El perro corrió, por enésima vez,
al auto , a cualquiera, al que pasase. Volvía contento, con la lengua afuera, jadeante,
orgulloso de haber logrado su extraño cometido. Le silbé. No sabía su nombre
pero, también extrañamente, el perro parecía reaccionar con cualquiera que le dijese:
Batuque, Negro, Fiera e , incluso, ¡Forro! Cuando casi lo agarra el colectivo
por correr a un gato mucho más rápido que él. Se puso a mi lado y caminó junto
a mí los casi cincuenta metros que nos separaban de la entrada de “El Imperial”.
Miré mi reloj, las siete. Entré como cada tarde, levantando la mano y saludando
a Walter, el mozo.
Batuque, o como se llamase, se
quedó en la puerta, mirándome, pero por pocos segundos. Enseguida recomenzó su
incansable caza de cualquier cosa. La mesa del rincón, la nuestra, estaba vacía,
lo que no era nada raro: yo era siempre el primero en llegar. Me senté mirando
a la calle, corriendo la silla de costado, para poder cruzarme de piernas. Más tarde
no podría hacerlo: en la mesa de siempre nos juntábamos cinco. Carlos, Raúl, El
Flaco, Fito y yo y era una mesa redonda chiquita, que habíamos elegido así para poder hablar tranquilos y vernos bien las caras.
El Flaco y Carlos cayeron juntos.
Carlitos realizó su infaltable fichazo al culo de la camarera del sector
cercano a la entrada. Y luego, el chiste de siempre: ¿Cuándo nos cambiamos de
mesa, chicos? ¡La flaquita esta mil veces más fuerte que Walter! Nos reímos, también,
como siempre. Walter, que escuchaba todo, se mordía su labio inferior y
agarraba sus manos.
Raúl y Fito llegaron con cinco
minutos de diferencia. A las siete y cuarto estábamos todos. La mesa era a las
siete y tenía una tolerancia de quince minutos. El, o los, que llegaban tarde no
solo se comían una terrible cagada a pedos, sino que, además, debían pagar la
mesa. En casi diez años que nos juntábamos hubo muy pocas llegadas tarde.
Walter sabia que traernos. Dos café en pocillo, dos cortados, un gancia – con una aceituna -. Fito se acercó el gancia y movió la aceituna con una especie de paragüitas plástico.
El futbol y algún quilombo de
actualidad se llevaron los primeros minutos. Habíamos pactado no tratar
problemas familiares en la mesa. Si alguno tenía un tema importante que quería compartir,
lo decía y nos juntábamos otro día a hablarlo. Solo una urgencia podía quebrar
el pacto. Nos pareció saludable la idea de no permitir que en la mesa se
filtren temas que atenten contra la esencia de ella: allí solo se hablarían boludeces,
temas menores, generalmente divertidos. Para seriedad y cara de ojete estaba el
resto del día.
En eso Fito, que ya había comido
la aceituna pero que aun daba vueltas y vueltas con el carozo, dijo,serio: El amor es
más liviano que el aire.
Nos miramos entre todos. Fito
levantó el mentón como diciendo: ¿Qué?
Raúl le dijo: ¿Qué dijiste,
Fitito?
Dije que el amor es más liviano
que el aire. Si, es asi. Y si no miren aquella parejita que esta allá. Nos señaló a la mesita
del fondo, contra las heladeras. Una parejita de adolescentes se besaba sin
saber que afuera había un mundo.
¿Ven? Esos pibes están flotando.
Es más: yo creo que si no tuviesen ropa, relojes , celulares, llaves …se levantarían y quedarían
pegados contra el techo, besándose.
Está loco, dijo Carlos. Dijimos que si con la cabeza.
Sí, claro, sonrió Fito. ¿Acaso
ninguno de ustedes estuvo enamorado? ¿Tanto hace que llevan una vida de mierda?
Cuando uno está enamorado, parece que todo está bien. Las hojas de los árboles
son mas lindas. Los pájaros cantan mejor, El ladrido del perro del vecino a la mañana
te importa tres carajos. Uno cuando está enamorado vive en el aire, vive
flotando. Uno va con el cuerpo lleno de amor, como inflado.
Por eso, muchachos, creer o reventar: el
amor es más liviano que el aire, sentenció.
Es verdad, tiene razón Fito, dijo
el Flaco. Yo me acuerdo que cuando me enamoré de Laureana estaba así, como dice
Fito. Flotando. Sonreía todo el día, caminaba en puntitas de pie. Cantaba.
Flotaba. Fueron mis mejores años en la facultad, me salian los problemas de
taquito. Nunca estaba cansado. Brillaba.
