Los papeles de paginas de diarios cubrían las
vidrieras de “El Imperial” de punta a punta. Llegaban a verse aun, los restos
descascarados de las viejas letras, en dorado, las que aun no habían sido
removidas por los pintores. En mis veinte años de habitué de “El Imperial” era
la primera vez que asistía a una refacción de ese tipo. En realidad, refacción
no es la palabra adecuada. El Gallego había dado la orden de no tirar ni una
moldura –mucho menos una pared- del bar. Las tareas debían limitarse a reparar
las paredes, pintarlas y realizar un cambio
total de las instalaciones de gas, agua y electricidad. Esto último respondía a
una intimación de la municipalidad que el Gallego no pudo desoír.
Cuando nos enteramos que “El
Imperial “cerraría, nos hicimos dos preguntas: por cuánto tiempo cerraría y
adonde iríamos mientras tanto. El Gallego se encargó de responder a
ambas. “El Imperial “cerraría por, al menos (con las obras nunca se sabe) dos
meses y, mientras tanto, no deberíamos ir a ningún lugar: si estábamos de
acuerdo, El Gallego mantendría funcionando mínimamente una heladera y la máquina
de hacer café para que podamos seguir yendo mientras la obra avanzaba. Nos
miramos. Medio segundo después teníamos la respuesta: si.
Como siempre, llegué primero. Golpee
la puerta de vidrio, mientras intentaba espiar por una hendija que había quedado
entre dos hojas de “La Nación”. Walter me abrió. Verlo a Walter, el mozo,
vestido de elegante jogging me descolocó. Para mi Walter no podía estar vestido
de ninguna otra manera que no fuese su chaqueta blanca con cuello Mao, con “El
Imperial “bordado en su bolsillo del cual siempre asomaba una birome.
Pantalones negros, zapatos, también negros, siempre relucientes.
Di dos pasos y me impresioné: Sin
las mesas ni las sillas (apenas la nuestra, unos metros mas allá) “El Imperial “era enorme. Cada paso que daba
retumbaba en un eco de miedo y yo me preguntaba si estaríamos haciendo bien en
venir allí, en estas circunstancias. Corrí la silla, me saqué la campera y
pensé si no deberíamos dejar que ese lugar tan importante para nosotros, se
rehaga, despacio, paso a paso, sin que nosotros lo molestásemos. Me pregunté si
no deberíamos dejar descansar a “El Imperial”.
El sonido del vapor de la
cafetera me sobresaltó y el golpe fuerte en el vidrio, que en el salón vacio
retumbó como una bomba, aun más. Era Raúl. Le miré la cara mientras entraba y
me di cuenta que a Raúl le pasaba algo parecido a lo que a mí.
¡A la mierda! , dijo, ¡Qué
quilombo!
Tenía razón. Los artefactos de iluminación,
unas invalorables arañas de principios de siglo pasado, estaban sobre unas
mesas, en un rincón. El piso estaba lleno del polvo natural en ese tipo de
obra. Sin embargo, el Gallego había cuidado que nuestra mesa y el piso que la
circundaba, estuviesen relucientes como una isla brillante en medio del piso
opaco.
Unos minutos después llegaron
Carlos, Fito y el flaco. Todos con ojos grandotes de sorpresa.
Walter había encendido una radio
que llenase el espacio del murmullo ausente del público. Se escuchaba “Los
mareados”.
¿Te pasa algo, Fito? , preguntó Raúl.
Nada, una boludez, contesto Fito.
Dale, larga, larga, insistió Raúl.
Se notaba que Fito no tenía
muchas ganas de hablar, pero el entendió que Raúl insistiría y, además, que íbamos
allí a eso, a hablar…
Es Paco, dijo.
¿Paco?
Si, Paco, el carnicero, dijo.
Cerró. Para siempre. C’est fini. Se acabó.
Nos miramos y agradecimos que
Fito no supiese muchos más idiomas.
¿Y?, preguntó Carlos…está lleno
de negocios que cierran.
Los ojos de Fito se
entrecerraron. No entendés, ¿no? Paco era mi carnicero. MI carnicero. Yo le podía
mandar un mensajito y Paco me guardaba lo que yo quería: un bife ancho, bien
ancho. Chinchulines. Asado banderita. Lo que quisiese…
Pero no es solo eso: yo con Paco hablaba.
¡Y eso que Paco era de poco hablar! Hablábamos de futbol, de nuestro Boquita.
De política. Del barrio...de todo.
Si me faltaba guitarra, ni tenía
que pedírselo: Paco apoyaba su cuchilla gigante, me miraba y me decía: ¡Y si no
queda otra!
