En la ventana se veían las gotas de la lluvia
escurrirse como pequeñas lágrimas. Entrevió un gris oscuro entre las ramas de
los árboles y pensó: Va para largo. No tenía frío pero igual buscó casi a
tientas la frazada y se tapó. Aunque nunca coincidió con aquel lugar común de: “Que
hermoso es dormir con el ruido de la lluvia”, se durmió.
Vivían en una casa hermosa. La habían estrenado hacia un par
de años. Tenía todas las comodidades que podían pretender: Calefacción, refrigeración,
televisores, biblioteca, computadoras, electrodomésticos por doquier (algunos
jamás utilizados), cómodos sillones, autos. El joven miraba todo aquello mientras escuchaba a su
padre. Miraba todo aquello y le resultaba todo muy común: había nacido con
todas esas cosas.
¿Sabés lo que pasa?, siguió su padre que pareció leerle el
pensamiento: Vos naciste con todo esto , no como nosotros. Dijo nosotros y miró
a su esposa que hasta ese momento no había dicho palabra. ¿No es cierto? Decile,
dale, decile. Pero no dejó que diga nada. Siguió él. En mi época usábamos
pantalón corto hasta que teníamos unos pelos así en las piernas -hizo un gesto con
su mano separando pulgar e índice-... y no había televisión. Había ,se corrigió,
pero no teníamos. Solo había una en la cuadra: la de Víctor, el dueño de la
mueblería. ¿Celulares? ¿Aire acondicionado? ¡Pero no me hagas reír, ¿querés?!
¿Y vos? Veintidós años, nunca laburaste ¿y ahora me salís
con que querés dejar de estudiar? ¿Y que pensás hacer, si se puede saber?
Voy a trabajar y en diez años voy a tener una casa mejor que
esta, dijo el joven mientras mantenía la mirada de su padre.
Un trueno lo sobresaltó. Las lagrimas de la ventana ya eran
una sola que todo lo cubría. Cerró sus ojos.
La mujer se fue y cerró la puerta tras de sí, en un portazo
final, definitivo. Se sentó en un sillón pequeño de descoloridas flores
tapizado y comenzó a llorar. Lo de comenzar a llorar, en verdad, no se ajusta
demasiado a la realidad. Venia llorándola desde hacía años. Desde que se dio
cuenta que vivir juntos era sufrir, pero, a su vez, inimaginando un destino sin
ella. Todo lo contrario, concibió su vida en torno a ella. Todos sus planes la
tenían como principal protagonista: una casa, tal cual ella hubiese deseado, un
viaje al lugar soñado más por ella que por él. La más mínima parcela de su día,
la tenía a ella allí, central.
Nunca concibió el más mínimo desgaste en la relación, pese a
que ella estaba allí para decírselo. Ocultaba, tapaba todas y cada una de las
realidades que hablaban de desamor. Barrió años de basura debajo de la alfombra
de la negación.
Visitaba cada vez más seguido el cuartito de las
herramientas, donde lloraba tras cada discusión.
La tarde en la que llegó a casa y vio la valija preparada
parecía ser una más, como tantas. Pero en esta había valija y portazo. Y más
llanto.
Creyó escuchar un
pájaro. Algo así como un chirrido agudo. Pero no. Era una rama del pino que,
quebrada, parecía sufrir antes de caerse. La miró un rato largo, hasta que un
latigazo de viento se apiado de ella.
Se restregó los ojos. Miró el reloj. Faltaban tres horas aun
para levantarse.
Volvió a taparse con el acolchado color tierra. Movió la
cabeza de un lado a otro.
¿Cuántas veces te dije que no hagas eso? Gritaba y miraba al
perro con furia. El perro había roto por enésima vez unas plantas que el
jardinero había colocado unos días atrás.
¿Cuántas veces te lo dije, Charlie? ¿Cuantas? El estúpido nombre en inglés había
sido idea de su hija menor y, dicho en el medio de su enojo, resultaba más estúpido
aun. Tomó al perro del collar y lo arrastró varios metros mientras lo pateaba con
todas sus fuerzas. De repente el perro gritó: ¡Basta! ¡Basta ya! ¿Hasta cuando creés que voy a aguantar
este maltrato? ¡idiota! Me das de comer tus sobras y no te basta con que mueva mi estúpida cola ¿no
es cierto? Me paseas solo para mostrar mi pedigrí y vanagloriarte con la vecina
y ¿debo adorarte por ello? Me tenés harto. El perro se paró en dos de sus
patas, pero sin apoyarse en él, sólo sobre sus dos patas traseras. Caminó en
torno suyo mientras decía: Con dueños como vos, pronto conduciremos autos solo
para llenar las carreteras de imbéciles idénticos a vos atropellados y pasados por arriba, una y otra vez.
El perro dio media
vuelta, le arrojó la correa en la cara y se marchó.
Sonó la alarma del despertador . Enseguida la apagó, evitando despertar a su
mujer, que dormía a su lado. Corrió su pelo para verla mejor. Lo hacia todas
las mañanas, le gustaba verla dormir. Ella dormía con un gesto placido, casi
sonriente.
Se puso su bata de seda con el monograma bordado en un bolsillo , bajó las escaleras y pudo oler las tostadas que ya tenía
preparada Aurora, su empleada. Sobre la mesa tenía los diarios del día. Una taza de café negro dejaba volar su vapor.
“Señor –escuchó que le decía
Augusto, su mayordomo, lo llamaron de su empresa por el tema de la
ampliación…si quiere me ocupo de llevar los chicos al Colegio…”
Si, Augusto, por favor. Gracias.
Miró a través de la ventana el inmenso parque y vio la rama
rota.
Charlie, correteaba tras unas hojas.
Miró, despacio, muy despacio, en derredor suyo. Cada cosa, cada objeto. Mientras ,el café se enfriaba y el diario era leído por nadie.
Tomó su abrigo y su maletín y se dirigió a la puerta. La
abrió, también despacio, y antes de cerrarla, giró y dijo, con voz temblorosa: Aurora ¿le puedo
hacer una pregunta? ¿Es esta la realidad, no es cierto? ¿No es cierto, Aurora?