sábado, 12 de noviembre de 2016

El sonido de la angustia.










6:45 hrs. La luz ingresó a través de las ventanas que había dejado con las cortinas levantadas a propósito. “No me voy a poner despertador, voy a dormir hasta que me despierte, solito” Después de todo era mi primer día de vacaciones y me había juramentado disfrutarlas al máximo.
Normalmente me despertaba  a las 6:15. Las más de las veces mi cuerpo remoloneaba con ojos cerrados, pero despierto, aun antes del sonido del despertador. Y luego, la rutina.
Pero esta vez era diferente: era la primera vez que me tomaría vacaciones tan largas , un mes, y planeaba descansar y divertirme.
Despertarme a las 6:45 no fue el mejor indicio. Probé en dormir un rato mas, maldiciendo las cortinas levantadas, girando mi cuerpo para el otro lado y tapándome hasta el cuello. Pero no hubo caso. Un sonido extraño aparecía. No podía distinguir que era: parecía un silbido, pero enseguida, si le prestaba atención, se transformaba en sonido similar a  un suave ronquido. Media hora después estaba levantándome, buscando el lado positivo:”Mejor, así aprovecho mas el día”




7:00. Me paré frente al espejo, desnudo, y lo primero que sentí fue frio. No lo hacía, era verano, pero –pensé- el estar descalzo sobre el piso frio…Levanté la tabla del inodoro y, me mantuve así, aun con los ojos cerrados, hasta terminar.
Me miré en el espejo y sonreí. Sonreírme era una costumbre que mantenía. Yo me daba cuenta que, con el paso de los años, mi sonrisa fue transformándose: al principio era una sonrisa vanidosa: –Acá estoy, Soy yo, el número uno- pero luego fue adquiriendo un tono aleccionador: - ¡Vamos, vamos, arriba ese ánimo! Y, a veces,  indulgente: - No pasa nada, campeón, Hoy si, hoy si.
Sentí el sabor de la menta helada del enjuague bucal e, inmediatamente, el dolor en la muela. La puta madre que te parió muela de mierda. Escupí rápido.
Una de las tres pastillas que tomo cada mañana se me había acabado hacia una semana. Ya mismo voy a comprarla, me dije por octava vez.
Hice como que elegía entre mis muchos perfumes, aunque yo sabía que iba a terminar eligiendo el mismo: ese que ella una vez me había dicho que me quedaba muy bien. Me levanté la oreja derecha  y me coloqué perfume allí. Lo repetí con la izquierda. Un amigo me había dicho hacia muchísimos años: ¿Querés saber cuando una mujer a la que no conoces es limpia? Tenés que oler debajo de sus orejas, ahí , detrás de donde iría el arito , recuerdo a mi amigo señalarme el lugar exacto.   Aquel comentario, además de machista  y casi escatológico, me pareció de difícil concreción ¿Cómo hacer para oler debajo de la oreja de una mujer? Recuerdo que él me dijo: Pero no seas boludo, che, cuando le das un beso en la mejilla…o estas bailando…o –me dio varias alternativas- ahí, ahí la oles…si huele a perfume… mi amigo hizo un gesto de aprobación. Y esto, siguió , intentando disimular su machismo, sirve tanto para mujeres como para hombres , eh! Desde ese día yo me colocaba perfume debajo de mis orejas cada mañana.




7:45 Me había propuesto comenzar estas vacaciones un plan que me permita sentirme mejor, físicamente hablando. Mi doctor me lo había dicho varias veces: Tenés que hacer algo, lo que sea. Queras caminar, caminá. Yoga, gimnasia, bicicleta, lo que quieras. Pero hacé algo.
Me puse la ropa que había dejado preparada, me coloqué los auriculares y salí a caminar. Era un día esplendido. El sol amable de la mañana se filtraba entre las ramas del eucalipto y ni siquiera encandilaba. No había ni una nube y una suave brisa apenas movía las hojas. Caminé unas cuadras sin darme cuenta que no había seleccionado música alguna, lo que hizo que, al tener puestos los auriculares, el ruido fuese más evidente. Ahora era como un susurro. Como  alguien diciendo algo que yo no entendía, una y otra vez. Elegí un tema, subí el volumen y comencé a caminar.




8:45 Había caminado casi una hora y no estaba cansado aunque si algo agitado. El sol ya no era tan amigable y mi buzo se había empapado. Yo había pensado desayunar en un café que habían inaugurado recientemente, pero, dado mi estado, decidí volver, darme una ducha y recién después desayunar: Nadie me apura, pensé.




