domingo, 9 de julio de 2017

Sabbath







La habitación estaba pintada de gris con esa pintura brillante y de textura dura que la asemejaba a un cristal. Era el tipo de pintura que se solía usar en los colegios y , si mal no recuerdo, en el mío era igual, solo que blanca. La habitación era pequeña y sin ventanas. En un rincón había un viejo archivador de cuatro grandes cajones. Sobre las manijas para abrir cada uno de ellos había un rectángulo para colocar alguna tarjeta con la descripción del contenido, pero los cuatro estaban sin tarjeta alguna. El pequeño escritorio de madera estaba gastado y con los vértices golpeados. En una de las paredes laterales, la de la izquierda, había un estante y sobre él, un lapicero sin lápices y una guía telefónica del dos mil siete.
Estuve sentado allí, solo, unos quince o veinte minutos. O quizás más. El tiempo se hace difícil de medir cuando no hay nada con que compararlo: allí no había luz exterior, ni ruidos ni, mucho menos, una rutina conocida por mí. Mi reloj y el celular me habían sido solicitados en la entrada.
Entraron dos oficiales, una mujer y un hombre y se colocaron detrás del escritorio, parados.
La mujer me dijo, cortante:
-         - Puede comenzar.
-         - ¿Comenzar? ¿Con qué? ¿A qué se refiere?
-         - Por donde quiera, me dijo casi sin esperar a que terminase. O si quiere puede llamar a su abogado…
-         - ¿Abogado?
 El oficial que estaba a su lado intervino con un tono más amable y me dijo:
-         - Nos interesaría saber todo lo que nos pueda contar acerca de su tarea, del hogar…lo que usted considere importante…
-          - Pero…es que …no es un hogar, intenté explicarme, esa es una palabra muy bastardeada, -dije-…Cuando uno quiere referirse , con todo el amor del mundo a su familia, no usa “casa” usa “hogar”, pero cuando habla de un geriátrico –acompañé la pronunciación de la palabra con un gesto despectivo , casi de asco - usa , también , la palabra “hogar”…seguramente para relevarse de la culpa de dejar a su viejo molesto en un lugar más parecido a un deposito que a un verdadero “hogar”, por eso les digo, oficiales, el lugar que yo dirijo lejos está de ser eso, no señor, muy lejos…
La oficial, que se había sentado en un banquito de madera desvencijado, había quedado a mi altura, me dijo:
-         - Llámelo como quiera  doctor, pero comience.
El oficial que seguía parado me miró con un gesto condescendiente que interpreté como : Hagala fácil.
-           - Tengo sed, les dije. Necesito un vaso de agua.
En un gesto que me sirvió para entender quien era el superior, vi como ella le dijo:
 -Vaya a buscarlo, Giménez.
Mientras esperamos al oficial con el vaso de agua, no hablamos palabra alguna. La oficial se limitó a mirarse sus uñas prolijamente pintadas de fucsia y a acariciar su pulgar derecho con el izquierdo.
Yo noté que los bordes inferiores del archivador estaban oxidados. Pensé que , aunque poco, si alguna vez baldearon esta oficina, seguramente el agua fue lo que oxidó al viejo archivador.
El oficial trajo una pequeña bandeja de madera con un vaso vacío y una jarra plástica llena de agua. Me sirvió .
-          - Gracias, Oficial.
Sin saber que decir, ni por donde comenzar , ni siquiera que cosa podía serles útil, me di cuenta que aun no sabía la razón de porque estaba allí. Volví , en mi mente, hacia esa misma tarde, unas cuatro o quizás más horas atrás, cuando , estando en mi oficina, entró el que ahora conozco como oficial Giménez y me dijo que debía acompañarlo a la seccional de policía. Recuerdo haberle preguntado por qué y, claramente, recuerdo su respuesta:
- No se preocupe, rutina.
El recuerdo de las palabras del oficial Giménez , no sé porqué, me relajó y comencé a explicar todo cuanto hago allí , aunque con la duda de si debía –o no- llamar a un abogado, como había dicho la oficial de las uñas fucsia.
   - No es un hogar señores, les dije. Es un lugar al que las personas mayores van a terminar sus vidas . ¿Suena mal, no? Pero es así. Y lo hacen, la mayoría, cuando aun están totalmente al mando de si mismos, conscientes, perfectos, simplemente…sólo que ...viejos. Mis clientes no son pacientes. Son gente mayor que no quiere transformarse en una carga . Gente mayor que necesita, claro, algún tipo de cuidado… ¿Quién no? ¿Cuántos de nosotros necesitamos cuidados y no lo sabemos o –lo que es peor- no lo queremos saber? ¿Cuántos de nosotros estamos sólos y preferimos eludir la pregunta del millón: ¿Que sería de nosotros si sufriésemos un ataque cardíaco, un accidente cardiovascular o una simple caída de la escalera ?
Preferimos pensar que eso no nos va a pasar . No a nosotros.
Sin embargo, mis clientes son gente que si piensa en ello. Que conoce sus limitaciones. Y que tiene el pasar económico que les permite requerir de nuestros, perdón, de mis servicios.
Ustedes lo saben: soy médico clínico. Es decir, no sólo soy el dueño del lugar… ¿les dije el nombre?
Sabbath”…No, no soy judío, me apellido Romer. Dr. Javier Romer. Pero siempre me atrajo la idea del sábado, del descanso después del trabajo. Y por eso le puse ese nombre. ¿Entiende?
La oficial de las uñas fucsia me miró sin sonreír.
Yo siempre, y esto quizás es un prejuicio, tuve a los policías como gente con un nivel de conocimiento no demasiado elevado. Que no hayan contestado ninguno de los dos oficiales a mi pregunta de .¿entiende? no dice demasiado, ellos deben mantenerse en su rol. Pero a mí me pareció que no me entendían. Continué.
   - “Sabbath” no es un geriátrico. Es un lugar al que los clientes concurren, solicitan alojamiento,  -les aclaro que la lista de espera llega a los dos años- y, una vez allí, se los invita a conocer el que será su lugar. Tenemos un cuerpo central con habitaciones. Estas son acondicionadas al gusto del cliente: allí se colocan los muebles que desee, se pintan las paredes de sus colores preferidos. En sus pisos habrá moqueta o madera . Su cama será del tamaño y de la comodidad que el cliente solicite. Si desea leer, estarán sus libros. Se le traerán los diarios que requiera y todo aquel servicio que sea solicitado.
Rodeando el edifico central, están las cabañas. Como ustedes habrán notado, “Sabbath” queda alejado del casco urbano. Esto es algo pensado así. Ninguno de mis clientes salió nunca de “Sabbath”. Nunca nadie quiso hacerlo. Ellos encuentran en este lugar , el lugar, por lo tanto no ven la necesidad de salir de allí.

