El golpe me sobresaltó. Fue en la puerta de mi departamento
del segundo piso. Una voz desconocida gritó: ¡Abran!¡Bomberos!
No había humo en el living del departamento, donde yo estaba
entre dormido en mi viejo sillón de pana , pero si olor.
¡Abran! Repitió la voz. Y agregó:¡O derribamos la puerta!
Me coloqué las pantuflas , giré la llave y abrí la puerta.
Dos jóvenes bomberos ingresaron a mi departamento. En el pasillo quedaron el
encargado del edificio y dos vecinas , una de mi piso y otra del tercero, todos
con caras circunspectas casi de enojo.
Al abrir la puerta de la cocina , un denso humo negro inundó el resto del departamento. Corrí a cerrar la puerta que daba a las
habitaciones.
Resultó una falsa alarma: el humo provenía del horno de la
cocina, donde se había achicharrado un pollo que allí se cocinaba.
Despedí agradecido a los bomberos y me disculpé con mis
vecinas y el encargado.
“Estoy tomando un medicamento y me dormí”,mentí. “No volverá
a pasar”.
Los problemas , en principio, son dos: No estoy tomando ningún
medicamento y –en primerísimo lugar- no recuerdo haber puesto un pollo a
cocinar.
Cumpli setenta y ocho años en el pasado agosto. Me jacto de
mi estado físico –camino cinco kilómetros por dia, llueve o truene- y mis exámenes
médicos son , al decir de mi medico, “los de un joven de treinta”.
Vivo solo. Mi hijo se mudó a Toronto al recibir un ascenso,
hace ya diez años. Alli se casó y tuvo una hija, Charlotte. El día del suceso
del pollo quemado, me había llamado por la mañana para arreglar su viaje de fin
de año , para la Navidad.
Me dieron el turno con mi medico para el día martes de la
semana entrante, haciendo una excepción dada mi amistad con él.
Antes de entrar al consultorio , pasé por la casa de dulces
y compré sus preferidos : unos con una especie de praliné y algo mas que no
recuerdo.
Le comenté lo ocurrido. Me miró y me preguntó si era la
primera vez. Le contesté : “por supuesto”.
Me tranquilizó con que podía ser un suceso aislado…pero que
, para prevenir, tomase algunas capsulas que me prescribió.
- “Hay algo mas, me dijo, quiero que te compres un cuaderno
pequeño, o una libreta y comiences a escribir un diario. Puede parecerte estúpido,
pero es muy útil”.
- ¿Útil? , pensé. Pero no se lo dije. “perfecto”, contesté.
- “Quiero verte el mes que viene”.
- “Seguro”.
Camino a casa me detuve en la librería que quedaba dentro
del centro de compras. Elegí una pequeña libreta con tapas de color ocre. Tenia
cien hojas rayadas de un papel muy delicado y delgado, lo que la hacia pequeña.
Comencé a anotar cosas sin ninguna importancia como : “Desde
mi ventana veo un hermoso y gran alerce“ o cosas por el estilo. Nunca había escrito
ni un diario ni nada que se le parezca y siempre que me encontraba frente a la
libreta mi mente parecía ponerse en blanco y nada se me ocurría. “No importa
que anotes” me dijo el medico. “Lo que sea”.
Me despertó el frío. Por mi frente se deslizaban gotas de
sudor. Abrí los ojos. Seguramente era el miedo . O el terror. Estaba en una habitación
desconocida. No estaba atado, pero seguramente alguien me había llevado allí . Estaba sentado en un sillón.
“¿Hay alguien aquí’?”, grité. Nadie me contestó. “¿Hay
alguien aquí?”, grité mas fuerte. Me acerqué a la puerta. Estaba cerrada. Fui hacia la ventana y corrí el cortinado. La nieve cubría casi todo y lo único
que se veía era un árbol hermoso.
¿Quién me habría llevado allí? ¿Para que? . Mi mente corría
a ningún lugar.
Miré el teléfono . Tenía tono. Pero no recordé
un numero al cual llamar.
El departamento estaba amueblado de manera convencional y
estaba ordenado. Busqué algo que me pudiese dar una pista acerca de mis
captores.En la mesa de la cocina solo encontré una
pequeña libreta de tapas color ocre, pero nada importante había allí.
Mi corazón latía rápido.
“Tengo que tranquilizarme”, pensé.
“Tengo que encontrar
la manera de escapar de aquí”.
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