domingo, 11 de diciembre de 2016

Rara Avis





La historia es más o menos así: tres hermanos son abandonados por su padre cuando el mayor de ellos tenía ocho años. Dos años más tarde, la madre , que había comenzado a noviar a escondidas con un vecino, los abandona y quedan los tres al cuidado de una familia conocida.

La historia por sí sola, aun resumida de manera tan sucinta, es atrapante, interesante y desgarradora. Esta historia me fue contada por un amigo, hace muy pocas tardes mientras hablábamos de bueyes perdidos y salió a la luz como salen algunas cosas que estaban ocultas:  de sopetón, sin medias tintas.
Me comentó la marca que este hecho le había producido, los años que le llevó amigarse con su pasado y terminó comentándome su bastante reciente reconciliación con su madre , no sin antes aclarar los tantos y lavar trapos viejos y dolientes.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue  una frase que me dijo mi amigo con los ojos apenas llorosos de lagrimas gastadas y añejas, quien levantando su dedo me dijo: 

Vos no lo podés entender, ni lo vas a poder entender nunca, porque , ¿Sabés qué pasa?  Quien nunca fue abandonado nunca puede entender lo que es ser abandonado.


Esto que mi amigo dijo tiene mucho de Perogrullo pero también mucho de verdad: Yo entendí perfectamente lo que mi amigo quería decir. Y tenía razón.
Seguramente quienes no fuimos abandonados por nuestros padres podemos poner a trabajar nuestra imaginación y toda nuestra sensibilidad pero nunca, nunca, nunca, podremos replicar lo que la persona abandonada sintió.
Y esa misma tarde, que ya era noche, mientras por mi boca se deslizaba un malbec y en la copa quedaba el rastro viscoso ,brillante y bordó, me puse a pensar que esa misma verdad podría caberle a cada uno de nosotros… ¿Quién de nosotros no tenía una situación que difícilmente pueda ser replicada y , por lo tanto, según mi amigo, entendida por los otros?

¿Quién no sufrió un accidente? ¿Quién no se enfermó gravemente? ¿Quién no fue engañado por una esposo/a  novio/a y sintió su corazón romperse para siempre? ¿Quién no fue despedido o se quedó sin trabajo y sufre por no poder comprarles a sus hijos unas putas zapatillas?
Seguramente estas son situaciones que no parecen, a primera vista, demasiado extrañas. Ninguna de ellas nos convertirá en un bicho raro (*), en un ser único.
No es lo mismo ser abandonado por su pareja que haber perdido una pierna a manos de un tiburón surfeando en el Pacífico, claro que no. Sin embargo, es muy posible que en nuestra vida diaria, esa que transitamos todos los días casi sin darnos cuenta de que lo hacemos, estemos rodeados de gente que no vivió alguna de nuestras experiencias definitivas, esas experiencias que nos marcan para siempre.
Es así que, por ejemplo, en el trabajo, uno puede comentar el problema que está teniendo con una enfermedad que puede costarle la vida y, casi seguramente, ninguno de nuestros circunstanciales acompañantes y atentos oyentes jamás estuvo enfermo de gravedad.
Esto convierte a todos ellos en personas que no pueden entendernos. Y posiblemente nunca lo hagan. 
¿Puede , otro de mis amigos, que siempre vivió con  la misma mujer a la que conoce desde la secundaria y con la que viven un hermoso matrimonio, entender lo que se siente cuando la persona que más amás se va para no volver?
¿Puede él entender el vacío que se siente?
¿Podrá esforzarse lo suficiente y sentir lo que se siente al saberla con otro?
De la misma manera: Quién cuenta con sus dos padres y los disfruta cada domingo, y habla con ellos diariamente y les saca fotos con sus nietos…¿Puede entender a aquel que vio como su padre se desintegraba por el cáncer ? ¿Comprenderá la impotencia, el dolor, la tremenda tristeza?
Podemos, si, juntarnos con aquellos que vivieron experiencias semejantes: Así vemos como los alcohólicos se juntan y las madres que perdieron a sus hijos y los que padecen tal cosa y tal otra . Y comparten momentos con gente que vivió cosas similares y que pueden entenderlo. Y luchan juntos.
Pero… ¿Cuánto? ¿Una? ¿dos veces por semana? El resto de nuestras vidas las vivimos con aquellos que nunca entenderán lo que sufrimos.
Amigos, vecinos, familiares, parejas. Nunca podrán entender lo que se siente. Nunca.
Será momento entonces de dejar de pretenderlo. Debe dejar de ser importante para nosotros la comprensión del otro. No podemos pretender lo que el otro no puede, ni con todo su esfuerzo, darnos. Debemos comenzar a valorar, en su justa dimensión, la intención de hacerlo: la compañía, el café en el momento justo, la llamada cuando nadie te llama, la caricia, el abrazo.






Claro que no puedo sentir el ser abandonado por mis padres, amigo. Perdonáme, pero no. 
¿Te sirvo un poco más?





















P.s: Cuando yo era muy  pequeño, tenía dos años, sufrí la amputación del dedo meñique de mi mano derecha por parte de mi abuelo, que cerró un portón.
Este hecho marcó mi vida y , seguramente, será algo que ninguno de ustedes podrá jamás entender.


P.s II: Aniceto, donde sea que estés: lo del meñique es broma.





(*) en latín, Rara Avis.

1 comentario:

  1. La verdad, tan cruel como real.
    Muchas personas deberían leer esto.

    Un abrazo,
    Eduardo

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