Comencé a cruzar la plaza a las 11 en punto. Crucé la avenida arbolada y me quedé unos segundos a la sombra. No recordé exactamente la palabra de mi cita de las once y treinta: no sabía si era “cita” o “turno”. La había pactado por teléfono después de estar casi veinte minutos pasando por el conmutador del Ministerio y se me había olvidado.
Es lunes por la mañana –en la
Capital, las once es aun una hora temprana- y la gente se conducía apuradamente
pero con cara de no poder hacerlo: ojos casi entornados, rostros serios, pasos
prontos…muy a las perdidas una sonrisa. De fondo, las bocinas lo tapaban todo,
incluso el piar de los gorriones y los tordos que eran, lo sabía bien, miles.
No dejaba de llamarme la atención cómo
todo transcurría normalmente pese a yo sentirme tan mal. Eso me irritaba. Pero,
a la vez, me decía: ¿Y porque ellos habrían de saber lo que me pasa? ¿Cuántas veces
habré pasado junto a alguien que esté como yo ahora y lo ignoré? ¿Cuántas habré
estado compartiendo momentos junto a algún compañero de trabajo, incluso algún amigo
y no me di cuenta de su pesar? ¿Cuántas?
El monumento al Líder estaba en
medio de la Plaza. Construido en cemento, de color gris, sin ninguna pintura
que lo recubra, debía medir unos treinta metros. Estaba parado mirando hacia
abajo y no importaba donde uno estuviese
parecía que fijaba sus ojos en aquel que
lo mirara. Recuerdo que se inauguró cuando yo era muy pequeño , con desfile
militar y fuegos artificiales de por medio. Nunca se hablaba ni de la salud ni
de la edad del Líder y desde hacía varios años solo se escuchaba su voz por los
parlantes de cada casa en ocasión de su cumpleaños y del aniversario de la
Gesta.
El Ministerio era uno de los diez
que rodeaban la plaza y el más grande. Tenía diez pisos y ocupaba una manzana
entera , como un gran cubo. Estaba revestido de mármol color bordó, lo que lo hacía
resaltar del resto. Miré mi reloj: once y veinte.
Entré al gran hall y fui directo a
la mesa de informes.
- “Tengo un turno para las once
treinta”, le dije al joven de Informes.
- “Cita. La Ministro no da turnos, da citas. ¿Su
apellido?”
-“Perdón, cita. Tengo una cita a
las once y treinta, mi apellido es Gates. Juan Gates”
- “Quinto piso, oficina 540. El
ascensor no funciona”
-“Gracias”
Me alegré de mi puntualidad y de
los diez minutos que faltaban. Ahora siete. Me alcanzarían para subir los cinco
pisos sin problemas.
Llegué y me senté, pero al hacerlo
escuché: ¡Gates! . El tono de la señorita me sobresaltó. No era un tono imperativo
pero si lo suficientemente fuerte para no tener que salir de la oficina en la
que estaba. Entré y dije:
-“Soy Juan Gates”
La recepcionista de voz potente me dijo:
-“Pase, la licenciada lo está
esperando”
- “Gracias”. Había entrado hacia menos
de diez minutos al Ministerio y ya había dicho dos veces “Gracias” sin que aun
hubiese solucionado el problema que me había
traído allí.
La oficina era inmensa y estaba
toda revestida en madera lustrosa, incluso las paredes. La Licenciada estaba
mirando hacia afuera por el amplio ventanal que daba a la plaza y al escucharme
entrar se acercó hacia a mi, extendió su mano y me dijo:
- “Iris Schwartz, siéntese por
favor”
Tendría unos cincuenta años y una
belleza impactante. Alta, erguida, su pelo prolijamente recogido, casi sin
maquillaje y ninguna joya. Vestía una chaqueta ceñida y tacos que la
estilizaban aun mas. Su rostro, sin embargo, tenía una seriedad extraña, un rictus
aquerenciado.
Ella rodeó el escritorio –también inmenso
y con sólo una carpeta cerrada sobre él- y se sentó. Yo hice lo mismo en una
silla amplia y tapizada , con apoyabrazos de madera, casi un sillón. Apoyé mi libreta de identificación
sobre el escritorio.
-“Dígame en que puedo ayudarlo, Sr
Gates”.
- “Voy a ser directo, Licenciada:
No sueño mas”
- “¿No sueñas más? Bien. Le voy a
pedir que me aclare un poco. ¿A qué se refiere al decir que no sueña mas?”
- “Bueno, justamente eso. No me
refiero a los sueños que uno tiene cuando está despierto, no. A esos tipo de
sueño yo lo relacionaría con las metas…o los planes que uno puede - o no –
tener. Pero yo me refiero a otra cosa, me refiero a aquello que uno sueña
cuando duerme…”
- “Entiendo. Ahora dígame. ¿Cómo sabe
que ya no sueña más?”
- “Me resulta extraña su pregunta ,
Licenciada. Yo siempre supe que soñaba. Y supe qué soñaba. Nunca creí aquello de que uno se olvida de los sueños.