Tomé el vaso con agua y bebí un sorbo.

   - Las cabañas son para aquellos clientes que necesitan más privacidad. Recuerden que muchos de ellos aun mantienen una vida activa: reciben visitas, tanto de familiares como de amigos y , conocerán ustedes el caso el empresario de las comunicaciones que siguió con sus negocios desde aquí, desde “Sabbath”, hasta su fallecimiento, hace tres años atrás…¿lo recuerdan?
   - Si, dijo el oficial Giménez.
   - Aunque parezca extraño, en el equipo de “Sabbath” no somos muchos. Tenemos  gente que se ocupa de la limpieza, tenemos enfermeras y personal administrativo, por supuesto,pero después no mucho mas.
La oficial de las uñas fucsia dijo:
   - ¿Cómo puede ser que con tan poco personal atiendan a…
La interrumpí.
   - Disculpe, oficial, yo no dije que fueran muchos mis clientes. Son apenas veinte. No más. No quiero y no podría dar esta calidad de servicio a más personas. Lo siento mucho por aquellas a las que no podemos recibir –le aseguro que ha habido más de una  de altísimo nivel en la sociedad , no quisiera darle nombres, como comprenderá,  pero usted seguramente recuerda al diputado muy enojado porque no pudimos recibirlo , esto fue dado a publicidad  por él, no por nosotros, obviamente– pero si hay algo que tengo claro son mis limites.
Es por ello que con el personal que le detallé y mi trabajo, pudimos hacer que  “Sabbath” tenga bien ganado el  prestigio que tiene ,prestigio que , usted sabrá, es internacional.

No fue necesario que nombre al presidente de un país vecino que vino a alojarse a “Sabbath” hace unos diez años atrás.