Pero ¿saben que es lo que más me
duele? Que Paco amaba a su carnicería. Le gustaba bromear con las viejitas del
barrio. Le gustaba protestar. Amaba señalar a un lomo inmaculado y decir: Me
quedó esa porquería.
Fito estaba emocionado. Casi
puchereó. Por suerte llegó Walter con el pedido.
¿Vieron muchachos? ¿Que lio, no?
¡Mi Dios!
El Flaco , miró a Walter,rompió el sobrecito de azúcar
y dijo: No, Walter, no. Dios no existe.
Nos quedamos esperando el chiste
que nunca llegó.
Porque ustedes no serán tan
boludos de creer que Dios existe ¿no?
A ver, preguntó: A los que creen
que Dios existe, les pregunto: ¿Dios es malo?
Cruzamos miradas con Carlos y Raúl.
No, dijimos.
¿Ah, no? ¡Mira vos! Entonces explícame
como mierda si Dios existe, es bueno y es Todopoderoso, existe el ébola, que
mata miles de negritos. Contáme como carajo puede ser que, si Dios existe,
venga un tsunami mientras miles de personas están en la playita lo mas chufi y
te limpie diez lucas de tipos de un saque, eh…
Contáme como puede ser que en
Haiti ¡Haiti! Venga un terremoto y mueran cien mil de un sopetón.
Fito estaba embalado.
Pero no es de ahora, no te vayas
a creer. Te dije lo del ébola, porque soy un tipo informado, pero remontense en
el tiempo. No un poquito, remóntense al principio de los tiempos…
A estas alturas nos preguntábamos
si Walter no la habría pifiado con el gancia de Fito…
Imagínatelo a Dios, tu Dios, el día
de la creación. El tipo, todo barbudito,con una sabanita blanca, piensa y dice
: “Voy a crear el Universo”. Arrancamos mal: Para que catzo es necesario crear
un universo. Lleno de planetitas pedorros que ni oxigeno tienen. ¡Fijáte que
ahora ni Plutón es un planeta! Yo no había terminado de estudiarme los planetas
y me vengo a enterar que uno ya no existe…¿No era más fácil crear un planeta,
la tierra , y chau Pinela! ¿Para qué más? Ahí ya te das cuenta que es todo un
verso.
Si hubiese habido un Dios hubiese
creado un planeta como la gente y no esta cagada. Me rio cuando dicen: La naturaleza, (que es como decir Dios) es
sabia. ¡Minga! ¡Sabia las pelotas!. Inundaciones, volcanes, olas de calor, de
frio, nevadas de puta madre, vientos que te deshacen la casa…¡Dejáte de joder!
Carlos escuchaba, callado.
Cuando Fito termino con su filípica
agnóstica, Raúl le preguntó: ¿Y a vos que te pasa, Carlitos?
Que me va a pasar, lo de siempre.
Carlos arrastraba una sufriente relación
que no acababa de terminar.
Muchas fueron las tardes en las
que lo escuchamos contarnos su sufrir. Amaba a esa mujer.
Esta parecía que iba a ser una más
de aquellas tardes. Pero cuando Carlos parecía que iba a comenzar a hablar, lo interrumpí:
Carlos, Carlitos. ¿Te puedo decir
algo? Te queremos. Mucho. Y porque te queremos mucho es que te digo que
queremos verte bien. Queremos verte arrancar, ponerte en funcionamiento. Sos
joven, Papá. Tenés que disfrutar, ¿sabes? Ahora, ¡Ya! Basta con esa mina. Ya
fue.
Carlos me miraba y asentía.
Sabemos que la amas. Pero a veces
eso no es suficiente. No todas las minas están preparadas para el amor, ¿entendés?
Después terminan con cualquier gil, infelices, preparándose purés de alprazolam.
Y en esos casos es que sirve esta
pregunta que te voy a hacer, prestá atención:
¿Hiciste todo, pero TODO, TODO
por ella ?
Carlos asintió con la cabeza.
No, Carlitos. Cuando crees
haberlo hecho todo, cuando crees que ya nada podes intentar, aun queda algo por
hacer…
¿Qué?, pregunto Carlitos
Hice un silencio , adrede, y dije: Irte.
Carlos me miró y entendió. Me
colocó la mano en la rodilla y me golpeó un par de veces, suave ,cariñosamente.
Revolvió el café despacio y
comenzó a tomarlo, mientras de fondo se escuchaba, fatal:
“Hoy vas a entrar en mi pasado,
en el pasado de mi vida…”