Estacionado frente a su puerta
estaba su auto, lo que lo tranquilizó: ella estaba allí.
Estacioné el mio unos metros más
allá, en la esquina. Miré la hora: las ocho. El otoño había echado al verano a patadas y a mi me daba lo mismo las ocho que las tres de la madrugada: la noche estaba cerrada y fría.
Bajé del auto, mientras cerraba mi campera y tanteaba la pistola en el bolsillo.
Toqué el timbre. No como siempre
tocaba. Esta vez toqué un solo timbre , largo. Escuché su voz preguntando quien
era y vi la luz apagarse tras la mirilla.
Soy yo.
Abrió la puerta y sonrió. Sonrió
hasta que vio la pistola en mi mano y me escuchó decirle:
¡Manos arriba! Te amo.
Cerré la puerta tras de mi y
apoyé la pistola en su espalda, suavemente.
No estoy sola, me dijo.
Casi inmediatamente apareció Nico
su hijo de seis años. Gritó mi nombre, sin darse cuenta de la pistola que ya guardaba en mi bolsillo. Se trepó a mi espalda y comenzó a taparme los ojos, riéndose
a carcajadas.
Nicolás era su segundo hijo. La
primera era Camila, varios años más grande que el gurrumin que tenia colgado , ambos de un matrimonio que había terminado sin pena y sólo con
estas dos glorias hacia ya cuatro años.
Caminaron hasta la cocina.
En la mesa estaba Martha , su
madre, sirviendo un café a un hombre .
Me saludó con la acidez con la
que siempre lo había hecho, esta vez con un agregado: ¿se conocen? Me señala al
hombre y me dice:”El es Matías, el novio de la nena”
La nena estaba a mi lado, con Nicolás
de la mano y tan pálida como nunca.
¿Algún problema, nena? Ninguno,
Mamá…¿Podrás llevarlo a Nico a la cama? Y Quedáte un poquito con él, ¿sí?
Tenemos algo que hablar con Martín.
Martín y Luciana. Un noviazgo que
comenzó y terminó en un vértigo de sensaciones y olvidos prometidos y nunca
concretados.
Martín, Luciana y Matías quedaron sentados en
torno a la mesa. Los tres. Los tres hasta que Martín sacó la pistola del bolsillo
y le dijo: Hacéme un favor, ¿querés?, Sentáte
allá. Y le señalo una silla al lado de la heladera.
Matías vio la Glock 9mm y se puso
a tono con la piel de Luciana, se sentó en la silla indicada y colocó sus manos
sobre sus rodillas.
¿Qué querés? Le dijo Luciana ¿Estás
loco?
Si, le dije. Estoy loco. Pero…
pará un poquito. Hoy las preguntas las hago yo ¿sabés?
Pregunta numero uno: ¿Quién es
este salamín?
Es mi novio, dijo ella. Y no es ningún
salamín. Intentó ponerle énfasis, pero fracasó.
El salamín había comenzado a
transpirar de un modo evidente.
¿Los coleccionas? Pregunté.
¿Coleccionas giles?
¿Adonde fue a parar la Luciana
inteligente, la que tenía el listón alto, la pretenciosa? ¿Te olvidaste lo que
hablamos siempre? ¿Dónde quedaron las promesas?
Miró a Matías y le dijo:¿Sabés lo
que nos prometimos?
¡Callate! , dijo ella…por favor…
Por favor, nada, dije…Con Luciana
nos prometimos, nos juramentamos, no estar nunca más con alguien que no nos
complete, ni siquiera darle la mas mínima bola a aquella persona que consideráramos
“inferior”. ¿Te llama la atención, no? Digo… ¿Te llama la atención la palabra “inferior”?
¿Sabés a qué nos referimos? “Inferior” es todo aquel o aquella que tenga la cultura del montón, aquel o aquella a
la que hay que explicarle las cosas .Esas boludas o boludos que se ríen por
cualquier pavada. “Inferior” es aquella persona que no entienda nuestros
gustos, que no sintonice nuestra misma emisora,que no lea nuestros libros ni escuche nuestra musica, inferior es el papafritas que empiece a
leer el diario por Deportes. La boluda que vive de shopping, el tarado que
apenas sabe coger.