11:00 Entre la vuelta a casa, la ducha y la salida hasta el café, eran más de las once cuando mi celular vibró sobre la mesa del café. Era una notificación de esos malditos grupos en el que parece existir la coincidencia tácita de no decir nunca algo interesante. Ni miré lo que habían escrito. Otra pelotudez, pensé.
El café era hermoso. Las mesas de madera con una veta marcada invitaban a la caricia. Amo la madera. Pregunté cuantas tostadas venían en cada porción. Pedí media. Si, con queso y mermelada. De frutilla, contesté. Si, el café solo, agregué. Si, edulcorante. Pensé que si la camarera me preguntaba una cosa más, mis vacaciones iban arruinarse definitivamente, pero mientras pensaba esto me sorprendí sonriéndole, comprendiendo que, seguramente, ella seria nueva,  y vaya a saber que más. Con la vista busqué el anaquel con los diarios. Estaba vacío. Recorrí las mesas. Una señora mayor leía uno. Dos mesas mas allá, un joven hojeaba otro. Espero, pensé. Tengo tiempo.  




11:40. Las tostadas eran deliciosas. Un pan crocante y blando a la vez. Una mermelada que parecía casera y un queso nada agrio eran un desayuno ideal. El café estaba servido en una taza con un formato raro: no tenía un asa en el cual pasar el dedo índice, sino que había que ejercer presión entre ambos dedos, pulgar e índice, y luego tomar. Raro, pensé. El café tenía una espuma deliciosa y densa. Tengo que averiguar si hay un curso para hacer café así, pensé. Busqué en internet. ”Barista”. Debe ser buenísimo, pensé a las 11:50, pero a las 11:51 me di cuenta que, quizás, no me sería de mucha utilidad.
La Sra. seguía leyendo el diario y, mientras buscaba “barista” en internet, un señor había tomado el diario que antes leía el joven de dos mesas mas allá.
Pedí la cuenta.
Al pasar junto a la señora  que leía el diario me detuve y le pregunté:
¿Lo está estudiando?
La señora sonrió sin entender.
El diario… ¿lo está estudiando? Hace una hora que lo tiene ¿Cuándo rinde?
La señora seguía sin entender.
Bueno, ¡mucha suerte en el examen! Hasta luego.




12:30  Llegué a casa y, contento, me dije: Hoy no almuerzo. Con las tostadas estoy perfecto. Pensé que esto sería bueno, además, para bajar de peso y que ello, junto con la caminata de la mañana era una excelente manera de comenzar mis vacaciones.
Me senté en el sillón y enseguida vi como un pájaro cuyo nombre no conocía se posó en una maceta que alguna vez había tenido malvones. Cuando digo que no sabía el nombre me refiero al nombre de la especie o variedad a la que pertenecía el pájaro y no al nombre como el que uno le pone a una mascota para llamarla. ¡Lo único que falta! ¡Ponerle nombres a los pájaros!
Durante un rato estuve sentado pensando nombres que pudiesen ponerse a un pájaro y me di cuenta lo difícil que esto era. Casi todos los nombres que se me ocurrían me parecían nombres de perros. O de personas. Descarté “Fénix” por obvio y “Piolín”, por estúpido. La traba principal fue que enseguida me di cuenta que nunca sabría el sexo del pájaro, por lo que pensar en “Electra” por ejemplo, podía ser muy frustrante si un día me enterase que Electra era macho.  
Me entredormí una media hora. Y me despertó el ruido de la mañana y el de mas tarde, cuando los auriculares. Ahora era, nuevamente como un silbido o , mejor dicho, un crujido, como el ruido que precede al quiebre de una rama.
Miré el celular. No tenía ninguna notificación. Ni siquiera del grupo de las boludeces.
Pensé en mi hijo, en que estaría haciendo. Hacia un tiempo que no hablábamos, quizás un mes. No habíamos tenido un problema en especial, era solo que no nos hablábamos.  Me di cuenta que me alegraría mucho una llamada suya. Esta noche lo llamo, me dije.




16:00  En la televisión no daban nada que me guste. Como siempre. Me gustaban los programas de cocina, por ejemplo, pero desde hacía un tiempo estaban invadidos por cocineros mejicanos haciendo comidas con ingredientes rarísimos unos y espantoso, otros. Odio la palta, pensé. Y la odiaré hasta el último de mis días. Metete el aguacate en el culo, dije, en voz alta,  antes de cambiar de canal. En el próximo, otra mejicana de una voz tan aguda que era imposible no pensar en su marido y compadecerlo, hizo que apague el televisor.
Pensé en leer un rato, pero lo descarté por un motivo valido: yo leo por las noches, en mi cama.




