lunes, 1 de septiembre de 2014

Plutón





Los  papeles de paginas  de diarios cubrían las vidrieras de “El Imperial” de punta a punta. Llegaban a verse aun, los restos descascarados de las viejas letras, en dorado, las que aun no habían sido removidas por los pintores. En mis veinte años de habitué de “El Imperial” era la primera vez que asistía a una refacción de ese tipo. En realidad, refacción no es la palabra adecuada. El Gallego había dado la orden de no tirar ni una moldura –mucho menos una pared- del bar. Las tareas debían limitarse a reparar las paredes, pintarlas y  realizar un cambio total de las instalaciones de gas, agua y electricidad. Esto último respondía a una intimación de la municipalidad que el Gallego no pudo desoír.
Cuando nos enteramos que “El Imperial “cerraría, nos hicimos dos preguntas: por cuánto tiempo cerraría  y  adonde iríamos mientras tanto. El Gallego se encargó de responder a ambas. “El Imperial “cerraría por, al menos (con las obras nunca se sabe) dos meses y, mientras tanto, no deberíamos ir a ningún lugar: si estábamos de acuerdo, El Gallego mantendría funcionando mínimamente una heladera y la máquina de hacer café para que podamos seguir yendo mientras la obra avanzaba. Nos miramos. Medio segundo después teníamos la respuesta: si.



Como siempre, llegué primero. Golpee la puerta de vidrio, mientras intentaba espiar por una hendija que había quedado entre dos hojas de “La Nación”. Walter me abrió. Verlo a Walter, el mozo, vestido de elegante jogging me descolocó. Para mi Walter no podía estar vestido de ninguna otra manera que no fuese su chaqueta blanca con cuello Mao, con “El Imperial “bordado en su bolsillo del cual siempre asomaba una birome. Pantalones negros, zapatos, también negros, siempre relucientes.
Di dos pasos y me impresioné: Sin las mesas ni las sillas (apenas la nuestra, unos metros mas allá)  “El Imperial “era enorme. Cada paso que daba retumbaba en un eco de miedo y yo me preguntaba si estaríamos haciendo bien en venir allí, en estas circunstancias. Corrí la silla, me saqué la campera y pensé si no deberíamos dejar que ese lugar tan importante para nosotros, se rehaga, despacio, paso a paso, sin que nosotros lo molestásemos. Me pregunté si no deberíamos dejar descansar a “El Imperial”.
El sonido del vapor de la cafetera me sobresaltó y el golpe fuerte en el vidrio, que en el salón vacio retumbó como una bomba, aun más. Era Raúl. Le miré la cara mientras entraba y me di cuenta que a Raúl le pasaba algo parecido a lo que a mí.
¡A la mierda! , dijo, ¡Qué quilombo!
Tenía razón. Los artefactos de iluminación, unas invalorables arañas de principios de siglo pasado, estaban sobre unas mesas, en un rincón. El piso estaba lleno del polvo natural en ese tipo de obra. Sin embargo, el Gallego había cuidado que nuestra mesa y el piso que la circundaba, estuviesen relucientes como una isla brillante en medio del piso opaco.
Unos minutos después llegaron Carlos, Fito y el flaco. Todos con ojos grandotes de sorpresa.
Walter había encendido una radio que llenase el espacio del murmullo ausente del público. Se escuchaba “Los mareados”.
¿Te pasa algo, Fito? , preguntó Raúl.
Nada, una boludez, contesto Fito.
Dale, larga, larga, insistió Raúl.
Se notaba que Fito no tenía muchas ganas de hablar, pero el entendió que Raúl insistiría y, además, que íbamos allí a eso, a hablar…
Es Paco, dijo.
¿Paco?
Si, Paco, el carnicero, dijo. Cerró. Para siempre. C’est fini. Se acabó.
Nos miramos y agradecimos que Fito no supiese muchos más idiomas.
¿Y?, preguntó Carlos…está lleno de negocios que cierran.
Los ojos de Fito se entrecerraron. No entendés, ¿no? Paco era mi carnicero. MI carnicero. Yo le podía mandar un mensajito y Paco me guardaba lo que yo quería: un bife ancho, bien ancho. Chinchulines. Asado banderita. Lo que quisiese…
Pero no es solo eso: yo con Paco hablaba. ¡Y eso que Paco era de poco hablar! Hablábamos de futbol, de nuestro Boquita. De política. Del barrio...de todo.
Si me faltaba guitarra, ni tenía que pedírselo: Paco apoyaba su cuchilla gigante, me miraba y me decía: ¡Y si no queda otra!
Pero ¿saben que es lo que más me duele? Que Paco amaba a su carnicería. Le gustaba bromear con las viejitas del barrio. Le gustaba protestar. Amaba señalar a un lomo inmaculado y decir: Me quedó esa porquería.
Fito estaba emocionado. Casi puchereó. Por suerte llegó Walter con el pedido.
¿Vieron muchachos? ¿Que lio, no? ¡Mi Dios!
El Flaco , miró a Walter,rompió el sobrecito de azúcar y dijo: No, Walter, no. Dios no existe.
Nos quedamos esperando el chiste que nunca llegó.
Porque ustedes no serán tan boludos de creer que Dios existe ¿no?
A ver, preguntó: A los que creen que Dios existe, les pregunto: ¿Dios es malo?
Cruzamos miradas con Carlos y Raúl. No, dijimos.
¿Ah, no? ¡Mira vos! Entonces explícame como mierda si Dios existe, es bueno y es Todopoderoso, existe el ébola, que mata miles de negritos. Contáme como carajo puede ser que, si Dios existe, venga un tsunami mientras miles de personas están en la playita lo mas chufi y te limpie diez lucas de tipos de un saque, eh…
Contáme como puede ser que en Haiti ¡Haiti! Venga un terremoto y mueran cien mil de un sopetón.
Fito estaba embalado.
Pero no es de ahora, no te vayas a creer. Te dije lo del ébola, porque soy un tipo informado, pero remontense en el tiempo. No un poquito, remóntense al principio de los tiempos…
A estas alturas nos preguntábamos si Walter no la habría pifiado con el gancia de Fito…
Imagínatelo a Dios, tu Dios, el día de la creación. El tipo, todo barbudito,con una sabanita blanca, piensa y dice : “Voy a crear el Universo”. Arrancamos mal: Para que catzo es necesario crear un universo. Lleno de planetitas pedorros que ni oxigeno tienen. ¡Fijáte que ahora ni Plutón es un planeta! Yo no había terminado de estudiarme los planetas y me vengo a enterar que uno ya no existe…¿No era más fácil crear un planeta, la tierra , y chau Pinela! ¿Para qué más? Ahí ya te das cuenta que es todo un verso.
Si hubiese habido un Dios hubiese creado un planeta como la gente y no esta cagada. Me rio cuando dicen: La naturaleza, (que es como decir Dios) es sabia. ¡Minga! ¡Sabia las pelotas!. Inundaciones, volcanes, olas de calor, de frio, nevadas de puta madre, vientos que te deshacen la casa…¡Dejáte de joder!


