jueves, 2 de mayo de 2013

Te digo una cosa





En la ventana  se veían las gotas de la lluvia escurrirse como pequeñas lágrimas. Entrevió un gris oscuro entre las ramas de los árboles y pensó: Va para largo. No tenía frío pero igual buscó casi a tientas la frazada y se tapó. Aunque nunca coincidió con aquel lugar común de: “Que hermoso es dormir con el ruido de la lluvia”, se durmió.

Una sola cosa te digo –le dijo su padre- : Las cosas no son tan fáciles como parecen. Lo dijo serio, como casi siempre, y prosiguió (su padre siempre decía:”Una sola cosa te digo”, pero después decía varias): Para conseguir algunas cosas, como las que hoy disfrutas, hay que romperse el lomo, ¡eh!  ¡Y como!
Vivían en una casa hermosa. La habían estrenado hacia un par de años. Tenía todas las comodidades que podían pretender: Calefacción, refrigeración, televisores, biblioteca, computadoras, electrodomésticos por doquier (algunos jamás utilizados), cómodos sillones, autos. El joven miraba todo aquello mientras escuchaba a su padre. Miraba todo aquello y le resultaba todo muy común: había nacido con todas esas cosas.
¿Sabés lo que pasa?, siguió su padre que pareció leerle el pensamiento: Vos naciste con todo esto , no como nosotros. Dijo nosotros y miró a su esposa que hasta ese momento no había dicho palabra. ¿No es cierto? Decile, dale, decile. Pero no dejó que diga nada. Siguió él. En mi época usábamos pantalón corto hasta que teníamos unos pelos así en las piernas -hizo un gesto con su mano separando pulgar e índice-... y no había televisión. Había ,se corrigió, pero no teníamos. Solo había una en la cuadra: la de Víctor, el dueño de la mueblería. ¿Celulares? ¿Aire acondicionado? ¡Pero no me hagas reír, ¿querés?!
¿Y vos? Veintidós años, nunca laburaste ¿y ahora me salís con que querés dejar de estudiar? ¿Y que pensás hacer, si se puede saber?
Voy a trabajar y en diez años voy a tener una casa mejor que esta, dijo el joven mientras mantenía la mirada de su padre.

Un trueno lo sobresaltó. Las lagrimas de la ventana ya eran una sola que todo lo cubría. Cerró sus ojos.
La mujer se fue y cerró la puerta tras de sí, en un portazo final, definitivo. Se sentó en un sillón pequeño de descoloridas flores tapizado y comenzó a llorar. Lo de comenzar a llorar, en verdad, no se ajusta demasiado a la realidad. Venia llorándola desde hacía años. Desde que se dio cuenta que vivir juntos era sufrir, pero, a su vez, inimaginando un destino sin ella. Todo lo contrario, concibió su vida en torno a ella. Todos sus planes la tenían como principal protagonista: una casa, tal cual ella hubiese deseado, un viaje al lugar soñado más por ella que por él. La más mínima parcela de su día, la tenía a ella allí, central.
Nunca concibió el más mínimo desgaste en la relación, pese a que ella estaba allí para decírselo. Ocultaba, tapaba todas y cada una de las realidades que hablaban de desamor. Barrió años de basura debajo de la alfombra de la negación.
Visitaba cada vez más seguido el cuartito de las herramientas, donde lloraba tras cada discusión.
La tarde en la que llegó a casa y vio la valija preparada parecía ser una más, como tantas. Pero en esta había valija y portazo. Y más llanto.

Creyó  escuchar un pájaro. Algo así como un chirrido agudo. Pero no. Era una rama del pino que, quebrada, parecía sufrir antes de caerse. La miró un rato largo, hasta que un latigazo de viento  se apiado de ella.
Se restregó los ojos. Miró el reloj. Faltaban tres horas aun para levantarse.
Volvió a taparse con el acolchado color tierra. Movió la cabeza de un lado a otro.
¿Cuántas veces te dije que no hagas eso? Gritaba y miraba al perro con furia. El perro había roto por enésima vez unas plantas que el jardinero había colocado  unos días atrás. ¿Cuántas veces te lo dije, Charlie? ¿Cuantas? El estúpido nombre en inglés había sido idea de su hija menor y, dicho en el medio de su enojo, resultaba más estúpido aun. Tomó al perro del collar y lo arrastró varios metros mientras lo pateaba con todas sus fuerzas.   De repente  el perro gritó: ¡Basta! ¡Basta ya! ¿Hasta cuando creés que voy a aguantar este maltrato? ¡idiota! Me das de comer tus sobras y  no te basta con que mueva mi estúpida cola ¿no es cierto? Me paseas solo para mostrar mi pedigrí y vanagloriarte con la vecina y ¿debo adorarte por ello? Me tenés harto. El perro se paró en dos de sus patas, pero sin apoyarse en él, sólo sobre sus dos patas traseras. Caminó en torno suyo mientras decía: Con dueños como vos, pronto conduciremos autos solo para llenar las carreteras de imbéciles  idénticos a  vos atropellados y pasados por arriba, una y otra vez. 
El perro dio media vuelta, le arrojó la correa en la cara  y se marchó.


Sonó la alarma del despertador . Enseguida la apagó, evitando despertar a su mujer, que dormía a su lado. Corrió su pelo para verla mejor. Lo hacia todas las mañanas, le gustaba verla dormir. Ella dormía con un gesto placido, casi sonriente.
Se puso su bata de seda con el monograma bordado en un bolsillo , bajó las escaleras y pudo oler las tostadas que ya tenía preparada Aurora, su empleada. Sobre la mesa tenía los diarios del día. Una taza de café negro dejaba volar su vapor.
 “Señor –escuchó que le decía Augusto, su mayordomo, lo llamaron de su empresa por el tema de la ampliación…si quiere me ocupo de llevar los chicos al Colegio…”
Si, Augusto, por favor. Gracias.
Miró a través de la ventana el inmenso parque y vio la rama rota.
Charlie, correteaba tras unas hojas.
Miró, despacio, muy despacio, en derredor suyo. Cada cosa, cada objeto. Mientras ,el café se enfriaba y el diario era leído por nadie.

Tomó su abrigo y su maletín y se dirigió a la puerta. La abrió, también despacio, y antes de cerrarla, giró y  dijo, con voz temblorosa: Aurora ¿le puedo hacer una pregunta? ¿Es esta la realidad, no es cierto? ¿No es cierto, Aurora?