  - En cuanto a mi trabajo, debo decirles que es de tiempo completo: vivo allí. Vivo por y para “Sabbath”. Tengo sesenta años, mis hijos son profesionales y viven en Europa. Me divorcié hace quince años…de manera que la atención personalizada es una característica indispensable de nuestro servicio. ¿Saben una cosa? Sabbath no pone ninguna exigencia para que la atención que reciba cada uno de nuestros clientes sea brindada por nosotros: Aquí puede seguir viniendo el médico de confianza de cada uno, sus masajistas, terapeutas, peluqueros etc.….Sin embargo, cada uno de ellos ha decidido, al poco tiempo, adoptarme como su médico de cabecera… ¿por algo será, no?
Supe inmediatamente de lo soberbio de mi comentario, por lo que, rápidamente, continué.
   - En resumen: tenemos un servicio de excelencia. Reconocido, como le dije anteriormente, no solo aquí en el país, sino en el exterior. Nuestro modelo está siendo imitado en muchos sitios : Boston, Madrid, Jerusalem, Oslo…
Reconozco que es un servicio costoso pero, como también recuerdo haberle dicho, tenemos casi dos años de lista de espera.
Le doy un ejemplo de lo personalizado de nuestro servicio: Cada día, cerca de las siete de la tarde, es decir, un poco antes de la cena, los que lo desean nos juntamos en la gran sala, junto al hogar de leños y, yo mismo, les preparo un trago. Algunos comparten mi gusto por el escocés, otros se inclinan por algún coctel, o una copa de vino,  otros toman algún té –sobre todo las mujeres, como la conocida diseñadora francesa que gustaba del earl grey tea con unas gotas de “anís del mono” - …Nos sentamos en torno a la mesa redonda , cada uno en su sillón, salvo el senador que prefiere beber parado, y empiezo con mi ritual: me coloco una nariz roja, de payaso, y empiezo a contar cosas que me vengan a la mente. En un principio dejaba todo librado a la improvisación, pero, con el tiempo, y dándome cuenta de lo que todos lo disfrutaban, comencé a darle mas importancia a ese espacio de tiempo que era el único en el que estábamos casi todos juntos. Fui agregando temas y rutinas…llegué, incluso, a tomar clase de teatro, para poder darles una mejor representación de lo que quería mostrarles, pero me di cuenta que lo que a ellos les gustaba era, justamente, lo contrario. A ellos les gustaba lo natural, les gustaba que yo estuviese allí como uno más de ellos riéndome y haciéndolos reír, poniéndonos serios y , porque no, emocionándonos, cuando el tema así lo requería.
Miré, primero a  Giménez  y luego a la oficial de las uñas fucsia, como preguntándoles si debía continuar.
   - Usted sabe lo que queremos que nos explique , Doctor, dijo la oficial.
La miré y abrí mis manos , mostrando mis palmas.
     - No, no sé a que se refiere. 
     - No se haga el tonto porque de tonto usted no tiene nada, casi me gritó.
Lo miré a Gimenez.
     - Me parece que usted, señorita…
     - Comisario Marta Ricotti, me interrumpió.
     - Me parece que usted, Comisario Ricotti,  me está obligando a solicitar un abogado que , le aviso,   no tengo.
     - Yo no lo obligo a nada, sólo le digo que no nos tome el pelo. Le estamos preguntando sobre la muerte, la semana pasada, de la señora María Behety.
     - ¿La muerte de María? ¿Y qué tengo que ver yo con la muerte de María? ¿Sabe usted que María era , para decirlo de alguna manera , mi preferida?  Ella era mi partenaire cuando la broma lo requería, mi compinche. Una dama en todo el sentido de la palabra. Poseía una cultura amplísima, lo que nos unía. Como lectores incansables, manteníamos charlas interminables acerca de autores que nos deleitaban. Llevaba su edad con hidalguía  -María murió a sus ochenta y cinco apenas cumplidos-  siempre impecable, luciendo sus arrugas sin nunca someterse a cirugía alguna. Su vestuario era cuidado por una casa de la capital que enviaba mensualmente a una persona para que atienda sus pedidos sin ningún tipo de intermediario. Yo mismo compraba sus cremas y sus maquillajes que ella prolijamente me anotaba en un papel. María tenía una letra hermosa.
Sin dudas, sufrimos muchos todos y yo en particular su muerte.
    - ¿Estaba enferma? Preguntó el oficial Giménez.
    - María tenía una salud de hierro. Pero había comenzado a sufrir algunas dolencias propias de la edad…
    - Sea más especifico, Doctor, me espetó la Comisario.
    - Maria tenía artrosis en sus tobillos lo que le provocaba un gran dolor, pero eso no era nuevo, tenía ese diagnóstico desde sus sesenta años. El problema que había comenzado, incipiente, apenas, era un cuadro de mal de Alzheimer.
    - ¿Estaba siendo atendida al respecto? ¿Por quién?
    - Creo haberle dicho, Comisario, que tanto ella como casi todos nuestros clientes, me tenían a mi como su médico de cabecera y , si, estaba siendo atendida al respecto. Por supuesto que con los estudios que cada caso requiriese.

