jueves, 11 de septiembre de 2014

Aguas Vivas

Las ropas se adherían a la piel como solo recordaba a las aguas vivas de Monte Hermoso,  en un verano de hace mucho. Los aires acondicionados se desangraban, chorreando agua por mangueras que manchaban sacos y vestidos.  Los bebés en cochecitos parecían manzanas y el chofer del colectivo, que frenó  en la esquina por la que ahora cruzaba, lucía una camisa que había sido celeste pero que ahora era azul.
Una mañana de enero en Buenos Aires.
Intenté correr, porque llegaba tarde al trabajo, pero el calor me aplastó contra el asfalto.
Al entrar en el banco en el que trabajaba, el mundo volvió a ser mundo, la vida volvió a ser vida. El infierno había quedado afuera.
Me apuré a fichar. Diez minutos tarde. Chau presentismo. Y la puta que lo parió al piquete.
Me sequé con toallas de papel  y me miré en el espejo. Bastante bien. Salí.
Saludé a Carmen, la secretaria del gerente, que sacaba fotocopias, y entré en la oficina. Quedaba detrás de la línea de cajas, al final del salón,  y nos ocupábamos, mis tres compañeros y yo de abastecer a las doce cajas de todo lo que les hiciese falta. Dinero, retirábamos los plazos fijos,  controlábamos los cheques. En fin. Rutina.
A eso de las dos escuchamos el grito.
Salimos corriendo a ver qué pasaba. Ni bien traspuse la puerta me encontré con el flaquito que me apuntaba. Me quedé duro.
Dale  forro, caminá, escuché que me decía. Sentí el caño que me golpeaba el hombro. 
Para allá, gil, para allá.
Por el costadito de mi ojo asustado vi que me señalaba el centro del salón.  Allí estaban todos. Mis compañeros y el público, tirados en el piso. Carmen lloraba y abrazaba a la morochita de la caja cuatro que estaba blanca como un papel. Me senté en el piso.  Vi al policía con la ceja partida, sangrante, y las manos atadas con cinta de empaque.
En la otra punta como a cinco metros de donde hizo estaba,  vi al jefe.  Era un morocho alto y morrudo con gorra de los Chicago Bulls,  gastada y sucia. Vestía un Jean también gastado, también sucio, y zapatillas de básquet Adidas. En su mano derecha tenía una pistola enorme y con el brazo izquierdo abrazaba a una rubia que no conocí y supuse del público. La rubia también lloraba.
Chicago le hablaba al flaquito que me había apuntado a mí:
¿Están todos?
Si...creo que sí.
Empezá a llenar los bolsos… ¡dale, que esperás!
Cuando el flaquito iba a salir para las cajas, me di cuenta que no estábamos todos allí. No. Se escuchó el rechinar de la puerta de mi oficina.  Todos miramos para esa esquina, en el rincón del salón.  “En el culo del mundo”,  como siempre bromeábamos.
Era el petiso Filipini. El petiso caminaba despacio.  Miró al flaquito y a Chicago.  Encaró al flaquito.

Ey, ey, ¿qué carajo haces?, gritó Chicago.

El petiso Filipini hizo como si no hubiese escuchado ni visto nada. Siguió caminando.

Pelotudo… ¡te dije que hacés!

A estas alturas todos en el banco sabíamos que no estábamos tratando con profesionales. Nos mirábamos entre todos y pensábamos si eso sería una ventaja o, justamente, deberíamos temer a estos loquitos armados y, casi con seguridad,  drogados.

Crucé una mirada rápida con el petiso. Era una mirada diferente a la de siempre.

El flaquito no entendía nada. Cuando el petiso Filipini se le acercó a un metro,  miró nerviosamente a  Chicago.  Fue su error.  El petiso Filipini le pegó un golpe seco en la garganta que dejó al flaquito sin aire.  Cuando se agachó,  recibió un rodillazo en la frente que lo puso knock out. El Petiso agarró el arma del flaquito y le apuntó a Chicago.

¿Qué haces hijo de puta, querés que mate a todos? ¿Te volviste loco?

El petiso Filipini se paró de costado con el brazo extendido que seguía apuntando a Chicago y dijo: 


Tu bala me hiere,  mi bala te mata.

Si lo hubiese dicho un actor de Hollywood y yo estuviese en mi living, seguro hubiese pensado: ¡Que bolazo! Pero estábamos en el Banco, una mañana de enero, en Buenos Aires. Y el que lo decía era el petiso Filipini.

Y siguió:
No sabes cuánto espere este momento, sorete. ¿Vos saliste en el diario alguna vez? No, ¿no es cierto? Yo tampoco... ¡Esta es nuestra oportunidad! 
Chicago no entendía una mierda.
Tenemos varias opciones, siguió el petiso.
Primera: Yo disparo. Fijáte algo: estás parado de frente.  Me estas ofreciendo todo tu cuerpo. Te puedo apuntar al corazón, a las bolas, a la cabeza, adonde se me cante. Te limpio, Chicago.  Y salimos en el diario. Ya me veo: “Héroe salva a inocentes en Banco..."

Pese a que el aire acondicionado seguía funcionando bien, noté que Chicago transpiraba.

¡Y seguro me llaman de la televisión! ¡Genial! 

La voz del petiso Filipini era casi gutural. No era la voz de siempre.

Siguió: La segunda es que nos hagamos un favor mutuo: yo me acerco,  cuento hasta tres ,  disparamos los dos y nos escapamos de esta vida de mierda...porque vos no me digas que te gusta esta vida, ¿no? Seguro vivís en una casa que de casa no tiene nada, una choza, comes para el culo, ni estudiar pudiste. Te gastas todo en falopa.
¿Y yo? Me la paso en esa oficina de allá al fondo,  laburando como un burro, soportando al boludo del gordo ese...El petiso Filipini señaló al gerente que temblaba entre la camarera del café de enfrente y un viejito que había ido a cobrar la jubilación.
Con lo que gano llego cagando a fin de mes. Mi señora se fue con el vecino del piso de arriba y como no tengo un mango ni para mudarme los tengo que escuchar garchar todas las noches. ¿Podés creer que conmigo se hacía la fifi? No, hoy no porque esto...  no, hoy tampoco porque lo otro...putita.

Chicago tenía el brazo tembloroso. Me juego que habrá pensado: este está más loco que yo.

Igual,  Chicago, te digo algo: descartemos esta opción. ¿Sabés porque?  Porque yo soy de hacer trampa y, si te digo de contar hasta tres, seguro que te disparo a las dos. Y chau despedida de esta vida.  Si, Hacéme caso, no les bola a esta segunda opción.

En la vereda había dejado de pasar gente, por lo que no era difícil darse cuenta de que la policía estaría al tanto del robo y había cortado el tránsito.

El petiso Filipini,  lejos de callar esto, le dijo a Chicago: no se si habrás notado que no pasa gente por la vereda... ¿no te llama la atención?  Seguro esta la policía cortando la calle. De esta salís todo agujereado,  Chicago. Fija.

Sonó un teléfono. Era el teléfono de Filipini. Una, dos, tres veces.

Es la bruja, dijo. Lo sé por su ringtone. Sonaban los Locos Adams.
El petiso sacó el teléfono de su bolsillo.  Hola, si, no,  no creo. Porque no creo, te digo. Estoy complicado.  Como que ¿que estoy haciendo? Están robando el banco y yo estoy con un revolver en la mano. Cagáte de risa, dale. Ah, ¿no me crees? Pará.
El petiso lo miró a Chicago y le dijo: ¿podés creer que la boluda no me cree?

Tomó el teléfono, lo levantó y se sacó una foto con Chicago de fondo. Bajó el teléfono, controlando todo  por el rabillo del ojo, y apretó , con la mano libre - la otra apuntaba al entrecejo de Chicago- dos o tres veces y se quedó mirando el teléfono.
Se la mande por guasá,  le dijo a Chicago.  El colmo, dijo y  sonrió..

Sonaron Los Locos Adams , otra vez.

Ahhhhhhh ¿ahora me crees? Bueno,  chau, después te llamo.

El petiso Filipini se mordió el labio inferior,  y siguió:

Claro que aún hay otra posibilidad, la tercera.

El brazo del petiso Filipini permanecía imperturbable,  pero el de Chicago temblaba cada vez más. La rubia tenía el maquillaje todo corrido. El flaquito seguía todo despatarrado durmiendo el sueño de su vida.

La tercera posibilidad es esta, prestá atención: la voz de Filipini se suavizó y su mirada cambió: yo me acerco, despacio, como ahora...

El petiso Filipini empezó a caminar, bajó la pistola, despacio hacia su pierna.
Y te digo que te rindas. Que aproveches esta situación. Vas a ir en cana, claro...¿cuánto?  Al año estas afuera. Y usas ese año para pensar. Pensar si vale la pena perder la oportunidad de ser feliz. Pensar si la vida que querés es esta. Podés,  si sos piola, hasta empezar a estudiar algo.
El petiso seguía acercándose, ya estaba a menos de dos metros del grandote Chicago.
Y podes arrancar de nuevo. Dejando toda esta porquería en tu pasado. Yo se que parece difícil . Pero ¿Hay alternativas? ¿Es esta vida una alternativa?

Chicago comenzó a bajar su brazo tembloroso y lo dejó a su lado, como El Petiso.

El Petiso Filipini se agachó y dejó el arma en el piso, se paró, bien derechito y miró a Chicago.

El ruido del aire acondicionado era lo único que se escuchaba, como un zumbido.

Chicago se agachó y dejó la pistola en el piso y se paró.
El petiso se acercó y apoyó su mano en el hombro de Chicago, que empezó a llorar como un nene.


Mientras la policía entraba, acompañada de una lenta oleada de calor, y la gente se  abrazaba, el Petiso Filipini dejó a Chicago junto a unos policías, que lo esposaron. Otros policías venían con otros dos esposados: Campanas, pensé.

Fue en ese momento cuando el teléfono del petiso sonó y  el flash del periodista lo eternizó, en la foto del diario del día siguiente.  

Fue justo en ese momento que el petiso atiende y dice:


¡Cachito!¡Locura! ¿Compraste la carne? ¡Capo! ¡Yo llevo un vinito! ¡Chauchis!  





















En esas noches de ausencia intolerable, agua viva.