En fin. Una tarde – me acuerdo,
perfectamente, en el restaurante de la playa, en la terraza- Nos dijimos:
“Ya
nos conocimos : No podemos bajar de acá”.
Y subimos el listón. Juntos.
¡ Eso fue antes, Martín! ¡Ya
pasó!
¿Cómo que ya pasó? ¿Qué decís? Dije,
mientras golpeaba la pistola contra la mesa y Matías pegaba un salto.
Hay olor a quemado, dije.
¿Cómo que se te quemó? Me paré de
un salto y apuntando a Matías le dije, correte , piscui, Sentáte allá. Y le
señalé la silla de la que yo me acababa de parar.
A ver, dije. Tomé la cuchara de
madera y revolví suavemente la cacerola. No, no se quemó ,por suerte. Habrá
sido alguna gotita que se derramó. Tomé un poco de tuco y lo puse sobre sus labios, cuidando de no quemarla.
Riquísimo, le dije. Le
falta pimentón. ¿Le ponés?
Si, dijo ella.
Me apoyé en la mesada de mármol
y sonreí al ver un regalo que le había hecho . Un frasco de vidrio con
la leyenda:”Ay, Love you”
¿Te gusta leer?, le pregunté a Matías.
La camisa celeste de Matías ya
era azul. Torrentes de transpiración bajaban por su cuello.
“Más o menos”, dijo.
¿Cómo carajo es leer “mas o menos”?
¡No te digo!, dijo mirándola: un boludo.
¿Coge bien, al menos?
Sssi , dijo ella titubeando.
Mirando a Matías le dije: No
es que está asustada, gil. Ese “Sssi” significa que no la estás cogiendo bien.
Ja,¡ ni eso!.Grité…pero ¡la puta
madre!
¿Sabés qué? le grito ella. ¡Me tenés
harta! Ya nada es lo que era, ¿entendés? Yo ahora necesito otra cosa…necesito…¿cómo
decirlo?…estabilidad. Necesito saber cómo son las cosas, necesito ser la dueña
de la situación…Y con vos eso no podía ser , Martín. Sabés lo que pienso de
vos, lo sabés. Y eso no va a cambiar. Nunca. Pero yo necesito otra cosa, perdonáme,
mi…
Ella se interrumpió cuando todos sabíamos
lo que iba a decir.
Se dio vuelta y comenzó a
revolver la cacerola, despacio.
Miré su espalda y supe lo que
ella sentía. Casi sentí su respirar entrecortado, el inicio del llanto. Sentí la impotencia de lograr lo contrario a lo que siempre buscaba. Amaba su risa y
disfrutaba horrores viendo sus dientes resplandecer en una sonrisa provocada
por algún chiste mio,alguna ocurrencia.
Sin embargo allí estaban, otra
vez. Me pregunté que había pasado. ¿Porque nunca dejaría de pasar aquello?. ¿Por
qué?
Me paré detrás suyo. Recogí,
como tantas veces, su pelo y dejé al descubierto su nuca.
La luz azul de la policía
se filtró por la ventana. Esa vieja de mierda, pensé.
Tomé la pistola y les dije que
pasen a la habitación.
Se escuchó a un oficial ordenando
que salga con las manos en alto.
Abrí la puerta de par en par y me paré debajo del marco, bien a la vista.
Levanté la pistola, apunté al policía
y grité:¡bang!
La Glock 9mm quedó a su lado, prisionera
de su mano. Resultó ser una buena imitación comprada por internet.
La Glock era una imitación del miedo, como el amor que se tenían imitaba, quizás,
a la felicidad ; como la relación de ella con el piscui imitaba vaya a saber
uno que cosa. Todo podía estar imitando a otra cosa y todos ellos estar
viviendo un simulacro, entre copias bastardas de originales de ficción.
Mientras el tuco alcanzaba su
punto, todo sucedió como una ráfaga: Los
policías entraban, la luz azul seguía girando, incansable, ella corrió hacia él,
hacia él y su sangre, y se dejó caer a
su lado y lo abrazó y le dijo algo al oído , algo que susurró , bajito, algo
que nunca más volvió a repetir.
B.L.