La habitación estaba pintada de
gris con esa pintura brillante y de textura dura que la asemejaba a un cristal.
Era el tipo de pintura que se solía usar en los colegios y , si mal no
recuerdo, en el mío era igual, solo que blanca. La habitación era pequeña y sin
ventanas. En un rincón había un viejo archivador de cuatro grandes cajones.
Sobre las manijas para abrir cada uno de ellos había un rectángulo para colocar
alguna tarjeta con la descripción del contenido, pero los cuatro estaban sin
tarjeta alguna. El pequeño escritorio de madera estaba gastado y con los
vértices golpeados. En una de las paredes laterales, la de la izquierda, había
un estante y sobre él, un lapicero sin lápices y una guía telefónica del dos
mil siete.
Estuve sentado allí, solo, unos
quince o veinte minutos. O quizás más. El tiempo se hace difícil de medir
cuando no hay nada con que compararlo: allí no había luz exterior, ni ruidos ni,
mucho menos, una rutina conocida por mí. Mi reloj y el celular me habían sido
solicitados en la entrada.
Entraron dos oficiales, una mujer
y un hombre y se colocaron detrás del escritorio, parados.
La mujer me dijo, cortante:
- - Puede
comenzar.
- - ¿Comenzar?
¿Con qué? ¿A qué se refiere?
- - Por
donde quiera, me dijo casi sin esperar a que terminase. O si quiere puede llamar
a su abogado…
- - ¿Abogado?
- - Nos
interesaría saber todo lo que nos pueda contar acerca de su tarea, del hogar…lo
que usted considere importante…
- - Pero…es
que …no es un hogar, intenté explicarme, esa es una palabra muy bastardeada, -dije-…Cuando uno
quiere referirse , con todo el amor del mundo a su familia, no usa “casa” usa
“hogar”, pero cuando habla de un geriátrico
–acompañé la pronunciación de la palabra con un gesto despectivo , casi de
asco - usa , también , la palabra “hogar”…seguramente para relevarse de la
culpa de dejar a su viejo molesto en un lugar más parecido a un deposito que a
un verdadero “hogar”, por eso les digo, oficiales, el lugar que yo dirijo lejos
está de ser eso, no señor, muy lejos…
La oficial, que se había sentado
en un banquito de madera desvencijado, había quedado a mi altura, me dijo:
- - Llámelo
como quiera doctor, pero comience.
El oficial que seguía parado me
miró con un gesto condescendiente que interpreté como : Hagala fácil.
- - Tengo
sed, les dije. Necesito un vaso de agua.
En un gesto que me sirvió para entender
quien era el superior, vi como ella le dijo:
-Vaya a buscarlo, Giménez.
-Vaya a buscarlo, Giménez.
Mientras esperamos al oficial con
el vaso de agua, no hablamos palabra alguna. La oficial se limitó a mirarse sus
uñas prolijamente pintadas de fucsia y a acariciar su pulgar derecho con el
izquierdo.
Yo noté que los bordes inferiores del archivador estaban oxidados. Pensé que , aunque poco, si alguna vez baldearon esta oficina, seguramente el agua fue lo que oxidó al viejo archivador.
Yo noté que los bordes inferiores del archivador estaban oxidados. Pensé que , aunque poco, si alguna vez baldearon esta oficina, seguramente el agua fue lo que oxidó al viejo archivador.
El oficial trajo una pequeña bandeja
de madera con un vaso vacío y una jarra plástica llena de agua. Me sirvió .
- - Gracias,
Oficial.
Sin saber que decir, ni por donde
comenzar , ni siquiera que cosa podía serles útil, me di cuenta que aun no sabía
la razón de porque estaba allí. Volví , en mi mente, hacia esa misma tarde,
unas cuatro o quizás más horas atrás, cuando , estando en mi oficina, entró el
que ahora conozco como oficial Giménez y me dijo que debía acompañarlo a la
seccional de policía. Recuerdo haberle preguntado por qué y, claramente,
recuerdo su respuesta:
- No se preocupe, rutina.
- No se preocupe, rutina.
El recuerdo de las palabras del
oficial Giménez , no sé porqué, me relajó y comencé a explicar todo cuanto hago
allí , aunque con la duda de si debía –o no- llamar a un abogado, como había
dicho la oficial de las uñas fucsia.
- No es un hogar señores, les dije.
