La historia es más o menos así:
tres hermanos son abandonados por su padre cuando el mayor de ellos tenía ocho
años. Dos años más tarde, la madre , que había comenzado a noviar a escondidas
con un vecino, los abandona y quedan los tres al cuidado de una familia
conocida.
La historia por sí sola, aun
resumida de manera tan sucinta, es atrapante, interesante y desgarradora. Esta
historia me fue contada por un amigo, hace muy pocas tardes mientras hablábamos
de bueyes perdidos y salió a la luz como salen algunas cosas que estaban
ocultas: de sopetón, sin medias tintas.
Me comentó la marca que este
hecho le había producido, los años que le llevó amigarse con su pasado y
terminó comentándome su bastante reciente reconciliación con su madre , no sin
antes aclarar los tantos y lavar trapos viejos y dolientes.
Sin embargo, lo que más me llamó
la atención fue una frase que me dijo mi
amigo con los ojos apenas llorosos de lagrimas gastadas y añejas, quien
levantando su dedo me dijo:
Vos no lo
podés entender, ni lo vas a poder entender nunca, porque , ¿Sabés qué pasa? Quien nunca fue abandonado nunca puede entender
lo que es ser abandonado.
Esto que mi amigo dijo tiene
mucho de Perogrullo pero también mucho de verdad: Yo entendí perfectamente lo
que mi amigo quería decir. Y tenía razón.
Seguramente quienes no fuimos
abandonados por nuestros padres podemos poner a trabajar nuestra imaginación y
toda nuestra sensibilidad pero nunca, nunca, nunca, podremos replicar lo que la
persona abandonada sintió.
Y esa misma tarde, que ya era
noche, mientras por mi boca se deslizaba un malbec y en la copa quedaba el
rastro viscoso ,brillante y bordó, me puse a pensar que esa misma verdad podría caberle a cada uno de nosotros… ¿Quién de nosotros no tenía una situación que
difícilmente pueda ser replicada y , por lo tanto, según mi amigo, entendida por
los otros?
¿Quién no sufrió un accidente? ¿Quién
no se enfermó gravemente? ¿Quién no fue engañado por una esposo/a novio/a y sintió su corazón romperse para
siempre? ¿Quién no fue despedido o se quedó sin trabajo y sufre por no poder
comprarles a sus hijos unas putas zapatillas?
Seguramente estas son situaciones
que no parecen, a primera vista, demasiado extrañas. Ninguna de ellas nos
convertirá en un bicho raro (*), en un ser único.
No es lo mismo ser abandonado por
su pareja que haber perdido una pierna a manos de un tiburón surfeando en el Pacífico, claro que no.
Sin embargo, es muy posible que en nuestra vida diaria, esa que transitamos
todos los días casi sin darnos cuenta de que lo hacemos, estemos rodeados de
gente que no vivió alguna de nuestras experiencias definitivas, esas
experiencias que nos marcan para siempre.
Es así que, por ejemplo, en el
trabajo, uno puede comentar el problema que está teniendo con una enfermedad que puede
costarle la vida y, casi seguramente, ninguno de nuestros circunstanciales
acompañantes y atentos oyentes jamás estuvo enfermo de gravedad.
Esto convierte a todos ellos en
personas que no pueden entendernos. Y posiblemente nunca lo hagan.
¿Puede , otro de mis amigos, que siempre vivió
con la misma mujer a la que conoce desde
la secundaria y con la que viven un hermoso matrimonio, entender lo que se siente
cuando la persona que más amás se va para no volver?
¿Puede él entender el vacío que
se siente?
¿Podrá esforzarse lo suficiente y
sentir lo que se siente al saberla con otro?
De la misma manera: Quién cuenta
con sus dos padres y los disfruta cada domingo, y habla con ellos diariamente y
les saca fotos con sus nietos…¿Puede entender a aquel que vio como su padre se
desintegraba por el cáncer ? ¿Comprenderá
la impotencia, el dolor, la tremenda tristeza?
Podemos, si, juntarnos con
aquellos que vivieron experiencias semejantes: Así vemos como los alcohólicos
se juntan y las madres que perdieron a sus hijos y los que padecen tal cosa y
tal otra . Y comparten momentos con gente que vivió cosas similares y que
pueden entenderlo. Y luchan juntos.
Pero… ¿Cuánto? ¿Una? ¿dos veces
por semana? El resto de nuestras vidas las vivimos con aquellos que nunca entenderán
lo que sufrimos.
Amigos, vecinos, familiares,
parejas. Nunca podrán entender lo que se siente. Nunca.
Será momento entonces de dejar de
pretenderlo. Debe dejar de ser
importante para nosotros la comprensión del otro. No podemos pretender lo que
el otro no puede, ni con todo su esfuerzo, darnos. Debemos comenzar a valorar, en
su justa dimensión, la intención de
hacerlo: la compañía, el café en el momento justo, la llamada cuando nadie te
llama, la caricia, el abrazo.
Claro que no puedo sentir el ser abandonado
por mis padres, amigo. Perdonáme, pero no.
¿Te sirvo un poco más?
P.s: Cuando yo era muy pequeño, tenía
dos años, sufrí la amputación del dedo meñique de mi mano derecha por parte de
mi abuelo, que cerró un portón.
Este hecho marcó mi vida y ,
seguramente, será algo que ninguno de ustedes podrá jamás entender.
P.s II: Aniceto, donde sea que estés:
lo del meñique es broma.
(*) en latín, Rara Avis.
La verdad, tan cruel como real.
ResponderEliminarMuchas personas deberían leer esto.
Un abrazo,
Eduardo