Tiene razón Fito, muchachos, el amor es más
liviano que el aire.
¡Pero dejáte de joder, Flaquito,
querido!, casi grité…¡Si Laureana jamás te dio la mas mínima pelota! ¡Te la pasaste
rondándola durante años , regalándole flores, bombones…y jamás te dio ni bola! ¡Qué
bola…ni media bola te dio!
Si así estabas que flotabas, te
la llegabas a voltear y te teníamos que
traer de vuelta con el taxi espacial, flaquito, perdonáme, eh, con onda te lo
digo
El Flaco –que era más bueno que
el aloe vera- se quedó callado, asintiendo.
Pensándolo bien, fue más lejos Raúl, no sé si el amor es más liviano que el aire, pero si sé que el amor adelgaza.
¡Ah bueno! Salté. ¿Adelgaza? ¿Qué
le pusiste al cortado de Raúl, Walter?
Pará, Pará, dijo Raúl. ¿Me dejan
que me explique?
A todos nos sonó redundate el "me" pero no dijimos nada.
Hicimos silencio moviendo nuestras
cabezas , asintiendo.
¿No les pasó que cuando están enamorados
lo único que quieren es estar con ella? Todo el día. Y la noche. Y la vida. Pensás
todo el tiempo en que hacer , adonde ir a tomar un cafecito, a que lugar ir, juntos, siempre juntos. Miras una película, abrazados. Caminas por
la costanera, mirando el mar, tomados de la mano. La besas. Te besa. Al otro día
lo mismo. Y al otro. Y al otro. Y queres que nunca se termine. Y… ¿Cuándo pensás
en comer? ¡Nunca! Ergo, el amor adelgaza.
Nos sorprendió que Raúl conozca
la palabra “Ergo” pero mas no sorprendió la terrible boludez que acababa de
decir.
Sos un pelotudo, Raúl, descerrajó
Carlos, sin piedad. Siguiendo tu razonamiento, los gordos son todos infelices…
¡Si! , bramó Raúl. ¡Claro que si!
El Gordo es infeliz por naturaleza... Y la Gorda, también. Un tipo o una tipa
que se preocupa más por entrarle a una longaniza o a un flan con dulce que a
salir con una minita o con un tipo, no puede ser feliz. O está loco. Pero eso
es otro tema: "Los Gordos son todos locos", que preferiría dejar para otro día…
Decime que estas jodiendo, le
dije, serio, a Raúl.
Me miró, sonrió, pero nunca
aclaro nada, ni una mísera guiñadita de ojo…solo nos señaló con el entrecejo
como marcando el ancho de espadas, a una mesita cercana: Una pareja de treintañeros,
bien gorditos ellos, estaban practicando un asesinato a un sanguche de crudo y
queso, él, y a una porción enorme de Lemon Pie, ella.
Van a ver, dijo Raúl. Miren.
Habremos estado unos quince minutos
en silencio, como unos boludos, mirando a los gorditos comer. Ni una sonrisa,
ni una caricia, mucho menos un beso…
¿Vieron? Se agrandó Raúl,
¿Vieron? El Gordo,genéricamente hablando, no es feliz, porque no está enamorado, porque su amor, queridos amigos, es el
morfi.
Carlos, que salvo tratarlo de loco a Fito, no había abierto la boca, dijo:
Muchachos, esto se esta desmadrando. Me voy a casita.
Levantó la mano y le hizo el gesto de “la cuenta” a Walter.
Pagamos, en silencio y salimos
despacio.
Crucé la calle y le silbé a
Batuque (¿o era Fiera?) . Vino corriendo a mi lado. De mi bolsillo saqué una
medialuna que había envuelto en una servilleta y se la di, como siempre.
Acaricié su cabeza y comencé a caminar a casa. Y fue en ese momento cuando los vi. Eran los gorditos
, que salían de “El Imperial”. Iban de la mano, sonriendo. Él la ayudo a
acomodarse la capucha de la campera y aprovechó para abrazarla. Ella le devolvió
el gesto, con una mirada y un beso. Me quedé parado, mirándolos, mientras caminaban.
Pude ver, claramente, como los gorditos iban sin tocar el piso, a unos cuatro o cinco
centímetros de él, flotando. Los miré hasta que doblaron la esquina, dando las gracias de que Raúl
se haya equivocado, de que todo haya sido una joda de ese terrible hijo de
puta.
Y de que Fito , finalmente, haya tenido razón: El amor es más liviano que el aire.
Y de que Fito , finalmente, haya tenido razón: El amor es más liviano que el aire.