Es un lugar al que las personas mayores van a terminar sus vidas . ¿Suena mal,
no? Pero es así. Y lo hacen, la mayoría, cuando aun están totalmente al mando
de si mismos, conscientes, perfectos, simplemente…sólo que ...viejos. Mis clientes no son
pacientes. Son gente mayor que no quiere transformarse en una carga . Gente
mayor que necesita, claro, algún tipo de cuidado… ¿Quién no? ¿Cuántos de
nosotros necesitamos cuidados y no lo sabemos o –lo que es peor- no lo queremos
saber? ¿Cuántos de nosotros estamos sólos y preferimos eludir la pregunta del
millón: ¿Que sería de nosotros si sufriésemos un ataque cardíaco, un accidente cardiovascular o una
simple caída de la escalera ?
Preferimos pensar que eso no nos va a pasar . No a nosotros.
Preferimos pensar que eso no nos va a pasar . No a nosotros.
Sin embargo, mis clientes son
gente que si piensa en ello. Que conoce sus limitaciones. Y que tiene el pasar
económico que les permite requerir de nuestros, perdón, de mis servicios.
Ustedes lo saben: soy médico
clínico. Es decir, no sólo soy el dueño del lugar… ¿les dije el nombre?
“Sabbath”…No, no soy judío, me apellido Romer. Dr. Javier Romer. Pero
siempre me atrajo la idea del sábado, del descanso después del trabajo. Y por
eso le puse ese nombre. ¿Entiende?
La oficial de las uñas fucsia me
miró sin sonreír.
Yo siempre, y esto quizás es un
prejuicio, tuve a los policías como gente con un nivel de conocimiento no
demasiado elevado. Que no hayan contestado ninguno de los dos oficiales a mi
pregunta de .¿entiende? no dice demasiado, ellos deben mantenerse en su rol.
Pero a mí me pareció que no me entendían. Continué.
- “Sabbath” no es un geriátrico. Es
un lugar al que los clientes concurren, solicitan alojamiento, -les aclaro que la lista de espera llega a
los dos años- y, una vez allí, se los invita a conocer el que será su lugar.
Tenemos un cuerpo central con habitaciones. Estas son acondicionadas al gusto
del cliente: allí se colocan los muebles que desee, se pintan las paredes de
sus colores preferidos. En sus pisos habrá moqueta o madera . Su cama será del
tamaño y de la comodidad que el cliente solicite. Si desea leer, estarán sus
libros. Se le traerán los diarios que requiera y todo aquel servicio que sea
solicitado.
Rodeando el edifico central,
están las cabañas. Como ustedes habrán notado, “Sabbath” queda alejado del
casco urbano. Esto es algo pensado así. Ninguno de mis clientes salió nunca de
“Sabbath”. Nunca nadie quiso hacerlo.
Ellos encuentran en este lugar , el
lugar, por lo tanto no ven la necesidad de salir de allí.
Tomé el vaso con agua y bebí un
sorbo.
- Las cabañas son para aquellos
clientes que necesitan más privacidad. Recuerden que muchos de ellos aun mantienen
una vida activa: reciben visitas, tanto de familiares como de amigos y ,
conocerán ustedes el caso el empresario de las comunicaciones que siguió con
sus negocios desde aquí, desde “Sabbath”, hasta su fallecimiento, hace tres
años atrás…¿lo recuerdan?
- Si, dijo el oficial Giménez.
- Aunque parezca extraño, en el
equipo de “Sabbath” no somos muchos. Tenemos gente que se ocupa de la limpieza, tenemos
enfermeras y personal administrativo, por supuesto,pero después no mucho mas.
La oficial de las uñas fucsia
dijo:
- ¿Cómo puede ser que con tan poco personal atiendan a…
- ¿Cómo puede ser que con tan poco personal atiendan a…
La interrumpí.
- Disculpe, oficial, yo no dije que fueran muchos mis clientes. Son apenas veinte. No más. No quiero y no podría dar esta calidad de servicio a más personas. Lo siento mucho por aquellas a las que no podemos recibir –le aseguro que ha habido más de una de altísimo nivel en la sociedad , no quisiera darle nombres, como comprenderá, pero usted seguramente recuerda al diputado muy enojado porque no pudimos recibirlo , esto fue dado a publicidad por él, no por nosotros, obviamente– pero si hay algo que tengo claro son mis limites.
- Disculpe, oficial, yo no dije que fueran muchos mis clientes. Son apenas veinte. No más. No quiero y no podría dar esta calidad de servicio a más personas. Lo siento mucho por aquellas a las que no podemos recibir –le aseguro que ha habido más de una de altísimo nivel en la sociedad , no quisiera darle nombres, como comprenderá, pero usted seguramente recuerda al diputado muy enojado porque no pudimos recibirlo , esto fue dado a publicidad por él, no por nosotros, obviamente– pero si hay algo que tengo claro son mis limites.
