jueves, 17 de enero de 2013

Morena mía.


Morena mía.


















1998 fue un año prodigo en acontecimientos para mí. Algunos tristes, otros hermosos.
Murió Papá, nació  mi hijo.
Abrimos con mucho esfuerzo un negocio, una veterinaria. 
Y apareciste vos.
Te fui a buscar una mañana temprano, a una pequeña empresa de transportes  por la calle Rivadavia. Te tuve que esperar:”La camioneta se retrasó…mucho barro en Ayacucho…por las lluvias, vio”.
Viniste de Ayacucho, si. El cuñado de un amigo te mandó. A vos y a tus ocho hermanos. Cuatro amarillo, un chocolate y otros cuatro como vos, negros. Labradores retrievers.
Cuando abrí la jaula en la que viniste casi no creo en lo que vi. Una maraña de patas y cabezas, y orejas y dientes y ojos que se abrían. Les habían dado, a tus hermanos y a vos, algo para que duerman tranquilos durante el viaje.
Los llevé a la veterinaria y les dimos una buena cepillada.  Eras una mercancía para mi entonces.
El preciado chocolate se fue primero, rápidamente. Luego, uno a uno, los demás. Quedaste vos y una hermana.  Durante esos quince días, mi pequeña hija comenzó a encariñarse con vos. Todos los que te conocíamos comenzamos a hacerlo.
Un llamado a Ayacucho, fue suficiente. Mi  memoria, en la que se fueron perdiendo  tantos recuerdos, guarda, sin embargo, bien fresco el dialogo con quien hasta ese momento era tu dueño:”Quiero quedarme con un de los cachorros, Juan. Una hembra negra. Después decime cuanto te debo”.
Al tiempo vinieron los papeles que acreditaban tu pedigrí. Nunca fueron necesarios para nosotros, siempre fuiste mucho más que ellos. En ellos no se habla de amor, ni de dar sin medida, tampoco hay allí palabras como “compañera” o “fiel”.
En pocos días te habías transformado  de mercancía en Morena. Y comenzó nuestra historia con vos. Con tu cariño impiadoso capaz de soportar retos y gritos para, minutos más tarde, mostrar tu cola inquieta, ausente de rencores.
¡Como me gustaría, negra, aprender algo de vos! Y poder  volver de una discusión sin resquemores ni facturas pendientes. ¡Cuánto debería aprender de vos, negrita! Tenés un Alzheimer envidiable para todo aquello que te hayamos podido hacer mal, pero una memoria invencible para el amor. El peor de los enojos con vos, te tiene a los diez minutos a mi lado, mostrando dientes de sonrisa.
Tu compañía  durante años en la veterinaria, ya convertida en la preferida de los clientes. Llegando juntos por la mañana y yéndonos tarde, bien tarde, también juntos. Conducir por las calles con vos a mi lado, sentada bien erguida, como una persona, hablándote, comentándote noticias, alegrías, problemas.
Una vez, cuando eras chiquita, la primera noche que te dejamos sola, mordiste cada una de las patas del juego de cocina que teníamos. Veintiocho patas en total, con las huellas de tus dientes, definitivos.
No recuerdo otra rotura, otro mínimo destrozo. Aprendiste todo aquellos que te enseñamos. La correa se convirtió en un accesorio inútil. Nunca cruzaste la calle, jamás. Te  sentás en el cordón de la vereda y me mirás, esperando la orden.
Podría enumerar cientos de tardes en las que tu presencia es infaltable e imprescindible.
Estas en todas las fotos que mi memoria guarda de todos estos años.

Verte recostada a mi lado, en tiempos  de soledad, hizo más felices  aquellos días. Y aquellas noches, como las navidades de hace algunos años atrás, que pasamos los tres solos. Y juntos.
Si, los tres, porque  para entonces ya tenias compañía, Gauna, ese Dogo Argentino casi tan bueno como vos pero tan, tan molesto… ¿No es cierto, Negra?
Mientras escribo advierto que algunos verbos están en pasado y otros no, están en presente.
Debe ser por el susto que nos diste ayer, Morena.
Guadalupe e Iñaki se levantaron y te notaron jadear, quieta, muy quieta en un rincón. No quisiste levantarte. Lupe me llamó enseguida llorando mares.
Lo más rápido que pude, te fui a buscar. Quince minutos en los que me fue inevitable pensar lo peor, pensarte en pasado.
Moviste la cola ni bien entré. Hiciste el esfuerzo de incorporarte, pero no pudiste .Te alcé y corrimos al doctor.
Tenías fiebre y te dolían los riñones, por eso  no querías levantarte. Dicen que los colicos son dolorosos, "casi el dolor de un parto", me dijo el doctor. Un par de inyecciones y las recomendaciones de rigor.
Hoy ya estabas mejor, aunque aun muy quietita. A la tarde, el doctor quiere verte, así que vamos a volver, sin falta.
Sé que voy a caer en un lugar común, negra. Debe haber cientos de páginas iguales.Seguramente seré repetitivo, cansador , hasta meloso.
Pero dejáme decirte algo, ahora, que aun estas aquí para disfrutarte.
Dejáme decirte algo, negra mía, dejáme decirte gracias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario