sábado, 23 de noviembre de 2013

M.W.

¿Como hallarla?¿Dónde? ¿Debemos buscarla? ¿O sólo encontrarla?
En la clase de filosofía del profesor Milton .W. Bennetti volaban las preguntas. A sus cuarenta y cinco años se consideraba joven aunque en su intimidad él se sentía cada vez mas lejos de la juventud. Debía esforzarse más de la cuenta para mantener una silueta que no lo hiciera sonrojarse ante un espejo y había notado, al agacharse a recoger una media que apenas asomaba por debajo de la cama, que el piso cada vez quedaba más lejos y que se agitaba de nada.Sin embargo, estar preparado para aceptar ciertos comportamientos propios de los jóvenes, lo hacía sentirse mas cercano a ellos, los jóvenes, sus alumnos.
Se apoyó en su escritorio, mirándolos. Unos cincuenta –la clase de los viernes era la más concurrida de la Universidad- casi gritaban, debatiendo, proponiendo, imponiendo sus posturas. Él había incentivado este tipo de comportamiento, consciente de que, este tipo de debate participativo resultaba mucho más beneficioso para sus alumnos que las clásicas clases con el profesor hablando y los alumnos en silencio.
Había propuesto un tema:”La Felicidad”. Comenzó preguntando ¿Qué es?
“Es un estado de ánimo”, dijo uno.
“Es un fin en sí mismo. Es aquello por lo que vivimos”, dijo la pelirroja de la tercera fila.
¿Usted cree que toda la gente es feliz?, repreguntó Milton W. La pelirroja dudó unos segundos y, finalmente, contestó:”No, claro que no”.
Y esa gente… ¿no merece vivir, según su criterio? La gente que está viva pero que no es feliz… ¿Cómo encaja en su definición?
La pelirroja hizo silencio, pensativa.
“La felicidad no existe”, dijo un joven de unos veinte años, cabello color marrón hasta los hombros y antebrazos tatuados. Estaba sentado recostado en la silla y apoyaba una de sus zapatillas en el respaldo de una silla vacía delante suyo.
Y entonces ¿Qué es la felicidad? preguntó el profesor.
“La felicidad es una ilusión”, contestó el muchacho. Y agregó: ”Igual que la vida. La vida es una ilusión.los sentimientos son una ilusión. ¿Cómo entender sino que dos personas que se juran amor, que viven pensando el uno en el otro, apenas un tiempo después, se transforman en desconocidos y, muchas veces, en furiosos enemigos? Es porque el amor ,como el odio, son meras ilusiones , efímeros pasajeros de nuestras vidas. Se suben a ella, como si fuéramos su tren, y, más temprano que tarde,  se bajan sin avisarnos, dejando el tren silencioso, huérfano de risas y peleas. Vacío.”
Toda la clase se había dado vuelta en sus sillas y escuchaba al joven de pelo color marrón.
¿Cuál es tu nombre?, preguntó el profesor.
“Me llamo Octubre Miller”
¿Octubre?, dijo Milton W.
“Si, Octubre. Es el mes en que nací y a mi madre le pareció un lindo nombre. ¿Usted qué opina, profesor?”
“Que es un hermoso nombre”, sonrío MW.
La campana sonó, lejana y puntual.
Los jóvenes tenían la capacidad de interrumpir la más interesante de las charlas y continuar con sus actividades, en este caso, ir a comer, sin la mas mínima culpa.
Él jamás había podido hacerlo. Mientras recogía sus elementos, poniendolos en su bolso, lentamente, siguió pensando en lo que el joven había dicho. Colocó la carpeta de tapas color naranja en primer lugar, luego la notebook y por último un cuadernito pequeño de notas. Casi lo había guardado del todo, pero lo retiró, lo abrió en una hoja en blanco, tomó una lapicera y anotó:”La felicidad es una ilusión”

Caminó los casi doscientos metros que separaban su aula del comedor. Ese mediodía, M.W. almorzaría allí, ya que más tarde tendría una reunión con el resto del plantel de profesores, era la presentación del nuevo profesor de Literatura Inglesa.
Una larga fila para retirar sándwiches lo decidió a elegir la zona de ensaladas en la que solo había dos personas. Recogió una botella de jugo –hacia semanas que no había de su preferido, manzana, por lo que tomó una botella de pomelo- y se dirigió al parque. Debajo de un roble, había una serie de bancos de madera prolijamente pintados de blanco. Se sentó en uno de ellos y comenzó a comer. Se escuchaban los pájaros cantar y poco más. Un ambiente de relajada tranquilidad imperaba en la Universidad y este era uno de los motivos por el que había decidido seguir trabajando allí, pese a que la paga era menor que en otras.
“Hola”. La voz vino de detrás de él y lo sobresaltó. “Perdone, profesor”. La joven pelirroja sonreía, ¿Me puedo sentar? “Sí, claro” contestó MW. La alumna de la tercera fila se sentó y se quedó callada en una situación de sorpresiva incomodidad. Al menos, MW, se excusaba en estar comiendo. Diez minutos después, la joven se incorporó,  saludó al profesor y se fue.

La reunión comenzó  a las 15 horas, tal cual estaba programada. Una gran mesa, permitía que todo el cuerpo de profesores se sentara a su alrededor. Unos veinte. El director saludo a todos y , sin más, dijo:”Les quiero presentar a la nueva profesora de Literatura Inglesa” . Nueva profesora. MW tenía entendido que el nuevo era un profesor. La puerta se abrió y entró una joven de unos treinta años, delgada, vestida con un saco y pollera al tono, con una elegancia que la distinguía. Caminaba sobre altos tacos, pero lo hacía de manera absolutamente natural. Sus ojos eran verdes aunque, cuando la luz del ventanal que daba al parque iluminaba su cara, adquirían una tonalidad turquesa.
MW no pudo dejar de mirar a aquella joven durante la hora que duró la reunión. En cambio, una sola vez y por menos de un segundo, el tuvo la sensación de que ella lo miraba.
Al terminar la reunión se dio cuenta que no había escuchado o no había memorizado su nombre. Se lo preguntó al profesor que estaba sentado a su lado:” Mía Quinn”, contestó.
M.W metió su mano en su bolso, tomó el pequeño cuaderno y , debajo de “La felicidad es una ilusión” anotó: Mía Quinn.


Su casa quedaba en un barrio tranquilo a unas veinte cuadras de la Universidad, de manera que realizaba ese recorrido caminando en lo que constituía su única actividad física. Era la típica casa construida en el medio de un amplio terreno, sin paredes divisorias con sus vecinos y un amplio parque prolijamente cuidado bordeándola. Estaba pintada de color rojo y sus techos eran de piedra negra. M.W disfrutaba de ella , aunque le resultaba evidentemente grande.
M.W. vivía allí sólo. Había tenido varias relaciones a lo largo de los últimos años, aunque ninguna fue lo suficientemente importante como para decidirlo a afincarse en un lugar, por el contrario, M.W. solía no estar mas de dos o tres años en cada Universidad en la que enseñaba. Era un profesor muy respetado por sus pares y querido por sus alumnos, lo que hacia inevitable que le ofrecieran quedarse , a lo que , también inevitablemente, M.W. se negaba.
Al llegar a su casa, se preparaba un trago y se sentaba en un viejo sillón, acompañado de música. Colocó un cd de Brad Meldhau y cerró los ojos.
En lo que pudo haber sido un sueño o , tal vez, una simple ensoñación se le aparecieron una bicicleta color verde, la pelirroja de la tercera fila, el dragón tatuado en el antebrazo de Octubre Miller, los ojos color turquesa de Mía Quinn y varias cosas más. Abrió sus ojos y miró el viejo reloj de madera: las ocho.
Aunque su soledad hacia que no estuviese atado a ningún horario, a M.W. le gustaba respetarlos, sobre todo, aquellos que tuviesen que ver con su metabolismo. Se apresuró a preparar algo para cenar, algo sencillo, que le permitiese hacerlo a las 20:30, su horario para cenar.
Unos huevos, un poco de queso , algo de cebolla y tendría lista una fabulosa omelette. Buscó en el estante una botella abierta de vino, sacó el corcho y olio. Muchas veces abría una  botella , no la terminaba y ,cuando volvía a querer tomar de ella, se encontraba con un exquisito vinagre. Este no fue el caso, el cabernet sauvignon estaba en perfectas condiciones. Lo sirvió en una copa y dejó que tome aire.





El viernes siguiente la clase fue bastante menos concurrida: un fuerte temporal azotó a la ciudad y poco mas de quince alumnos estaban allí. MW propuso repasar temas para no perjudicar a los ausentes , y eso hicieron.
Al finalizar la clase, la pelirroja se acercó al profesor y le dijo:”Me quedé pensando en lo que me dijo la clase pasada, profesor…cuando hablamos de la felicidad ¿se acuerda?
Conversaron por unos veinte minutos, tras lo cual, MW comenzó a guardar sus cosas.
“¿podría pasar por su casa y seguir con el tema? , preguntó la chica.
M.W. levantó la mirada , anotó su dirección en un pequeño papel y se lo dio.



Los días lunes y martes , en los que no tenia clase en la Universidad , MW  los dedicaba a terminar una terraza que estaba construyendo en el fondo de su casa, en la salida del amplio ventanal de su sala de estar. Tendría , una vez terminado, tres metros por siete, y la estaba construyendo en cemento y ,sobre ella, madera.


Los sábados , M.W. solía concurrir a un café cercano al campus, al que iban alumnos y profesores. Un lugar agradable decorado al mejor estilo irlandés con una gran barra bordeada de altos bancos tapizados en cuero verde, con botones. En una de sus paredes, un blanco para jugar dardos. En otra, fotos de Charlie, el dueño, abrazado a vaya saber quién. En la pared del fondo titilaba un anuncio de cerveza “Miller” lo que hizo sonreír a M.W., al acordarse de Octubre. Sonaban  los Floggin Molly, como no podía ser de otra manera.






Le pidió a Charlie una medida de Jim Beam y se quedó en la barra, dándole la espalda a las mesas.
Apenas unos cinco minutos después, se paró a su lado Mía Quinn, y le pidió a Charlie una Evian con limón.”El limón,natural, nunca de botella ¿si?. Su tono resultó simpático e imperativo a la vez.
Miró a M.W. y le sonrió su mejor sonrisa: “Hola”.
“Hola”, titubeó  M.W. …"Nos conocimos en la reunión de bienvenida…”
Ella lo interrumpió:”Si, claro, Milton ¿ no es cierto?
“Si, Milton” sonrió el profesor extrañamente contento.
Estuvieron bebiendo y contándose cosas toda la noche. Fue allí cuando M.W. lamentó no tener un auto, lo que hubiese hecho mas coherente el decirle:”¿Querés que te lleve hasta tu casa?
Estaba pensando esto cuando escucho a Mía decirle:¿Querés que te lleve hasta tu casa?


Mía Quinn estacionó el auto, giró su cuerpo en el asiento del conductor, sin sacarse el cinturón de seguridad, lo que hizo que , al intentar besar a M.W. , esto le  fuese imposible. La situación hizo que ambos se riesen  a carcajadas mientras M.W.  corría suavemente el cinturón y colocaba sus labios sobre los de ella.




Su relación con Mía llevaba ya cinco meses. Solían verse dos o tres veces por semana. No se lo habían comentado a nadie: no eran bien vistas las relaciones entre profesores. Generalmente , ella venia a su casa, cenaban y luego hacían el amor de una manera en la que ambos no lo habían hecho antes. 
Mía le dijo una noche: “Nunca me sentí así. Y nunca me sentiré así, con nadie”. M.W. disfrutaba de oírla pero mas disfrutaba de sentir su piel temblar ,sentirla gritar... Sus palabras alimentaban su ego,pero, a la vez, sentía lo mismo por ella. Jamas se había sentido tan primitivo, tan animal. Esos momentos no tenían nada de racional. Nada.
Sin embargo, cada vez que pensaba en ella ,un escalofrío recorría su cuerpo. M.W. se veía muy  pequeño, a sus seis años. Su padre los había abandonado a él y a su madre. Recuerda, claramente, las tardes de varios meses en los que  él se sentaba en el pequeño paredón del frente de su casa a esperarlo. Y recuerda ,de manera aun mas clara, el dolor físico que sentía al darse cuenta que ya nunca iba a volver.
Ya  mas grande,con veinte años, recuerda cuando su novia, a la que amaba sin medida, le dejó una carta en su buzón, con pocas lineas. Muy pocas.
M.W. se juró que nunca perdería a nadie mas. No se permitiría volver a sentirse así. Es por eso que ,cada vez que creía sentir algo por alguien, M.W. decidía tomar cartas en el asunto.


Llegó a su casa, se preparó un trago, se sentó en el sillón, pero esta vez no cerró los ojos. Leyó el cuadro con una de sus frases preferidas :”La fortaleza de un hombre se mide por la cantidad de soledad que pueda soportar” , se sirvió un trago y se sentó a esperarla: Mía vendría a las ocho.
Llegó apenas unos minutos tarde, M.W. tomó su abrigo, le acercó un vaso con su trago favorito y le dijo:"Sentate,Te quiero dar una sorpresa”
Mía Quinn no debe haber sentido nada cuando M.W. clavó el largo cuchillo de cocina en su nuca o , al menos, eso supuso M.W., ya que no emitió sonido alguno.
Colocó su cuerpo sobre una vieja frazada y comenzó con la rutina: primero separaría la cabeza, luego las extremidades y dejaría para el final lo mas trabajoso , el torso. Había ido perfeccionándose y casi no encontraba trabajo en la disección de los cuerpos. Los colocaba en bolsas, las que sellaba cuidadosamente.
Se dirigió a la terraza, levantó unas maderas y colocó la bolsa con la cabeza de Mía  junto a la bolsa con la cabeza de la pelirroja.Luego los brazos y piernas y así hasta terminar. Hoy se acostaría tarde, debería cubrir todo aquello con cemento.


M.W. Benetti, mientras ajustaba la alarma del reloj, recordó la frase de Octubre Miller:”La felicidad es una ilusión” y pensó que , quizás, ya era hora de mudarse a otra Universidad, por nuevos aires.