Es por ello que con el personal
que le detallé y mi trabajo, pudimos hacer que
“Sabbath” tenga bien ganado el
prestigio que tiene ,prestigio que , usted sabrá, es internacional.
No fue necesario que nombre al presidente de un país vecino que vino a alojarse a “Sabbath” hace unos diez años atrás.
- En cuanto a mi trabajo, debo decirles que es de tiempo completo: vivo allí. Vivo por y para “Sabbath”. Tengo sesenta años, mis hijos son profesionales y viven en Europa. Me divorcié hace quince años…de manera que la atención personalizada es una característica indispensable de nuestro servicio. ¿Saben una cosa? Sabbath no pone ninguna exigencia para que la atención que reciba cada uno de nuestros clientes sea brindada por nosotros: Aquí puede seguir viniendo el médico de confianza de cada uno, sus masajistas, terapeutas, peluqueros etc.….Sin embargo, cada uno de ellos ha decidido, al poco tiempo, adoptarme como su médico de cabecera… ¿por algo será, no?
Supe inmediatamente de lo
soberbio de mi comentario, por lo que, rápidamente, continué.
- En resumen: tenemos un servicio
de excelencia. Reconocido, como le dije anteriormente, no solo aquí en el país,
sino en el exterior. Nuestro modelo está siendo imitado en muchos sitios :
Boston, Madrid, Jerusalem, Oslo…
Reconozco que es un servicio
costoso pero, como también recuerdo haberle dicho, tenemos casi dos años de
lista de espera.
Le doy un ejemplo de lo
personalizado de nuestro servicio: Cada día, cerca de las siete de la tarde, es
decir, un poco antes de la cena, los que lo desean nos juntamos en la gran
sala, junto al hogar de leños y, yo mismo, les preparo un trago. Algunos
comparten mi gusto por el escocés, otros se inclinan por algún coctel, o una
copa de vino, otros toman algún té
–sobre todo las mujeres, como la conocida diseñadora francesa que gustaba del
earl grey tea con unas gotas de “anís del mono” - …Nos sentamos en torno a la
mesa redonda , cada uno en su sillón, salvo el senador que prefiere beber
parado, y empiezo con mi ritual: me coloco una nariz roja, de payaso, y empiezo
a contar cosas que me vengan a la mente. En un principio dejaba todo librado a
la improvisación, pero, con el tiempo, y dándome cuenta de lo que todos lo
disfrutaban, comencé a darle mas importancia a ese espacio de tiempo que era el
único en el que estábamos casi todos juntos. Fui agregando temas y rutinas…llegué,
incluso, a tomar clase de teatro, para poder darles una mejor representación de
lo que quería mostrarles, pero me di cuenta que lo que a ellos les gustaba era,
justamente, lo contrario. A ellos les gustaba lo natural, les gustaba que yo
estuviese allí como uno más de ellos riéndome y haciéndolos reír, poniéndonos
serios y , porque no, emocionándonos, cuando el tema así lo requería.
Miré, primero a Giménez
y luego a la oficial de las uñas fucsia,
como preguntándoles si debía continuar.
- Usted sabe lo que queremos que nos explique ,
Doctor, dijo la oficial.
La miré y abrí mis manos , mostrando mis palmas.
- No, no sé a que se refiere.
- No se haga el tonto porque de tonto usted no tiene
nada, casi me gritó.
Lo miré a Gimenez.
- Me parece que
usted, señorita…
- Comisario Marta
Ricotti, me interrumpió.
- Me parece que
usted, Comisario Ricotti, me está
obligando a solicitar un abogado que , le aviso, no tengo.
- Yo no lo obligo
a nada, sólo le digo que no nos tome el pelo. Le estamos preguntando sobre la
muerte, la semana pasada, de la señora María Behety.
- ¿La muerte de María? ¿Y qué tengo que ver
yo con la muerte de María? ¿Sabe usted que María era , para decirlo de alguna
manera , mi preferida? Ella era mi partenaire
cuando la broma lo requería, mi compinche. Una dama en todo el sentido de la
palabra. Poseía una cultura amplísima, lo que nos unía. Como lectores
incansables, manteníamos charlas interminables acerca de autores que nos
deleitaban. Llevaba su edad con hidalguía
-María murió a sus ochenta y cinco apenas cumplidos- siempre impecable, luciendo sus arrugas sin
nunca someterse a cirugía alguna. Su vestuario era cuidado por una casa de la
capital que enviaba mensualmente a una persona para que atienda sus pedidos sin
ningún tipo de intermediario. Yo mismo compraba sus cremas y sus maquillajes
que ella prolijamente me anotaba en un papel. María tenía una letra hermosa.
