos me decía
Nene-, decime.
Hacéme un favor, la próxima vez que nos juntemos,
hablemos de fútbol...
¿Y la otra, Nene?
La flaquita que paso hace un rato, la del pelo
cortito...¿ no era Gabriela, la que vivía enfrente de lo de Tincho,
la de la casa de dos pisos?
¡Vos sabes que a mí me había parecido
conocida!
Nos miramos con Carlos y dijimos, casi al unísono:
¡Esta hecha mierda!