Mayo había llegado con su frío
inevitable y las personas se habían tornado invisibles debajo de capuchas y
bufandas. Los charcos de la lluvia de diez días poblaban las calles, el césped de
la plaza y las veredas.
La gente se transformaba en un enorme y descontrolado
pinball , saltando para un lado y para el otro , sin pelota plateada, sin nadie
que mueva las paletas.
Entré a “El Imperial” y resoplé.
Walter, el mozo, me preguntó: ¿Llueve ácido?
Lo miré y le contesté: “Chiste viejo”.
Walter miró a la Señora que se
colocaba el sobretodo para irse y sintió la irrefrenable necesidad de terminar
su chiste: “ No entiendo a la gente que corre cuando llueve como si lloviese ácido…es
solo agua, ¿no?.
La señora le sonrió , tomó su paraguas de tela
escocesa , abrió la puerta y se fue.
Era jueves de póquer. Los jueves ,el Gallego , Dueño y Señor de “El
Imperial” , cerraba las puertas a las diez de la noche, puntual, y con la ayuda
de todos nosotros, corría las cortinas, dejaba todo ordenado y acomodaba la
mesa de siempre , la redonda del rincón, para jugar nuestro póquer.
Yo no sé jugar y me aburre verlo
jugar. Pero me gusta cocinar y participar de las charlas de la mesa. Los que
jugaban eran el Gallego, Walter, Raúl, Carlos , Fito y el Flaco.
Carlos y el Flaco eran los únicos
casados, y pese a ese obstáculo casi invencible, mantenían asistencia perfecta.
El resto, el que no era separado divorciado, era soltero o viudo, como el
Gallego.
Algunas veces, como esta noche, solía
quedarse el Dr Ávila, el director de una de las principales Clínicas de la
ciudad y habitué de años de “El Imperial” al que solo le interesaba el plato
que yo cocinaba y poco más. Participaba poco, comía más y reía mucho. Para el
que no lo conocía era un contraste notorio: El Dr había acuñado durante años una
impostura de seriedad que –según él- debía tener todo medico que se precie,
pero en la intimidad era un puteador feroz y un eximio contador de chistes, la mayoría
de ellos, verdes.
Al rato llegaron en tándem, Raúl,
Carlos, Fito y , unos minutos después, el Flaco.
Esperamos a que se fueran los últimos
clientes, cerramos las puertas y corrimos las cortinas.
¿Menú? , me preguntó el Dr.
Hoy comemos unas mollejitas al
verdeo con unas papas que ni te cuento. De entrada, las empanaditas que trajo
el Flaco, las que hace su vecina, con aceitunas y la mar en coche. De postre,
tiramisú. Perdón, MI tiramisú.
El Dr., un sibarita, se frotó su casi
imperceptible panza mientras decía “mmmmmmmmm” y ¿de tomar?
Le dije que habían quedado
algunas botellas del jueves anterior, dos de Merlot y algunos más que no me
acordaba. ¿Por qué no va, Dr., y abre alguna?
No sabemos por qué, pero nadie tuteaba
al Dr.
Mientras acomodaba las cosas para
cocinar le dije al Gallego: Gaita, andá, sentáte, yo me encargo.
El Gallego me miró y siguió
haciendo lo que quiso, sin darme la más mínima bola, aunque yo creo que no me escuchó.
Es Gallego, dejálo, gritó Raúl,
que había escuchado el dialogo.
Comimos, como siempre, mucho.
Tomamos, aun mas.
Fito y El Flaco juntaron la mesa
mientras Carlos lavaba los platos.
El Dr. que no sabía nada de póquer,
como yo, ya se corría a un costadito.
El Gallego dijo: hago los cafés y
empezamos.
Lo vimos irse , tambaleante, y le
dijimos :”¿estás en pedo, Gallego?
¡Si no tomé, nada!, nos gritó.
Miramos su vaso, por la mitad de su Villavicencio
sin gas.
Detrás del vidrio, empapado, nos
miraba “Caniche”, el perro del Gallego. “Caniche” era un mestizo enorme, cruza
de dogo con vaya a saber que .
Raúl dice : Gaita, el “Caniche” está afuera
hecho sopa.
El Gallego no contestó.
Entrálo, boludo, dijo Fito.
Raúl le abrió la puerta pero no
hubo caso, Caniche se quedó afuera bajo la lluvia.
“Má si”, dijo Raúl y cerró la
puerta.
Ya estábamos sentados para
empezar cuando escuchamos el ruido.
El Gallego se había caído de este
lado de la barra. El estruendo mayor lo hizo la bandeja de acero inoxidable que
siempre lo acompañaba. Quedo girando como un trompo sin terminar nunca de
hacerlo…
“Capotó”, dijo el Dr. sin
siquiera pararse.
Todos lo miramos.
“Capotó. Un patatús. No hay nada
que hacerle”.
¿Qué dice, Tordo? Le gritó
Carlos.
Bueno, una embolia cerebral, si
quieren precisiones, muchachos…y agregó: Pobre Gaita.
Nadie se paró.
El Gallego estaba tirado paralelo
a la barra. Quedó con los ojos abiertos, celestes, mirando hacia la lámpara de
vidrio que el mismo había colgado, orgulloso, meses atrás. Su boca estaba
cerrada y, si no fuese por el Dr., ya todos lo hubiésemos mandado a la mierda diciéndole
que no se haga el boludo, que no joda con esos temas.
