jueves, 28 de noviembre de 2013

Sin tiempo para pensar


Mientras hablo con la Señora que me dice:”Usted sabe joven, tengo este problema…” ,la miro a los ojos, le sonrío, cruzo mis manos , vuelvo a sonreírle. Pero estoy pensando en ella. No en esta señora , la que está frente mío.  No.  Estoy pensando en ELLA. No es que no le preste atención a la Señora, es solo que no le presto la principal de mis atenciones. La tengo a la Señora como en una segunda capa. La escucho,si,  muevo mi cabeza , asintiendo, hasta le respondo. La Señora  se va no sin antes decirme: “Ha sido usted muy amable , joven”
¿Sabrá alguna vez esa  Señora que nunca, ni por un segundo, mientras ella me hablaba, le presté atención?
Hace ya un tiempo que tengo este problema.Debería consultar a un especialista, sin dudas.
 Aunque…¿existirá un especialista en ensoñaciones? Lo dudo. Y ,si existe, debe ser el/la típica chanta que te factura y te tira cualquiera.
El hecho es que tengo este temita dándome vueltas. Nunca mejor dicho:”Dándome vueltas”. Es eso lo que hago por las noches. Cientos de vueltas.Con los ojos abiertos, puteando por el sueño derramado, maldiciendo por amores no correspondidos. Salto sobre mi desvencijado colchón. Prendo la tele a las tres de la mañana. Las mismas porquerías que a cualquier hora del día. Espero al sueño pero el sueño no llega. Me niego al rivotril (¿se escribirá así?). Pienso en prepararme un té de tilo. Antes muerto. Me sirvo un escocés. Del bueno. Del muy bueno. Leo por enésima vez al ciego. " Si para todo hay término y hay tasa,
y última vez y nunca más y olvido…" Mis parpados se cierran. Casi.
Me vuelvo a despertar , pensándola. Tomó mi bberry, pongo a Jeff Buckley en “Lilac Wine”. Balazo.En el medio de mi corazón. Soy un ignoto Favaloro.
Ruego por la mañana pero la mañana llega cuando se le canta.
Y yo con un sueño putísimo. Me acuerdo de Neustadt. Tres horas.

Suena el despertador.Me levanto.Me duele la espalda. Acá.
La rutina. Baño. Perfume. Anillos. Espejo.Reloj. 
Ruta. Trabajo.
En el trabajo, el ritmo me protege.
Y me escalda. Cualquier minucia me recuerda a ella.
Me maldigo. Me subo a mi ego. Todo a la vez.
Río. “He aquí el camino de la salvación”, me digo, grandilocuente.
Una señora –otra- se acerca.
Le sonrío. La invito a sentarse. Pienso que quizás es ella la indicada.Viene vestida de invierno en el calor de noviembre.
Es mi mesías.
La encargada de hacerlo, de salvarme, de llevarme a un lugar en el que ella no esté.
Me habla. La escucho. Ya -casi- no tengo dudas,  lo está logrando.Pestañeo despacio, casi cerrando los ojos.
Es ella . Si. No quiero que se vaya. La retengo con una excusa estúpida.
Esta dejándome sin tiempo.
Sin tiempo para pensar.