Carlos escuchaba, callado.
Cuando Fito termino con su filípica agnóstica, Raúl le preguntó: ¿Y a vos que te pasa, Carlitos?
Que me va a pasar, lo de siempre.
Carlos arrastraba una sufriente relación que no acababa de terminar.
Muchas fueron las tardes en las que lo escuchamos contarnos su sufrir. Amaba a esa mujer.
Esta parecía que iba a ser una más de aquellas tardes. Pero cuando Carlos parecía que iba a comenzar a hablar, lo interrumpí:
Carlos, Carlitos. ¿Te puedo decir algo? Te queremos. Mucho. Y porque te queremos mucho es que te digo que queremos verte bien. Queremos verte arrancar, ponerte en funcionamiento. Sos joven, Papá. Tenés que disfrutar, ¿sabes? Ahora, ¡Ya! Basta con esa mina. Ya fue.
Carlos me miraba y asentía.
Sabemos que la amas. Pero a veces eso no es suficiente. No todas las minas están preparadas para el amor, ¿entendés? Después terminan con cualquier gil, infelices, preparándose purés de alprazolam.
Y en esos casos es que sirve esta pregunta que te voy a hacer, prestá atención:
¿Hiciste todo, pero TODO, TODO por ella ?
Carlos asintió con la cabeza.
No, Carlitos. Cuando crees haberlo hecho todo, cuando crees que ya nada podes intentar, aun queda algo por hacer…
¿Qué?, pregunto Carlitos

Hice un silencio , adrede, y dije: Irte.

Carlos me miró y entendió. Me colocó la mano en la rodilla y me golpeó un par de veces, suave ,cariñosamente.
Revolvió el café despacio y comenzó a tomarlo, mientras de fondo se escuchaba, fatal:
“Hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida…”