Al menos a mí nunca me pasó...o , mejor dicho, nunca me había pasado”
- “¿Usted me quiere decir que
recuerda sus sueños?”
- “Si. Completamente. O casi”
- “¿Puede contarme alguno?”
Su pregunta me desconcertó.
¿Esperará que le cuente una intimidad? ¿Debería yo acceder a ello?
- “No estoy seguro de querer
hacerlo, discúlpeme”, le dije.
- “No tiene porque disculparse, Sr
Gates. Sólo era para corroborar con qué tipo de detalle lo hacía”
- “Recuerdo mis sueños, Licenciada,
créame”
Me interrumpió y me pidió que no le
diga Licenciada sino que la llame por su nombre.
- “Muchas veces, durante el día,
tengo problemas. Todos los tenemos. En oportunidades, problemas menores,
corrientes. En otras, problemas graves, dolientes. Y en todas esas
oportunidades me tranquilizaba el hecho de saber que por las noches podía soñar.
Ya acostado, habiendo apagado la
luz, dejaba los problemas a un lado y preparaba mi sueño: la mayoría de las
veces esos sueños eran premeditadamente incumplibles: Yo soy el cantante exitoso,
el millonario benefactor, el científico huraño, el escritor irrepetible. En mis
sueños soy el que nunca seré. Y soy feliz allí… ¿me entiende?”
- “Claro que lo entiendo, Sr Gates”
La interrumpí y le pedí que me llame
por ni nombre.
- “Claro que lo entiendo, Juan.
Pero estoy en un problema. Usted vino al lugar correcto. Estamos en el
Ministerio de la Felicidad. Y yo soy la ministro. Pero, como comprenderá, debo
derivarlo a mi equipo. El problema es que hay dos secretarías que podrían ver
su caso. Pero dudo a cual derivarlo..es más ..creo que a ninguna.
El Dr. Alexander Minitti es el
subsecretario de Sueños Incumplidos. Y
la Dra Erika Rosenfeld es la subsecretaria de Sueños Cumplidos…pero…el problema es que usted no sueña…”
- “Entiendo”, dije.
- “Lo que me confunde aun mas es lo
que me acaba de decir: Usted soñaba sueños irrealizables. Por lo tanto no lo
puedo derivar con Rosenfeld. Usted nunca los cumplió”.
- “Es verdad”.
- “Por un lado, mejor. Es muy difícil
cumplir los sueños, pero lo es más aun cumplirlos y no ser feliz. ¿Le parece
que lo derive con Minitti?”
- “Con todo respeto, Iris. Yo
tampoco tengo sueños incumplidos. Al menos no los que soñaba por las noches.
Esos sueños no eran para ser cumplidos . Eran para volar. Eran para poder hacer
lo que cuando uno está despierto no
puede. Hacer lo imposible.
En mis sueños yo volvía a estar con
mi padre – el falleció hace muchos años- y en ellos me aconsejaba lo que no
pudo hacer en vida. Caminamos por la vereda del sol, despacio. Él ríe. Nos
sentamos en una mesa y tomamos su whisky preferido. En mis sueños el hielo del
whisky nunca se derrite. Y el vaso nunca se vacía. ¿Sabe qué hermoso es?
En mis sueños puedo volver a estar
con aquella mujer. Escuchar su respirar. Sentir como real el sabor de su boca.
En ellos redacto el poema que el
poeta ya escribió. Y ese poema es mío y de nadie más. Y se lo leo a ella. Y
ella, la mujer que le decía antes, lo escucha y sabe que fue escrito para
describirla…En mis sueños ella no vuelve: nunca se fue.
En ellos no hay cuestionamientos, ni
arrepentimientos, ni explicaciones.No hay engaños ni hipocresía, solo verdad.”
- “Es por eso que vine a verla.
Desde hace más de seis meses ya no puedo soñar. Por más que lo intento, no
puedo. Las noches están vacías. Huecas. Y por la mañana, al despertarme no
recuerdo ni el silencio.”
La licenciada se había parado y estaba nuevamente junto al ventanal.
- “Déjeme que lo hable con mi equipo,
Juan. Deme unos días. Nosotros nos contactamos con usted”
Dijo esto dándome la espalda y sin
darse vuelta me dijo:
“Adios”
La escalera era más veloz al bajar.
Al llegar al segundo piso recordé la libreta de identificación sobre el
escritorio y me maldije.
Volví sobre mis pasos, la
recepcionista no estaba en su escritorio. Golpeé la puerta y entré.
- “Disculpe, Iris, olvidé mi
libreta…”
Me acerqué al escritorio y la tomé,
fue en ese momento cuando me di cuenta que La licenciada Schwartz , la ministro
de Felicidad de la Gesta, tenía los ojos enrojecidos, algo hinchados y sobre el
escritorio había , estrujados , algunos pañuelos de papel.
"Todo sucede en la mente y sólo lo que allí sucede es real" (Jorgito Orwell)
"Esta habitación es irreal , ella no la ha visto" (Jorgito Borges)
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