sábado, 11 de enero de 2014

Resina

No se como empecé.Ni porqué. Pero empecé. Fue en abril. Una tarde después  de llegar del trabajo. Me paré frente al viejo espejo enmarcado en madera  y moví mis brazos. Fue, claro, una solitaria broma. Los agité primero suavemente, realizando una onda, subiendo mis codos, y luego haciendo que mis manos sean las que se eleven. En el equipo de música viejísimo del living, sonaba la radio. Un tema que ya tenia varios años.Rock'n' Roll Fantasy de los Bad Company. Moví mis brazos mas rápido, mientras cerraba los ojos. Me sentí volar. Mas rápido. Mas. Paul Rodgers gritaba. Abrí los ojos. Cerca estuve de que las aspas del ventilador me pegasen en el medio de la frente. Abrí –aun mas- mis ojos espantados. Mis pies estaban a un metro del piso , mientras mis brazos aleteaban  y  no dejaban de aletear.



No le conté a nadie de aquella iniciática tarde de abril… ¿Quién habría de creerme?  Pero , tarde a tarde, seguí , frente al mismo espejo, moviendo mis brazos. Comencé dando pequeñas vueltas a mi habitación. Torpes vueltas. (Una vez pegué mi cabeza contra el borde alto del ropero y casi me desmayo) No podía controlar ni la altura ni la velocidad. Rompí varios posters (nunca nadie se enteró) y me magullé los antebrazos y las rodillas.
Tengo que hacerlo afuera, pensé. Pero…¿Cómo hacerlo sin que me vean?



Tres semanas después, me tomé el colectivo que llevaba a la ciudad vecina. Me preparé una mochila con un sangüche y una bebida. Le dije al chofer: ”Acá, chofer, en la próxima”. Me bajé en medio del camino, justo en donde un cartel decía las distancias a las ciudades cercanas.Caminé ,creo, un par de kilómetros (¿tanto?)
 y me senté debajo
de un pino azul. Me saqué la mochila y la apoyé contra el tronco, en su base.
Antes de darme vuelta a la experiencia mas importante de mi vida, vi una o dos gotas de resina.
Caminé unos metros y comencé a agitar los brazos. Primero despacio. Nada. Luego mas rápido. Nada.Abrí los ojos. Un extenso campo repleto de esas florcitas que llamábamos panaderos estaba frente a mi. El sol comenzaba a caer y abandonaba el amarillo suavizándose en naranjas. Una bandada de pájaros nadaba en un cielo inmaculadamente celeste. Los miré. Me costó levantarme. Pero no me costó esfuerzo físico, no. Me costó concentración, me costó entender que podía. Superé el pino azul y vi mi mochila chiquita, allí abajo. Mi cuerpo se había colocado horizontal y mis brazos se movían acompasados, suaves. El viento acariciaba mi cara, secándola de algo que me parecieron lagrimas. Me elevé hasta un punto en el que mis oídos se taparon y el silo del campo que estaba debajo mio parecía de juguete. Coloqué mis brazos a los costados  de mi cuerpo y me dejé caer en picada. Mi cara se deformaba por el viento y una inédita sensación se adueño de mi. Me resultaba muy difícil calcular las distancias ,pero, creo, a unos quinientos metros del suelo, separé mis brazos y me frené casi en seco.Mi cuerpo se puso en vertical y vi como el sol ya se había ido por el horizonte y solo se percibía su irse. Busqué el pino azul. No lo encontré. Adiós a mi mochila. Decidí volver a casa volando, temeroso de que alguien me vea. Bajé en la esquina de la avenida y la plaza. Nervioso, miré a todos mis costados. Nadie me vio.
Comencé a salir todas las tardes, primero tímidamente, después libremente. Una tarde volé media hora al lado de una paloma. Observe como batía sus alas, en una acompasada rutina. Miré su ¿cara?. Parecía aburrida. Pensé que extraño era para mi ver como alguien volaba de manera rutinaria,repetida. Y pensé, también, si la paloma no hubiese pensado lo mismo al vernos caminar, comer, besar…
Coloqué mi brazo izquierdo en vertical y ello me hizo girar en 90 grados. Volví a casa.




El 28 de julio –recuerdo la fecha porque la noche anterior estuvimos festejando el cumpleaños de mi tía Herminia-, salí a volar , como todas las tardes. A los pocos minutos, escuché el inconfundible sonido de un helicóptero. Se coloca a mi lado. Yo me dejo planear, abriendo los dedos de mis manos y colocando mis brazos en v. El helicóptero era del ejercito. Me hacen señas. Quieren que baje. Cierro mis manos y me coloco en vertical. Giro. Aleteo (como una vez observé hacían los chimangos) y me alejo. El helicóptero intentó perseguirme, pero el monte me sirvió de refugio. Caminé unos minutos y , cuando no vi a nadie , volví a casa, volando.
Me atraparon un sábado. Parece ser que muchas personas me habían visto volar. Se había enterado, primero la policía, después el ejercito. El hijo del ferretero del pueblo me había visto y me había identificado con vaya a saber que telescopio o aparato similar.
Me llevaron a un edificio gris,sin ningún cartel, que parecía un depósito.
Me sirvieron una gaseosa. Les dije que se la metan en el culo.
Me preguntaron de todo. ¿Quién me había entrenado?¿Con que fines? ¿Era un infiltrado de alguna nación enemiga? ¿Acaso era yo un ser de otro planeta?
Los que me hacían estas preguntas idiotas eran un hombre de unos cuarenta y cinco años y una señorita de unos treinta.
Habremos estado unas dos horas allí. Detrás de un vidrio espejado me pareció escuchar la voz de mi madre.
¿Por qué lo hace? Inquirió la joven. Sus ojos eran de color marrón, estaba enojada y parecía que en cualquier momento fuese a derramar lagrimas casi solidas, de resina , como las del pino azul.
¿Quiere saber porque lo hago?
¿En serio?
¿Es que acaso no se da cuenta?
Lo hago empujado por una fuerza inconmensurable (¿Sabrá esta joven lo que significa? )
Una fuerza que todos poseemos...  Usted también, ¿sabe?
La fuerza que nos da las ganas de soñar,  de ser otros.





Esa fuerza que se acumuló en años de mediocridad y sueños postergados.



Entre ella y yo había una pequeña mesa de color azul. Apoyé mis codos y me acerqué, esperando que  ella hiciese lo mismo.   Cuando estuvo lo suficientemente cerca,le murmuré :

                                 También  lo hago por algo más, señorita, ...-dudé en decírselo-:


 Vuelo para  escapar.