Golpearon la puerta y se abrió sin esperar a que nadie pueda responder. Un hombre de unos cuarenta años, de impecable traje gris, que se identificó como Roberto Bengoa estrechó mi mano y luego la de  ambos oficiales.
     - Soy el secretario del Senador  Javier Fernández Martí. Vengo a interiorizarme sobre la situación del Dr.  Romer. Como usted comprenderá, Comisario, el senador Fernández Martí está muy preocupado por él.
El senador Javier Fernández Martí era hijo de Javier Fernández Martí , padre, mi cliente en Sabbath.
Cuando dijo el senador nunca supimos si era el actual senador o su padre, mi cliente, pero a la Comisario pareció bastarle.
     - El Dr.  estaba contestando unas preguntas que nos pareció prudente hacerle… 
     - ¿En calidad de que, Comisario? , casi le gritó el joven de traje a Ricotti.
La comisario Ricotti titubeo y contestó:
     - simplemente le estábamos preguntando…
     - ¿Usted me quiere decir que  tiene a este prestigioso doctor simplemente preguntándole cosas?  Por la mañana va a recibir una llamada. Me gustaría tener una reunión con usted y el Dr Vicente.

El Dr Manuel Vicente era el comisario general de la Policía Nacional e intimo amigo del senador Fernández Martí.




Mientras caminaba por el largo pasillo también pintado de gris que me conducía a la salida ,muchas cosas vinieron a mi mente:
¿Cómo explicarle a esta gente casi sin preparación algunas cosas?
¿Cómo pueden ellos entender cómo se fue gestando , poco a poco, el prestigio de Sabbath?
¿Entenderían ello lo que es “un pacto de caballeros”?
¿Entenderían ellos el valor inextinguible de la palabra no escrita?
¿Cómo explicarles que el secreto de Sabbath estaba allí? En Sabbath nuestros clientes sabían que siempre que estén allí sería en plenitud. Ellos tenían bien en claro que cuando alguno de ellos comenzase a tener algún inconveniente que los hiciese dependientes, vulnerables, siempre que el sufrimiento se presente a sus vidas, en aquel día en el que alguno no estuviese consciente de sus actos, pues ese día nuestro pacto entraría en vigencia. Ese pacto que hacia nuestro servicio  carísimo y, a la vez, invaluable.
Mientras caminaba por el pasillo me acordaba de eso. Y de la tarde en la que María comenzó a confundirme con su hijo Fermín, muerto en un accidente aéreo en los setenta. Recuerdo el dolor que me produjo aquello. Recuerdo haberla controlado durante casi dos meses antes de decidirme a cumplir con el pacto. Nunca antes me había costado tanto.
¿Cómo explicarle a esta gente este tipo de cosas?
¿Cómo decirles el dolor que me produjo entrar a la habitación de María , abrir el maletín  y preparar las drogas, como tantas veces?
Recuerdo haberla tapado con su manta bordada con sus iniciales. Había colocado música de Bach en mi celular, la que a ella tanto le gustaba, en volumen bajo pero suficiente para no oír al suero gotear en la noche silenciosa. María abrió sus ojos y me sonrió, Tomé sus manos, tibias, hasta el final. Se murió mientras le leía uno de sus versos preferidos (*)
¿Cómo explicarle a esta gente estas cosas?
¿Cómo explicarles lo que se siente, por un momento, ser Dios?























(*)

No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
“Emito mis alaridos por los techos de este mundo”,
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros “poetas muertos”,
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los “poetas vivos”.
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas.


W.W.





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