Pero el Gallego estaba muerto y
no era joda.
No sé cuanto tiempo estuvimos allí, sentados, en silencio. Hasta que Fito dijo:
¿Y los cafés?,
Yo los hago, dijo el Flaco.
El Flaco había trabajado con el
Gaita hacia como veinte años atrás y sabia usar “La Vaporosa” , tal el nombre
que el Gallego le había puesto a la siempre reluciente cafetera exprés.
Para pasar hacia atrás de la barra para hacer los
cafés, el Flaco debió hacerlo por sobre las piernas del Gallego.
Lo miramos.
“A mi córtamelo un poco, Flaquito“, dijo Carlos.
“El mío ¿puede ser doble?” , dijo
el Dr.
Raúl estaba callado.
Fito le dice ¿estás bien?
Si, bárbaro, le dice. Salvo
porque el Gallego se cagó muriendo y está ahí tirado, todo bien.
En estos momentos me gustaría ser
religioso, digo.
¿Por?, dice Fito, mientras abre
la canilla de vapor para calentar la leche del cortado de Carlos.
Porque para eso sirve la religión,
Fito. Fijáte una cosa, estamos en el 2017 ¿no? Y antes de eso hubo muchos años
más ¿no?
Todos asintieron.
Y seguimos con las mismas dudas,
los mismos miedos.
¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos
cuando nos morimos?
No, pará…dice Raúl…de dónde
venimos ya lo sabemos ¿no? De Papá y Mamá y hace un gesto obsceno con su mano
derecha…
No, gil, le digo…no de donde
viene cada uno de nosotros, si no ¿de dónde venimos cuando no había nada…pero
nada de nada? ¿Quién creó el mundo? ¿Dios? ¿Qué Dios? ¿Es el mismo Dios
Todopoderoso que después deja que te haga mierda un tsunami o un terremoto…¿te acordás?…ya
lo hablamos, Raúl, ya lo hablamos…
Y lo mismo con la muerte…¿adónde
vamos? ¿Hay cielo? ¿Hay más allá? ¿Reencarnaremos en algo? ¿en qué carajo
reencarnaremos? Nos pasamos toda la vida temiendole...evitándola.. sabiéndola inevitable pero haciéndonos los giles, esperando que hoy no, hoy no.
El Flaco acomodó la bandeja en la
mesa con los cafés. Lo miramos. Miramos la bandeja. Era la bandeja del Gallego.
¿¡¡¡Agarraste la bandeja de el
Gallego!!!?, dijo Carlos.
¿Hay otra? Contestó el Flaco.
Todos nos miramos.
“Pasáme el edulcorante” , le dije
a Fito. “Uno solo, gracias”
“Lo bueno es que el Gallego era
solo”, dice el Dr.
“Es verdad”, dijo el Flaco.
¿Saben una cosa? El Gallego debe haber soñado esta muerte, acá, en el Imperial
que el tanto amaba.
“Coincido”, dije.
“A la mierda que está caliente”,
dijo el Dr. mientrs dejaba su café doble en el plato y agitaba su mano.
¿Qué será de “El Imperial”, no? ,
dije.
Todos miramos a Walter. Había
estado callado todo el tiempo estrujando una servilleta, con las piernas bien
juntas, apretadas.
Todos nosotros sabíamos lo que el
Gallego había dicho tantas veces: “Si alguna vez me pasa algo…yo quiero que “El
Imperial” siga. Y quien mejor que Walter para hacerlo. Un buen pibe, me
acompaña desde hace años, lo quiero como un hijo…
El Gallego había dicho eso muchas
veces, pero nunca frente a Walter.
“Quedáte tranquilo, Walter, dijo Raúl,
mañana hablamos con el boga que viene a las diez y arreglamos todo”
Fito se había parado e ido al
lado de el Gallego. Se puso en cuclillas y le cerró los ojos.
¿Se dieron cuenta de algo?, dijo.
Todos estamos pensando en nosotros, en nuestras cosas, en nuestras
conveniencias. Nadie piensa en el Gallego.
Pará, Fito, pará. No es así.
Todos pensamos en el Gallego. Todos sabemos lo que el Gallego fue.
Pero la vida es esto. La vida es
seguir. Cueste lo que cueste. Tratando de no mirar para atrás.
¿Me entendés ahora cuando te decía
porque me gustaría ser religioso?
Ahora podríamos estar diciendo la
boludez típica : “El señor se lo llevo a su lado”…”El Gallego fue al cielo,
seguro” y pavadas por el estilo…¿me entendés ahora?
Nos abrazamos con Fito y lloramos
un poquito, bajito.
El Gallego se había salido con la
suya: habíamos salido, por primera vez, de la Santísima Trinidad de las reuniones masculinas: minas, autos y fútbol y nos habíamos dejado
llevar por caminos casi metafísicos, sobre la vida y la muerte.
Habíamos tomado,
también por primera vez, un café que no fuese hecho por él.
Habíamos estado un
rato largo sin hablar mirando su cuerpo caído paralelo a la barra.
Arreglamos el tema de la
ambulancia y el velorio, mientras tras el vidrio a Caniche ,empapado, se le deslizaba una
gota de lluvia por su hocico y caía de su labio, lento hacia el piso.
Una gota que , a mí, me pareció una lágrima.
Una gota que , a mí, me pareció una lágrima.
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