Sin dudas, sufrimos muchos todos y yo en particular su
muerte.
- ¿Estaba enferma?
Preguntó el oficial Giménez.
- María tenía una
salud de hierro. Pero había comenzado a sufrir algunas dolencias propias de la
edad…
- Sea más especifico,
Doctor, me espetó la Comisario.
- Maria tenía artrosis en sus tobillos lo que le provocaba un gran dolor, pero eso no
era nuevo, tenía ese diagnóstico desde sus sesenta años. El problema que había
comenzado, incipiente, apenas, era un cuadro de mal de Alzheimer.
-
¿Estaba siendo atendida al respecto? ¿Por quién?
- Creo haberle
dicho, Comisario, que tanto ella como casi todos nuestros clientes, me tenían a
mi como su médico de cabecera y , si, estaba siendo atendida al respecto. Por
supuesto que con los estudios que cada caso requiriese.
Golpearon la puerta y se abrió sin esperar a que nadie pueda
responder. Un hombre de unos cuarenta años, de impecable traje gris, que se
identificó como Roberto Bengoa estrechó mi mano y luego la de ambos oficiales.
- Soy el secretario del Senador Javier Fernández Martí. Vengo a interiorizarme sobre la situación del Dr. Romer. Como usted comprenderá, Comisario, el
senador Fernández Martí está muy preocupado por él.
El senador Javier Fernández Martí era hijo de Javier Fernández Martí , padre, mi cliente en Sabbath.
Cuando dijo el senador nunca
supimos si era el actual senador o su padre, mi cliente, pero a la Comisario
pareció bastarle.
- El Dr. estaba contestando unas preguntas que nos
pareció prudente hacerle…
- ¿En calidad de que, Comisario? , casi le gritó
el joven de traje a Ricotti.
La comisario Ricotti titubeo y contestó:
- simplemente le estábamos preguntando…
- ¿Usted me quiere decir que tiene a este prestigioso doctor simplemente preguntándole cosas? Por la mañana va a recibir una llamada. Me
gustaría tener una reunión con usted y el Dr Vicente.
El Dr Manuel Vicente era el comisario
general de la Policía Nacional e intimo amigo del senador Fernández Martí.
Mientras caminaba por el largo pasillo
también pintado de gris que me conducía a la salida ,muchas cosas vinieron a mi mente:
¿Cómo explicarle a
esta gente casi sin preparación algunas cosas?
¿Cómo pueden ellos entender cómo
se fue gestando , poco a poco, el prestigio de Sabbath?
¿Entenderían ello lo que es “un pacto de
caballeros”?
¿Entenderían ellos el valor inextinguible de la palabra no
escrita?
¿Cómo explicarles que el secreto de Sabbath estaba allí? En Sabbath
nuestros clientes sabían que siempre que estén allí sería en plenitud. Ellos
tenían bien en claro que cuando alguno de ellos comenzase a tener algún
inconveniente que los hiciese dependientes, vulnerables, siempre que el
sufrimiento se presente a sus vidas, en aquel día en el que alguno no estuviese
consciente de sus actos, pues ese día nuestro pacto entraría en vigencia. Ese
pacto que hacia nuestro servicio
carísimo y, a la vez, invaluable.
Mientras caminaba por el pasillo me
acordaba de eso. Y de la tarde en la que María comenzó a confundirme con su
hijo Fermín, muerto en un accidente aéreo en los setenta. Recuerdo el dolor
que me produjo aquello. Recuerdo haberla controlado durante casi dos meses
antes de decidirme a cumplir con el pacto. Nunca antes me había costado tanto.
¿Cómo explicarle a esta gente este tipo de
cosas?
¿Cómo decirles el dolor que me produjo
entrar a la habitación de María , abrir el maletín y preparar las drogas, como tantas veces?
Recuerdo haberla tapado con su manta
bordada con sus iniciales. Había colocado música de Bach en mi celular, la que
a ella tanto le gustaba, en volumen bajo pero suficiente para no oír al suero
gotear en la noche silenciosa. María abrió sus ojos y me sonrió, Tomé sus manos,
tibias, hasta el final. Se murió mientras le leía uno de sus versos preferidos (*)
¿Cómo explicarle a esta gente estas cosas?
¿Cómo explicarles lo que se siente, por un
momento, ser Dios?
(*)
No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
“Emito mis alaridos por los techos de este mundo”,
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros “poetas muertos”,
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los “poetas vivos”.
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas.
W.W.
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