18:00  Me estoy aburriendo. Me sirvo un güisqui.
No necesito cerrar los ojos para escuchar el crujido.
Hacía tiempo que no me pasaba lo que ahora. Tenía ganas de hacer algo pero no sabía que.
Eso sí: estaba seguro de no querer sentirme así.
Debo estar triste, pensé. Triste ¿Por qué?
Debo estar deprimido. Hoy todo el mundo está deprimido.
"La depresión no existe", me decía mi abuela. "Es locura" . "La gente esta cuerda o está loca. No hay vuelta. La depresión es un invento de los psicólogos, psiquiatras y laboratorios para que tomes esas pastillas de mierda que lo único que hacen es transformarte en un opa". Yo no escuché a muchas personas que usen la palabra “opa”.
"No podés ni hablar, tenés sueño todo el día…así cualquiera te “cura”" , me decía.
Yo no creo en el complot maquiavélico de mi abuela, aunque siempre me había negado a “empastillarme”.
Mientras el hielo se derretía en mi vaso recordé la vez que había hecho terapia. La psicóloga se sentaba en un sillón mas cómodo que el mío, cruzaba sus piernas y miraba el reloj de la pared a su derecha  por el rabillo del ojo. Fueron muchas las tardes en las que me recuerdo hablando casi sin interrupciones.
En una época en la que yo atravesaba un problema laboral, me aconsejó recurrir a un colega para que “me medique”. No pude evitar recordar a la compañera de trabajo que vivía con carpeta psiquiátrica y como fueron sus comienzos: el caminar arrastrando los pies, el balbuceo…
Bueno, perfecto, le dije y me fui.
Al salir del consultorio tiré el papel con la dirección en una maceta de mimbre con unas cañas secas horribles dentro.




21:00 Abrí la puerta del freezer y salió una bocanada que no era de vapor ni de humo y  que no sabía cómo llamar. Adentro había una serie de paquetes y bolsas que parecían todos iguales, con contenidos desconocidos. Ahora que estoy al pedo, tengo que ordenar todo esto, pensé.
Había unas pastas que , si las pusiese a descongelar, cenaría el último de los días de mis vacaciones. Lo mismo con unas pechugas de pollo y un trozo que supuse roast beef (¿Cuándo y para que habré comprado este roast beef?)
Encontré unas milanesas. ¡Eureka!, grité.
Pelé unas papas y las corté. Papas fritas.  A la mierda la dieta.
Puse música en el living. Una música que tapase el crujido.



.
23:00.  Las milanesas eran de pollo y no de carne como yo me había ilusionado, pero estaban ricas. Abrí una botella de un tinto que me canse de guardar “para alguna ocasión especial”. Un merlot 2009. Un "elisir”.(*)

Me senté en el sillón y me dije: voy a hacer una lista de las cosas que quiero hacer en estas vacaciones.
Busqué una lapicera y un papel. Encontré esos papeles de colores que vienen en los tacos. Muy chico. Busqué en el segundo cajón del escritorio y encontré una hoja rayada. Agarré la guía telefónica 2007 , la ultima que me llegó a casa, para apoyar mientras escribía y  volví a sentarme en el sillón.
Di un sorbo al Merlot.
“Curso de barista”, escribí.
Miré por la ventana. Un pájaro que no era “Electra” miraba , creo, la luz del farol, en una noche en la que podría estar apagado , porque la luna se encargaba de iluminarlo todo.
¿Me gusta mi trabajo? ¿Estoy haciendo lo que me gusta?
Me sorprendí escribiendo eso. Seguí.
¿Qué cosas estoy postergando? ¿Voy a escribir, alguna vez, un libro?
No quiero aburrirme más, escribí.

Escuché el crujido, más fuerte.

Quiero llamar a mi hijo. Lo extraño. Quiero llamarlo, quiero llamarlo ya, y decirle que lo amo. Tengo que hacerlo.
Subrayo “tengo que hacerlo”

Ya no quiero criticar a los demás porque no son como yo quiero que sean. No puedo seguir desgastándome. Las cosas no van a suceder, simplemente.
Puedo tener razón, si, pero… ¿sirve de algo tenerla?

Me sobresaltó el ruido cercano. Lo sentí como si fuese apenas detrás del vidrio que daba al parque. Cerré los ojos. Era el crujido, si . Y el susurro. Y el silbido. Y eran todos juntos.
Abrí los ojos y seguí escribiendo.

Quiero amar a una mujer y que esa mujer me ame. Quiero pasar mi mano por su piel. Que mi boca sea besada. Quiero extrañar. Necesito ser extrañado.

Completé la hoja. Me di cuenta que en ella no había objetos ni nada que implicase dinero.
Ni una casa, ni un auto, ni un reloj, ni un viaje ni ninguna cosa que necesite ser comprada estaban allí. Me sentí satisfecho por ello.

Quiero ser feliz. Escribí, no en el final de la hoja, sino en el principio, sobre “curso de barista”.


Taché “curso de barista”.














(*) Desde que , hace tiempo, escuché a Coco Basile con su voz de faso , noche y alcohol, decir "elisir"  refiriendose a su whisky preferido, el Johnnie Walker Black Label, ya nunca mas pude decir "elixir" sin recordarlo.





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